PREGONES DE HARÍA > Índice
Fuente: La Voz de Lanzarote.
DESGRANAR RECUERDOS A LA SOMBRA DE LAS PALMERAS
(…) Pregón callejero, de plaza y vientito, de niños jugando en espera de que se prenda fuego a la hoguera y adultos que escuchan con interés, una voz paisana, que les resulta archiconocida. La tradición manda, los pregones de las fiestas de los pueblos no deben ser de salón, sino de balcón, o en su defecto de tarima.
El pregonero inició su andadura con un interesante repaso histórico: “…Durante la época de la Conquista, comienzos del siglo XV, Faría, Haría o Aría, así se escribió, fue paso ineludible entre conquistadores y aborígenes, y piratas francos, castellanos o andaluces, que arribaban en busca de esclavos o comercio. Desde entonces, sus célebres cuevas sirvieron de escondrijo a los nativos, y las “casas hondas” del Malpaís de la Corona, con sus respiraderos, de refugio para los perseguidos. Como también sirvió de refugio, en época de los Reyes Católicos, la Cueva de los Verdes, para un puñado de judíos expulsados de España, de apellido simbólico Verde, que dejaron en esa cueva vidas y dineros, mientras otros, pasando el tiempo, se fueron estableciendo y maridando en la Vuelta Arriba. En posible honor de Juan de Bethencourt, San Juan Bautista bendeciría estas tierras, y muchas de Canarias, al punto que es el santo de nombre más extendido y de fiesta más popular en el Archipiélago.
Con el primer marquesado de Teguise, Herrera y Rojas, se acentuó el poder estratégico de las costas de Haría, ahora frente a los piratas ingleses y franceses, que aguardaban, en los alrededores de La Graciosa, los barcos españoles que regresaban de América cargados de mercancías.
Con ese mismo marquesado, Mala se convirtió en la puerta insular de la comunicación escrita, con una cartería servida por caballos, que mantenía a Lanzarote en contacto con el exterior. Ponderaba también, el marquesado, la calidad productiva de estas tierras, favorecidas regularmente por la lluvia, y al parecer, con pozos propios. Fue durante el primer marquesado cuando las costas de Mala se vieron más duramente castigadas por piratas berberiscos o argelinos.
RELACIÓN DE VECINDAD
La primera “relación de vecindad”, o censo oficial, realizado en la isla, en 1587, y de acuerdo con el patrón censual establecido por Felipe II, o de cinco miembros por cada familia, en Haría apuntaba unos cien habitantes, siendo después de Teguise el primer caserío de la isla. Algo después, en 1592, Torriani se fijará en los pozos salobres de Famara, para uso del ganado en época de sequía, y el portugués Fructuoso, en 1598, alabará la abundancia del ganado y la buena calidad de nuestros quesos.
Durante el siglo XVIII, ocurrían en Haría hechos trascendentales. Hacia 1730, el hijo de Haría, Andrés Curbelo, párroco por entonces de Los Remedios de Yaiza, narrará las patéticas erupciones del Timanfaya.
Mientras, y “libre de volcanes”, como escribe Castillo en 1737, y con 725 habitantes, Haría presumía de parroquia propia, junto al altar de la iglesia yace enterrado don Andrés Curbelo, donde el Cristo de las Aguas, o Cristo de las Leyendas, que arribó flotando sobre las olas por cansancio de navegar, encontraría cobijo duradero. Y no bastaba con la persecución del pirata Arráez, en la que Haría y sus cuevas sirvieron de refugio a los perseguidos, ni con la leyenda de la cristiana ahogada en Los Jameos por amor de un morate. Sino que, según Viera y Clavijo, en 1773, Haría ya era, de por sí, un valle acogedor y bello, nada menos que con setenta casas y una pequeña, pero “aseada”, iglesia parroquial. En el censo de 1787 se la define como “pueblo señorial con alcalde pedáneo”.
