PREGONES DE HARÍA > Índice
Señor Alcalde, Señoras y señores concejales.
Queridos vecinos y vecinas de Haría.
Querida familia.
Muy buenas noches.
En primer lugar quiero expresar mi público agradecimiento a D. José Torres Stinga, alcalde del municipio, y a toda su Corporación por darme la oportunidad de estar hoy aquí cumpliendo con el hermoso compromiso de ser pregonera de las fiestas de San Juan en su edición correspondiente al año 2002. Y a todas las personas que asisten esta noche a este entrañable acto.
Agradezco profundamente esa elección en mi humilde persona, elección que constituye para mí un motivo de enorme orgullo y no menor responsabilidad.
Lo primero que se me vino a la cabeza cuando acepté la amable invitación del Ayuntamiento fue pensar en cómo había sido y es mi vínculo con este querido pueblo. El pueblo en el que nací, en el que viví mi infancia, pero del que tuve que marcharme, siendo muy joven, a finales de los cuarenta del pasado siglo.
Y lo hicimos, yo y mi familia, en primer lugar mis hermanos y mis padres, y posteriormente mis abuelos maternos, en un momento de grandes dificultades económicas, cuando en Haría y en el conjunto de Lanzarote se vislumbraban pocas oportunidades de futuro.
Gran Canaria fue mi destino, como así ocurrió con miles de lanzaroteños, que llegaron a copar barrios enteros de la ciudad de Las Palmas.
Para otros su maleta, cargada sólo con ilusiones, realizó un más largo recorrido y terminaron estableciéndose en Argentina, Cuba, Venezuela o Uruguay.
Naciones de acogida para decenas de miles de canarios que pudieron allí desarrollar sus vidas con dignidad. Naciones que hoy pasan por momentos muy difíciles, completamente alejadas de su boyante situación económica de aquellos tiempos, en que eran auténticas tierras de promisión para nuestra gente.
Como decía, nos marchábamos de nuestra patria chica por la ausencia total de perspectivas, en búsqueda de una vida mejor, de posibilidades de estudio y de empleo que aquí, entonces, no existían.
Y nos íbamos ligeros de equipaje, prácticamente con lo puesto, y sin certeza alguna de que en nuestro nuevo lugar de residencia tuviéramos plenas garantías de encontrar una vida mejor.
Estoy convencido de que tenía mucho de aventura esa inmigración, ese exilio económico, al que nos vimos forzados.
Los de menor edad, dejábamos atrás nuestra infancia y primera juventud, y los mayores, nuestros padres, todo lo que había sido su existencia, todos sus referentes.
Dejábamos atrás nuestros familiares y amigos, la casa en que habíamos nacido, las pequeñas tierras de cultivo y los animales que nos habían servido de sustento. En mi caso, en el de mi familia, pasamos del medio rural a una urbe de crecía a golpe de aluvión de inmigrantes procedentes, fundamentalmente, de las islas de Fuerteventura y Lanzarote, así como del interior de Gran Canaria.
Me fui llorando al abandonar este valle y llevando en mí los temores ante algo nuevo que había que afrontar sin remedio y sin recetas.
Sé que fue decisión muy dura la que entonces tuvieron que adoptar mis padres. Por eso hoy, con la perspectiva del tiempo, valoro su gran valentía, su plena determinación, su abnegado compromiso de ofrecer a sus hijos oportunidades de iniciar una nueva vida.
Y recordar aquellas etapas de mi vida me hace acercarme a las fiestas de San Juan, sin duda, el santo más festejado en Canarias. Y es Haría uno de los lugares donde es celebrado con más entusiasmo.
Como se sabe las fiestas de San Juan Bautista se corresponden con las antiguas celebraciones paganas que recibían el verano.
La noche de San Juan es la fiesta del fuego y la pólvora desde el siglo XV, pero mucho antes, los celtas ya la tenían por una noche mágica, de eterna lucha entre el bien y el mal.
Tan fuerte es esa dicotomía, que en la noche de San Juan se figuran aquelarres de brujas en torno al maligno, pero enfrente está el fuego purificador, el bien, la antítesis de la maldad en la noche más corta del año:
Es el Sanjuanito que se quema en hogueras que luego serán saltadas en brasas por las jóvenes casaderas. Ritos de amor, de fecundidad y de adivinación, y mañana el Día de San Juan.
Lo pagano y lo cristiano confluyen en la tradición de San Juan Bautista, y Haría no es una excepción.
Dicen las Sagradas Escrituras que Salomé pidió a Herodes la cabeza del Bautista en una bandeja. Y Herodes se la dio. Esta sea, tal vez, la metáfora de lo que puede suceder con este pueblo, con esta isla, si cedemos a la petición de la seductora riqueza de un día que nos deje sin vida para mañana.
