CANTO A LA
TORRECILLA
En la gris planicie
del campo desierto
lleno de misterios
de cosas que han
muero
como una esperanza
en la desolación
dibujase altiva la
regla silueta
cual fuera la Musa
de un pobre poeta,
allá, en lontananza,
una bella ilusión.
Los techos bermejos
de los torreones
que avaras cobijan
sus largos balcones...
le cuentan al alma
el ayer medieval...
y lánguidamente
veloz, avanzando,
sin alma, porque
ésta se quedó
soñando,
salimos de Otoño a
un cielo estival...
Al tocar humildes
sus escalinatas,
sentimos los ecos de
las serenatas
y quejas de amores
de algún Travador...
Y allá en lo más
alto de sus
ventanales,
envuelta en las
rosas de inmensas
rosales,
del jardín Canario,
prendida una flor.
La íntima historia
de toda una vida...
La vida que pasa en
la vida perdida
buscando en silencio
remedio del mal...
¡Los labios que
besen; que alivien
dolores!...
¡Los ojos que digan
poemas de amores!...
¡La rosa bendita de
nuestro Rosal!...
Se prendió la lumbre
del socio insesario...
La noble hidalguía
de pecho Canaria
No halló más
presentes que pueda
ofrecer...
Y fuera en la
inmensa llanura
desierta,
¡ como una plegaría
que al alma
despierta,
anden los pebetes
del atardecer!...
¡Oh la Torrecilla! ¡Mansión
del amigo!
Vigía del llano del
Cielo testigo...
Testigo elocuente de
una eternida...
A aquel noble amigo
que allá en los
desiertos
Tiene para todas sus
brazos abiertos.
¡ que nunca te falte
la felicidad ¡
Haría de Lanzarote,
octubre 1930