PERSONAJES > Manuel Torres Stinga
Sr. Alcalde, señores concejales de la muy noble y laboriosa corporación municipal de Haría, queridos amigos del pasado y del presente, señoras y señores:
Quiero agradecer a todo el pueblo de Haría, y en particular a su alcalde, haber reparado en mi persona para el pregón de sus fiestas. Me siente muy honrado con ello y, como estoy entre amigos, no les voy a ocultar la preocupación que he tenido desde hace un mes por este acto. Porque es la primera vez que oficio en estos menesteres, porque no sé si voy a estar a la altura de los que me han precedido y de lo que ustedes esperan de mí, y porque otras ocupaciones me han impedido dedicarlo al recuerdo de estas fiestas el tiempo que el pueblo y este auditorio se merecen. Vayan por delante mis disculpas.
Por otra parte, a uno no le resulta fácil hablar de su pueblo, y no porque no tenga motivos y materia para ello. Ocurre sobre todo que existe dentro de mí, en confusa mezcla, un intenso dolor por la añoranza de un pasado irrecuperable y la plena alegría por reencontrarme con mi pueblo, con mi gente, con un pueblo con su “cara lavada y recién pintada”, como dice la canción popular. Y es que, en estos últimos años, Haría empieza a llamar la atención de los vecinos y visitantes por su cuidado, limpieza y decoro.
Para quienes, por circunstancias familiares, laborales o de estudio, hemos tenido que abandonar nuestro pueblo largo tiempo atrás, un reencuentro de estas características está teñido de una profunda emoción. Se agolpan en mi memoria imágenes del pasado cuyos actores son muchos de los aquí presentes, y también muchos que desgraciadamente nos han ido abandonando, aunque para todos nosotros sigan teniendo reservado un imaginario asiento en esta plaza y, sin duda, ocupen un lugar privilegiado en nuestro corazón.
Cuentan los tratados de geografía de nuestras islas que Haría es el municipio más norteño de Lanzarote, con una superficie de 107,4 kilómetros cuadrados, con límites en la zona costera, salvo por el sur, que lo hace con el término municipal de Teguise, en una línea cuyo comienzo se encuentra en la playa de Famara, ascendiendo hasta el Castillejo, para descender por el Lomo de los linderos y finalizar en la costa, cerca del Charco del Palo. Siguen contando los geógrafos que nuestro municipio abarca parte del macizo de Famara y todo el macizo de Guatifay, y que en su territorio se encuentra el punto más alto de Lanzarote, las Peñas del Chache, y el bellísimo volcán de la Corona, que dio lugar a un extenso malpaís. Es, asimismo, el municipio más favorecido por sus condiciones climáticas, hecho que se refleja en mayores precipitaciones y en su agricultura y vegetación.
La tierra está dividida en pequeñas parcelas separadas por muros de piedra, como consecuencia de las continuas divisiones ocasionadas por las herencias.
El municipio alcanzó su mayor número de habitantes en la década de los años cuarenta de este siglo XX. A partir de entonces, su pérdida de población agrícola está en estrecha relación con el abandono del campo y la búsqueda de mejores retribuciones en los sectores de la construcción, la industria y el turismo.
Estos son los fríos y esquemáticos datos de la realidad socionatural y geográfica que recogen sobre este pueblo los estudios más solventes. Pero, al fin y al cabo, lo que ha sido, es y será Haría no viene sólo influido por sus condiciones geográficas, sino por la imagen que cada uno de nosotros ha ido creándose de su pueblo. Y, al redactar estas líneas, he intentado expresar qué es, qué ha sido y qué ha representado para mí mi pueblo natal, aunque reconozco la imposibilidad de reproducir mis vivencias, porque todo el pasado se agolpa en un desesperado intento de atrapar lo que definitivamente se ha ido. Por eso, Haría tiene cada vez más, para mí, el encanto de hacerme revivir los años más felices de mi vida, Y cada vez que tengo ocasión, en mi solitario vagar por el pueblo, busco calladamente aquellos olores, paisajes, colores, personajes y rincones que me permitan recuperar la felicidad de mis mejores años y me devuelvan al pueblo que tuve que abandonar en la niñez.
Me viene a la memoria, en confuso desorden, mis años en la escuela de Haría, los juegos infantiles; las fiestas populares de san Juan y santa Rosa; los bailes en las distintas sociedades; la estancia de forasteros en las fondas del pueblo; los asaderos de piñas; la actual plaza en su primitivo estado; las obras de teatros representadas por gente del pueblo, y tantas y tantas cosas más, Y todo ello, en medio de una naturaleza dominada por la majestuosa presencia de este espléndido palmeral, cuyo rumoroso cimbreo añade acompañamiento musical al constante trinar de los pájaros en esta plaza y al solitario cantar del hombre de Haría, encorvado sobre la tierra para extraer de sus entrañas los frutos que ésta, con más frecuencia que la deseada, tan tercamente le niega.
