HISTORIA/ Datos históricos


 

FUENTE: LIBRO LOS TOPOS


Aquí guerra no hubo, cristiano: aquí Franco lo preparó todo y no hubo guerra. Ellos hicieron lo que pudieron. A mi hermano lo buscaban por ser de izquierdas, como a tantos; cogieron a muchos. Yo vi. una noche una camioneta cargada con diecinueve hombres, pobrecillos, estuvieron dando vueltas con ellos por La Isleta y después se los llevaron a una sima para tirarlos vivos desde allí. No los mataban, no, los echaban vivos. Uno de aquí cerca pudo agarrar al falange que lo empujaba y se lo llevó junto a él.

Éramos once hermanas, pero ya sólo quedamos dos. Y luego un hermano muy viejo y Pedro Perdomo. Yo soy Antonia. Pedro Perdomo Pérez nació en Lanzarote, como nosotras, en Haría. Tiene ahora sesenta y cinco años, así que nació en el año seis, en 1906. Él no quiere hablar porque está muy cansado y tiene mucho miedo y además está enfermo. Casi no puede respirar. Pide que le compren un cigarro y lo fuma despasito, despacito y luego lo deja y lo vuelve a prender más tarde. Está malo del corazón y asmático.

Se escondió el mismo día 18 de julio por la mañana. Un periódico ponía que daban dos mil pesetas al que dijera dónde estaba y eso era mucho dinero. Aquí en la Isleta todos éramos muy pobres, todo estaba lleno de hambre y de miseria; los hombres trabajaban en el puerto, pero ganaban nada. Entonces, un vecino que se llamaba Esteban Soca vino a pedirme dinero y lo vio y se lo dijo a los falanges, pero dio la casualidad que mi hermano ya no estaba en el sitio. Él se escondió primero en mi casa porque teníamos una tiendita y había comida y también tenía un gallinero detrás, al otro lado del patio y él se metió allá.

Vinieron en seguida a buscarle. Era un domingo, yo aquel día me sentía mala y estaba tendida en la cama. Entonces no se cerraban las tiendas y siento que entra gente y dicen a mi marido que si sabe dónde está Pedro Perdomo Pérez, de profesión conductor (él era conductor de las guaguas de Las Palmas). Mi marido dice:

- No sé.

Venían tres y uno era conocido, era un guardia que se llamaba Antonio Carmona, ya murió el pobrecito. Pasa para adentro y le dice a Pedro:

-Mira, Pedro, esta noche vendrán los falanges en busca tuya, que se lo ha contado Esteban Soca, y recorrerán toda la familia. Haz por salir de aquí si puedes.

Y al salir le dice a otro también conocido,  uno bajito que se llamaba Juan Gopar y que era majorero, me dijo mi marido, le dice:

-Aquí no está.

Y este Juan Gopar pregunta:

-Pero tú conoces a Pedro Perdomo.

Y dice:

-Yo no.

Pero le conocía de toda la vida porque vivía ahí mismo.

Cuando ellos se fueron viene Pedro y me dice:

-Antonia, vete ahí y dile a esa gente que si no le importa que me tire por ahí por no salir por la puerta y luego salgo al oscurecer.

Era una gente del campo que vivía en la parte de atrás; antes sólo había una pared bajita. Tenían también una tiendita que daba a la otra calle. Yo fui y dije:

-Mire, que voy a pedirle un favor. Ha venido la guardia y dice que esta noche vendrá la Falange a por mi hermano y él me dice que si puede tirarse por aquí.

Y me dice:

-Señora, dígale que se tire y sale de aquí a la hora que quíera.

Yo volvía llorando por la calle y un vecino que se llamaba Mantelito mé ve y me dice:

-¿Qué pasa, comadre?

Yo le digo:

-Pues, cristiano, pasa esto, mi hijito- llorando.

-Pues que venga a mi casa.

Y se fue y estuvo allí tres días. Cuando vinieron los falanges no lo encontraron.

Estaba ya en casa de otra hermana que se llamaba Catalina. Catalina vivía en el campo, en La Angostura, un pueblo que se llamaba Santa Brígida. Tenía un montón de pacas de alfalfa y cuando sentía rumores se metía entre medio de las pacas y así aunque entrara la guardia a los falanges no lo cogían.

Ella estaba mala y se murió y él se vino aquí, a casa de otra hermana que vivía frente a el Torreón. Esto fue después de terminar la guerra, tres o cuatro años después. Y esta hermana, que se llamaba Manuela, lo hizo mejor. Primero abrió un hoyo y puso un bidón dentro, en el patio; y luego hizo un hueco en la pared, un hueco muy pequeño, y cuando sentía un vecino que entraba mi hermano se metía allí y ella ponía un cajón con una cocinilla delante. Allí esperaban que pasara el tiempo; luego lo metían en una habitación. El hueco estaba en la pared, abajo, como los agujeros de los ratones, pero más grande.

