Fuente: Crónicas de
Lanzarote
Jueves, 16 de abril de
2009
Por Manuel Medina Ortega
Diputado del Parlamento Europeo
del PSOE
Con la muerte de Agustín Acosta he perdido un amigo. Sé que no volveré a recibir sus llamadas de primera hora, en Lanzarote, en Madrid, en Bruselas o Estrasburgo. No me reuniré de nuevo con él en su emisora, ni tendré oportunidad de disfrutar de una larga sobremesa para hablar de lo divino y de lo humano. La pena que siento es enorme.
La relación entre un político en activo y un periodista no suele ser fácil. Agustín y yo discrepábamos en muchas cosas pero él nunca abusó de mi confianza para difundir lo que yo le hubiera dicho en privado. Su estilo incisivo de periodismo agresivo nunca fue utilizado contra mí. Tengo una deuda de gratitud con él y guardo de él un recuerdo emocionado.
A través de Agustín y de otros amigos de los medios de comunicación tuve el privilegio de vivir la transformación de la prensa conejera desde la etapa predemocrática hasta la consolidación del sistema democrático. Antes había tenido ocasión de conocer personalmente a tres pioneros de nuestro periodismo durante la etapa franquista: Leandro Perdomo, Agustín de la Hoz y Guillermo Topham. Leandro, vecino de enfrente, atravesaba la calle de Porlier todas las semanas para pedir a mi padre el artículo de "Fidel Roca". Guillermo Topham vivía al comienzo de la calle que se llamaba del Rosario cuando yo nací en el portal número 15 de la misma y era pariente por partida doble, aceptando artículos como estudiante. Me publicaba artículos que escribía yo con seudónimo cuando era todavía estudiante. Agustín de la Hoz, algo mayor que yo, fue, sin embargo, compañero de inquietudes intelectuales en el Arrecife de mi adolescencia.
El periodismo que le tocó vivir a Agustín Acosta y a los otros amigos de la transición a la democracia era muy distinto, tanto por sus posibilidades como por los medios con los que podían contar. Aunque colaboré en las publicaciones periódicas de la Isla en los primeros años de la democracia, pronto me di cuenta de que se trataba ya de una actividad distinta, mucho más condicionada por exigencias políticas y económicas locales que en la época anterior, que limitaban en gran medida la espontaneidad de un político en activo como el que firma la presente nota después de mi elección al Congreso de los Diputados en octubre de 1982.
Algo que aprendí desde aquellas fechas es que si, por un lado, el político está obligado a acudir a los medios de comunicación para ponerse en contacto con el electorado, esto lo ha de hacer por su cuenta y riesgo. El periodista está condicionado por motivaciones distintas a las del político incluidas, eventualmente, las exigencias de una realidad económica que limitan de forma profunda el margen de maniobra del periodista. Es éste un grave problema de la democracia, el de las relaciones entre poder económico y periodismo, que no ha sido resuelto de forma satisfactoria, con un incremento notable de la influencia del poder empresarial sobre la edición periodística.
Partiendo de estas limitaciones, la actividad política exige una proyección mediática que el político activo no puede controlar. Los errores pueden resultar magnificados por los medios de comunicación y los éxitos no son fáciles de destacar. Pero el político no existe para el electorado si no recurre a los medios de comunicación, lo que le obliga, en palabras de Ortega y Gasset, a tener que actuar como "un aristócrata en la plazuela".
El contacto con mis amigos periodistas me hizo tomar conciencia de las dificultades económicas de la empresa conejera de medios de comunicación en la etapa democrática. Leandro Perdomo, tras unos años de gran esfuerzo económico y sacrificio personal, tiró la toalla y tuvo que embarcarse como emigrante a trabajar en las minas carbón de Bélgica, donde el Partido Comunista de España le prestó alguna ayuda para poder continuar su labor intelectual. Agustín de la Hoz, después de un breve periplo trabajando en la prensa de Las Palmas, se refugió de nuevo en la Isla de los volcanes, donde sobrevivió gracias a mecenazgos no siempre desinteresados. Guillermo Topham compaginó una corresponsalía en un medio nacional con su esfuerzo personal por sacar adelante, en palabras de un capitán del Ejército de los años cincuenta, "el periódico de mayor solvencia política de España".