PREGONES DE HARÍA  >  Índice

 

 

            Buenas noches a todos: autoridades, vecinos, foráneos, harianos que vuelven al  pueblo por las fiestas, amigos...

            Antes de comenzar mi intervención quiero agradecer a los que han hecho posible mi nombramiento como pregonero… la figura del pregonero era, antiguamente en España y sus colonias, el oficial que en alta voz daba difusión a los pregones, para hacer público y notorio todo lo que se quería hacer saber a la población.

            Los pregoneros oficiales o públicos tienen su precedente en los “Praecones” romanos que constituían una clase de empleados subalternos al servicio de los magistrados.  Tenían como misión convocar a las centurias y a las tribus en los comicios para que emitiesen su voto, proclamar el resultado del escrutinio y en caso de elección, el nombre de los elegidos, convocar a los senadores para las reuniones del senado, llamar a las partes y a los testigos para los juicios, anunciar las ventas, proclamar a los vencedores y coronarlos en los juegos públicos e imponer silencio en las asambleas y ceremonias religiosas.

            En nuestro país, el pregonero, tuvo su auge a finales del siglo XIX y comienzos del XX para después para ir desapareciendo de las ciudades por la irrupción de nuevos medios de comunicación y quedar, en el mundo rural, como meros testimonios del pasado.

            En Haría tuvimos a María Lasso que era la encargada de pregonar las defunciones y las bodas.

            De chico recuerdo que me llevaron a las fiestas de San Ginés y vi a Pepe “Cañadulce” haciendo redobles con un tambor y pregonando los actos de cada día.

            Actualmente el pregón es un acto de promulgación de un asunto de interés para el público y, particularmente, el acto con el que se inicia una celebración festiva como es el caso de nuestras fiestas patronales en honor a San Juan Bautista y el pregonero es el encargado de hacerlo.

            Permítanme, por tanto, que no les pregone los actos detallados de esta fiesta, para ello tienen el programa impreso, pero sí que comparta con ustedes las vivencias de mis correrías por este valle en el abrí los ojos por primera vez y en el que no me importaría cerrarlos definitivamente pero eso sí: cuanto más tarde mejor.

            Fue el primer domingo del mes de mayo cuando sin comerlo ni beberlo, y esto es literal, me llevé la primera nalgada de mi vida con el consiguiente arranque de llanto, para regocijo de mi padre y de mi exhausta madre que tras el parto y ante esta inequívoca señal de que estaba vivo esbozó una sonrisa de satisfacción y agradecimiento a María Luisa Reyes una de las parteras del pueblo. María Luisa era la mujer de Juan de León que ponía inyecciones, del barrio de La Cruz, eran los padres de Félix de León que después de la guerra fue el cartero de La Graciosa durante muchos años. Antonio Bonilla el de la calle San Juan también ponía inyecciones.

            Nací teniendo por vecinos a Emerenciana y seño Juan Rodríguez y había entrado en este mundo por el Barrio de la Isleta.

            No seré yo, embargado por la nostalgia, el que diga que cualquier tiempo pasado fue mejor por que dudo que fuera cierto aunque tendamos a idealizarlo con el paso de los años o lo aderecemos con toques de romanticismo o amnesia.

            Haría a mediados de los 50 era un pueblo de agricultores que se procuraba el sustento mirando al cielo y mirando al suelo y rogando que el primero dejara caer lluvia a tiempo y que el segundo diera los frutos para el sustento del año y seguir así el ciclo de la vida. Los que tenían alguna tierra en propiedad corrían con suerte. Los que no... intentaban llegar a un acuerdo para trabajarlas “de medias” con sus propietarios o a jornal en la época de la siembra o de la recolección, pero si no llovía había que  hacer cola en el Chafarí para conseguir agua con que saciar la sed y eso que en este valle se contaba con pozos y la suerte y el regalo de tener un nivel freático accesible en las zonas cercanas al barranco.

            Cuando había una serie de años ruines tocaba probar suerte en “la costa”, en otras islas o aventurarse al viaje a Venezuela como fue el caso de mi padre y de muchos harianos y canarios.

            Crecí en un barrio cuyos vecinos eran solidarios con las necesidades ajenas y nunca faltó una mano a la hora de recoger cosecha, compartir la era, el agua del aljibe o lo poco que se tuviera de material.

            A vista de niño recuerdo ver entre incrédulo y maravillado cómo un barco desplegaba todo su velamen dentro de una botella de ginebra que con paciencia infinita y más maña que fuerza lograba el vecino Juanillito, desde su silla de madera con ruedas. Yo la llamé la flota “Dry Gin Gordon´s” que era lo ponía en relieve por fuera en la botella. Luego don Juan Valenciano nos familiarizó con “El Temido” que llevaba 10 cañones por banda e iba viento en popa a toda vela... pero esa es otra historia.

            En las tardes después de la escuela nos perdíamos con el juego y… la montaña de Faja se quedaba chiquita jugando al Calambre, Escondite o al fútbol aprovechando que en uno de sus “nateros”, más allá del árbol de Flora, había crecido pasto y se nos antojaba el mejor estadio del mundo. El único fallo que tenía era que si chutabas fuerte había que ir a buscar la pelota ladera abajo donde se le ocurriera parar.

