Geografía/ Datos geográficos

 

 

FUENTE: Obra escogida, Lanzarote

El excelso Valle de Haría (1) es, sin duda alguna, uno de los parajes más hermosos que pueden ofrecerse a los propios y extraños en toda la isla de Lanzarote. Haría constituye el gran oasis de las Islas Canarias, susceptible de proyectar con él los más felices planes turísticos, a fin de que por todos pueda ser admirada la plenitud de su belleza.

Desde Máguez al poblado de Haría hay una distancia no mayor de dos kilómetros; sin embargo, pese a la cercanía que casi los une resultan y son dos pueblos distintos, de diferente índole e inquietud.

El palmeral de Haría nace y se alza en medio de magníficas montañas, en cuyas laderas se ve la geométrica labranza del hombre, que en su titánica lucha contra la sed de la tierra, busca la altura y la humedad. Subir a la Atalaya es participar de un recreo insospechado, pues desde su cima se puede contemplar, al antojo, el oscilante intercolumnio del inigualable palmeral, con sus troncos esca­mosos, oscuros, rectos y firmes, que parecen ocupar el menor coto de suelo para no entorpecer la esforzada labor del hombre. Un caserío típico, bellísimo de pura albura, se asoma y se oculta debajo de la explosión verde que corona a cada tronco, como exótica armonía de abanicos abiertos con murmullos cadenciosos. Las más variadas clases de aves, en particular los pajaritos, vienen a refugiarse en este valle donde Haría se tiende como rica sultana, y, así, esos seres alados evitan los infatigables dardos solares que, estación tras estación, en Lanzarote nunca se agotan. Es un bello sol entero que, aún al atardecer, cuando traspone plenamente encendido, tiene el color de la naranja, viéndosele apoteótico y plástico encima de los contrafuertes de Las Nieves, o más allá de las Peñas del Chache y del barranco de La Pocela. El palmeral de Haría se individualiza admirándolo desde la Atalaya, porque de su intercolumnio se distingue cada tronco eréctil, con sus palmitos en ininterrumpido coqueteo con la brisa que llega eternamente suave por gargantas y quebradas. Alrededor de las casas, cuyos hastiales relumbran, hay' otras palmeras cimbreñas, que proyectan su amable sombra por encima de las más pequeñas, éstas de palmitos lustrosos, tiernos, como mozas insinuantes que aguardan la puesta de largo para ejercer su compostura con el macho del palmar, siempre aislado, coronando las lomas más próximas. El árbol macho siempre es .á solo, quieto, muy alto, pero es incesante en sus dulces invocaciones vespertinas, las cuales son tan vehementes que hacen estremecer de gozo a las más tímidas del palmar. Tanto al alba, como al mediodía, el gran oasis es una verdadera joya de la naturaleza, aunque durante el crepúsculo es, en realidad, cuando ese valor intrínseco toma visos de auténtica maravilla. Es la hora en que comienza el diálo­go rumoroso de las palmeras, desatado en vegetales pasiones, y cuando el paisaje de Haría se pinta con toda la gama del arco iris. ¡Aquí la imaginación se va a los encantos primeros del soñado Paraíso!

Santiago Pineda ha cantado así:

 

«Haría, pensil florido,
con cimbradoras palmeras,
con deliciosas praderas,
vergel de amor escondido.
A tu regazo he venido
a ensanchar mi corazón,
ávido de la emoción
que causa todo lo hermoso,
mi rebelde inspiración.
Bella sultana dormida
en lindo valle de amores,
luciendo ricos primores
y exuberante de vida.
Por suave arrullo mecida,
con aromas perfumada,
por extraños visitada,
por tu fama y nombradía
eres, pues, gentil Haría,
cada vez más admirada.
Es tu suelo hospitalario
y tus hijos cariñosos,
consecuentes, generosos,
honra del país canario;
no adulo, no es necesario.
Es la verdad al desnudo,
y como en ella me escudo,
puedo decir francamente:
¡Salve, Haría sonriente,
de rodillas te saludo!» (2)

Cuenta don Leoncio Rodríguez (3) que el palmeral de Haría fue mucho más denso que lo que hoy es, y considera que este oasis constituyó un enorme bosque incendiado por Morato Arráez durante su bárbara y sanguinaria incursión en esta isla (4) . A pesar de este trágico episodio, el palmeral de Haría sigue siendo el más importante de las Islas Canarias (5), además de ser arquetipo de la ya clásica be­lleza insular. Muchos han sido los poetas que cantaron a la palmera, pero quienes más la han inmortalizado son los arquitectos emulando el despegue que airo­sa hace desde la tierra al cielo, y que tan bien recuerdan las naves de las catedrales. Porque la palmera es, primero que nada, una gran columna y a la vez una gran plegaria de toda la creación a su Hacedor. Es, por esta causa estética, la estimación que Lanzarote demuestra por su primoroso oasis, de sombra y de verdor, in igual en todo el Archipiélago atlántico.

