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Fuente: Lancelot nº 1469- 16-09-2011

 

Quienes pasean por la capitalina calle Colombia la pueden ver todas las tardes, aguja en mano, haciendo rosetas. Las lleva haciendo desde que, siendo niña, su madre le enseñó a bordarlas. Por eso, no es raro que en una sola tarde termine media docena. No sería nada extraordinaria de no ser porque Antonia Jordán Betancort, va a cumplir pronto los 95 años.

Por su mirada llena de vida y sus manos ágiles, se diría que Antonia Jordán Betancort sólo tiene los 49 años que asegura, bromeando, tener. Pero sobre sus espaldas lleva el peso de casi un siglo de vida. A sus 95 años esta lanzaroteña, nacida en Haría pero vecina desde hace décadas de Arrecife, está llena de energía. "Es que en mi casa siempre comimos muy bien, comida de verdad, no de la que comen ahora los jóvenes", asegura, explicando que su padre tenía un cortijo en Haría con vacas, ovejas y cabras y ella desayunaba leche recién ordeñada con gofio molido y queso hecho por su propia madre. "Y sigo desayunando todos los días un café con leche y una tajadita de queso fresco", garantiza. "Además hago gimnasia todos los días y por eso tengo unos huesos muy fuertes, tanto que el otro día me caí y el médico no enten­día que no me hubiera roto nada", continúa, "así que yo le expliqué la gimnasia diaria que hago y ya lo entendió", aclara, levantándose incluso para reproducir los ejercicios que hace cada mañana al levan­tarse de la cama.

Todo eso lo explica sentada en el pórtico de su casa, mientras no deja de mover las manos y entretejer rosetas. "Ahora sólo hago media docena cada tarde, siempre por encargo, me mandan el hilo y me las pagan, cuando era jovencita hacia una docena completa cada tarde", y añade, "yo nunca he entendido a esas mujeres que están sentadas delante de la televisión sin hacer nada. Yo siempre estoy bordando. A los 95 años sigo trabajando".

Asegura que mucho dinero no se ha ganado nunca como rosetera, "pero era una ayuda importante para la economía de la casa porque en aquella época todo venía bien, y además es lo que sabía hacer, así que eso fue lo que siempre hice", afirma orgullosa.

"Las rosetas", explica, "se hacen de dentro hacia fuera, así", indica moviendo las manos hábilmente y mirando a quien le pregunta con cara de no entender cómo el resto del mundo no sabe hacer lo que a ella le resulta tan sencillo. "Estas son muy fáciles, las hago también mucho más complicadas", asegura, confesando que el hilo con que las hacía antes era mucho mejor, más grueso, que el de ahora."Yo le enseñé a mis hijas e incluso, hace poco, le enseñé a dos bisnietas jovencitas que tengo, de doce y catorce años, a hacerlas y les gustó mucho".

Las rosetas que hace An­tonia cada tarde se bordan posteriormente en mantelerías y colchas de cama y se venden como artesanía insular. Y es que sus manos, aunque ella no lo sepa, son las de una auténtica artista por la que no ha pasado, o no ha querido pasar, el tiempo.

 

 

 

 

 

 

 


ANTONIA JORDÁN BETANCORT