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SAN JUAN, BAJO EL SIGNO DEL FUEGO
Sr. Alcalde, Corporación Municipal, vecinos de este pueblo de Haría. Sin duda es para todos una satisfacción reunirnos un año más en esta plaza en la víspera de San Juan. Un año más, aunque especialmente significativo en mi caso por el gran honor que se me hace al invitarme a pronunciar este pregón.
En el agradecimiento debido, tengo que incluir los gratificantes momentos vividos buceando en nuestra historia en busca de algunos recuerdos que compartir con todos ustedes esta noche; algunos de ellos forman parte de la memoria común, otros son producto de mis propias experiencias de infancia y juventud, como integrante de una generación, en cierto modo, privilegiada, que ha visto crecer y desarrollarse a Haría sin perder sus señas de identidad, su esencia; algo que no todos los pueblos del Archipiélago pueden celebrar en estos días.
Entiendo que para muchos esta cita significa el comienzo de un nuevo año porque, de algún modo, sigue siendo así en nuestro calendario no oficial, como sucede con tantos pueblos de origen agrícola y ganadero en el mundo. Y como ellos, lo hacemos bajo el signo universal del fuego.
Cierto es que el fuego no ha tenido siempre la cara amable y festiva de hoy para los habitantes de este Valle, que sufrió durante siglos el ataque de los piratas.
Nació Haría en este enclave, además de por fértil condición de la tierra y el acceso al agua, tan escasa en otras partes de la Isla, por la protección que, en principio, suponían sus montañas frente a los ataques de los corsarios – los asentamientos en núcleos costeros no se desarrollarán en Lanzarote y Fuerteventura hasta el fin de la piratería, que en Canarias se sitúa en 1799 - Al abrigo de las montañas se sumaban las ventajas de los territorios de Lava de El Malpaís de La Corona, con sus cuevas y túneles como refugio.
Sin embargo, poco efecto tuvo esta estratégica situación frente a uno de los más graves ataques sufridos entre el XV y el XVIII, liderado por Amurat Arráez, que se saldó - además de los habituales raptos y saqueos - con el incendio de gran parte del palmeral en julio de 1586.
A pesar de este trágico episodio, el palmeral de Haría sigue siendo el más importante de las islas, orgullo y símbolo del propio pueblo. Ese renacer de las propias cenizas, trae a la mente la imagen de Fénix. Y al investigar en este mito, que tan oportuno me parecía citar aquí esta noche, encontré una referencia, que para nosotros puede tener una lectura muy interesante: porque Phoenix, fénix, es el nombre que recibe en griego, además del ave, la palmera. Y lo mismo sucede en Egipto con la denominación Benu, que desde la XVIII dinastía a las cigüeñas o Garzas que eran adoradas en Heliópolis, según se recoge en “El Libro de los Muertos”. Benu simboliza al sol en su orto, en su nacimiento, por eso se lo representa como autogenerador - “el corazón del sol renovado” – Y Benu llamaban, también, los antiguos egipcios a sus palmeras.
Plinio es más tajante, asegura que es de la palmera de quién recibe el nombre el ave mítica; y nuestro Miguel de Unamuno va mucho más lejos al afirmar en sus “soliloquios y conversaciones” que el verdadero mito se refiere a la palmera y no al ave; que es ésta la que se incendia y vuelve a brotar, la que encarna el símbolo de lo eterno. (Teoría que también comparte Agustín de la Hoz).
A principios del siglo XX tendrá lugar otro desagradable episodio relacionado con el fuego, en este caso el incendio del Ayuntamiento y el Juzgado, como resultado de los desordenes políticos vividos en la isla. El incidente se saldó con el perdón concedido a los culpables por el entonces alcalde de Haría (1.904) Domingo López Fontes.
Y es precisamente a él a quien debemos esta plaza, además de otras muchas obras de importancia; él fue quien plantó estos árboles pensando en las generaciones futuras, en tiempos en los que llegar hasta Arrecife suponía casi seis horas de viaje.
Pero volvamos a las fiestas, a esta que hoy celebramos bajo el signo del fuego; Y es que, sin duda, tiene mucho que ver el origen de los primitivos habitantes de este pueblo con la importancia y popularidad que ha adquirido la celebración de San Juan frente a las festividades de la Encarnación, “abogada” de Haría, o Santa Rosa.
Los motivos del arraigo de esta celebración se pierden en el tiempo y tienen una estrecha relación, como ya adelantamos, con el carácter agrícola y ganadero de nuestro pueblo, que adquirió un nuevo vínculo con la tierra, si cabe aun más intenso, cuando los señores de Lanzarote entregaron, a los vecinos que los cultivaban, los terrenos cuya titularidad habían adquirido durante la conquista normando – castellana (S.XV).