 

2ª PARTE

El pueblo de Haría es indolente, soñador y bondadoso, acaso porque ha hecho objeto de su adoración a esa maravillosa pompa palmeril de su litúrgico oasis, que venera con orgullo árabe, como si con éste el hombre de Haría creyera que la palmera es el único árbol bendecido por Dios.

Las casas de Haría son todas terreras, características, por cuyos zaguanes ese un pequeño universo de flores. Cuando más pobre es la vivienda de Haría más flores parece haber en su interior, en particular las bouganvillas que todo invaden con sus rabiosos colores. Fuera de las casas, o mejor, en medio de las pircas blanquísimas, crecen multitud de geranios, de pinta y matices distintos, que trepan y se arrastran para exornar dondequiera, como si antojaran ser la primera necesidad de Haría, consistente en la conservación de su humilde estética entrañable. Las flores en Haría son, desde tiempo inmemorial, algo consustancial a sus habitantes, una necesidad que se hace conjuro hasta en el intimismo de sus barrios pintorescos, como acaece en El Islote, agrupación silenciosa entre barrancos, donde también las flores constituyen el mejor atavío de las simples viviendas, que en sus solanas vetustas, o en sus techos de dos vertientes, muestran la dulce gracia de las enredaderas:

«La ciudad nativa con sus campesinos,
arcaicos balcones, portales vetustos
y calles estrechas, como si las casas
tampoco quisieran separarse mucho...»

La mejor biblioteca de Lanzarote la abrigó Haría, porque don Enrique Luzardo Bethencourt, (6) jefe del partido liberal, tuvo la clarividencia suficiente para reunir, tomo a tomo, la más completa concitación de obras que haya conocido la isla. Esta famosa biblioteca, de varios miles de ejemplares selectos, fue hereda da por don Enrique Curbelo, fallecido en Haría el 30 de agosto de 1920. Hubo además otra excelente biblioteca en este culto pueblo, y fue la que poseyó don Rafael Cortés Spínola, hombre de pro, cuya casa estaba abierta para el meneste­roso, del cual se convirtió caritativo «médico», pues conocía bastante bien determinados aspectos de la Medicina. Este gran señor de Haría donó su hermosa biblioteca a la parroquia, donde no existe ya ni un tercio de sus volúmenes.

La fiebre política de la época anterior a la primera gran guerra, y a la inmediatamente posterior, que tanto azuzó al Puerto del Arrecife, hizo su obra en Haría, y así vemos el incendido que resabiados políticos provocan en el Ayuntamiento y Juzgado, siendo ese año de 1904 en que don Domingo López Fontes, eximio alcalde de Haría, perdonó con verdadera caridad cristiana a los forajidos. Don Domingo López Fontes fue uno de los más grandes impulsores del porvenir que hoy disfruta el pueblo de Haría, y a él debe la umbría y dulce plaza, cuyos árboles plantó con sobrada visión del futuro. Dotó de muros a los barrancos sinuosos, e hizo cercos a los pozos, que él consideraba peligrosos para el vecindario. Son los tiempos en que la tartana de siñó Damián tarda seis horas y media desde Haría al Puerto del Arrecife, y en la que hacen sus viajes políticos abracadabran­tes como don Anacleto Rojas, muy conocido por sus confabulados con el sobre­nombre de «Hermano Roque del Este». Vivía el inocente don Anacleto alrededor del Pozo de Tegala, viéndosele lucir la flamante leontina de oro, muy gruesa, o dar sus bocinazos con la más grave de todas las voces humanas. Era hombre de rumbo, sin prosapia, que para deslumbrar calzaba sus mesas paticojas con sen­das onzas de oro.

Otro personaje, al que Haría debe lo suyo, fue don Antonio Ramírez del Cas­tillo, afincado en Buenos Aires, donde se constituyó en el más pintiparado cónsul de todos los canarios, a quienes él llamaba cariñosamente «mis canaritos». En octubre de 1914 envió dinero para la adquisición del reloj y construcción de la todavía vigente torrecilla de la iglesia parroquial. Este prócer de Haría fue a morir, con los años, en una cama de pago del Hospital Insular de Arrecife.

Se dijo arriba «la todavía vigente torrecilla de la iglesia parroquial», y es que el viento no se la llevó la infortunada noche del 22 de febrero de 1956, como hizo con el resto del sagrado recinto, en la actualidad piedra sobre piedra (7) . Esta iglesia de la Encarnación fue levantada en «el Lugar de Haría en 1619», por mano y obra del pueblo, que adquirió además una imagen de la Virgen de la Encarna­ción, obra del prodigioso buril de Luján Pérez. Curiosa es la circunstancia de las tradicionales fiestas de Haría, especialmente de las de índole religiosa, pues mientras la Encarnación es abogada del pueblo, son San Juan y Santa Rosa quienes mejor función y ceremonia alcanzan. A estas dos principales festividades acude gran cantidad de romeros, engodados por la sal, salsa y pimienta de sus bellas tradiciones:

