PUEBLOS: Mala
Una gran cruz de madera de tea preside desde finales del siglo XIX el alto del Lomo de la Cruz, desde donde se divisa la llanura del pueblo de Mala, en Haría, Lanzarote.
Federico Betancort Betancort la construyó y la legó a sus vecinos
Fuente: La Provincia | Diario de Las Palmas 30 de enero de 2022
Felipe Del Rosario Betancort
Existe un bello municipio en el Archipiélago canario, cargado de historia y recuerdos, con lugares maravillosos que hasta César Manrique supo destacar, dando vida a sus obras entre la naturaleza y su creación particular. Nos referimos al municipio de Haría, ubicado en el norte de la isla de Lanzarote, perteneciente a la provincia de Las Palmas. Haría tiene una superficie aproximada de 106,6 kilómetros cuadrados, una altitud de 270 metros, y una población que supera los 5.000 habitantes. Cuenta con un núcleo de población digno de ser visitado: Órzola, Punta Mujeres, Arrieta, Máguez, Mala, Charco del Palo, Tabayesco, Ye y Guinate. Todos estos pueblos tienen su historia acompañados de auténticas bellezas naturales. La zona norte de Haría es un sitio espléndido, con enclaves magníficos como el volcán de la Corona, las playas y piscinas naturales de punta Mujeres, la Casa China, el mirador del Río, los Jameos del Agua, la cueva de los Verdes, el mercadillo artesanal, la Casa del Palmeral, la Casa Museo César Manrique, el valle de las mil Palmeras o el mirador de Haría.
Una cruz creada en el sigo XIX
El pueblo de Mala, que se halla en esa misma zona norteña, es un sitio muy tranquilo y bello, con costa y montañas. Podríamos decir que es el puente entre Guatiza y Arrieta. César Manrique no tuvo ocasión de dejar allí su huella artística, pero un hijo del lugar, Federico Betancort Betancort, sí lo hizo y dejó a sus vecinos un legado digno de visitar en su época, finales del siglo XIX, y de admirar en la actualidad.
Muchos pueblos pueden presumir de grandes historias; los protagonistas desaparecen, pero sus legados siguen vivos y muchos se conservan intactos, casi eternos como símbolo u homenaje de su autor o creador al lugar en donde nació o vivió. La obra de Federico Betancort está ubicada en lo alto del Lomo de la Cruz, desde donde se observa la llanura de Mala. En la cumbre se alza una gran cruz de madera de tea, muy bien conservada, que ha aguantado durante años las inclemencias del tiempo -lluvia, viento o calor-. Permanece allí sujeta en la base por varios bloques de piedra que evitan que se mueva o se caiga. Mide cerca de cinco metros de altura, con dos brazos de un metro cada uno y tres adornos en cada extremo. Su mástil tiene un grosor de 13 por 11 centímetros. La cruz se divisa tanto desde la carretera de circunvalación que conduce de la capital de Arrecife hasta Órzola, como desde la antigua vía que cruza todo el pueblo de Mala hasta Arrieta.
Federico Betancort nació en 1869, fruto del matrimonio entre Francisco Betancort Rodríguez y Felipa Betancort Robayna, que tuvo ocho hijos: Federico, Guillermo, Zenón, Lorenzo, Anastasio, Videla, Julia y Tomás. Nuestro protagonista era el mayor de los ocho hermanos y fue muy conocido por sus dos actividades laborales: molinero y carpintero de Haría y Mala. Caso con María Berriel Placeres, y fue padre de cinco hijas: Antonia, Fidela, Dolores, Margarita y Mana. Quien lo conoció asegura que tenía su carácter, como es lógico en todo ser humano. Era una persona muy común con sus defectos y virtudes, pero destacaba su gran calidad humana.
Peregrinación anual
Federico decidió, de forma desinteresada, tallar una enorme y bella cruz de dura tea, la misma que se puede ver desde bastante distancia luciendo su poderío, apuntando hacia el cielo, con su mirada puesta en el valle y el barranco de Mala. La cruz contó con la buena aceptación de la gente del pueblo -según cuentan los más viejos del lugar-, y entre los habitantes de la zona se creó un sentimiento de peregrinación que constituyó en su día una cita casi obligada de carácter anual, por el Día de la Cruz, en el mes de mayo. Mucha gente, incluso los niños, acompañados de sus familiares y maestros, acudían con gran devoción a depositar sus ramitos de flores a los pies de la cruz, sin importarles quién la hizo, ni cuándo, ni cómo se instaló el legado de Federico.
Para llegar hasta la cima de la montaña había que ascender por una vereda o camino de tierra mirando hacia Mala. Hoy en día es un poco más complicado acceder por esta zona, pero se puede llegar por la parte trasera de la montaña dando, eso sí, un buen rodeo. Ahora los jóvenes tienen otras prioridades que visitar, sin embargo los mayores del pueblo la recuerdan con agrado, pero no pueden subir por las malas condiciones del lugar. El camino hacia la cruz está destruido debido al abandono y la poca actividad, las inclemencias del tiempo y el efecto de los rebaños de animales que acuden a pastar, ocasionando la desaparición de acceso hasta lo alto de la montaña. Los senderistas Jesús Tejera y Gregorio González, Goyo, tomaron la imagen que ilustra este reportaje, subiendo por la vía trasera. María Mercedes Perdomo, más conocida por Mari, Jacinta Placeres y Milagrosa Betancort, todas vecinas de Mala, nos mostraron la montaña con la cruz en alto y nos contaron parte de la historia de Federico Betancort.
¿Qué fue de Federico?
Con cinco bocas que alimentar, los esfuerzos laborales de Federico Betancort no daban para salir adelante, como en muchas familias en aquellos tiempos en Mala, pueblo de sacrificados agricultores. Mantener a una familia numerosa en aquellos duros tiempos.
Las cosas no iban demasiado bien para Federico, quien, pese a vender su molino y dedicarse a la carpintería, tuvo con el tiempo que volver a tomar otra dura decisión. La penosa situación económica le llevó a vender todas sus propiedades de Mala y emigrar con su esposa y cuatro de sus cinco hijas a Las Palmas de Gran Canaria, donde se instaló en el popular barrio capitalino de La Isleta. Allí vivió durante años, pero los últimos días de su vida los pasó en la casa que habitaba y propiedad de su hija Margarita Betancort Berriel, y su yerno Carlos Felipe del Rosario Cáceres, hasta que llegó el fatídico día de su muerte, el 8 de diciembre de 1962, a los 92 años. Sus restos descansan bajo tierra, en una tumba de granito de color negro y blanco ilustrada -como no podía ser menos- con una cruz de ese material en el Campo Santo de San Lázaro, cerca del barrio capitalino Siete Palmas, en la capital grancanaria.
Desgraciadamente, Federico Betancort Betancort abandonó el país de los vivos, pero nos dejó su legado con una obra que llama poderosamente la atención a todos los que pasan por el lugar y la ven en lo alto del Lomo de la Cruz. Allí permanece bien recta e intacta, aguantando durante tantos años, desde el siglo XIX, hasta hoy. Parece como si la historia quisiera homenajear a Federico Betancort.
Amanecer en el pueblo de Mala (Lanzarote) con la cruz de Federico Betancort como testigo
• Jesús Tejera y Goyo Toledo