PREGONES DE HARÍA  >  Índice

 

Autoridades, Señoras y Señores, familiares y amigos: buenas noches. Agradecer al Sr. Alcalde y corporación la oportunidad que me brindan de ser la pregonera de las Fiestas del Santo Patrón San Juan Bautista. 

Cuando me llamaron para comunicármelo, dudé, me hice la misma pregunta que sé que algunos de ustedes también se han hecho: “¿Por qué? ¿Por qué yo?”. La respuesta fue convincente. Me dijeron: “porque eres de Haría, porque vives Haría y porque quieres Haría”. ¡Y eso es cierto! No creo que nadie quiera más que yo a mi pueblo. Igual, seguro que sí, pero más, imposible. 

Por eso acepté. Reconozco que con miedo, con mucho miedo, por la responsabilidad que esto supone,  porque creo que no existe mayor honor para una hija de este pueblo que ser pregonera de sus fiestas patronales, teniendo en cuenta además, que soy una de las pocas las mujeres en tener este privilegio. 

Me van a permitir un recuerdo y reconocimiento especial a dos personas que me hubiese gustado que hoy estuvieran aquí conmigo: los que me dieron la vida y me enseñaron a caminar por ella, pero sobre todo por el amor incondicional que de ellos recibí: mis padres. 

Y como no, a mí hijo, que es el motor de mi vida. 

Con el recuerdo vago de las cosas

que embellecen el tiempo y la distancia,

retornan a las almas cariñosas

cual banda de blancas mariposas,

los plácidos recuerdos de la infancia.

(José Asunción Silva)  

Nací en el “Barrio d’arriba”  un 5 de febrero, víspera de Carnaval… los que me conocen entenderán ahora el por qué me gustan tanto los Carnavales. Estaban mi madre y Gloria, la de Tomás “El niño”, que sería la madrina del bautizo, haciendo los dulces típicos de la época, cuando avisé de mi llegada. 

Fui la última. Cuando nadie me esperaba. A mis hermanas esto les condicionó, ya que mi madre no les dejaba salir, si no llevaban a “la niña”. Y a mi hermano le quité el privilegio de ser “El pequeñito”, aunque no el ser el único varón. 

    “Líbreme Dios de culpas”.  

¡Mi barrio, era un barrio alegre y bullicioso! Aunque mi madre no me dejaba jugar en la calle, me escapaba cuando escuchaba a los chinijos. A Eulogio, Tomás, Reyes, Juana María y Miguel Ángel Miralles. Su hermano, Benito Enrique, era un niño especial. Actualmente es religioso dedicado al cuidado de los enfermos. También se sumaban Mercedes, Carmita Irene, Luisillo… 

Mis amiguitas de entonces eran Paquita Umpiérrez, Mª Esther Pérez, Inmaculada Bailón y Cristina, la de Tina. Empezamos a ir juntas  a la escuela. Mi padre me llevaba hasta la zapatería, situada frente a las casas de las dos primeras y de allí salíamos las tres cogiditas de las manos a recoger a Cristina e Inmaculada.

Siempre juntas. Y por la tarde a jugar y hacer travesuras, que alguna hicimos.

En una ocasión estuvimos escondidas en el patio de atrás de la casa de Mª Esther, sin salir a jugar a la calle varios días. “¿Qué harían?”, ¡nos decía su madre!  Porque todas las madres sabemos que cuando un niño está callado, algo pasa. Le habíamos tirado piedras y dicho cosas no muy bonitas a una niña de la Vista de la Vega y temíamos que su madre, que tenía muy mal carácter, viniera a quejarse a nuestros padres, como así sucedió. 

Crecí escuchando, mañana, tarde y noche, canciones de Mari Fé de Triana, que cantaba mi hermana Mari Fefa, mientras hacía las labores de la casa ya que  mi madre cosía y mi hermana Mari Carmen trabajaba de cajera en la Tienda de Antonio López. 

            La vena  artística la heredamos de mi padre, que cantaba en el Rancho de Pascua y en toda parranda que se organizara. Aunque la voz más conocida es la de Mari Carmen. ¡Qué envidia me ha dado siempre su voz! A mí me dio por el teatro y a mi hermano por los deportes. 

            El patio de mi casa era particular. Y es cierto. De los antiguos, empedrado, con parterres en los laterales llenos de flores y plantas. A mi madre le encantaban. Y uno central con rosales y una enredadera que cubría todo el lateral. Debajo, una banqueta, donde mi padre se sentaba después de comer a tomarse su café y fumarse su Coronas. 

            En esa enredadera quedaron colgadas muchas zapatillas. Supongo que como en muchas casas, mi madre practicaba el noble deporte de lanzamiento de zapatillas, por alguna de nuestras travesuras. Sobre todo de mi hermano. 

