Geografía/ Malpaís de La Corona/ Datos interés
Por Agustín Pallarés
Padilla
(LA PROVINCIA,
21-VI-1983)
El señor Xavier
Domingo, prestigioso
periodista del
semanario Cambio
16, viene
publicando
ultimamente una
serie de reportajes
sobre Lanzarote que
todos sus habitantes
debemos, en
principio,
agradecerle por
cuanto suponen de
propaganda para la
isla, máxime
teniendo en cuenta
la gran difusión que
esta revista alcanza
en todo el
territorio nacional
y gran parte del
extranjero.
Sin embargo, con
todos los respetos
que su categoría de
escritor me merece,
me creo en la
obligación, en mi
calidad de
informador turístico
de Lanzarote, en
cuyo cometido
incluyo la
preocupación por
procurar que la
información sobre la
isla sea lo más
veraz posible, de
hacer algunas
precisiones o, si se
me permite,
correcciones, a
ciertas <<enormidades>>
de orden científico
en que el citado
señor incurre en su
artículo “Fósiles
vivientes en
Lanzarote”,
publicado en el
número 600 de la
mencionada revista.
Por ejemplo, cuando
afirma que la
actividad del volcán
La Corona se
extendió por lo
menos desde
trescientos millones
hasta cinco millones
de años atrás.
Si el señor Xavier
Domingo se hubiera
equivocado en un
milenio de más o de
menos, o en varios
milenios incluso, yo
no habría tenido
nada que objetar,
pues estos periodos
de tiempo no suelen
tener en términos
geológicos mayor
trascendencia. ¡Pero
por tantos millones
de años...!
Como índice
demostrativo del
calibre de semejante
‘despiste’, baste
decir que hace
trescientos millones
de años ni siquiera
se había producido
aún la escisión del
primitivo
supercontinente
Gondwana que dio
lugar a la apertura
del océano Atlantico.
La isla de Lanzarote
misma no nació sino
muchísimo tiempo
después, hace, según
se cree, alrededor
de unos once
millones de años,
cifra a la que, por
lo dificilmente
precisable que es,
se le suele dar un
margen de unos
cuantos millones de
años arriba y abajo.
En cuanto respecta
concretamente a la
datación del
episodio volcánico
relacionado con La
Corona, de acuerdo
con las conclusiones
de los expertos
recogidas en varias
monografías y otros
estudios insertos en
obras de mayor
extensión dedicados
a esta
característica zona
volcánica de nuestra
isla, el nacimiento
de esta montaña y
formación del gran
túnel anejo debe
remontarse cuando
mucho a algunos
miles de años
solamente, alrededor
de los tres mil
según los más, no
excediendo la
duración del
fenómeno eruptivo en
conjunto, con toda
probabilidad, de
unos cuantos meses,
aunque este
particular no ha
podido ser
comprobado.
Para darse cuenta de
que los volcanólogos
no deben andar muy
descaminados en sus
apreciaciones
cronológicas es
suficiente con echar
una simple ojeada a
los terrenos que
constituyen esta
parte de la isla,
que aunque no
pertenecen
unicamente a La
Corona, son todos de
volcanes de la misma
época más o menos.
Enseguida se
advierte que no
pueden ser demasiado
antiguos, pues los
materiales que los
integran apenas han
sido alterados por
la meteorización.
Sólo esos cinco
millones de años
transcurridos desde
el momento en que el
señor Domingo dice
haber sufrido el
volcán sus últimos
espasmos sería
suficiente para que
toda aquella masa de
lavas y escorias
revueltas hubiera
estado ya enterrada
bajo una gruesa capa
de polvo residual.
En consecuencia, el
tramo de túnel
sumergido en que se
encontraron los
supuestos fósiles
vivientes, de ningún
modo ha podido
servir de reducto en
que se hayan
conservado vivos
estos animalitos
desde esos
doscientos millones
de años en que el
autor asegura que
penetraron en él,
por la sencilla
razón de que
entonces el túnel
aún no existía.
Por otro lado, en
contra de lo que
parece darse a
entender en el
artículo, no toda la
lava que forma esta
amplia zona del
Malpaís de la Corona
procede, ni mucho
menos, sólo de este
volcán. Hubo otras
bocas de emisión,
como he dicho un
poco más arriba, que
contribuyeron en
buena medida a
configurar este gran
manto de lava
petrificada de unos
18 Km2 de superficie.
Esos centros
efusivos, en unión
de varios más que no
afectaron al Malpaís
de la Corona con sus
productos, forman
parte de unos
episodios volcánicos
más amplios que se
produjeron en esta
parte norte de la
isla a favor de una
gran fractura de
cuando menos 6 Km de
longitud que
desgarró la corteza
terrestre en sus
capas profundas
permitiendo el
ascenso del magma
hasta que pudo ser
perforada por las
respectivas
chimeneas de salida.
En la actualidad son
perfectamente
reconocibles, salvo
alguna excepción,
por la existencia de
los respectivos
conos de piroclastos
que se levantaron en
torno a ellos. Son,
incluyendo tanto los
que afectaron al
Malpaís de la Corona
como los que no
tuvieron nada que
ver con él,
enumerados de
poniente a naciente,
los que siguen: La
Quemada de Máguez,
La Montaña de los
Helechos, Las
Calderetas (en los
mapas llamada
erroneamente La
Cerca), La Corona y
La Quemada de Órzola.
