Un oficio para el recuerdo

                                       

            Pregoneros y pregones hunden sus raíces en la sociología popular de la España medieval. El pregonero es ingrediente esencial del paisaje humano de la sociedad española tradicional, y sus pregones eran las instrucciones, anuncios y noticias que, por vía oral, recibía la colectividad. 

            El pregonero actuaba como difundidor de noticias, transmisor de órdenes y encargado de poner en conocimiento del pueblo las decisiones de la Autoridad. Era la voz pública que hacía saber lo “ocurrido” y lo “decidido”, era el convocante de la gente y el mensajero del Poder; era la voz que se hacía oír hasta en los rincones más apartados del pueblo para dar a conocer “la buena nueva” o la “mala nueva”. Era, en fin, el gran comunicador que salmodiaba ante la concurrencia asuntos de interés para los vecinos. No es concebible, pues, el cotidiano devenir de los pueblos de España sin la presencia de este personaje en funciones de agente de la Autoridad. 

            El paso de los siglos ha hecho de esta figura un residuo del pasado. La sociedad moderna, cada vez más invadida por una información instantánea y efímera, que llega con igual velocidad a los hogares más recónditos y humildes que a las instituciones más reconocidas y poderosas del planeta, ya no necesita dotarse de ese canal informativo tan rudimentario y artesanal como el representado en otros tiempos por el pregonero. La sociedad de la información ha prescindido del oficio de pregonero, de igual forma que la sociedad postindustrial ha arrumbado otros dignos oficios, como sastres, bordadores, zurcidores, hojalateros, herreros, cesteros, sanadores y otros muchos. Es el signo de los tiempos y la marcha ineluctable de la Historia. 

            El pregonero ha sido despojado, pues, de sus tradicionales atributos, pero en el moderno imaginario popular perdura su nombre y su primigenia función anunciadora. Hoy no es oficio permanente, pero se oficia circunstancial y honrosamente de pregonero por encargo de la Corporación de un pueblo para anunciar el comienzo de las fiestas. La palabra del pregonero, la glosa que hace del pueblo, de su historia, de sus tradiciones y de sus gentes sirven cada año de solemne pórtico de una celebración festiva. 

El pregón en su concepción actual nada tiene que ver con anuncios y declaraciones oficiales. Para el ciudadano de hoy, el pregón es rememoración afectiva y testimonio histórico, emoción personal y catarsis colectiva. 

En un mundo que transita con tanto vértigo por el tiempo, donde el inmediato ayer ya es casi historia olvidada, el presente es sólo un preciso y fugaz instante y el futuro una inquietante incógnita que el mañana se encargará de despejar, el pregón de unas fiestas es una saludable parada en el devenir azaroso del tiempo. Durante unos minutos –justos los que dura la lectura del pregón-, la historia de ese pueblo se convierte en protagonista, el vértigo temporal del cotidiano vivir se torna calma, los problemas se aplazan, el tiempo se detiene y todo el pueblo se apresta a celebrar una ceremonia colectiva que tiene como oficiante al pregonero. Ceremonia de rememoración de la historia menuda de ese pueblo que el pregonero ha interiorizado y convertido en experiencia personal y recuerdo compartido.  

Porque un pregón no es discurso político ni lección de historia, sino algo más sencillo, íntimo e intenso. Tiene mucho de pública confesión personal y de emotiva y nostálgica evocación de un pasado imposible de recuperar. A través de sus palabras, el pregonero toma de la mano a toda la concurrencia y, en un imaginario viaje, juntos visitan los paraísos perdidos y comparten la pena por los sueños no realizados; rememoran personajes pintorescos que poblaron la infancia y añoran las indelebles imágenes de juventud que marcaron la posterior trayectoria profesional y vital de cada cual; lloran sin remedio los amigos perdidos y celebran las amistades recuperadas y el reencuentro con sus paisanos; recuerdan con comedida resignación las ilusiones no cumplidas y los proyectos siempre aplazados y casi nunca realizados. El pregón es, en fin, un relato compuesto con múltiples ingredientes, todos ellos teñidos de subjetividad y de evocación personal, una crónica sentimental contada cada año, por las mismas fechas, por un distinto actor y para un mismo pueblo. 

Saludable ejercicio este de recuperar, rememorar, evocar cíclicamente esa pequeña historia común de un colectivo humano que comparte cotidianamente los avatares de la vida y desea liberarse por unos días, a través de sus fiestas, de todas las pesadumbres que la vida entraña. 

Lanzarote es pueblo amante del trabajo y de la fiesta. Durante siglos, sus gentes han vivido sujetas a la actividad agrícola y pesquera, que han nutrido a la isla de un rico patrimonio literario, etnográfico y folclórico. En las últimas décadas del pasado siglo, esta isla ha experimentado una extraordinaria metamorfosis en la configuración de sus pueblos y sus costas, en su economía, en su tejido social... Y no siempre para bien.  

La sociedad tradicional y la economía familiar han dado paso a un paisaje humano multicultural y a una industria turística desarrollada a gran escala. La economía insular se ha movido en estos nuevos tiempos entre el vértigo del feroz consumismo y la opulencia del superdesarrollo y el desánimo y la parálisis que surgen como consecuencia de toda depresión económica. En medio de estos vaivenes de nuestra reciente historia, los más conspicuos y honestos observadores del devenir insular asisten con preocupación y desasosiego a tanta y tan rápida transformación y claman por que la necesaria integración en una cultura globalizada no tenga que ser a costa de renunciar a nuestras raíces y de perder todo aquello que se ha dado en llamar “señas de identidad”.

Quienes creemos en la necesidad de compatibilizar lo global y lo local debemos acoger con entusiasmo todos los proyectos encaminados a estimular la conservación de nuestra memoria histórica, a profundizar en el conocimiento de nuestras raíces y a impedir que la “modernidad” globalizadora todo lo invada y todo lo integre en un magma indiferenciado y homogéneo, sin vida propia ni concreta localización geográfica.  

Ante este panorama tan poco propicio para la defensa y salvaguardia de nuestras diferencias, iniciativas como la emprendida con generosidad y entusiasmo por Óscar Torres Perdomo y Jesús Perdomo Ramírez de recopilar los pregones de todos los municipios de Lanzarote son dignas de elogio y merecen todo el apoyo social e institucional. Con paciencia, tenacidad y dedicación han rastreado archivos y hemerotecas, han comprometido a personas en la localización de material perdido, han hecho lo imposible por encontrar lo inencontrable. Y, como fruto de esa impagable labor de años, nos regalan ahora esta espléndida colección de pregones de pueblos y barrios de Lanzarote.  

Su lectura será un gratificante ejercicio de evocación de nuestras esencias y un acicate para construir un futuro insular integrado en el mundo, pero sin romper con aquello que hizo de Lanzarote diferente y única.