            La mayor torta que me llevé fue precisamente en ese patio el día de mi Primera Comunión. Con un vestidito blanco, hecho con las delicadas manos de mi madre, nerviosa y esperando a que el resto de la familia terminara de arreglarse, correteaba por allí con tan mala suerte que el vestido se enganchó en un rosal y se hizo un siete. Pero aquellas manos de madre supieron arreglarlo de tal manera que nadie lo notó. ¡Pero la torta sí que la noté! 

            En las tardes de verano, sobre todo y después de la jornada laboral, se sentaban en la acera, los vecinos: Tomás, Eulogio, Marcial y mi padre, que le gustaba mucho un cabildo. Y los chinijos a jugar al teje, a la pelota, a la soga. A mí me gustaba mucho jugar al boliche a pesar de los berrinches que le hacía coger a mi hermano.
            Llegaba Junio y los barrones bajando por Aganada, nos recordaban que se acercaba San Juan. Había que preparar las casas. Albear las fachadas, pintar puertas y ventanas de verde y tenerla lo más primorosas posible para recibir a los familiares y amigos. 

            En mi casa se notaba un ajetreo especial. Mi madre era costurera. Las señoras iban para hacerse el vestido nuevo y estrenar. Trajín de telas, figurines para elegir los modelos, colorido, pruebas y a “Milagritos”, le tocaba ir corriendo a llevar los botones hasta casa de Manuela, “La Molinera”, que era quien los forraba. 

            Por la tarde se reunían en casa de Clotilde “La vieja”, llamada así para distinguirla de Clotilde “La nueva”, madre de Tilde, mi madrina de confirmación, para coser ropa de hombre. Solían ir “Las Clotildes”, mi madre, mis hermanas, María Torres, Mari Juli, Pepita, Julianita Perdomo, Felita, algunas a coser y otras a dar conversación y finalizaban la jornada con una partidita al julepe

            A mí me llevaba mi madre a casa de Clotilde, cuando estaba castigada, y cuando la conversación no era para menores, me mandaban fuera, al patio, a soplar la plancha de carbón para que no se apagara y no escuchara. ¡Ellas siempre marcando la pauta! 

            Las mujeres de nuestro pueblo han sido tradicionalmente piezas clave para conseguir que funcionara la educación, la economía familiar y la conservación de los valores tradicionales. 

            No siempre fue fácil ni visible este papel de la mujer. Menos aún, valorado. Muchas de ellas emprendedoras por sí mismas, aunque quien se apuntaba el tanto fueran ellos. 

            Mujeres que por la emigración de sus padres o maridos se vieron solas y con la responsabilidad de sacar adelante a toda la familia. De los que  emigraron a algunos les fue bien y enviaban dinero, pero a otros ya no se les volvió a ver, o volvieron viejos y con lo puesto. 

            Mi homenaje a esas mujeres. Unas más conocidas que otras. Unas con estudios, otras sin saber siquiera leer o escribir, pero capaces de salir adelante. Mujeres. ¡Mujeres peculiares de nuestro pueblo!


            A María Lasso, la recuerdo rodeada de gatos. Dedicada a pregonar nacimientos o entierros, amonestaciones de bodas y todo tipo de recados. A María  Zerpa, no recuerdo haberla conocido, pero no puedo pasar por alto el hecho de que tuvo un oficio muy peculiar: sepulturera oficial de Haría, en tiempos en los que la mujer no iba a los cementerios. Parteras, como Andrea, Juana Mesa, María Luisa, María Núñez. En la época, me cuentan, se hacían “Velorios de parida” en los que pasaban las horas jugando a “La almendra”; se hacía chocolate y se regalaban huevos. 

            Dolores Caraballo, vecina, siempre vestida con su hábito de la Virgen de las Nieves por una promesa  y Joaquina Dorta, que se dedicaba a curar el mal de ojo. Y su hijo “Venturilla”, que siempre corriendo, hacia los mandados del barrio. ¡Qué buena gente! 

            Eráima, tenía un puesto de pescado seco y otros productos en el Antiguo Mercado Municipal, ahora Oficinas del Ayuntamiento. Algunas perrerías le hacíamos, la entreteníamos para quitarle los pejines y salir corriendo y escuchar sus gritos. 

            Antonia “La del puente”, regentaba una tienda en la que se podía comprar cualquier cosa. A nosotras lo que nos interesaban eran los pirulines y aquellos mimos enormes. Aún conservo el libro Ana Karenina de Tolstoi, comprado allí. 

            De ese puente tengo un recuerdo permanente: una cicatriz en la rodilla. Les cuento. Una bicicleta,  tres niñas, Macu, Esther y yo, calle abajo a toda pastilla. ¿Dónde terminamos? En el fondo del barranco. Como pueden imaginar, las rodillas y los codos quedaron algo dañados. Nos fuimos a casa de Antica, tía de Esther a que nos curara y no llegar a casa en aquellas condiciones, porque sabíamos lo que nos esperaba: zapatilla voladora

            ¿Quién no hizo rosetas en este pueblo? ¡Trabajo de mujeres! Era una importante ayuda a la economía familiar. 

