PREGONES DE HARÍA > Índice
En primer lugar quiero agradecer de todo corazón a la Corporación Municipal de Haría y en especial a su Alcalde Juan Ramírez, esta inmerecida designación para pronunciar este año el pregón de nuestras Fiestas de San Juan.
Para mí es un honor y un reto que acepté con ilusión desde el primer momento, aunque debo confesarles que no me ha sido fácil escribir este pregón. La dificultad no estriba en la necesidad de construir un texto hermoso, a la altura de las bellas páginas que elaboraron para nuestro pueblo los ilustre pregoneros que me han precedido. Se trata más bien de una especie de pudor atávico, por expresar en público un conjunto de vivencias, pensamientos y retazos de intimidad ante un grupo numeroso de personas, pero esos sentimientos se disiparon en cuanto, serenamente, pensé que era una ocasión para el reencuentro; iba a hablar entre amigos y conocidos de siempre, con los que puedo reavivar el fuego de mis nostalgias y despertar la memoria que tengo y retengo de este pueblo mío donde transcurrió mi niñez y al que debo los años más felices de mi vida, aquellos años en los que se forjó mi personalidad, en contacto con esta tierra y esta gente, es decir, con ustedes y en Haría.
Recuerdo como si fuese hoy, aquella vida apacible, con el turno de las estaciones, la alegría de los días de lluvia en que corríamos a hacer las maretas en los barrancos, los ritos vinculados a la vendimia, la siega, la trilla, el descamisado, la matanza de los cochinos,…aquel olor a gofio recién molido que salía de la molina de Don Gabino. precisamente ese olor me hace revivir el delicioso sabor del gofio amasado en el zurrón, acompañado de unos aros de cebolla y unos pejines chamuscados en una hoguera improvisada entre dos piedras.
Esta tierra nuestra es agreste y dura. A los lanzaroteños nada les ha sido regalado. A lo largo de los siglos han tenido que luchar contra la pertinaz sequía, contra el inmenso mar de cenizas volcánicas, transformándolo con su esfuerzo en excelentes fincas, capaces de rendir buenas cosechas.
Si en Cuba se utiliza el dicho popular de “trabajas más que un isleño”, para significar el celo laborioso de los canarios, mucho más cabría decir de los lanzaroteños que han hecho día a día el milagro de la agricultura en tierras calcinadas.
José Saramago, en Cuadernos de Lanzarote, recoge sus reflexiones sobre nuestra naturaleza; “el placer profundo, inefable, que es andar por estos campos
desiertos y barridos por el viento, subir un repecho difícil y mirar desde arriba el paisaje negro, desértico, desnudarte de la camisa para sentir directamente en la piel la agitación furiosa del aire, y después comprender que no se puede hacer nada más, las hierbas secas, a ras de suelo, se estremecen, las nubes rozan por un instante las cumbres de los montes y se apartan en dirección al mar y el espíritu entra en una especie de trance, crece, se dilata, va a estallar de felicidad. ¿Qué más resta, sino llorar?”
Estos campos que nos rodean, enarenados con el esfuerzo sobrehumano de su gentes, han forjado su carácter fuerte y tenaz. Este entorno bravío en el que hemos nacido y nos hemos criado hace que podamos decir con orgullo que somos hijos de esta tierra, de este pueblo, somos en fin, hijos de Haría.
A principios de siglo el periodista grancanario, Don Francisco González Díaz, tras referirse a Lanzarote como vocablo bien formado y bien sonante, enumeraba con poéticas palabras los posibles significados y orígenes de tal nombre. Agregaba que: “Designa a una isla pobre, triste, perdida en el océano”, pero la señala con rotunda pompa y relieve verbal. Yo creo que, aún en aquella época, tal descripción era desafortunada. Cierto es que, por el egoísmo de otros, lo duro de la naturaleza y un abandono secular hasta épocas recientes, Lanzarote no era un emporio de riqueza y estaba deficientemente comunicada, pero nunca fue una isla triste. La población lanzaroteña siempre fue acogedora, hospitalaria y digna, términos antagónicos a los de tristeza. Como ejemplo de alegría son conocidos sus célebres festejos, entre los que se encuentran los de San Juan en Haría.