            No faltaron los torneos de boliche o tángara en el que apostábamos almendras o incluso “perras chicas” y las bajadas a velocidad de vértigo en carros de madera de autoconstrucción, por la cuesta de Isidora hasta el barranco sorteando, no siempre con suerte, la esquina y el pozo de seño Juan Rodríguez. Nuestras maltratadas rodillas hacían de parachoques y más de una vez tuve que elegir entre chancla (pues mi madre no quería para mi esos deportes de riesgo) o tirita especial de tela de araña de la gallenía que siempre funcionaba y era menos llamativa que la “mercromina” que me ofrecían las vecina.

            Es curioso recordar la influencia de la dictadura en la separación sibilina de juegos o deportes por sexos enfocándolo a unos roles perfectamente definidos: para nosotros los de fuerza como la lucha, el fútbol, la piola, la soga, el planto, calambre, o el pañuelo. Ellas jugaban a las casitas,  con muñecas, al teje, al elástico, a la comba, a juegos de ritmo con las manos, a los recortables y algún que otro según se pusiera de moda. La mezcla de chicos y chicas o entre juegos era poco frecuente y daba igual que fuésemos vecinos o hermanos y no coincidíamos ni en el recreo de la escuela, que tenían horarios diferentes. Recuerdo, de último, cuando el boom de las estampitas que si alguna vez accedíamos a jugar juntos…  siempre nos ganaban ellas.

            Volviendo al barrio de mi infancia en verano recuerdo las noches en la “esquina del Peo” como punto de encuentro y relax de los vecinos liberados de las tareas del campo. Por un lado los hombre, sentados junto a la casa de Joaquina la madre de Venturilla, fumaban y contaban algún cuento o anécdota graciosa y enfrente en la otra esquina las mujeres hacían empleita o rosetas con el farol a media lumbre mientras la luna llena asomaba por Faja como un enorme balayo rompiendo las tinieblas de la noche y ampliando el campo de operaciones para nuestros juegos.

            Aprovechando el estío algunos vecinos bajaban a Punta Mujeres y pasaban unos días mariscando, pescando, recolectando sal de los charcos, cambiando de rutina y disfrutando del cambio de aires, de faena y, tal vez, sintiendo la libertad que contagia el mar como expresara Fernando García-Ramos:

Que libre campo es el mar. nadie lo asurca ni siembra, ni tiene majanos blancos, ni tiene lindes ni cercas. Fruto es el peje en la barca, si el campesino lo pesca.

            Era el tiempo de las chozas de piedra seca con techos de tegue y sebas. Luego en los setenta llegó el boom económico y el cambio de mentalidad... pero esa es otra historia. 

            Volvamos al barrio... No pretendo contar la idiosincrasia de cada vecino, pues sería extenderme demasiado pero sí la de un par de ellos que llamaron mi atención de niño. Recuerdo el espíritu de acróbata que tenía Luis Machín el cortador de palmas pues subía a las más altas, descalzo y con el hacha al cinto, como quien pasea por una acera. Su silueta recortada trepando tronco arriba aún está en mi retina.

            Virgilio Paz, hombre pequeño de estatura pero de gran corazón, era el primer voluntario en adentrarse en los siempre ignotos Riscos de Famara cuando alguien tenía la desgracia de perder la vida en ellos.   

            En el recuerdo también estos vecinos: Encarnación y Félix Barrios, Milagros Betancor, Siona Pérez y Regino Montero.

            Un hecho que nos marcó terriblemente fue la muerte el 4 de octubre de 1965 de José, “Popo”, el hijo de Carmen y nieto de Isidora cuando una tarde jugando a calambre y al saltar por encima del pozo del barranco, frente a la casa de Feliciano, la tapa cedió tragándoselo y cegando su vida.

            En el recuerdo queda también la incógnita de la misteriosa desaparición la víspera de las Nieves del año 70 de Rafael y Juan, dos inocentes de 10 y 9 años de edad y la aparición de sus cuerpos, más misteriosa aún, dos años y tres meses después.

            Por las fiestas de Las Nieves todos subíamos a la montaña para visitar la ermita. Haría se llenaba de gracioseros que subían El Risco y hacían el recorrido a pie, ida y vuelta, para pagar promesas y pedir protección a la virgen para cada singladura y para la vida dura que les había atado a una isla sin recursos.

            Haría fue el centro neurálgico del norte como podrán comprobar a continuación por la actividad que les voy a enumerar: tenía un comercio exclusivo de tejidos, el de Zenón Casanova con tres empleadas, que además por reyes vendían juguetes y nos pasábamos horas mirándolos y pensando en que debíamos ser buenos por los menos hasta que pasaran los camellos. Como el “prêt-à-porter” no se había inventado, una legión de mujeres  se encargaban de diseñar, cortar y hacer la ropa a medida. Entre ellas estaban Eduvigis y Porfiria Bonilla y Fermina García en la calle San Juan, las hijas de maestro Eduardo Eustaquia y Juliana en la calle La Cruz,  Clotilde Pérez y Milagros Betancor confeccionaban ropa para hombre en la calle del Puente y un poco más abajo Luisa Bonilla.

            También cosían: Frasquita García, Carmen y Antonia Pacheco, Rosario, Leonor, Nina Reyes, mi madre y algunas más en casa de la señora Julia en la calle La Cilla. Julia era la abuela de Meluco y éste me contó que en vísperas de las fiestas la actividad era tan frenética que él se encargaba del reparto de las prendas a domicilio con una bicicleta… todos querían estrenar.  La única excepción masculina, los únicos sastres fueron Pepe Bonilla y Eligio Perdomo.   

