La Cueva de los Verdes: ese cuenco del alma
Por
Agustín de la HOZ
Pronto se advierte que está
cerca el momento culminante de
la travesía. El "jameo", en el
cual se ha desarrollado la
historia de la
Cueva de los Verdes, sirve de
pinza para aprender el remoto
pasado. Todo el contorno, todas
estas anfractuosidades parecen
guardas el alma de la isla, del
heroico isleño, que no supo
nunca en qué consistía la
auténtica libertad. Como la
hondura es regular, acompaña la
vista un alfombrado de escorias
cenizosas y exótica foresta. No
hay ninguna frivolidad alrededor
y por lo mismo se tiene la rara,
acongojante sensación, de estar
asistiendo a un espectáculo
realmente trágico. ¡De qué
tragedias no ha sido testigo
este colosal enterramiento de
almas y cuerpos!
La Cueva de los Verdes se conoce desde tiempos inmemorial. Ya en los XV y XVI la citan algunos cronistas. Leonardo Torriani, por ejemplo, consigna hechos fantásticos ocurridos en su interior y le atribuye, además, un río fabuloso "que corre con gran ímpetu y que muy pocos conocen". Semejante caudal nadie lo ha visto, porque, es claro, no existió sino en la imaginación popular, como tantas otras hablillas que el romance propaló en tiempos de invasiones. Hay, sí, aguas del mar apresadas por las lavas. Pero esto es otra cuestión, como fue reducto defensivo hasta época relativamente reciente. Puede decirse que, a partir del siglo XVII, pierde ese valor estratégico y con él aquella actividad que le diera fama y nombradía. La caverna que tantas miradas de asombro había concitado, quedó ingratamente relegada al olvido. ¡Qué material de Historia sepultado en sus galerías tenebrosas y cuánta belleza amortajada por esas mismas tinieblas!. Durante siglos no se menciona la gruta y sus glorias pasadas se espiritualizan como una ceniza gris, la peor de las cenizas.
