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Fuente: Programa Fiestas San Juan 1993
 

Aquel romance lírico yo lo cantaría así:

"Quién hubiera tal aventura
sobre las aguas del mar
como hubo San Borondón
la mañana de San Juan
cuando llegó hasta la cima
De un apagado volcán"

Y es que fue así todo el sueño: nuestros antepasados ofrecían a la divinidad leche y miel de cabra en copas de barro cocido labradas a mano; allí, allí arriba en la cima del volcán de la Corona, solicitaban el cumplimiento de sus deseos al dios de los Prodigios; había hogueras encendidas y al rito de danzas ancestrales, con las manos levantadas, pedía siempre que no le faltasen el agua, la harina y la esperanza verde.

Un día cualquiera, de mañana en aquel día, como se dice en los viejos romances, arribó la nave de San Borondón, por la esquina de Órzola; la nave Isla quedó atracada, sin encallar, en los rompientes del basalto volcánico. San Borondón y sus compañeros de viaje quisieron pasear y fisgonear por las orillas de un mar que suavemente lamía las arenas doradas que llegaban hasta la boca de los Jameos del Agua.

Algo  rendidos del viaje marino que siempre hacen por estas Islas, y, a causa de un día de extremo calor, se refugiaron en la cueva de sombra sabrosa y verdisca donde siempre sueñan los cangrejos ciegos.

Y he te aquí, que se durmieron y que por las escaleras del sueño se introdujeron por el tubo lávico de la Cueva de Los Verdes; y todos, un santo y otro santo y otro santo subieron por las galerías subterráneas que los llevaron al mismo cráter del volcán de Haría. Y vivieron allí, el prodigio más grande que la mente humana podía concebir: los niños, mujeres y hombres vestidos de pieles curtidas estaban, después de tanto ritual en la noche, semidormidos y casi en éxtasis; más el portento seguía su danza en los círculos de la mente. San Borondón y otro santo y otro santo se presentaron con una aureola en sus cabezas. Todos se abrazaron sin conocerse; el rito viejo se iluminó con tanta hoguera de aulagas; el rito nuevo que predecía "San Juan Decapitado", se impuso, sin lanzas ni pedradas; y entonces, entonces los santos del exilio del mar vieron nacer otras naves: La Graciosa, Alegranza, Montaña Clara...

¡Era la mañana de San Juan! Y los traficantes del mar volvieron de nuevo a la isla-nave que en estaba atracada en Órzola, seguramente para sumergirse de nuevo en el mar de los encantos.

Y  los nativos, desde la misma atalaya del volcán de la Corona, vieron brotar las aguas planteadas del Chafarí que llegaban hasta las playas de Arrieta; y el campo llano de Haría resplandecía con las espigas de oro de tanto trigo y cebada: "era la ventana del pan nuestro de cada día". Cerca de Máguez los niños hicieron una enorme fogata para destruir al dios del mal que se escapaba, ladera abajo por las torrenteras de cinabrio de Famara. Pero..., pero... Pedro Barba, en su nave de vieja madera acechaba caballero de escudo y lanza. Acechaba con ojo certero de águila con el propósito de romper el prodigio de una noche de San Juan y a partir de entonces, la isla se llenó de castillos y de naves errantes.

Ahora jarianos, a bailar y saltar que también San Juan saltó y brincó en el vientre de una Santa.