            Herreros y mecánicos habían nueve sin contar sus ayudantes:

            - Maestro Eduardo.

            -Alpuig

            - Andrés

            - Manuel Perdomo. Que al margen de carpintero tenía un taller enfrente y fue el que reparó las herramientas cuando se abrió la carretera de La Montaña.

            - Marciano Acuña

            - Antoñín García

            - “Bestín”, antes de comprar el taxi, mi hermano Mateo trabajó con él antes de irse a Venezuela y me dejaban dar manivela al ventilador de la fragua. El taller estaba en casa de Anastasio junto al barranco.

            - Maestro Arístides era un herrero fino que igual reparaba un motor que un reloj de pulsera.

            - Y Maestro Narciso que tenía su taller justamente aquí en este local antes de ser El Canuto y luego la Sociedad y daba para el callejón de doña Basilia.

            Latoneros habían dos: Tomás González que también era barbero y Antonio el de don Lilo.

            Zapateros hubieron seis:

            - Pepe... Pepe “Zapatilla”(el de la calle San Juan)

            - Pepe López y Feliciano que primero trabajaron juntos frente a Anastasio y después Pepe Lopez se instaló en la calle El Puente donde antes estuvo Juan Barrios.

            -Juan Delgado y por último Juan Betancor el de Amabilia.

            Tengo inventariados a catorce carpinteros:

            - Domingo Rodríguez y Manuel Perdomo en la calle La Cilla

            - Domingo, Eutimio y Zenon... Casanovas los tres en la calle Longuera

            - En la misma calle y pegado a la casa de mi abuela Dolores: Antonio Cabrera y sus dos hijos Humberto y Antonio y también su cuñado Fermín que tocaba el saxofón.

            -Maestro Elías y Maestro Andrés en la calle La Era.

            - Señor Pepe Luis Bonilla en la calle San Juan.

            -Silvestre Betancor que también era barbero.

            -Agustín Jordán que ahora su hijo hace carpintería de ribera.

            -y ya de los últimos: Tino el de Amabilia, Felo el de la Vista de La Vega y Manuel Perdomo… que ahora está en una fase de creatividad en la que ha elevado la carpintería al rango de arte, recreando piezas y sorprendiéndonos con exposiciones como la que le dedicó a un elemento que cambió la historia del mundo: la rueda. “Ruedas Arte y tradición” que pudimos ver en la sala El Aljibe, o su homenaje personal a las carretillas con su diseño de seis modelos en maderas nobles, o sus cinco carruajes,  que hemos podido ver también en exposiciones o en la romería de San Juan, sus bicicletas o los juegos de bola artesanales y ahora en su penúltimo proyecto, no digo último por que no creo que tarde mucho en sorprendernos, el penúltimo decía es la recreación del torno manual cuyo volante es una rueda, íntegra de madera, de dos metros de diámetro que hay que mover a mano con una manivela y antiguamente era norma que el que encargaba un juego de bolas debía aportar la madera y una persona para mover el volante. Sencillamente creo que lo de Manuel Perdomo es impagable pues aúna en el compromiso tradición, arte y difusión patrimonial.

            Seguimos… con los gremios y ahora toca a los barberos:

            - Recuerdo a Silvestre Betancor con su maletita de madera haciendo el servicio a domicilio.

            - Tomás González

            - Pacheco

            -Amadeo Bailón        

            - Y nuestro querido Ladislao Rodríguez cuya barbería fue punto importante de socialización de los jóvenes que se reunían para leer los periódicos de información general y también los deportivos que compraba a diario.

            Hablando de socialización y sin entrar en mucho detalle podríamos llegar a la conclusión de que los puntos importantes eran las tiendas y los talleres de costura para las mujeres y La Hoya, es decir la esquina de la plaza y los bares para los hombres.

            Recuerden que hasta bien entrados los años setenta hasta en la iglesia había separación por sexos y las mujeres iban a la derecha junto al armonio que tocaba Ginesa y los hombres a la izquierda y que participar en un baile o verbena era motivo de pecado.

            Los domingos las parejas aprovechaban para mocear plaza arriba y plaza abajo puesto que estaba mal visto que una mujer entrara a un bar. Otra cosa distinta eran por las fiestas patronales donde se montaba algún ventorrillo o donde se celebraban los bailes como en El Canuto, En Casa de Joaquín Rodríguez o en El Billar.

            Bares no hubieron tantos como tiendas pero si algunos… el de Regino Montero, Abdón y Gilabert en La Isleta y en torno a La Hoya estaban El Billar, el de Andrés Betancor, El de Joaquín, El Bodegón de Feliciano famoso por que venía la gente del Puerto atraído por sus tapas, Amadeo Bailón, Manuel López, el bar de Quico Rijo y el de Pepe y Paco Pérez, estos últimos abrían a las cinco de la mañana para despachar a los trabajadores que cogían la guagua de las cinco y media. No nos olvidemos El Canuto que atendían Andrés y Juan Villalba. 

            Recordemos también que en las tiendas había un rinconcito a veces separado donde los hombres se echaban su “arrancadilla de ron” o su vaso de vino con unos chochos o matices.

            Haría tuvo una industria jabonera: “Jabonería La Cruz” que la fundó Agustín Cruz Villalba a finales de los años treinta dando trabajo a varias personas y comercializando el famoso jabón Suax  de venta en cuadros y en barra.

