Portada

 

 

Pronto se advierte que está cerca el momento culminante de la travesía. El "jameo", en el cual se ha desarrollado la historia de la Cueva de los Verdes, sirve de pinza para aprender el remoto pasado. Todo el contorno, todas estas anfractuosidades parecen guardas el alma de la isla, del heroico isleño, que no supo nunca en qué consistía la auténtica libertad. Como la hondura es regular, acompaña la vista un alfombrado de escorias cenizosas y exótica foresta. No hay ninguna frivolidad alrededor y por lo mismo se tiene la rara, acongojante sensación, de estar asistiendo a un espectáculo realmente trágico. ¡De qué tragedias no ha sido testigo este colosal enterramiento de almas y cuerpos!

La Cueva de los Verdes se conoce desde tiempos inmemorial. Ya en los XV y XVI la citan algunos cronistas. Leonardo Torriani, por ejemplo, consigna hechos fantásticos ocurridos en su interior y le atribuye, además, un río fabuloso "que corre con gran ímpetu y que muy pocos conocen". Semejante caudal nadie lo ha visto, porque, es claro, no existió sino en la imaginación popular, como tantas otras hablillas que el romance propaló en tiempos de invasiones. Hay, sí, aguas del mar apresadas por las lavas. Pero esto es otra cuestión, como fue reducto defensivo hasta época relativamente reciente. Puede decirse que, a partir del siglo XVII, pierde ese valor estratégico y con él aquella actividad que le diera fama y nombradía. La caverna que tantas miradas de asombro había concitado, quedó ingratamente relegada al olvido. ¡Qué material de Historia sepultado en sus galerías tenebrosas y cuánta belleza amortajada por esas mismas tinieblas!. Durante siglos no se menciona la gruta y sus glorias pasadas se espiritualizan como una ceniza gris, la peor de las cenizas.