- Chafariz -
Por Sebastián Sosa
Barroso
CULTURA: -- Literatura
FUENTE: DE
LANZAROTE ÍNSULA
¿Fue, acaso, que un día, con ese solajero que rompe las piedras, cuando llegó un morito extraviado, allí, en los altos de Haría, buscando agua, laderas arriba, y la encontró como en un misterio bíblico y bendijo el lugar con el nombre mahometano de Chafariz?
Me lo imagino con su chilaba parda, sorbiendo el agua que le cabía en la concha se sus dos manos juntas, en actitud ritual, con su turbante puesto de color azulado intenso y sombreado de gris; el viajero navegante se orienta con el sol bendito y gira su cabeza hacia la Meca sagrada; su cara se transporta en un misterio antiguo: reza con la piedad de Abrahán y da gracias a Alá cuyo espíritu se expandía entre nubes blancas, llenas de cabecitas de ángeles que formaban, sobre el cielo de la isla, un inmenso gallo de tonos rojizos de albas orientales.
Su camello se achucha junto al borde oloroso de una fuente que parece hervir en su sueño de salida al aire libre: todo, allí, parece entrar en un conjuro de verduras imaginadas y roquedales tostados de lava volcánica. La tierra se hiere con los susurros de suras sagradas del Corán; en un instante, clavado, se esparce una liturgia oriental, llena de inciensos desde allí hasta Tabayesco, y unos sentimientos viejos de patriarca saltan en el pecho y en la boca del musulmán perdido en las laderas encrespadas de un lado-barranquera de Haría, que sueña, arriba, en la llanura, con cintas y celajes de harina.
Ese hombre de turbante oriental se hizo langosta viva y con sus gestos llenos de humanidad fue gracioso a la villa harinera y pervivió, muchos años, apartado, en su silencio de aguas altas; plantó higueras y palmeras que le dio un franciscano mallorquín y alimentó siempre esperanzas de llegar un día a La Meca a través de los desiertos del mar y de la tierra. Pero su barquilla, dejada un día a orillas de la playa, desapareció una noche de tormentas: un rayo la convirtió en carbón; frente al mar, el morito musitó la oración: "hágase tu voluntad, oh Alá, en las fuerzas ocultas que nos entremece".
Y se volvió a las montañas altas; se hizo morabito y en su soledad trabajaba y rezaba como un buen musulmán; nunca le faltó moza cristiana que lo acompañara y mediera para su reinserción en la iglesia peregrina de Cristo; por eso, posiblemente, se llenaron las tierras de Arráez, Arranz, Array, apellidos hermosos que en su día enriquecieron la hidalguía de la isla con un mosaico de religiones que convivían en absoluta armonía.
SEBASTIÁN
SOSA BARROSO