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No caeré en ese error, Agustín

Por Manuel García Déniz

 

Conviví con Agustín Acosta durante diez largos años. Con él, dirigí una revista, creamos el único diario que ha tenido Lanzarote en su historia y mantuve infinidad de conversaciones y discusiones. No era un hombre fácil. Al contrario, era un hombre enormemente complejo. Capaz de lo mejor y de lo peor en apenas unos minutos. De ponerse a gritar sin contemplaciones y al rato disculparse compartiendo chistes o reconociendo el trabajo que hacía la otra persona. Admito que en la relación conmigo nunca hubo gritos, ni siquiera en sus peores momentos cuando empezamos a divergir de tal manera que se hizo imposible la continui­dad.

Era duro enfrentarse a Agustín, muy duro. Desde dentro, una tarea de titanes. Pero precisamente por la capacidad de resistencia que se aprendía con él, me negaba a rendirme. La batalla fue cruenta, muy dura, y el enfrentamiento, motivado también por influencias políticas, me dejó sin trabajo. Pero no me rendí ante el coloso. Y sé que me lo valoró, sobre todo, en las conversaciones que mantuve con él en estos cuatro últimos años, después de que abandonáramos el periodo de siete años sin hablarnos. Dos todavía en su empresa y cinco más cuando conseguí, voluntariamente, abandonarla. En este periodo hubo presiones de todo tipo, pero no hubo gritos. Ninguno de los dos soportábamos que nos gritaran.

Tenía que hacer la aclaración previa para poder escribir sobre Agustín. Y hacerlo, sabiendo que pasé con él ocho años de gloria y dos de infierno. Con él sufrí pero también me reí como nunca antes y después. Conocí a un enemigo brutal pero disfruté de un amigo incondicional. Me hizo trabajar como nadie pero me lo reconocía como nadie también. Exigía que se hicieran las cosas como él quería pero conseguí en muchas ocasiones que quisiera las cosas que yo decía. Nunca fui tan libre escribiendo artículos. Si no le gustaban, me maldecía lejos de mí y cuando se le pasaba venía a buscarme para tomarnos el zumito y el café muertos de risa los dos. O los tres, porque el que hoy es diputado Miguel González, que fue periodista porque Agustín le dio la oportunidad de serlo, también venía. Al final, siempre me decía que estuvo bien, que vino bien que escribiera aquello o lo otro, a pesar de que algunas veces mis "A mi manera de ver" le causaban problemas con sus amigos, patrocinadores y políticos varios. Fui libre y me cuidó. Me dejó parte de su poder para que lo administrara internamente y me tuvo como primer consejero. Fue una etapa que se acabó ocho años después. Fue culpa de los dos, seguramente. Y también de las carencias económicas de aquella época y las presiones. Agustín era un periodista profundo, que le gustaba buscar la información donde estaba y hurgar en la herida de los lemas que le preocupaban. Fue tremendamente duro, en muchos casos injusto, pero era capaz de olvidar los odios de la misma forma que los creó. También fue injustamente tratado, ninguneado por los mismos que aupó al poder, provocado por mediocres que no le llegaban a la suela de sus zapatos. Por aquellos que venían a que les diseñara las estrategias políticas y que le dieran cobertura mediática.

Agustín era un hombre duro, extremadamente inteligente y muy persistente. Tenía una ilusión difícil de encontrar en cualquier otra persona, empezaba el día de madrugada con una fuerza tremenda, contagiaba su amor por el trabajo de periodista de raza "abierto las 24 horas". Quiso, por encima de todo, hacer el bien. Se empeñaba todos los días en hacerlo, aunque no siempre pudo ni siempre le dejaron. Reducir la dimensión política, periodista y social de Agustín a su carácter o a las relaciones personales que hemos tenido cada uno con él, me parece tremendamente injusto. Yo no voy a caer en ese error. No quiero caer en ese error. Tardará mucho tiempo en aparecer un periodista capaz de desarrollar su actividad profesional a la vez que actúa de empresario y da trabajo a cientos de personas. Que esté preocupado por ver cómo abre y con qué informaciones su programa por la mañana y al mismo tiempo por pagar las nóminas de sus trabaja­dores. Que lejos de achicarse tira para delante con todo sin importarle los años ni los impedimentos. Renunciando a muchos privilegios por no ceder cuando creía que no era bueno para su gente, para Lanzarote.

No caeré en ese error, Agustín. No caeré.

 

 

 

 

 

 

 

 

 


AGUSTÍN  ACOSTA  CRUZ