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Fuente: Alternativa Democrática de Haría
Nº4- Febrero-Marzo 2002
Dña. Margarita Medina Acuña,
nacida en 1922 en el pueblo
sureño de Yaiza. Reside en Haría
desde 1960.
Haría, las dos de la mañana, una silueta pequeña y con movimientos ligeros, casi saltarines, atraviesa el silencio frío de esta noche medio en penumbra de mayo. Margarita se dirige, tal vez a casa de Lucia, la de la Graciosa para ponerle una inyección, inyección de gestos solidarios en un tiempo de hambre, de necesidades perentorias. No quedó nalga graciosera en la que no inyectara una jeringa reutilizable de esperanza, desde que allá por 1.960 se afincara en este valle de palmeras venida de las tierras sureñas de la reina Yaiza. Pero, no quedó gesto sin agradecido pago, que de agradecidos está nuestro pueblo lleno, y en la despensa de Margarita siempre había una jarea o un pescado salado traídos desde el pequeño islote en cestas de pirganos, sobre cabezas curtidas por el esfuerzo de mujeres duras que risco arriba subían la esperanza de la mar y risco abajo llevaban el sustento de la tierra, y es que entonces, en Haría, tenían casa todos los Gracioseros. Y en Haría también supieron de las agujas hervidas y sumergidas en alcohol, señas de un tiempo precario donde las O.N.Gs. eran cada vecino, cada vecina que, como ella, echaban fuerzas a la flaqueza para suplir las carencias vitales. Preparar la cobra para la trilla, poner una inyección o amortajar a un difunto aunque para hacerlo, y dada su estatura, tuviera que subirse a la mesa; Oficios de esfuerzo y valor, valor que poco a poco se ha ido quedando en el silencio del pasado, valor que sólo el recuerdo es capaz de homenajear como se merece, aunque sea, simplemente, con unas palabras llenas de entrañable querencia.
Haría, las seis de la mañana, Margarita aviva sus pasos en la fría soledad de la madrugada. La ausencia de Rafael que trabaja en el sur la empuja, sola, a las medianerías norteñas donde hay que arrancarle a la tierra, no siempre generosa, el mendrugo que ha de sacar adelante los ocho retoños que le dio la vida. Llenar una y otra vez el baso con la cosecha de garbanzos, traerlos a la era y preparar el carcadero, desgranzonado y tendido, donde la cobra de burros en monótono giro, hora tras hora, irá obligando a azomar al fruto del esfuerzo, esfuerzo que caracteriza a nuestras madres, las madres de las familias humildes que, con la casa en las espaldas, y la lucha en sus manos, se negaron vida propia y se dieron por entero.
Pero, no puede este homenaje tornarse en lamento de penas envinagradas del recuerdo, porque Margarita es vida, es risa, alegría, es como un jilguero inquieto y bullento que rebosa la bondad, que sustrae del recuerdo las penas como alegrías, lo malo como lo bueno, las penurias como retos que superó optimista gastándole bromas al tiempo en su regocijo sureño.