No podemos entregar en bandeja de plata este valle de miles de palmeras donde anidan las almas de quienes nos precedieron; la seducción es muy tentadora, pero al fin y al cabo es la muerte.
Y no es eso lo que ansiamos por legar a las futuras generaciones.
Hemos recibido una herencia que hemos enriquecido cuando César Manrique nos hizo ver el valor de lo que nos rodeaba. Ahora no podemos entregarla como la cabeza del Bautista a los caprichos de quienes sólo quieren la riqueza.
Hemos de armonizar de manera inteligente esa creación de riqueza con la conservación de nuestro singular medio natural, con el respeto a nuestras tradiciones, con un modelo de vida en el que no pierdan nuestras señas de identidad.
San Juan predicaba en el Jordán, César Manrique en Lanzarote. No traicionemos su memoria, no nos traicionemos a nosotros mismos. Defendamos, con coherencia, los valores que nos hacen más humanos, más libres.
Supongo que las fiestas de San Juan de hoy son bien distintas a las de mis tiempos. Antes, nos reuníamos en cada casa los parientes más cercanos y en el día grande de las fiestas estrenábamos trajes y zapatos, asistíamos a la función religiosa y a la procesión.
Y paseábamos plaza arriba, plaza abajo, en un ritual que se repetía año tras año, como si el tiempo se hubiera detenido bajo sus árboles.
Como se repetían las tradiciones gastronómicas, con aquel sabrosísimo puchero.
Y el día de la tarde-noche, ocasión propicia para el conocimiento y el acercamiento entre los chicos y chicas, estas últimas siempre vigiladas por sus madres.
Luego la vida volvía a la normalidad de las tareas agrícolas, del trabajo, esperando con ilusión la llegada de un nuevo verano y con él de nuestras fiestas más populares.
De entonces a hoy todo ha cambiado y aunque hay elementos del pasado que es preciso rescatar, tengo que decir, sin nostalgia, que debemos felicitarnos por el bienestar que hemos alcanzado, por nuestras actuales condiciones de vida, nuestra educación, nuestra sanidad, nuestras carreteras…
Cuando las cosas mejoran, como así ha ocurrido en la Canarias de las últimas décadas, apenas le damos importancia. Se incorporan a nuestro andar cotidiano y olvidemos fácilmente las penalidades, las carencias de otros momentos. Es sin duda, una actitud muy humana.
Los que hemos tenido la oportunidad, por nuestra trayectoria vital, por nuestros años, de conocer el ayer de Haría, Lanzarote y Canarias, somos felices de poder disfrutar la de hoy.
Nos felicitamos, asimismo, por los profundos cambios que se han producido en la articulación de nuestra sociedad, por la posibilidad de exponer libremente nuestros pensamientos, en el enriquecimiento que ha supuesto el surgimiento de una cultura democrática, que durante tantas décadas nos fue negada.
También nos congratulamos de haber contribuido modestamente desde nuestras profesiones, en mi caso desde la enseñanza, desde el noble oficio de maestra, a que esta Comunidad haya avanzado notablemente, de que nuestra gente esté hoy más preparada que nunca en nuestra historia.
¡Cómo han cambiado, afortunadamente, las cosas!
En mis tiempos este municipio contaba por colegio con un almacén lleno de niños, donde un voluminoso profesor, uno sólo para todos los niveles, se esforzaba por educarlos, por prepararlos mínimamente para la vida. Yo misma viví experiencias similares como maestra en otros puntos del Archipiélago.
Ahora, tenemos en Haría un buen colegio de Infantil y Primaria, contamos con centro de Secundaria y hasta con un internado para atender a los chicos y chicas que viven alejados o que pertenecen a familias con escasos medios económicos.
Por eso, animo a la juventud a que no desaproveche la oportunidad de estudiar. A que se supere constantemente para que tenga así más posibilidades en un mundo cada vez más competitivo, en el que es precisa la formación a lo largo de toda la vida.
Llegado a este punto de mi intervención quiero volver nuevamente la vista atrás para recordar a mis padres, Juan Pérez y Josefa Morales.
A mí madre, de manera especial, porque se empeñó siempre en que estudiáramos y se esforzó porque lo hiciéramos en épocas en que el acceso a la educación estaba al alcance de los más pudientes, mientras los sectores más pobres de la sociedad se incorporaban al trabajo muy jóvenes y sin apenas formación.
También algunos de ustedes, sobre todos los de más edad y memoria, recordarán que mi padre era Juan Pérez, el del camión, uno de los primeros camioneros de la isla.
Él me contaba como siendo un niño venía todos los días a la escuela de aquí, de Haría, caminando desde las Cuevas de Máguez.