            Contaba este pueblo con dos molinas de fuego, hoy tristemente inactivas, la de Emilio Rodríguez Pacheco en la calle Fajardo cuyo primer dueño fue Francisco Torres Umpiérrez que posteriormente fue comprada por Juan Pablo de León y reubicada en la calle La Hoya, y la de Gabino Hernández en la calle La Tegala que además por la noche producía electricidad para algunas casas de los vecinos más pudientes.

            Desde temprana hora cada una arrancaba su motor y era muy agradable el olor a grano tostado recién molido. Fernando y Chano fueron los molineros y en su última etapa Gabino y Juan Pablo.

            Recuerdo ver bastantes burros amarrados fuera esperando para transportar la molienda y en la calle La Tegala dos enormes ruedas de molino.

            Aunque el gofio con granos de la tierra fue pilar básico de nuestra alimentación, con el devenir del tiempo se desarrolló una nueva industria: la derivada de la harina de  trigo contabilizándose en el pueblo hasta cuatro panaderías: la de Carmen y Jesús Brito en la calle del Puente, la de Emilio y Encarnación Rodríguez en la calle La Cilla, la de Zenón Casanova y seña Paca junto al aljibe del pueblo y enfrente la de Ladislao Rodríguez y Dolores Lasso. De Ladislao cuentan la anécdota de que tenía un sistema eficaz y peculiar de cronometrar la hornada: cogía la guitarra se iba a dar serenata y cuando se le terminaba el repertorio musical, el pan ya estaba para sacar. Tenía aguante o repertorio.

            La planta alojativa para foráneos estaba compuesta por tres pensiones: una que estaba situada junto al hoy Museo Sacro y que era propiedad de Aurelio Romero casado con Cipriana Acuña, que luego dejaron en herencia a su nieta Benedicta Fontes Romero, la que fue esposa de don Juan Pablo de León.

            Otra pensión fue la de Ladislao Rodríguez Bonilla, casado con Dolores Lasso Rodríguez, ubicada en la planta alta del Bar El Billar, la desaparecida Cafetería Ney-Ya. Y entre los años 30 y 50 funcionó la de Manuel Feo Cabrera y su esposa Amalia Viñoly Perdomo en calle Ferrer esquina con la calle Molino.

            Famosa fue la casa de comidas de Inés García en el barrio de La Cruz que atraía a mucha gente por sus caseros y sabrosos guisos y entre sus comensales contó con la presencia de Alfredo Krauss, Pepe Dámaso, César Manrique y bastantes visitantes o amigos de este ilustre artista y vecino. También fue protagonista de un famoso programa culinario de la televisión nacional.

            En cuanto a alimentación ahora apenas quedan cuatro puntos de venta contando con el último que se abrió en el salón de doña Guadalupe, anterior Bar Los Baleos antiguo Club Ancla, el Autoservicio La Plaza (que antes fue lugar de culto cuando la iglesia estaba en ruinas y también fue el cine de Paco) el supermercado de Juan Pablo de León y el Mercado de Abastos, pero entre el año 1936, que fue cuando vino mi madre a vivir a este pueblo, y hoy hay contabilizadas 32 tiendas entre ellas algunas grandes con varios empleados como las de don Antonio López en la calle San Juan, antes en el local del Canuto, que también vendía telas y juguetes por reyes, don Emilio Rodríguez frente al hoy salón parroquial o la de don Juan Pablo de León en la calle La Hoya.

            Hay otras que las recuerdo cerradas como la de mi tío Santiago Sicilia en la casa de mi abuela Dolores de la calle La Longuera donde viví entre los 4 y los 7 años, la de “Las niñas de Don Zenón” donde hoy está la farmacia o enfrente la de José Domingo Rodríguez y la de Joaquín Rodríguez en la plaza.

            En las que voy a recordar a continuación fui a comprar alguna vez y son las siguientes:

            - Don Segundo Barreto y Doña Carmela en la calle El Palmeral.

            - En la calle Sol: Sr. Pablo Rodríguez. Nina Fernández.  Paquita Melgarejo y Manuela Lazzo que primero estuvo en la calle Longuera. 

 -  En la calle Ángel Guerra Anastacio y Adoración y más a La Isleta la de Encarna Fernández.

  En la calle El Puente estaba Antonio “La de El Puente”.  María García la de  “Chano El Molinero” que estuvo en el 30 y después en el 34. La de Pino Curbelo. Y la de su hermana Maruja donde antes había estado la zapatería de Pepe López.  

   En la calle La Era:  Gilabert García.                

  La de los Casanova junto al Aljibe del pueblo.

  En la calle de La Cruz La de Seña Escolástica, La de Frascorra y la de Rosita Morales.                      

  Joaquín Melgarejo en la calle Fajardo       

  En la calle San Juan: Manolo Robayna y casi enfrente Juan Pablo Perdomo.

  Amadeo Bailón Barreto en la calle La Hoya

  En la calle La Cilla: Dolores Lasso la mujer de Juan Duque.                  