Como yo, muchos hijos de este pueblo hemos tenido que abandonar su seno maternal en busca de otros horizontes. Pero hemos dejado aquí parte de nuestra particular historia personal, y ello nos hace volver siempre a nuestro origen, a nuestra gente, a nuestros rincones, costumbres y paisajes. Pasará mucho tiempo, y muchos de los que hemos dejado el pueblo tardaremos en volver, pero siempre, tarde o temprano, irremisiblemente, como aves migratorias, volveremos aquí, a Haría, a nuestro barrio, a nuestra calle, a nuestra casa, porque es aquí donde nos encontramos con las grandes y pequeñas cosas más íntimas y queridas; en definitiva, con la parte más noble de nosotros mismos, lejos del tumulto diario de la vida urbana y de sus intereses individualistas, egoístas y deshumanizadores. Porque, al fin y al cabo, la gente del pueblo, de este pueblo, los nacidos y vecinos de Haría, formamos una gran familia, donde compartimos las aventuras y desventuras de cada cual, donde conocemos las ideas y venidas de unos y otros. Es una gran familia con pequeñas desavenencias y grandes e ilusionados proyectos en común. Por eso, cada cual, cada uno de nosotros, desde nuestra particular esfera de responsabilidad, desde el poderoso al más humilde y sencillo habitante de Haría, debe tener presente a nuestro pueblo. Debemos contraer el compromiso de luchar por Haría, de apostar por su futuro y por el bienestar de sus jóvenes y de sus mayores. Debemos proponernos que Haría camine por el sendero del progreso para evitar que las nuevas generaciones sufran experiencia de tener que abandonar su pueblo por falta de un despejado horizonte laboral o cultural. Porque, aún tengo viva en la memoria aquella tarde de octubre de 1959, en que por motivos de estudios tuve -como otros muchachos en su momento- que abandonar mi pueblo y mis amigos e iniciar mi adolescencia en un medio ajeno y desconocido.
Hoy Haría es el único municipio de Lanzarote, a excepción de Arrecife, que puede ofrecerle a sus jóvenes un centro de enseñanza donde cursar los estudios de bachillerato y una espléndida residencia escolar. Apostar por la educación y la cultura de un pueblo, como lo está haciendo Haría, es apostar por el futuro y por el progreso.
El incendio que el 13 de mayo de 1904 destruyó los archivos de Haría nos despojó de gran parte de nuestra historia y de nuestro pasado más remoto. No obstante, el pasado más próximo nos habla del interés de Haría por la cultura, el estudio y el saber. En el año de 1900 Haría ya contaba con la mejor biblioteca de la isla, con varios miles de volúmenes, y actualmente contamos con un Museo Sacro Popular, cuya importancia va más allá de lo estrictamente municipal. Por todo ello, a nadie llama la atención la enorme y variada cantidad de estudiantes, profesionales y trabajadores de todos los sectores que este pueblo ha aportado al quehacer común de España y de Canarias. Y es de Justicia que Haría se sienta orgullosa de sus hijos.
Por tanto, por mucho que se diga, no hay motivos para el desaliento sino para la esperanza, pues el presente de Haría se proyecta hacia un futuro mejor que su pasado.
Pero este futuro hay que cimentarlo día a día con el trabajo ilusionado de todos, de quienes viven en el pueblo y de quienes, sin vivir en él, Haría sigue viviendo intensa e íntimamente en ellos. Con la naturaleza más pródiga y fértil de la isla y los recursos turísticos de nuestro municipio, tenemos derecho a soñar en un futuro próximo de bienestar, trabajo y progreso.
Haría no debe perder de vista los profundos cambios sociales y económicos que está sufriendo nuestro país, nuestra comunidad autónoma y nuestra isla. Formamos parte de una gran familia europea y nuestra región va a acoger en los próximos años a un mayor número de visitantes. Canarias puede pasar a convertirse en una plataforma turística, en una especie de hotel de Europa, y Haría reúne condiciones inmejorables para poder complementar su economía agrícola con una economía turística. La belleza paisajística que encierra nuestro municipio, la hermosa formación de nuestros valles, las insólitas construcciones de lava de Los Jameos y la Cueva de los Verdes, el espléndido balcón del mirador del Río y de Malpaso, el Hermosísimo paisaje de tabaibas en medio de arena blanca y el negro malpaís de nuestra costa levante de Arrieta a Órzola son regalos inapreciables para los deslumbrados ojos de los visitantes.
Pero tenemos más motivos para la alegría y el optimismo, por la celebración de un rito que año tras año se repite, gracias al movimiento de los astros, a los cambios estacionales y a la entrada de una nueva fase del año agrícola. Precisamente hoy, 21 de junio, es el solsticio de verano, la noche más corta de nuestro hemisferio boreal y el día más largo.
