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Para mi querido amigo
don Mariano López Socas
En la gris planicie del
campo desierto,
lleno de misterios de
cosas que han muero...
como una esperanza en la
desolación,
dibújase altiva la regia
silueta,
cual fuera la Musa de un
pobre poeta,
allá, en lontananza, una
bella ilusión.
Los techos bermejos de
los torreones
que avaros, cobijan sus
largos balcones,
le cuentan al alma el
ayer medieval...
lánguidamente, veloz,
avanzando,
sin alma, porque ésta se
quedó soñando,
salimos de Otoño a un
cielo estival...
Al tocar humildes sus
escalinatas,
sentimos los ecos de las
serenatas
y quejas de amores de
algún Trovador...
Y allá en lo más alto de
sus ventanales,
envuelta en las rosas de
inmensos rosales,
del jardín Canario,
prendida una flor.
La íntima historia de
toda una vida...
la vida que pasa en la
vida perdida
buscando en silencio
remedio del mal...
¡Los labios que besen;
que alivien dolores!...
¡Los ojos que digan
poemas de amores !...
¡La rosa bendita de
nuestro Rosal !...
Se prendió la lumbre del
sacro incensario...
La noble hidalguía de
pecho Canario
no halló más presentes
que pueda ofrecer...
Y fuera, en la inmensa
llanura desierta,
¡como una plegaria que
al alma despierta,
arden los pebetes del
atardecer !...
¡Oh la Torrecilla ! ¡
Mansión del amigo!
Vigía del llano; del
Cielo testigo...
Testigo elocuente de una
Eternidad...
A aquel noble amigo que
allá en los desiertos
tiene para todos sus
brazos abiertos,
¡que nunca te falte la
felicidad !...
Haría de Lanzarote,
octubre 1930 |