Y es que, a nadie se le oculta que en el calendario cristiano la celebración de San Juan coincide con la del solsticio de verano en el hemisferio norte, fecha que la mayoría de las civilizaciones antiguas celebraban. Se trata del momento del año en el que el sol alcanza su cenit, y es visible por más tiempo. Es una creencia universalmente extendida que las propiedades de las hierbas y las plantas cobran facultades extraordinarias cuando se recolectan en esta fecha.
Los romanos celebraban las fiestas del fuego en honor a la diosa Palas encendiendo hogueras que, según cuenta Oviedo, la gente saltaba tres veces con el fin de obtener salud y felicidad. En Grecia comenzaban el año con el solsticio de verano, celebrando las fiestas dedicadas a Apolo, y prendían grandes hogueras purificadoras…
Posteriormente las fiestas se seguirán celebrando cristianizadas, no olvidemos que las natividades de San Juan y Jesús coinciden con los solsticios de verano e invierno respectivamente. Las fiestas de San Juan en la Edad Media en Europa se caracterizan por tres rasgos: las hogueras, las procesiones nocturnas por los campos a la luz de las antorchas, y por hacer rodar – tras incendiarlas- grandes ruedas enramadas.
Las hogueras tenían como objeto aumentar el fulgor del sol, precisamente en el momento de su llegada al cenit; las ruedas imitaban el disco solar; y mediante las procesiones se procedía a la purificación del aire y de los campos, para que las cosechas fueran abundantes.
En un principio, la Iglesia pretende combatir las hogueras, ya que son consideradas un resto de las manifestaciones paganas, y así consta en el Concilio de Constantinopla del 680; pero la costumbre estaba tan arraigada que terminó por aceptar que se asimilara a la fiesta de San Juan.
Es ésta una actividad frecuente y en nuestra propia Isla tenemos ejemplos de casos similares, como el de Los Diabletes de Teguise, una celebración que tiene como seña de identidad el mestizaje – una mezcla de creencias de los aborígenes y de los esclavos africanos, traídos a la isla en el siglo XV – en la que el macho cabrío es considerado símbolo de virilidad y fecundidad, como en tantas culturas antiguas. Los Diabletes también fueron asimilados, y durante años acompañaron a la procesión de Corpus, antes de incorporarse al carnaval.
La celebración de las fiestas de San Juan en Haría se inicia tradicionalmente con el traslado del Santo desde su Ermita, hasta esta misma plaza, a la Iglesia de la Encarnación, donde se le dedica una novena.
Sabemos que la Ermita actual se construye a mediados del siglo XVII como consecuencia de una solicitud que realiza Manuel Acuña Figueredo al Visitador General Pérez Criado en 1625. Acuña Figueredo pide licencia para levantar un templo sobre las ruinas de otro anterior – construido por su suegro – que había sido desmantelado por los turcos (bien podría ser durante el ataque de Amurat Arráez, al que nos hemos referido antes, o en el protagonizado por berberiscos y turcos al mando de Xabán y Solimán en 1618). Se solicita asimismo poner a la nueva iglesia bajo la advocación de San Juan Bautista, ya que el culto a la Virgen de La Encarnación, patrona de Haría, se había trasladado a otro lugar del Valle.
Un patronato será el encargado de afrontar esta tarea con las rentas de siete fanegas de tierra otorgadas en testamento por Manuel Acuña. No fueron pocas las dificultades que encontraron los sucesivos patronos para mantener la Ermita con los frutos de los terrenos destinados a este fin. “Herederos” de las obligaciones del patronato original son hoy los vecinos de la zona que, voluntariamente, se encargan de atender el templo.
La Hoguera es parte fundamental de esta celebración y en ella se produce la quema del Facundo, con todo lo malo que el año arrastra, y con esa misma idea de purificación con la que echaban al fuego a sus peleles los antiguos griegos.
Recordando estos asuntos, me han venido a la memoria tantas, tantas noches de San Juan, con sus promesas… los recuerdos de la infancia y juventud en esta plaza; la imagen de mi padre, que fue maestro, como yo lo soy ahora, de un pueblo que supo luchar contra el aislamiento y que, según el francés René Verneau, describe en “Cinco años de estancia en las Islas Canarias”, sigue siendo lo que fundamentalmente era hace más de un siglo:
Cito a Vernau, “es un verdadero oasis perdido en medio de montañas. Situado al fondo de un valle profundo, está abrigado de casi todos los vientos. Su situación le permite hacer una abundante provisión de aguas, que desciende de todas las montañas de los alrededores. Allí se pueden cultivar árboles sin enterrarlos en el fondo de un agujero: la naturaleza del terreno permite cultivos variados, y cuando llueve se hacen cosechas abundantes. Esta localidad se ha convertido en la más importante de la isla, después de Arrecife.”
En esta plaza pernoctó Vernau; en ella vivían el cura y el alcalde, para quienes el francés traía una carta de recomendación. Se cuenta que ambos le prepararon una habitación en sus casas; primero había visitado al cura, pero para no ofender a ninguno acordaron que durante su estancia almorzaría en una casa y cenaría en la otra.