La advocación a San Juan, se desprendería, prescindiendo de antecedentes históricos, de la propia naturaleza del paisaje y su entorno, San Juan, el discípulo amado, encierra en sí una connotación mágica. Bastaría referirnos a su “apocalipsis”, lleno de enigmas y con una extraordinaria influencia sobre la historia occidental, su relación con la orden templaría o el sentido oculto y liberador que tiene el fuego en las tradicionales hogueras de San Juan. ¿qué otro lugar podría estar bajo la protección de este santo con más merecimientos que Haría? Esas extensiones volcánicas de formas caprichosas y negrera abismal que forman el Malpaís de la Corona, ese paisaje sobrecogedor que da la impresión de catástrofe cósmica, con su cono volcánico y sus valles carbonizados que se extienden hasta el mar, nos relevan las categorías primarías del fuego y del agua, el tiempo y el silencio. Esas grutas inmensas, con bellas tonalidades que configuran la Cueva de los Verdes o los Jameos del Agua. Todo ello encierra algo extraño, diferente y mágico. Ese algo se revela en las maravillosas vistas que se divisan desde el Rincón o el Mirador del Río, en las montañas y rocas que protegen Haría, en el inmenso mar que baña sus costas, en el agreste paisaje y el ulular de viento que producen al visitante un sentimiento de algo sobrenatural y aquelarresco.
En contrapartida, el valle encierra quietud y remanso. Sus palmeras la han hecho merecedora del nombre de oasis. Esas palmeras que cita Agustín de la Hoz, “con sus troncos escamosos, oscuros, rectos y firmes, que parecen ocupar el menor coto de suelo para no entorpecer la esforzada labor del hombre…esa explosión verde que corona cada tronco como exótica armonía de abanicos abiertos con murmullos cadenciosos…”, hacen que el viajero alcance el sosiego y la paz ansiada.
Esta paz que busco en Haría este hombre de bien, lanzaroteño universal, que fue Cesar Manrique. Si alguien ha trabajado por su tierra ese alguien fue Cesar y conocedor de toda la isla, eligió como residencia este municipio nuestro.
Nuestros antepasados sobrevivieron en condiciones de vida harto duras que propiciaron la emigración, recordemos los bellos relatos de Vázquez-Figueroa, en lucha y armonía con esta naturaleza. Precisamente esta configuración del paisaje, es nuestra riqueza y la herencia que de ellos hemos recibido. Si por una especulación inmobiliaria o búsqueda de una ganancia próxima, agredimos este entorno, no sólo dilapidaremos lo que hemos heredado, sino que perdemos gran parte de las señales e idiosincrasia de la naturaleza lanzaroteña.
En este sentido es de justicia destacar el trabajo de los artesanos de este municipio quienes con tesón y voluntad han conseguido mantener viva nuestra artesanía tradicional, que sin ellos habría desaparecido, y que hoy nos permite contar con un riquísimo patrimonio que conforma una más de nuestras señas de identidad.
Permítame también que en estas fiestas reflexione en voz alta sobre lo que es Haría para mí. Aquí nací y crecí, aquí se encuentran los míos desde hace muchas generaciones y en este campo reposan. La vida, igual que a parte de mi familia, me ha llevado a residir fuera, pero sólo me siento en casa cuando al llegar, diviso Arrieta y el coche comienza a subir la Cuesta de Trujillo, a veces pienso que soy como una rama desgajada de un tronco que es Haría, y en cuanto puedo vuelvo a ella para nutrirme, para renovar la savia y recoger fuerzas para seguir viviendo.