RAZÓN DE SER DEL MUNICIPIO
En el primer tercio del siglo XIX Haría aparece como municipio. En septiembre de 1808 se forma provisionalmente el Ayuntamiento, en una reunión del Cabildo, en Teguise, con motivo de la Constitución de la Junta Patriótica Subalterna; reunión a la que acudieron apellidos norteños tan comunes como Acosta, Perdomo, Bonilla, Peraza, Socas y Camejo. Municipio provincial que quedó definitivo en 1812, según Oliva en 1865, cuando las Cortes de Cádiz. Cortes éstas que durante su mandato, entre 1812 y 1820, realizaron un papel decisivo entre los habitantes de la isla, puesto que despojaron de las tierras a los Marqueses de Lanzarote, por no vivir en ellas ni de ellas, y se las otorgaron a los vecinos que las cultivaban. Por lo que Haría cobró ya sentido agrícola y pastoril, y el municipio tuvo razón de ser.
En el último tercio del siglo XIX, Puerta Canseco escribirá (1897) que se estaba constituyendo la carretera del Norte, en un trazado de veintiocho kilómetros desde Arrecife. Y se define Haría como “valle delicioso” de tres mil cuarenta y seis almas, con rica producción de cereales, de garbanzas y de exquisitas frutas, y con un puerto, el de Arrieta, declarado de interés general. Integraban el municipio, como núcleos fundamentales, Máguez, con cuatrocientos noventa y cinco vecinos, y Mala, con cuatrocientos setenta y nueve. Y como lugares de visita indispensable se citan la Cueva de los Verdes y las Salinas de El Río, salinas que también contribuirían a la mejor economía norteña.
Con la caída de las últimas colonias americanas, y por supuestos del destino, la declaración de guerra entre los Estados Unidos de América y nuestro país hizo que los últimos años del XIX y el primer tercio del XX Canarias cayese bajo la amenaza de ocupación norteamericana. Para prevenirse, no sólo se diseminaron nuestras costas de trincheras o de “nidos” bélicos, sino que los vecinos de Lanzarote empujaron y arrastraron hacia lo más estratégico de la cordillera de Famara – lugar bautizado como Batería del Río, paramera desde donde se contemplan ampliamente los islotes y se divisan los barcos que pudieran llegar del Norte -, los dos cañones más grandes y pesados que jamás contó esta isla. Allí sobraron brazos y camellos, sudores y días inagotables, hasta que la isla durmió más tranquilizada porque desde allí, desde la Batería, se oía el latir de todas las coracolas del Atlántico.
Pero basta ya de citas históricas, más propias de persona mejor versadas en nuestro pasado.
LA PEQUEÑITA HISTORIA
Prefiero que recordemos juntos lo que ha sido nuestra pequeñita historia, el entorno de nuestra propia vida.
Prefiero que nos traslademos a la Haría bucólica de los últimos decenios, callada unas veces y bulliciosa otras, pero siempre con una población austera y laboriosa, en permanente riesgo de su sudor sobre la tierra, bajo los entrañables arpegios del reloj cantarín de la Iglesia de la Encarnación.
La Haría bulliciosa, pletórica de vida. Las calles despiertas al ajetreo mañanero de las vendedoras de pescado de la Graciosa. Los animales de labor acompañando a los labradores, camino de los sembrados. Las mujeres en el pleno ir venir de la compra para la casa. Las campanas de la Iglesia convocando a misa, y don Juan Arocha, el esquelético cura de estampa quijotesca, dando los buenos días a los feligreses, breviario en mano, camino del templo. Y don Mariano López Socas, don José Monfort y don Juan Valenciano y tantos otros alcaldes que están en nuestro recuerdo, enfilando sus pasos hacia el Ayuntamiento, donde Gregorio Barreto les recibía con los inevitables expedientes oficiales.
La Haría señorial en unos casos; sencilla y hasta popular en otros. Señorial en sus saberes, en sus decires, y hasta en sus ademanes. Señorial en sus costumbres, en su corrección social. Señorial en sus tradiciones.