Al optimismo remoto por un futuro esperanzador, unamos la vitalidad y la alegría por estar en el pórtico de la nueva estación veraniega y de las fiestas de San Juan.
No les oculto que desde hace tiempo me llama la atención el profundo significado que la celebración de las fiestas de san Juan tiene en nuestro ámbito cultural. Se trata, sin ningún lugar a dudas, del santo que más admiración, regocijo, superstición y celebraciones ha creado en torno a él. Así lo expresa el arte popular de Canarias en coplas como la siguiente:
Todos los santos son buenos
Y san Juan es el mejor.
Porque éste tuvo la dicha
De bautizar al Señor.
En todos los lugares donde se celebran las fiestas de san Juan no falta un rito relacionado con el fuego y las hogueras y con el agua y los baños de mar, mezclado a veces con un sortilegio amoroso o la esperanza en la cura de algunas enfermedades. Por eso tiene la noche de san Juan un encanto especial.
Algunas de estas manifestaciones festivas se conservan en la memoria de los mayores, otras se han perdido irremisiblemente por el ineludible transcurrir del tiempo.
La celebración de fiestas en este día tiene un origen pagano antiquísimo, y se relaciona con la llegada del solsticio de verano. También los aborígenes canarios, según referencias de los cronistas de la época, Juan Le Verrier y Pedro González Escudero, hacían sacrificios y agüeros llamando a los espíritus de los antepasados que se aparecían en forma de pequeñas nubes a orillas del mar, haciéndoles grandes fiestas en los días mayores del año, coincidentes con los días de san Juan. Y a fines del siglo XVI, las campanas de nuestra iglesia celebran con júbilo la entronización de san Juan como santo predilecto y copatrono de Haría.
En estos días, las cosechas ya maduran, comienza a estar tierna la fruta sanjuanera de los árboles y dorada la mies para su recogida. Entramos en una nueva fase del año agrícola, y así lo recoge la inspiración popular del hombre canario en coplas ésta:
Viene mayo con sus flores,
San Juan con sus clavellinas,
Santiago con sus duraznos
y agosto con sus vendimias.
Es este sol de verano el que madura los alimentos de la tierra, y por eso se celebran fiestas en honor del sol, cuya representación en la tierra es el fuego, que como él y a imitación suya, da luz y calor. Por eso se canta, se bebe y se salta por encima de las hogueras, como expresión de agradecimiento y alegría al poder vivificador del sol, del fuego y del calor.
También, en este sentido, el hombre canario ha sabido plasmar en coplas populares el regocijo de este día:
La mañana de san Juan,
cuando la gente madruga
el que con vino se acuesta
con agua se desayuna.
O bien:
La mañana de san Juan
¡cómo te divertías!
en la orillita del mar
con una vecina mía.
En los distintos lugares de Canarias y del resto de España no se concibe un san Juan sin las hogueras y en Lanzarote, además, sin la excursión a la Playa.
Fuego y agua son los símbolos utilizados por la humanidad desde tiempo inmemorial para expresar la purificación de los cuerpos: la necesidad del hombre de sentirse unido a dos elementos básicos de la naturaleza y de fundirse con ella, acercándose al agua y al fuego. Por eso, se salta por encima del fuego de las hogueras en la noche de san Juan y las gentes acuden a bañarse a las aguas del mar en la mañana del día siguiente, en un afán de integración o vuelta del hombre a la naturaleza, de la que se despega, retira y distancia en el resto del año.
No quiero con mi intervención colmar de impaciencia la generosidad de ustedes, pero permítanme que, antes de terminar, haga una invocación a este pueblo para que acoja a todo visitante que acuda a sus festejos; para que salpique de alegría a todo peregrino que quiera en estos días olvidad por unas horas su mucha pesadumbre; para que cobije en su regazo a tanto hijo suyo disperso y alejado que espera por san Juan volver junto a los suyos.
San Juan está ya en puertas. Hagamos de estas fiestas un signo de esperanza, de regocijo y convivencia. Y cuando el sol aparezca de nuevo en el horizonte apagando los últimos rumores de la fiesta renovemos la esperanza, porque el sol sigue su rumbo, y tal día como hoy, pasadas las 365 hojas del almanaque o de la agenda, volveremos a congregarnos aquí para hablar de nuestro pueblo, de nuestras cosas, de nuestra gente, de nuestro pasado y de nuestro futuro, de las mañanas y de las noches de san Juan, de las hogueras y de otras tradiciones, anécdotas e historias. Es ésta la eterna repetición, la ley del tiempo.
Alzo, por tanto, mi imaginaria copa para brindar por todos los presentes, con el ferviente deseo de reunirnos todos, otra vez, el próximo año, tal día como hoy, en un nuevo solsticio de verano, en unas nuevas fiestas de san Juan.
Salud y alegría