  También recuerdo el antiguo Mercado Municipal en el que Erásima Betancor vendía pescado salado, pescado seco, batatas y

  poco más. Después lo ocupó Pepa y Rafael donde se instaló un teléfono público que funcionaba con monedas de pesetas.  (qué tiempos)

          Después de las mujeres de La Graciosa y de Bernabé que venía con su furgón a vender pescado, el primer puesto fijo de pescado

  fresco y congelado lo tuvo José Luzardo “Pepe Capitán” que ocupó el puesto de la carnicería del antiguo mercado municipal donde

  hoy están las dependencias de Cultura, Juventud y Servicios Sociales del Ayuntamiento.

            Los viernes por la tarde Marcial Fernández Callero  ”El Marchante” sacrificaba un cochino, o en su defecto otro animal, y lo vendía al detalle el sábado durante la mañana.

            Recordar que también fueron matarifes: Eugenio Hernández y Manuel Pérez.            

            En cuanto a comunicaciones al margen de la Gilde con sus guaguas de madera rojo chillón y en una época en que la televisión quedaba muy lejos y la radio llegaba a duras penas por onda media, también nos enterábamos de lo urgente que pasaba fuera del valle por que disponíamos de una central de teléfonos, a cuyo frente estaba Lala Stinga, que disponía para los  pueblos de Órzola, Ye, Guinate, Máguez y Haría de la friolera cifra de cinco líneas manuales es decir a clavija y manivela.

            Para los niños fue una infancia alejada de preocupaciones pero para los mayores cada día era una batalla en busca de sustento pues no olvidemos que Lanzarote era una isla perdida, pobre y dependiente de Gran Canaria a donde había que acudir para solucionar cualquier problema de burocracia importante o de salud grave en caso que se tuviera posibles para ello.

            Nací en un barrio y en un pueblo trabajador donde si los hombres bregaban con los trabajos físicos más duros del campo, las mujeres no eran menos pues ellas sumaban las tareas de la casa a las agrícolas, criar los hijos y procurarse algún ingreso extra para aliviar las cargas familiares. Pocas eran las mujeres que no hacían rosetas, esteras, ceretas, escobas, empleita para el queso, sombreras o costura.

            Recuerdo a mi madre que mientras oía a “Simplemente María” la radionovela que en la dictadura causaba estragos lacrimogenos a cualquiera que la escuchaba, hacía rosetas de “pispillas” que después vendía a Alejandrína, la de Paco, a Carmen la de Marciano o a “seño” Manuel Lemes que era de La Villa y venía una vez al mes con el burro cargado de sabrosas batatas de jable para el trueque. Mi madre las cambiaba por rosetas, esteras o queso pero Eulogio el estero lo recuerda como un buen cliente que después mercaba sus trabajos en La Villa.

            También recuerdo a José Lasso por el Camino Real rumbo a La Montaña con los burros cargados con cestas para vender en El Puerto y de allí distribuirlas por la isla. Eran tiempos de gran demanda en derivados de la palmera: cestas de todos los tipos, cestos, barquetas, escobas, escobas de albeo, esteras, ceretas, sombreras de palmito, sombreros gracioseros, empleitas para el queso, etc. era el tiempo en que el plástico quedaba lejos y no era una amenaza para la artesanía local. 

            Concluiré este apartado dedicado a la visión del pueblo desde mi infancia con una anécdota de Pepe López “El Zapatero” cuando una tarde al verme salir por el portón me llamó y me pidió que le llevara un encargo a la carpintería de Tino. Antes de llegar a la tienda de Antonia “la del Puente” estaba convencido que si en aquel medio saco habían zapatos… debían ser botas militares por que pesaban lo suyo. Al llegar a la carpintería, Tino lo abrió y poniendo cara de extrañeza me dijo que era a casa de Marciano en la calle del Molino donde debía llevarlo. Para me encamino y cuando en la herrería desató el saco y vio el contenido, contuvo la risa y me explicó que era el día 28 de diciembre. Jamas se me ha olvidado la fecha, la inocentada ni el paseo por el pueblo.

            ¿Se acuerdan de la tele en blanco y negro que en la Sociedad colocaron como protagonista sobre una mesa en la boca del escenario?

            ¿Se acuerdan del “imaginativo” plástico de colores que le ponían por delante?

            Pues intentaba hacer la competencia al cine de don Juan el cura y después al cine de Paco con la diferencia de que la tele se podía ver a diario y era gratis. Al atardecer de cada día nos juntábamos parte de la chiquillería del pueblo en el “Centro de Cultura y Recreo Amigos de Haría” que por cierto fue fundada como tal en el año 1963 siendo su presidente don Juan Pablo de León que además fue alcalde y consejero del cabildo.

            Crecimos con Locomotoro, Valentina y el Capitán Tan, Cesta y Puntos, el Nodo, toros, mucho fútbol, muchos “Disculpen las molestias, permanezcan atentos a la pantalla” y nos quedó claro el proverbio chino que ponían siempre “Una imagen vale más que mil palabras”. 

            En las largas esperas, pues todo era en diferido, Eulogio tuvo que poner orden en más de una ocasión. Por cierto Eulogio estuvo 33 años de conserje y siempre lo recuerdo como una persona responsable, ecuánime y nunca transigió con los horarios y apenas terminaba la familia Telerín nos despachaba diciendo la frase de cada noche “Vamos… vamos que ya es tarde”

(II  PARTE)

 

            Recuerdo La Academia en la trasera del ayuntamiento con una pizarra en la pared y el empeño de don Enrique Dorta para que la juventud tuviera la posibilidad de estudiar. Pero la verdadera aventura comenzó hace medio siglo, en el año 1967, con el Colegio libre adoptado de Haría, antes maestros como don Santiago Noda, don César, don Manuel, don Juan Valenciano y  maestras como doña Melitona, doña Eugenia o doña Mercedes fueron los encargados de guiarnos en el mundo del conocimiento básico a través de la docencia, atrás quedó el tiempo del Padrenuestro al comenzar la clase, el de la leche en polvo y el del comedor escolar un día por semana en la escuela de don Manuel con Inés García de cocinera.