HARÍA DE HIJOS ILUSTRES
La Haría de la Biblioteca de don Enrique Curbelo que tuvo fama de ser una de las mejores de Canarias. La Haría de los hijos ilustres: la Haría de los López Socas y de los Valenciano. La de Benito Méndez y el general José González (Fefo). La de don Juan Arocha, y el canónigo Dorta. La del poeta Jordán. La de Manuel Barreto, José Betancort, Vicente López Socas, Torres Stinga e Isabelita López. La del clérigo Juan Barreto y el cardiólogo Antonio Rodríguez. La de las niñas de don Zenón con sus colirios de rosa. La de Juan de León y María Luisa, que operaban como dentista y comadrona con gran habilidad. La Haría de María Luisa Perdomo que en un decir de Sebastián Sosa “lleva a Haría en el alma”.
La Haría de las profundas tradiciones: las religiosas en las grandes festividades de San Juan, de Santa Rosa o la Natividad, en la que fuera la más amplia y elegante iglesia de Lanzarote, desgraciadamente derruida luego por un huracán. Tradiciones igualmente de fraternidad, de ayuda mutua. Tradición repostera, tradición artesana en los maravillosos trabajos en pírgano o en hojas de palma que más que por manos terrenales parecían estar confeccionados con dedos de ángeles. La tradición teatral, simbolizada hoy por Encarnación Rodríguez.
La tradición festiva, las verbenas bullangueras, el circo de Arturo, los “conciertos” de piano de doña luz. Las muchachas en todo el esplendor de su belleza, engalanadas en los bailes del Salón de Joaquín, del “Canuto” o en la planta alta del edificio de Aquilino. Y el pueblo congregado al atardecer, en la pequeña plaza del Ayuntamiento, en tiempos de presencia militar, para contemplar las retretas en son de serenata.
DEL ENIGMA A LA CIENCIA
La Haría enigmática, mágica y supersticiosa. La de las típicas enfermedades populares, dictaminadas por “acreditados” curanderos: el “pomo esvaido”, “la máquina parada”, el “dolor de rabadilla” y la fiebre que se curaba inmediatamente, barriéndole la cara al paciente con una escoba nueva.
La Haría del sobresalto con las cegueras en serie motivadas por el alcohol metílico, causa, al fin descubierta por la farmacéutica del pueblo, que mereció por ello una condecoración nacional.
La Haría proyectada definitivamente en la ciencia, a través de los cangrejillos ciegos que a ras de la superficie del planeta compiten con sus parientes próximos ubicados nada menos que en la fauna abismal: los “munidopsis polimorppha” de los Jameos del Agua. Parecida proyección científica tiene la “Herbácea lopezsocasis”, pequeña violeta descubierta por don Mariano López Socas (de ahí la denominación que se le da en los catálogos de Botánica) y que solamente ha sido localizada en los acantilados de Famara. Y las misteriosas “queseras” (como la de Bravo, junto a los Jameos del Agua), exactamente igual a la que existe en Zonzamas, sólo que labradas en terrenos que tienen una diferencia geológica de miles de años, lo que demuestra que su construcción se debió a alguna costumbre o rito que perduró en los pobladores prehistóricos de la isla durante milenios. Queseras de las que, según nuestras referencias, sólo existen vestigios similares en Rodesia, en el extremo sur del continente africano, constituyendo, por tanto, un misterio hasta ahora indescifrado que los lanzaroteños no hemos sabido valorar.
La Haría de las huertas primorosas, hoy casi abandonadas, donde no quedaba un solo palmo de tierra por cultivar, donde un perenne tapiz de suelo verde servía de basamenta a “las columnas helénicas de las palmeras”. El valle ubérrimo que entusiasmara a Isaac Viera, asomado un día en la montaña de Malpaso:
“Ebrio de luz y de aromas
miré de un monte
en la falda
entre ribazos y
lomas
tus casas como
palomas
sobre un lecho
de esmeralda.”