Se trata de un pueblo en el que existieron ya a finales del XIX algunas de las mejores bibliotecas de la Isla: la de Don Enrique Luzardo Bethencourt, con varios miles de ejemplares, o la de Don Rafael Cortés Spínola, que fue donada a la Parroquia.
Quisiera mencionar esta noche la labor pionera en la enseñanza de Don Santiago Noda, que en 1873 comenzó dando clase en un almacén de la casa donde actualmente se ubica la Residencia Escolar. Después llegó la Academia de Don Enrique Dorta, posteriormente Colegio Libre Adoptado, y más tarde Instituto de Enseñanza Media; sin olvidar al desaparecido Centro de Formación Profesional.
Un recuerdo imborrable merece la labor de Don Enrique Dorta, que con el otro Sacerdote, Don Juan Arocha Ayala, fue impulsor y organizador de encuentros y reuniones de la juventud de la Parroquia y de la formación de varios equipos de fútbol, como el San Juan, el San José y el Carmen, que se enfrentaban a otros de Máguez (San Pedro, San Pablo y Santa Bárbara).
Los chiquillos de mi época jugábamos al fútbol en la calle, como en tantos otros lugares, con una improvisada pelota de trapos, que mejoraba notablemente cuando iba dentro de una media. Fue todo un acontecimiento para mí recibir cierto Día de Reyes un equipaje y un balón que era mayor que yo. A las 6:00 de la mañana ya estaba en la Plaza, en esta plaza, vestido de futbolista. Esperé inútilmente y me volví a casa llorando de decepción porque nadie apareció.
Otra anécdota, en este caso de recuerdo más feliz, tuvo como protagonista a un loro, propiedad de Don Juan Arocha. Sucedió cuando ambos regresábamos a su casa, lo que hoy es el “Restaurante el Cura”, de un partido que había perdido “El Juvenil” – que solía enfrentarse con equipos de otros pueblos – el enfado de Don Juan era notorio, y más se incrementó cuando el loro soltó: “¿Qué le pasa al Juvenil?” el pobre animalito escapó porque yo estaba allí.
Uno de los deportes que se practicaba en Haría por aquel entonces era la lucha canaria. En cierta ocasión faltaba un luchador en el equipo, que debía competir en Guatiza. Yo no practicaba ese deporte, pero me dije: “quién dijo miedo”, y allí me fui, incluido en un programa en el que aparecía con el sobrenombre de “El Tiburón”.
Con tal nombre, los contrarios esperaban que fuese el nuevo puntal del equipo. Evidentemente no era así, y me tocó salir al terreno en primer lugar. Mi contrincante medía unos dos metros de altura, o es lo que a mí me pareció. Sin ninguna dificultad me alzó en el aire, y cuando yo ya me veía volando hacía el suelo, se levantó el sargento de la Guardia Civil y gritó: “Denme al niño”. Fue tanto el miedo que tenía que salí corriendo y en un camión que pasaba llegué a Arrieta. Y de allí en guagua a Haría. Como ustedes comprenderán, la poca afición que tenía por la lucha la perdí de golpe.
Lo que no he perdido nunca es la ilusión por colaborar activamente en la vida de un pueblo, de ahí mis cuatro legislaturas en el Ayuntamiento; de este periodo me queda la satisfacción de haber cumplido con una obligación y haber contribuido, en la medida que mi oposición sistemática lo hizo posible, a preservar las zonas naturales de nuestro Municipio.
Estas fiestas de San Juan que nos reúnen año tras año, con un creciente éxito de convocatoria, son un buen momento para seguir afirmándonos en la defensa de este espacio en el que se encuentran nuestras raíces, y rendir un sentido homenaje, a cuantos con su esfuerzo han hecho de Haría uno de los lugares más hermosos del Archipiélago.
Hemos hablado aquí de algunos de esos hombres, pero quisiera dedicar un emocionado y sentido recuerdo a todos aquellos que no han sido nombrados, a aquellos de los que rara vez se escribe, hombres y mujeres de Haría de todos los tiempos, que son la verdadera esencia y sostén de este pueblo. Y, si me lo permiten, entre ellos quisiera mencionar muy especialmente a dos personas ligadas a mi familia por la amistad: a Lola Miralles Curbelo, inolvidable desde los días de la infancia, que ha heredado de sus antepasados la generosidad y el espíritu benevolente con cuantos la rodean. Y a Jesús Perdomo Ramírez, a quien, además de los lazos de parentesco, me une el agradecimiento por su ayuda en los momentos difíciles de la vida.
Todos ellos, todos nosotros, somos los verdaderos responsables del destino de este pueblo, de que tantas personas deseen estar aquí esta noche compartiendo en esta plaza ese momento mágico de la noche de San Juan, que es celebrado en tantos pueblos del mundo a la luz de las hogueras, mucho antes de que San Juan o nuestra propia comunidad existieran.
Mis mejores deseos para todos, muy especialmente para Juanas y los Juanes. Felices fiestas de San Juan. Muchas gracias.