            Los guías de la aventura docente del bachillerato en el Colegio Libre Adoptado de Haría fueron María Luisa, Luis Vallejo, Luis Crespo, don Eusebio el cura, Domingo Valenciano, Mabela, doña Serena y unos jovencísimo Domingos Pérez... y Pedrín Perdomo que impartía Educación Física en la plaza o en este espacio donde estamos ahora que era el patio de la Sociedad donde solían hacerse las verbenas por San Juan.

            De su primera sede en la Casa Parroquial pasó a la casa de don Víctor el secretario, hoy Residencia Escolar, y en 1977, hace ya 40 años, a su actual ubicación donde ahora están pendientes de comenzar las obras de un nuevo instituto.

            No creo necesario dedicar mucho tiempo a señalar los beneficios de una juventud preparada o a la cantidad de puertas que se nos fueron abriendo desde entonces a los que tuvimos la suerte de estar en ese arranque histórico. Pero sí quería resaltar, en este pregón, mi reconocimiento y gratitud a los “vocacionales” que se implicaron haciendo causa común para que muchas generaciones de alumnos pudieran optar a un futuro diferente y me consta que la semilla no cayó en terreno baldío pues bastantes alumnos volvieron como profesores al que había sido el centro de sus raíces.

            Con especial cariño recuerdo a don Juan Valenciano MAESTRO con mayúsculas.

            Huella especial dejaron en mi memoria don Juan Arocha y don Enrique Dorta por nombrar sólo a los dos sacerdotes más antiguos.

            Apenas recuerdo a don Juan pero se que hizo mucho por inculcar, al margen de su misión eclesiástica, unos valores que desembocaban en el crecimiento personal de los feligreses a su cargo. Ese logro fue a base de implicarse con el pueblo y con iniciativas novedosas como la introducción del fútbol, por ejemplo, con la creación de varios equipos como el San Juan, el Avión, San José, el Juvenil o el Victoria.

            También fue un entusiasta de las letras y del arte de la escultura y una muestra de ello la tenemos en el Museo Sacro. Recuerdo ir a su casa y en la azotea y como asomado y mirando hacia la puerta de la entrada del patio, había un busto que parecía no quitar ojo al visitante o al menos esa era mi imaginación con ocho años.

            Gracias a él se pudo acceder, por ejemplo, a un séptimo arte en blanco y negro con sus proyecciones de cine y... conocimos al Gordo y el Flaco a Tarzan y Chita o al implacable shériff del lejano oeste y a los pobres indios que siempre eran los mal parados o a grandes películas de contenido menos triviales.  

            De don Enrique no voy a dar cuenta de su brillante preparación académica, oratoria y eclesiástica, de su labor pastoral o de su currículum como docente. Voy a resaltar su empeño en cambiar la mentalidad de nuestros padres para que sus hijos se pudieran formar, que tuvieran acceso a una educación y a unos estudios que le brindara la oportunidad de un futuro mejor. Gracias a su labor, primero a través de La Academia, después canalizando alumnos para que pudieran estudiar en el seminario y por último aunando esfuerzos para sacar adelante al Colegio Libre Adoptado de Haría germen y motor del verdadero cambio social y cultural de nuestro municipio.

            Bendito empeño el de don Enrique, bendito cambio de mentalidad de nuestros padres, propia de la gente de este valle, y bendita juventud que pudo estudiar. 

            El sacrificio que costó y la preocupación de los padres cada vez que un hijo y especialmente una hija subía al “correillo” para ir a Gran Canaria o Tenerife a estudiar.

            ¿Se acuerdan del “de profesión sus labores” que tenían la inmensa mayoría de las mujeres en el carné de identidad de entonces? pues el cambio empezó a partir de ahí cuando ellas pudieron acceder en igualdad de condiciones a las carreras universitarias.

            Permítanme un paréntesis para hablar de teatro.

            Dicen algunos teóricos que las primeras manifestaciones teatrales nacieron con el hombre y que se remonta a la prehistoria cuando éste se cubría, con pieles, para cazar animales e imitaban sus movimientos como estrategia para acercarse a la manada y conseguir objetivos. Terminada la faena expresaban su alegría exagerando esos movimientos hasta convertirlos en danzas que terminaron en ritos. A más caza más danza y a más objetivos cubiertos más respeto y reconocimiento social. Así empezó el ser humano a ser consciente de la importancia de la comunicación en las relaciones sociales.

            Dando un salto en el tiempo encontramos en la Grecia antigua el origen del teatro más contemporáneo donde lo espiritual y lo religioso se relacionan en una serie de ceremonias en honor a sus dioses o personajes legendarios, haciendo representaciones donde se dejaban entrever enseñanzas sobre la vida o la muerte de los mismos.

            Con la evolución los géneros teatrales los mejores representados fueron la comedia y la tragedia. La tragedia se caracterizaba por representar las virtudes de los dioses, héroes y reyes.           La comedia por la sátira hacia los funcionarios, poetas o pensadores importantes y políticos. Este hecho motivó el comienzo de la censura.