«Haría, sin oro ni plata,
tiene bellos palmerales,
tiene a Rosa de Lima,
la Santa más rebonita
que perfuma los altares». (8)

La iglesia de la Encarnación, que es con la de Yaiza una de las más antiguas de la isla, excepto la Matriz de Teguise, tuvo en su primera época cura párroco y dos beneficiados. Aún a principios del siglo XIX, el cura del «lugar» continua­ba titulándose beneficiado, cual lo era don Rafael María Navarro, de grata memoria. Este venerable sacerdote realizó importantes gestiones cuando las revuel­tas cabildistas, porque en 12 de marzo de 1811, expide para el nuevo Capitán General, Duque del Parque Castrillo, que el mes anterior se había posesionado de su cargo, un informe relacionando a S. E. todos los acontecimientos habidos en Lanzarote durante «la revolución» que provocara el Gobernador interino don José Feo y Armas, a instancias de su tío el cura Feo, intrigante y rico, que por cierto no hacía buenas migas con el beneficiado de Haría. Don Rafael María Na­varro, en un brillante sermón conminó a sus vecinos para que firmasen un manifiesto, pero en seguida tal intento corrió como la pólvora, enterándose los seño­res del Cabildo, que enviaron a dos representantes para indagar sobre si las intenciones del venerable beneficiado eran ciertas. Vistos que fueron en el pueblo por el cura, éste, indignado de tanta inmiscuición en sus asuntos, ni corto ni perezoso, escríbele la siguiente carta: «He sabido que han venido VV. a saber quién hizo la representación contra los desórdenes que VV. han excitado en esta isla; y para ahorrarles trabajos les participo fui yo, como también, que ante el Excmo. Señor Duque del Parque les impondrá de otras cosas más» (9). A los pocos minutos volvía el alguacil con nueva carta de los representantes del Cabildo, pero don Rafael María se negó a dar lectura de la misma porque «no quería enterarse de nada relacionado con esos baladrones». Esta valiente actitud del cura de Haría atemorizó a los enviados del Cabildo, que se marcharon del pueblo a toda velocidad, no sin que antes intentaran ser recibidos por el beneficiado. Los indagadores contaron a sus cabildistas la obstinada posición de don Rafael María, y muchos de ellos trataron, por cuantos medios tuvieron congraciarse con el sacerdote a fin de evitar los procesos y prisiones que se les venía encima. En realidad, todo fue una farsa de don Rafael María, aunque los cabildistas se tragaron el anzuelo, para quedar atemorizados durante el mandato del Duque del Parque.

La iglesia de la Encarnación, por la que tanto hiciera don Rafael María Navarro, quedó prácticamente inútil durante el vendaval de 1956, porque a partir de esa fecha fue perdiendo su equilibrio, cediendo sus paredes, mientras que la cobertura, asimismo herida de muerte, cedía también sin que se pudiera preciar (cosa que no comprendemos) el alcance de la catástrofe, por estar «oculto el entramado del techo tras un cielo raso de más de medio siglo de antigüedad. En 1958 fuertes vientos golpearon la mole del edificio siniestrado, produciéndose el derrumbe y desplome de los techos, con grandes pérdidas, en particular, las ocasionadas en el altar mayor, formado de pilastras y columnas de orden corintio, y que sostenían a una vistosísima cornisa muy saliente.

En este hermoso «Lugar de Haría», se levantará el nuevo templo de La Encarnación, de acuerdo con el estilo bíblico y religioso que, al unísono del palmeral, son consuetos elementos de un paisaje excepcional.

******

(1) Algunos historiadores lo llaman "Valle de los Castillos", pero no dicen por cual razón.

Empero, el Licenciado Juan Núñez de la Peña, dice que lo llaman "Lugar de Haría".

(2) Don Santiago Pineda, publicó dicho poema el 17 de marzo de 1904.

(3) "Árboles históricos de Canarias", T. H.- Leoncio Rodríguez.

(4) Respecto a la veracidad de este incendio no conocemos otra referencia que la citada en la nota anterior.

(5) Comenta don Miguel de Unamuno, que Fénix, Phoenix en griego, significaba la palmera y un ave, y el proverbio era que la palmera renace de sus cenizas, que se encendía un bosque de palmeras y éstas vuelven a brotar. Y los que luego ignoraron que se trataba de la palmera achacaron al ave el milagro".- "Soliloquios y conversaciones".

(6) Don Enrique Luzardo Bethencourt falleció el 2 de julio de 1903, haciéndole el poeta Pineda una sentida necrología.

(7) Hoy se procede a la edificación de un nuevo templo parroquial.

(8) De vox pópulo, y seguramente una vulgar adaptación del viejo romance limeño.

(9) Se refiere don Rafael María a los agravios que recibe de los cabildistas, como se deduce del mencionado documento que obra en el Archivo Parroquial de Haría.