Sin embargo, en
opinión de los
volcanólogos, este
colosal episodio
eruptivo no se
inició con ninguno
de los volcanes que
acabo de enumerar,
sino que estuvo
precedido por la
apertura de un
enorme agujero, algo
desviado de la
alineación general,
que se sitúa a un
par de kilómetros al
E de La Corona, en
el paraje denominado
Las Peñas de Tao,
quizás conectado a
la chimenea central
del volcán de La
Corona. Dicho
agujero fue
consecuencia de la
incontenible presión
de la materia ígnea
ascendente, al
desgarrar el suelo
rocoso
fragmentándolo en
grandes bloques que
fueron luego
arrastrados por la
impetuosa corriente
de lava líquida que
manaba a borbotones.
Estos bloques
erráticos pueden
verse todavía
diseminados por la
zona, muchos de
ellos anclados a
considerable
distancia del punto
de partida como
mudos testigos del
cataclismo de fuego
que los originó. Por
otra parte, el
ingente caudal de
lava eyectado hizo
retroceder en
arrolladora
avalancha varios
kilómetros la línea
litoral entonces
existente.
Este centro de
emisión no formó
cono o montaña por
haber arrojado
solamente materiales
fluidos. Fue el que
más contribuyó a la
creación del gran
campo lávico que nos
ocupa,
correspondiéndole a
él solo más de la
mitad de su
superficie, o sea,
casi todo el sector
que se extiende al N
de una línea
imaginaria trazada
desde Las Peñas de
Tao hasta Punta
Escamas. Se supone
que deba encontrarse
cubierto por
productos
posteriores de
alguno de los
volcanes próximos a
La Corona o La
Quemada de Órzola.
Fue precisamente La
Quemada de Órzola el
volcán que reventó a
continuación. Pero
al parecer, al
contrario de lo que
había ocurrido con
el anterior, éste
arrojaría muy poca
lava, consistiendo
la mayor parte de
sus productos en
cenizas y lapillis.
Le tocó luego el
turno a La Corona.
Fue el mayor de toda
esta serie de
volcanes y el más
espectacular, sin
duda alguna, en sus
manifestaciones
eruptivas. Aparte
del material de
proyección aérea con
que edificó su
empinado cono,
emitió abundantes
riadas de lava que
fluyeron hacia el
mar siguiendo cursos
diversos. Uno de
estos brazos de
lava, el más pequeño
de los tres
reconocibles,
después de colmatar
las depresiones que
encontró a su paso,
vertió por el
acantilado de Famara
precipitándose en
impresionante
cascada desde una
altura de unos 400 m
por el portillo de
Las Rositas, al NO
del volcán, y tras
ganar la costa,
aumentó el solar de
la isla en varios
centenares de metros
más. Otra de las
coladas tomó rumbo
NE, rebasó al vecino
volcán de La Quemada
de Órzola lamiendo
su base y girando
luego hacia el N se
introdujo también en
el mar formando al O
del puertito de
Órzola el pequeño
“malpaís” de La
Quemadita. La
tercera de estas
corrientes de lava,
que fue la que
alcanzo mayor
magnitud, fluyó en
dirección SE, y
luego de aumentar
gradualmente de
anchura, terminó
como las otras
introduciéndose en
el mar, formando la
línea de costa que
se extiende entre
Punta Escamas y
Punta Mujeres, en un
espacio de kilómetro
y medio
aproximadamente. Fue
en el interior de
esta masa lávica
donde se fraguo el
imponente túnel de
Los Jameos,
considerado como una
de las mayores
grutas volcánicas
del mundo con sus 6
Km sobrados de
longitud sin contar
la parte que queda
sumergida bajo el
mar, dos de cuyas
porciones
constituyen las
famosas cuevas de
Los Verdes y de Los
Jameos del Agua,
bien conocidas en
los medios
turísticos
nacionales e
internacionales por
su exótica belleza.
Se cita finalmente
como volcán de
importante
contribución al
acrecentamiento de
esta extensa
plataforma lávica el
de La Quemada de
Máguez, contiguo a
La Montaña de los
Helechos, de cuyas
entrañas se piensa
que brotó una gran
colada que luego de
ganar el Valle de
Máguez y discurrir
entre las montañas
de Los Llanos y de
La Atalaya, se
precipitó pendiente
abajo e hizo
retroceder asimismo
el mar en un frente
que va desde Punta
Mujeres hasta
Arrieta, quedando
con esto terminada
la pavorosa erupción
múltiple.
Como se ve, entre la
exposición que el
señor Xavier Domingo
hace de los
fenómenos volcánicos
relacionados con La
Corona y esta
versión que
pudiéramos calificar
de oficial existen
unas diferencias tan
abismales que,
sinceramente, pienso
que estas
aclaraciones que
ofrezco aquí
destinadas al lector
deseoso de una
información
auténtica y veraz,
son de una
perentoriedad casi
inexcusable. El arte
literario es una de
las más bellas
manifestaciones del
intelecto humano,
pero su belleza
queda sin duda
realzada si se
engalana con los
ornamentos de la
verdad que instruye.