Allí estuvo hasta que se murió mi hermana, unos quince años. Cuando Manuela se murió, fuimos por la noche yo y mi hermana Eloína y lo sacamos y lo trajimos a casa de mi hermana Rafaela. Los dos vivían en la Isleta, Manuela en la calle Bentagache y Rafaela en la calle Alcorac. Allí se metió en un cuartito y pasó el resto de su vida. Estuvo en total treinta y tres años. Era yo la que le ayudaba para mantenerse, pero Rafaela le hacía la comida y se la llevaba; ni sus hijos sabían para quién era la comida. Sólo las hermana conocíamos el secreto de que estaba escondido.

Entonces ya no lo buscaba nadie. Sólo lo buscaban al principio, cuando salió que daban dos mil pesetas por su cabeza. Eso sería a los dos o tres meses de la guerra. Entonces venían los falanges a la de las hermanas, de todas, y tiraban   piedras y gritaban y encontraban a buscarle con la guardia.

Cuando Esteban Soca lo denunció, me llevaron a mí a la comisaría, al cuartel de la Guardia Civil. Había allí tantos pobres hombres que los estaban llevando para el campo de concentración o para fusilarlos, ¡ay, Dios mío! Yo me mantuve en lo que dije en un principio, me mantuve en aquello. Dije que cuando salió de casa me dijo que iba a Agaete y de ahí no me sacaron. El que hacía de juez dijo que tenía que dar una declaración jurada y dije que juraba decir la verdad, pero pedí al Señor que me perdonara. ¡Bien sabe Dios mío que he jurado en falso porque no quisiera ver a mi hermano que lo llevaran como llevaban a aquellos pobrecitos a tirarlos a la sima!

Los falanges hicieron lo que quisieron. Una noche trajeron una escalera y entraron en todas las casas de las hermanas, en las once casas. Allí saltaron unos por el patio y otros por el fronte. Como no encontraban nada no volvierón más. Entonces él estaba metido en el bidón.

El pobre pasó muchos trabajos y muchas penas. Una vez se miró a un espejo y cayó  como muerto de verse tan delgado y tan blanco. Otra vez casi se muere, yo pensaba que ya se moría y decía que qué va a pasar cuando tengamos que enterrarlo. Se asfixiaba, no podía respirar y deliraba el pobre. Yo fui a la farmacia a pedir algo para una persona que se asfixiaba, se lo di y le sentó bien. Pero siempre estuvo muy malo.

El día 18 de abril yo fui a verle y le dije a mi hermana Rafaela:

-¿Pero dónde está?

-Pues ha ido a presentarse.

Había leído en un periódico que estaba perdonado y se fue a presentar. Le dijieron que se podía marchar, que era un ciudadano como otro cualquiera, pero el pobre tenía tanto miedo que se quedó allí  esperando que lo detuvieran. Por la tarde volvió el jefe y le vio allí.

-¿Pero todavía está usted aquí? ¿No le dije que se fuera?

Vinieron dos policías con él. Yo estaba allí; Rafaela salió llorando y los policías dijeron:

-Señora, no llore.

(Un año más tarde, Pedro Nolasco Perdomo Pérez todavía tiene miedo. No ha encontrado trabajo y su salud es muy precaria. La humilde sonrisa es una pobre mueca en un rostro pálido y alargado. Se niega rotundamente a hablar de su pasado; en realidad, apenas recuerda nada. Las hermanas han ido muriendo y él cambiando de sitio y de soledad. Ultimamente vivía en una habitación de tres metros cuadrados con un ventanueco; la bombilla está empotrada en un rincón, como en una pequeña hornacina, para que su luz no fuera descubierta desde el exterior. Una cama estrecha, una silla, una mesita, un montón de viejas revistas. Periódicos y revistas han sido su sola compañía. >>Como no teníamos dinero para comprarlos, los iba dejando en un montón y luego sacaba los de abajo para volverlos a leer porque ya se me habían olvidado. Pero no quiero hablar de eso.>> Su vista es muy débil, a veces se le va la cabeza no recuerda dónde está o qué gente le rodea. Insiste en una sola obsesión: buscar un trabajo para compensar los gastos de sus dos hermanas vivas.

Perdomo, según referencias judiciales, fue reclamado a los dos meses de comenzada la guerra por el Juzgado Militar número 1 de Las Palmas como implicado en el asesino de dos centinelas en el barrio proletario de la Isleta, donde vivía. Los hechos ocurrieron días antes del 18 de julio pero, como siempre, es imposible dilucidar si Perdomo fue el que disparó sobre los soldados. Él era entonces vocal en el Comité Ejecutivo del Partido Socialista local.

El mutismo sobre su vida anterior al ocultamiento y sobre los treinta y dos años y nueve meses que permaneció encerrado ( se presentó a raíz del decreto de indulto del 69) es absoluto. Sólo quiere trabajo y olvido.

Post  scriptum: Pedro Perdomo murió en el invierno de 1975 de un colapso respiratorio. No había conseguido trabajo.

ARCHIVO DE:

JESUS PERDOMO RAMIREZ

Haría-Lanzarote

(Gracias a la colaboración de Aleja