Por eso en esta noche mágica de Víspera de San Juan, en este marco incomparable, me encuentro tan a gusto entre todos ustedes y fluyen los sentimientos, las vivencias y anécdotas de mi niñez.
Quisiera nombrar a algunas personas, que ya no están entre nosotros y que influyeron en mí de una forma especial, mis abuelos cuyo universo, principio y fin fue Haría. Macario Acosta, persona entrañable, ligado a mi familia por lazos de cariño y amistad. Juana Lasso, personaje inolvidable de mi infancia y juventud, era una de esas mujeres de alma grande, con una sabiduría ancestral heredada de esta tierra, una generosidad y una fortaleza de espíritu que la hacía enormemente indulgente con las debilidades de los demás. Su vida fue, como su muerte, silenciosa y abnegada, sin molestar a nadie, dando siempre sin pedir nada a cambio.
Don Enrique Dorta, son tantas las cosas que hay que decir de este sacerdote, que en verdad no sé qué decir. Muchas cosas que, como dijo don Agustín Chil en la homilía de su funeral, “sabemos todos y otras tantas que no sabemos, pero que están escritas en el corazón de Dios”.
Por último, cómo no recordar en estos momentos a Margarita Callero, narradora de cuentos y leyendas que relata como el mejor trovador, una especie de mester de juglaría local que recogía y difundía muchas de las tradiciones y de los sucedidos de la vida cotidiana que tuvieron lugar en los muchos años de convivencia que contaba la Villa de Haría.
Uno de sus romances que pertenece intacto en mi memoria y que nos repetía sin descanso ante nuestra insistencia, salpicando su relato con amonestaciones a su gata Miquilla, que siempre se encontraba entre su auditorio, hace alusión a otro santo cuya festividad también se celebra en este mes de junio, y considerando que aún estamos en su octava, me permito abusar de su paciencia por considerar que la gracia y moraleja de este romance justifican este lapsus.
Tentando por el demonio
tuvo un paleto la idea
de pedirle a San Antonio
le diera una mujer fea.
Una fea recatada
te pido, mi protector
y si es adinerada
decía, tanto mejor.
La quiero fea porque así
libre estaré de desvelos
y tampoco sentiré
el aguijón de los celos.
El paleto insistió tanto
en su petición impía
que por fin, cansado el santo,
le otorgó lo que pedía.
Fue a la estación de la Villa
a esperar a su costilla
que llegaba en el correo,
y fue tan grande el disgusto
al mirar a su mujer
que casi muere del susto.
La mujer era fea y tacha,
sin pelo ni dentadura.
La pobre más que mujer
era una caricatura.
Abrumado y pesaroso
ante esta visión fatal,
se revolvió contra el santo
y se le oyó murmurar:
yo te pedí mujer fea
pero ¡caramba no tanto!
Pero demos el protagonismo que se merece nuestro Patrón, el Bautista, el Precursor reclama su noche mágica, es momento festivo y de alegría. Disfrutemos de estas fiestas de San Juan, que las hogueras purifiquen nuestras conciencias y queden entre los rescoldos de Facundo las pesadumbres y melancolías.
La magia del futuro sanjuanero y el son de las verbenas reaviva el pasado, y cita a concurrir juntos, como en un aquelarre isleño a todos los antiguos moradores, que vigilan desde el Volcán de La Corona el horizonte marino de Arrieta, de Órzola y Punta Mujeres. Amigos de Haría, Máguez, Yé y Mala. Alegrémonos de estar reunidos y de que la prosperidad vaya devolviendo a nuestro municipio al lugar señero que tuvo históricamente en la isla y en Canarias.
Pregono con toda mi voz:
Que suene la música, que se ilumine el cielo con los fuegos de artificio y las hogueras ancestrales.
Adelante con estas Fiestas de San Juan.
¡ Viva la gente de mi pueblo!.
¡VIVA HARÍA!.