Su madre le preparaba diariamente el almuerzo, con su puñito de gofio, dátiles y queso, que traía luego en su mochila.
Un almuerzo que luego comería a la sombra de una pared o de un árbol en la Haría de la segunda década del siglo XX.
En medio de aquella penuria, Juan Pérez aprendió a leer y escribir, y estaba orgulloso de haber sido uno de los primeros que logró sacar el carné de conducir.
Al igual que les relataba de la educación, no era mucho mejor la situación del transporte público. Recuerdo perfectamente como el camión de mi padre servía al mismo tiempo para mercancías y personas, de guagua y camión.
Me acuerdo como nos trasladábamos al Puerto, así denominábamos a Arrecife, en un par de improvisados e incómodos asientos, mientras en la parte de atrás del vehículo viajaba una cabra, un cochino o sacos de papas o de paja.
Pero dejemos el pasado, sus miserias y sus ausencias. Y vivamos este presente evidentemente mucho mejor, pero que no permite que flaqueemos. Es preciso seguir trabajando y luchando para que el pueblo de Haría, la Canarias que hereden las futuras generaciones, sea mucho mejor, más justa, más solidaria.
Sé que he dejado atrás algunos tópicos sobre la belleza de este pueblo, este oasis en medio del desierto singular que es Lanzarote.
Ese, perdonen, casi voluntario olvido no supone que no sepa apreciar lo que Haría es, pero me parecía una redundancia hablarles a ustedes de lo que mejor conocen y aman.
Estoy segura de que ustedes mejor que nadie conocen la total ruptura del paisaje que dignifica el valle de las diez mil palmeras para cualquier viajero que llega a esta frondosa tierra.
O el hermoso contraste entre los colores del Malpaís y los de la blanca arena de unas playas únicas.
O, en fin, la singular belleza de cada uno de los pequeños y privilegiados rincones de este municipio, de Arrieta a Órzola, de Punta Mujeres a Máguez, de Mala a Yé, de Tabayesco a Guinate.
La misma belleza que impactó al poeta Manolo Padorno, premio Canarias de Literatura recientemente fallecido. Un Padorno que en su obra “A la sombra del mar” dice:
“La mañana varada, la ancha quilla
por el valle tan dulce, naufragado
silencio, el fondo claro de la orilla.
Calmo silencio aquí, mientras el cielo
se escora por Haría blandamente
y se desguaza la mañana entera
en un fondo marino de palmeras”.
Pero por encima de esos originales elementos de la Naturaleza, o de las obras bien hechas nacidas de la inteligencia del hombre, capaz de aprovechar la belleza natural, transformándola sin desvirtuarla, y que hoy son atracción para visitantes procedentes de todo el mundo, como Los Jameos del Agua, la Cueva de los Verdes o el Mirador del Río, en mi opinión el principal capital de este pueblo lo constituyen, sin duda, sus hombres y mujeres.
Es su capital humano el que ha hecho engrandecer a esta zona de Lanzarote y el que permite que Haría sea hoy lugar donde merece la pena vivir y un municipio que tiene ante sí mucho futuro.
Por último, antes de finalizar esta intervención, permítanme en la confianza que da ser pregonera de las fiestas en mi pueblo y entre mi gente, sintiéndome casi en familia, contarles un detalle muy personal, una pequeña confidencia.
Como muchos de ustedes saben, mi vida la he dedicado por completo a la educación, pues durante más de cuarenta años estuve en las aulas en distintos lugares de las islas ejerciendo la profesión de enseñar a los que más quiero, mis niños y mis niñas.
Niños y niñas a los que traté siempre de formar adecuadamente para la vida, ofreciéndoles los elementos básicos para avanzar en sus estudios o para incorporarse al mundo del trabajo.
Y, también, intentando transmitirles la trascendencia de los valores: del respeto a los demás, de la solidaridad, del amor a la tierra, de la importancia del esfuerzo personal, de la relevancia, en fin, de ser buenos ciudadanos y ciudadanas.
Lo hice en primer lugar en La Graciosa, mi primer destino allá por el año 59, más tarde en el Puertito de Bañaderos, en Guisguey (Fuerteventura) y, durante treinta años, en el barrio grancanario de Tenoya, donde hoy su colegio de Infantil y Primaria lleva mi nombre.
Y ahora, retirada ya de la actividad docente diaria, cuando me preguntan qué cosas recuperaría si volviera a repetir mi ciclo vital, qué nuevos sueños quisiera hacer realidad en una segunda oportunidad, tengo una clara y rotunda respuesta.
Sólo pediría a Dios dos cosas: volver a ser maestra y volver a nacer en Haría.
A todos ustedes, muchas gracias y mi deseo de que disfruten unas felices fiestas de San Juan.
Muy buenas noches.