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Fuente: Álbum de Canarias
Biblioteca del Atlántico III- Octubre 1986
Editado poe r el Patrlamento de la Comunidad Autónoma de Canarias. I Legislatura.
III periodo de sesiones


Haría, regalo del palmeral. El oasis de los pájaros

Del mismo modo que el canto incesante de los pájaros señalaba el camino de la ciénaga, Macondo de García Márquez, las aves, sus trinos y evoluciones conducen hasta el Valle de Haría, llamado nadie sabe por qué «de los Castillos».

Cuanto queda de la fronda de palmeras emociona al viajero, y más aún si hace suya la opinión del periodista Leoncio Rodríguez que localizó un incendio en este oasis durante la invasión del Morato Arráez que destruyó miles de ejemplares y aún arruinó casas y cultivos. Quizás el notable escritor tinerfeño, en su emoción ante el paisaje, creyó firmemente en que cualquier bosque del pasado, aún palmeral, fue más y más hermoso bosque.

Todos esos anticipos y referen­tes de un Mediterráneo árabe, que son algunos pueblos y caseríos de Lanzarote, se quedan cortos hasta la estampa bíblica o coránica de un auténtico paraíso, al que protege un desierto. Porque son altas, dentro del razonable relieve, las montañas que conforman el Valle, son blancas, aunque maduran y amarillean, las tapias y las casas; son frescos y floridos los patios y zaguanes. Si palmeras, tapias, techos y calles no se hubieran amansado con el sabio toque de lo andaluz, no distaría mucho la imagen del paraiso cristiano o musulmán de este oasis de Haría, que tuvo iglesia desde 1619, aunque un gol­pe de viento arruinara la casa de la Virgen de la Encarnación, en 1956, y dejara como testigo del infortunio a la pequeña torre. Luján Pérez, el más sobresaliente de los imagineros canarios, talló para este templo a la Virgen Encinta, una de las advocaciones más gratas y humanizadas de su labor plástica.

Las fiestas del pueblo se consagran, pese al patronazgo de La Encarnación, a San Juan y a Santa Rosa de Lima. El escritor lanzaroteño Agustín de la Hoz recuerda una copla que, como otras tantas, viajó desde la orilla americana para aposentarse, como la Santa limeña, en tierras canarias.

«Haría, sin oro ni plata,
tiene bellos palmerales
y tiene a Rosa de Lima
la santa más rebonita
que perfuma los altares».

Antonio Ramírez del Castillo, natural de Haría, donó en 1914 el dinero para la adquisición del reloj que sostiene la Torre parroquial; Rafael Cortés Spínola hizo testamento de su fastuosa biblioteca a la parroquia, como entidad representativa, y nuestro biografiado, Enrique Luzardo Bethencourt, dio asimismo pruebas de filantropía. Estas actitudes, estos rasgos de carácter, entran perfectamente en el comportamiento de los amables vecinos de Haría, más calmosos que en otros pueblos, pero solidarios en el trato con el viajero, cuyo pueblo, palmeral y tapias blancas, enseñan con orgullo a los que llegaron, a través de la desolación tortuosa de Lanzarote, al oasis de los pájaros.