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En el adiós de D. Juan Valenciano Curbelo

 

Por Agustín Acosta

Fuente: La Voz 23-10-95

 

Ayer nos abandonaba -sólo físicamente-, en su bello y singular pueblo de Haría, don Juan Valenciano Curbelo, que moría a los 92 años de edad, 92 años, ciertamente, de una vida jalonada de esfuerzo y rectitud en lo que fue su recordado, inolvidable y provechoso magisterio. Fue la suya, además, una fecunda convivencia entre todos los que tuvimos la suerte de tratarle y conocerle en calidad de alumnos, de familiares o de amigos, que los tuvo muchos y auténticos, tal era el afecto que desprendía y el aprecio que se sabía ganar ante cualquiera. Era don Juan, en suma y sin vacilación, un hombre de bien; bueno en el sentido machadiano del término, como reconocerán, sin excepciones, todos los que en estos momentos nos acompañan en el justificado llanto de su muerte.

Hasta más allá de sus setenta años dedicó su vida Valenciano Curbelo a la tarea, entonces mucho más difícil y amarga que ahora -y quienes fuimos sus afortunados alumnos somos testigos de ello- de su magisterio escolar. Supo don Juan en todo momento y circunstancia, llevar y ejercer con dignidad esa condición de maestro (palabra herniosa como pocas, sobre todo cuando quien la lleva orgulloso sobre sus espaldas es merecedor de la misma).

Se nos ha ido Juan Valenciano Curbelo, sí, pero con la conciencia tranquila y la certeza del deber profesional y humano cumplidos. Y detrás deja su huella familiar por un lado, y por el otro esa estela tangible de su legión de alumnos que siempre le guardarán al maestro un rincón de su memoria. ¿Cabe una herencia más hermosa?

En Haría, rodeado de esas miles de palmeras que miran y se elevan al cielo como su alma, murió un excelente profesional de la docencia y una extraordinaria persona a la que ni siquiera ese tránsito obligado que supone la muerte física logrará, jamás, arrancárnoslo del todo, por más tiempo y distancia que se interponga de por medio.

Las mismas palmeras míticas que saludaron su nacimiento, allá en el casi bíblico Valle ele Haría, han visto ahora morir en la superficie terrenal a don Juan Valenciano Curbelo. Pero saben ellas, como nosotros, que no fue en vano su nacimiento, su obra, su magisterio, y su vida toda. Y por si ello fuera poco, supo nuestro hombre sembrar en todos sus hijos esa misma vocación por la docencia (siete hijos tuvo, y a los siete enseñó a enseñar, si se nos permite la sonora y hermosa redundancia). Agustín -ya fallecido-, Domingo, Carmen, Dolores, Antonio, Juan y José María, son la muestra evidente del paso provecho­so de don Juan por esta vida.

Era don Juan, además, hombre culto y preocupado por estar siempre al día, al cabo de la calle. Conocedor del pasado y del presente de Lanzarote, y profundamente enamorado de toda la Historia de su país. Y lector ávido del ABC, así como responsable del primer edilato de Haría, en su etapa política, en tanto que hombre preocupado por los aconteceres públicos, fueran municipales o insulares (su hijo Domingo ejercería también, por cierto, como alcalde).

Quienes fuimos sus privilegiados alumnos no decimos sólo adiós al maestro, sino también al amigo, a ese hombre íntegro y cabal que tenía su aula en el rincón último de aquella vieja y destartalada casona de don Pedro Verdugo que aún hoy se mantiene en pie, con sus arcos todavía sin derruir. Quienes, en efecto, hoy somos lo poquito que somos gracias, en gran parte, a la enseñanza que nos impartió el maestro que supo ganarse su condición a pulso, no podemos ahora -ni queremos-disimular la tristeza que nos embarga en este preciso momento de su despedida. Tristeza que se hace llevadera por fortuna, gracias al consuelo que supone el saber que le decimos adiós a quien supo sacarle provecho a la vida, y por eso la abandona ahora ligero de equipaje y sabedor, como decíamos al principio, del deber cumplido.

Reciban nuestras sinceras condolencias su desconsolada esposa, doña Rosario, sus hijos y el resto de su amplia familia.

 

 

 

 

 

 


JUAN VALENCIANO CURBELO