            No voy a hacer un relato pormenorizado de la historia mundial del teatro, no se asusten, simplemente era una pincelada para situarles en un territorio más cercano: el valle de Haría.

            En este pueblo siempre hubo la necesidad de comunicar, de compartir y de hacer arte y uno de los medio al alcance era representar obras de teatro.

            La referencia para varias generaciones fue indudablemente Encarnación Rodríguez. Ella, aparte de buena persona, ama de casa, panadera y excelente dulcera llevaba el teatro en el alma y no perdía oportunidad ni fiesta para representar alguna obra. Sacaba tiempo de no se sabe donde pero lo hacía y buscaba textos o los escribía, rescribía o adaptaba según las circunstancias. Buscaba actores y actrices, los convencía a ellos y a sus padres, pensaba en el atrezzo, el vestuario, ensayaba, preparar los números de la rifa, generalmente a beneficio de la iglesia y representaba las obras. Un monumento habría que hacerle por su implicación  social y  cultural.

            Desde niño siempre la recuerdo y relaciono con la escena: teatro costumbrista, versos de pastorcitos para la navidad, entremeses para las fiestas en los que ella incluso participaba en algún número musical pues tocaba la bandurria y en 1973 y seguramente por encargo de María Luisa ensayó unos entremeses para el día de Santo Tomás de Aquino, patrón de los estudiantes y viendo que respondían especialmente los actores que siempre escaseaban, se aventuró al año siguiente con una obra más larga: El mercader de Venecia donde actuaron: Juan Carlos Barreto, Sindo Bailón, Luis Enrique Hernández, Fátima Niz, Carnecita, Antonio Betancor, Manolo García, Secundino el de Los Valles e Inmaculada Bailón entre otros… y el 4 de septiembre de 1976 se estrenó aquí en el salón de al lado La ciudad no es para mi con las siguientes actrices y actores: Carmen e Inmaculada Bailón, Tita Machín, Longa González, Dulce Nombre Robayna, Juana María Pérez, Juan Carlos Barreto, Feluco Betancor, Luis Enrique y Pepe Hernández Méndez, Chano Rivera, Ángel Barreto y Mamelo Perdomo.             La escenografía fue de Juanita Navarro. Maquilladora Milagros López,  yo hice las funciones de apuntador, el ayudante de dirección fue Eduardo Barreto y la dirección de la obra corrió a cargo de doña Encarnación Rodríguez Lasso.

            Esta obra fue la base que motivó el arranque del Grupo  Guatifay. Aquí se dieron una serie de coincidencias: Éramos jóvenes por lo que teníamos mucha energía para conseguir logros, habíamos descubierto el teatro desde dentro, en el pueblo no había mucha actividad cultural y a un año escaso de la muerte de Franco se respiraba por todos lados la necesidad de implicarnos en romper las barreras que amordazaban todavía la libertad.

            Soy de los que piensan que toda primera vez deja huella y recuerdo que a los pocos días del estreno la representamos en Guatiza y recuerdo la anécdota que como novedad llevé un tocadiscos para ambientar la obra, pero al ser el piso de madera y estar estropeado cada vez que los actores se movía la aguja iba cambiaba de surco y de canción por lo que al final quedó una “ambientación al salto”. 

            El 9 de octubre fuimos al Torrelavega donde hubo llenazo y éxito total con la innovación de que los decorados los hicimos con papel pintado que pusimos enrollados en el techo, los cambios fueron muy rápidos y la gente no salía del asombro.  A los pocos días repetimos pero en Las Dominicas.

            El año 1977 fue un año de una actividad vertiginosa y de la confirmación de “el que quiere puede”: el 10 de abril, en el salón de doña Guadalupe, y bajo la dirección de Encarnación Rodríguez se representaron unos “Entremeses cómicos” pero el 16 de ese mismo mes se estrenó la obra Los Mendigos de José Ruibal.

            Les refresco la memoria: este dramaturgo y ensayista nacido en Pontevedra en 1925 fue un represaliado del franquismo que se tuvo que exiliar primero en Argentina, después en Uruguay y de último emigró a Estado Unidos donde ejerció en las universidades Estatal de Nueva York y en la de Minnesota donde se labró un enorme prestigio. En el año 1957 escribió Los Mendigos y se pudo representar en España 20 años después. Ruibal pretendía renovar la escena española, alejándola del realismo del teatro burgués, desde el absurdo hasta la exaltación de la imaginación. La obra en cuestión es una parábola, es decir una narración breve y simbólica de la que se extrae una enseñanza moral.

            Se cuenta la realidad de un país donde el gobierno decide erradicar la mendicidad por que ésta se ha convertido en atracción turística. Intentan matar a los mendigo pero ellos se rebelan contra su destino y exigen su dignidad. Los poderes estaban encarnados por actores representando a diferentes animales, recuerden a Pepe como presidente del gobierno con máscara de burro.  A Feluco, el poder militar, de perro. Carmencita, los medios de comunicación y propaganda, de loro. Fátima Niz, por ejemplo “el artista” llevaba la boca cerrada con un candado y yo vestía sotana de poder eclesiástico y máscara de cuervo.

            Una obra cargada de simbolismo y de alusiones satíricas en un país que salía de una dictadura con censura y control sobre todo lo que no iba en la línea del Movimiento Nacional.