La Haría que todavía hasta hace pocos años no había podido superar el trauma del prolongado pleito, sostenido en el pasado siglo entre la familia López Socas y sus seguidores, y otro grupo de vecinos capitaneados por el Ayuntamiento, que prácticamente desangró la economía local ante los cuantiosos y exagerados gastos ocasionados en Las Palmas para el sostenimiento del litigio en la Audiencia, y que al final por agotamiento terminó siendo suspendido por voluntad de las partes tras un convenio transaccional, en el que, según se dice, jugó un papel primordial el procurador Sergio Oliva. En tal acuerdo se pactaba que pasaría al Ayuntamiento una gran parte del Malpaís; y una porción menor a la familia López Socas, donde luego sería construida La Torrecilla.
Haría: el pueblo que por la primera mitad del siglo fuera el más opulento de los del interior de la isla. Con sus casonas señoriales, su elegante sede del Ayuntamiento, de la que se dice que es el edificio que más engrudo ha consumido en el mundo. Con su pomposa central eléctrica, que suministraba luz, unas cuantas horas diarias, mientras el resto de los pueblos del interior de la isla permanecía a oscuras.
RECUERDOS Y VIVENCIAS
Me siento obligado a pedir perdón por haber convertido el pregón de estas fiestas de San Juan en un intento de desahogar y compartir personalmente con ustedes todos estos recuerdos, surgidos de mis vivencias en este incomparable Valle en el que tuve la suerte de nacer. Recuerdos y vivencias que, pase lo que pase, y esté donde esté me acompañarán siempre como uno de los tesoros de mi vida.
Junto a los que hemos sobrevivido, aquí están los que un día nos acompañaron y ya no pueden hacerlo. Aquí está don Juan Arocha, armando ruido en la casa con los formones y los escoplos, esculpiendo primorosas tallas de madera. Aquí está Sosa, recogiendo los recados que día tras día, le llevan al Puerto; el camión desvencijado de Juan Pérez, y el de Martín que tan pronto transportaba solamente pasaje, como una mixtura de personas, cabras y hasta cajones de muerto. Y la saltarina tartana de señor Damián. Está D. Gabino, interrumpiéndonos a las doce de la noche, por cierre de la Central, la emisión de radio y los discos dedicados de Antonio Machín, de Mari Sánchez, de Lola Flores, que resonaban en aquellos voluminosos aparatos de radio, cuando todavía no se soñaba con los transistores. Aquí llegan las guaguas de la Gildez, que a la “rápida velocidad” de cuarenta kilómetros por hora traían y llevaban la gente al Puerto, troteando sobre la tierra y las piedras de la carretera y con la mirada atenta de don Manuel Cáceres, el gerente de la empresa que ordenaba llevar siempre junto al chofer un saco de tierra y unas cuantas pencas de tunera, por si fallaban los frenos o se recalentaba el motor en la Cuesta de Trujillo.
EL VERDADERO CORAZÓN DE LA ISLA
Nuestro pueblo ha sabido aunar aborígenes y conquistadores, judíos y colonos, moratos arrepentidos o sometidos por amor, o ilusos que han pretendido volar valiéndose de alas de papel. Las fiestas de San Juan Bautista que desde aquí, por primacía, irradiaron por toda Canarias, y que aún contienen aspectos de romerías de juegos juveniles entre hogueras, de amores que se abren de madrugada, entre papeles, y de enfermos que se curan con el rocío del alba de San Juan, junto con los niños o mayores “quebrados” que recomponían sus huesos merced a mágicos rezos y juegos rituales, todo ese acervo milagroso que vivió el ayer se transforma, ahora, en Haría, en romances, cantares, dichos y recuerdos nostálgicos, que no sólo vuelven a cobrar pleno sentido en las cuerdas de los timples, sino también en las bocas de los emigrantes, o en la vuelta al redil, periódicamente, de los hijos que nacieron y crecieron bajo estas palmas. Porque Haría, como la madre de nuestros cantares, jamás muere, ni se olvida. Es, Haría, el verdadero corazón de la isla, cuyo pulso constante nos hace volver irremediablemente los ojos, escalonados en islas, al mar, que parte hacia los cinco continentes.” (…)