TRADICIONES  / Tradiciones

 

 

El del Anillo desarrollaba el instinto de las jovencitas para abrir el puño del joven que lo apretaba. O si no, el Juego del Pañuelo -tres puntas anudadas y una suelta-. ¿Quién acertaba?...

 

El Juego de la Santa: A cada joven se le asignaba el nombre de un ingrediente del mojo o del potaje canarios -los más ancianos asignaban en secreto los nombres y servían de árbitros. Si alguien decía que le faltaba «calabaza», el aludido respondía que le faltaba otro ingrediente, sin fallar; de lo contrario recibiría un castigo gracioso.

 

El Juego del Casamiento se vendaba los ojos, se les desorientaba, y si, al girar, coincidían los rostros de un varón y de una hembra, bailarían juntos.

 

Más pícaro era el Juego del Suspiro, porque cada chica suspiraba solamente al varón deseado que rezaba su nombre y apellidos.

 

Pero el Juego del Canto, ¡ay, el canto!, precisaba de verdaderos palladores: Si la chica era capaz de responderle adecuadamente, y superarle, no formarían pareja.

 

Como el de la Cadena, lío de fuerza, astucia y picardía. Los jóvenes, alternados los sexos, formaban un círculo de modo que las manos, con los brazos cruzados ante el pecho, alcanzasen: La mano derecha a la chica de la izquierda, y al contrario. Tiraban, así, con fuerza, y el joven o la chica por donde se rompía la cadena iba quedando eliminado; bailaban, luego, por orden de vencedo­res a vencidos.

 

Y, en el Juego del Pozo, eran las mozas quienes elegían pareja para el baile. Se iban tendiendo en el suelo, y exclamaban:

«¡Ay, Jesús, que he caído en un pozo!». Un anciano, «presidente», inquiría sus metros de profundidad, respondien­do la chica, aproximadamente, la estatura del chico que deseaba, quien la ayudaba a levantarse.

 

 

 

 
 

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