            Siempre temimos que nos cayera una multa o que alguien nos censurara la obra. Pero corrimos con suerte y eso nos animó a seguir por esos derroteros teatrales.

            Quizá en ese momento no fuimos conscientes de la importancia de la gesta pero dentro de seis días se cumplen 40 años y dos meses de ese estrenó.

            Imagínense el salto de Entremeses a Los mendigos y lo asombroso no fue lo que hicimos nosotros, que también, si no la acogida del público de entonces. 

            Ese mismo año estrenamos El Dragón y al siguiente es decir en el 78 El legado de Caín otra obra que colocó al grupo en la vanguardia de lo que se estaba haciendo en las islas, con planteamientos estéticos y preguntas claras que inducían a la reflexión y que siguen tan vigentes como hace 39 años:

            ¿Qué es la vida? 

            ¿Qué es el amor?

            ¿Qué es la muerte?    

            ¿Qué es el dinero?

      Creo que este mundo iría mejor si alguna vez nos sentásemos a reflexionar tal como se proponía en esta obra.

            En repertorio tuvimos también La Pancarta, El Sueño, El gran etcétera, El triángulo de esclavitud en Titerroygatra y Pic nic nueve obras en ocho años.

            Hicimos más de cien actuaciones repartidas por Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote. Todas fueron importantes pero con especial cariño recuerdo la del Torrelavega o Los Mendigos en la Cueva de los verdes, espacio cargado de simbolismo y energía y donde, casi un niño, Juan Rafael mimetizado con la piedra en su papel de mendigo joven nos puso los pelos de punta con su… “Pan… quiero pan” 

            De especial responsabilidad recuerdo El legado de Caín en el Teatro Pérez Galdós y con el dinero que nos dieron por la actuación pudimos comprar el equipo de sonido y seis focos.

            Anécdotas… muchas… con Los Mendigos la primera representación teatral que se hizo en la historia de Tabayesco no fue nadie por que coincidió el 28 de diciembre y creyeron que era una inocentada.

            En la obra El Dragón uno de los actores, permíteme omitir el nombre, se ponía tan nervioso que siempre cambiaba el texto rompiendo la lógica y en lugar de decir “La cárcel esta húmeda y el chiquillo tose mucho” le salía al revés ya estábamos acechándolo para hacer la fiesta.

            Como grupo constituido estuvimos 8 años, con un compromiso voluntariamente adquirido en el que al margen de las más de cien actuaciones cubrimos una actividad paralela digna de mención: Organizamos dos muestras de teatro independiente, un curso de importación de voz y otro de técnicas teatrales, fuimos capaces de vertebral la organización del teatro aficionado de la isla a través de la Asociación Lanzaroteña de Grupos Independientes de Teatro y en este pueblo hicimos infinidad de actos. Entre ellos la navidad del año 1979 con el rescate del Rancho de Pascua y su actuación en el misa del gallo, una fiesta de fin de año y la primera cabalgata de reyes que se hizo conjuntamente con el pueblo de Máguez.

            También nos otorgaron el Tercer premio nacional de teatro no profesional.

            Creo, y cierro ya el capítulo del teatro,  que el Guatifay fue importante no sólo por la labor que acabo de reseñar si no por que surgió, como necesidad espontánea, como escuela de vida en la que todos aprendimos algo.

            A modo de conclusión y haciendo una traslación a territorios sociales más amplios y en este tiempo en el que nos han inducido a una feroz globalización, a un consumo compulsivo, a una estandarización individual, a la banalización de la cultura y pérdida de valores, quizá habría que plantearse en Haría no un Guatifay pero sí un movimiento multidisciplinar que implique a vecinos e instituciones públicas y privadas en aras de recuperar esa dinámica, ese casi esplendor económico y patrimonial al que he hecho referencia en este pregón y del que gozó este pueblo de Haría.

            Ahí lo dejo como tema de reflexión.

            Con el permiso de ustedes voy a mostrar dos imágenes del Guatifay que han permanecido guardadas algunos años, eran diapositivas y creo que algunos ni siquiera las llegaron a ver en su momento.

            Quiero hacer una mención especial a la labor impagable de Javier Reyes, Asterio Acuña y Gregorio Barreto ya que la historia de nuestro municipio no sería la misma sin su aportación y compromiso.

            Haría, desde que hay memoria y constancia gráfica, siempre ha sido un pueblo alegre, divertido y participativo como podrán comprobar con estas imágenes:

            Lucha canaria.

            Equipo de futbol.

            Grupos folclóricos con cuerpo de baile.

            Rancho de Páscua.

            Orquestas para las fiestas.

 

            Con la era recogida, los pajeros asegurando el sustento para los animales y los “barrones” sobre Aganada, Haría se preparaba para las fiestas. Las mujeres cosían la ropa para estrenar y los hombre blanqueaban paredes y daban retoques a puertas y ventanas para recibir al santo patrón con un frotis impoluto. Eran días intensos de alegría compartida, de olor a mantecados a carne compuesta y a mantel nuevo. 

            En la plaza carreras de cintas en bicicleta, en El Canuto baile con orquesta y el día de san Juan procesión con el santo. Mil vivencias, mil recuerdos… alguna vez lo soñé… alguna vez lo viví.

            Felices fiestas de San Juan.

       

 

 

 

 

 

 


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