            Antonia Arráez, Alejandrina, Pepa Dorta, Alcira Betancor, Carmen Betancort y otras muchas que ustedes conocerán mejor que yo. Unas hacían, otras unían y vendían rosetas y “Pispillas” ¡Cómo me gusta esa palabra.“Pispilla”! Para los que no lo sepan: es una roseta minúscula que se usa para unir entre sí las más grandes y formar el mantel, colcha, chal, etc. También se utilizaba para denominar a una persona vivaracha, pizpireta. 

            Seña Paca, panadera y dulcera. Solo pensar en ella, me viene a la mente el sabor y el olor de su magdalenas, de los suspiros o mantecados, ¡mi perdición! Como era abuela de Inmaculada Bailón le insistíamos para que la fuera a ver con más frecuencia. Ya se pueden imaginar el porqué. 

            Luisa Bonilla, también costurera y que siempre nos decía cuando salíamos: “ya saben cómo se tienen que comportar”. Ciona Pérez, que con sus delicadas manos era capaz de hacer verdaderas obras de arte bordando. Todavía guardo con cariño una de sus obras, regalo por el nacimiento de mi hijo. Dolores Dorta, que hacía las esteras y las ceretas con palmito. 

            Otras hacían trabajos muchos más duros, como la pitera. La tenían que quemar, desosar y majar para poder rasparla y sacar la pita, con la que luego harían las zapatillas o lo mandaban a Tinajo para hacer las alforjas. Y otras muchas que las acoge el silencio, compaginaban estos trabajos con las labores de la casa, los hijos y atendían también el campo. 

            No puedo dejar de comentar la importancia que para mí, en esos momentos de mi infancia, tuvo la zapatería de mi padre. La recuerdo siempre llena de gente. Tertulias en las que lo mismo se hablaba de fútbol, que de política. En ellas participaban tanto jóvenes como mayores. Y los chinijos, a pesar de las perrerías. De los asiduos, recuerdo a Chano Dorta, “El de la luz”; el Sr. Domingo Medina, Anastasio, el de la tienda; José Antonio, el médico, etc. Y algún miembro de la Guardia Civil, que solía ir también. 

            Raro era que participaran las mujeres. Éstas solo iban a llevar o recoger los zapatos y siempre se iban con una sonrisa por las bromas de mi padre. Solo recuerdo a una mujer, cosa que me maravillaba, que se sentaba con ellos a charlar, Dª Isabel Canto, profesora entonces de Francés en el Instituto y ligada al barrio por vínculo familiar. 

            También me tocó entregar algunos zapatos, sobre todo los que pasaba el tiempo y nadie recogía.

Luego entendí el por qué mi padre me decía que les llevara los zapatos y que “ya arreglarían”. Generalmente eran de personas que no los podían pagar.

 

            Aquí cierro la etapa de mi infancia marcada por las mujeres, haciendo una mención especial a mis maestras: Dª Marusa, Dª Melitona y Dª Eugenia, agradeciendo especialmente a esta última el esmero y el cariño con el que nos preparó para el paso al Instituto y que, una vez allí, siempre que tenía algún problemilla nos acogía y ayudaba a solucionar. 

Un pájaro posado en un árbol

Nunca tiene miedo de que la rama se rompa

Porque su confianza no está en la rama,

Sino en sus propias alas.

(Anónimo) 

            ¡Y la vida nos obligaba a volar!

 

            El paso por el Instituto fue agridulce. Me permitió conocer a una persona muy especial, la Directora, Dª Maria Luisa Perdomo. La preocupación por sus alumnos, su dedicación y sus consejos, iban más allá de lo puramente académico. Vivencias, conversaciones, reflexiones en su casa de Nazaret. Enseñanzas que sirvieron para enfrentar situaciones posteriores. 

            La parte agria, la negativa, fue creada por un profesor capaz de frustrar las ilusiones de unos chavales que están empezando su vida. Preferible es olvidarlo. 

            Esa situación hizo que comenzara a trabajar demasiado joven. Empecé mi vida laboral en los Centros de Arte, Cultura y Turismo del Cabildo de Lanzarote. ¡Siendo la primera mujer en hacerlo! 

            En el Mirador del Río, tuve la suerte de conocer y tratar a César Manrique. Con el tiempo seríamos vecinos. Fue un hombre, para mí, inspirador. Me transmitía su vitalidad, esa fuerza, esas ganas de vivir que tenía. En todo veía la parte positiva. 

            En una ocasión me echó un rapapolvo que no olvidaré: Habíamos organizado unas conferencias, aquí, en la Sociedad, en las que él participaba. A mí, como parte de la organización me tocó recibirle. No me di cuenta de que tenía un cigarrillo en la mano, pero él sí. Se enfadó muchísimo. Me dijo que delante de él nadie fumaba, porque eso estropeaba lo más hermoso y perfecto que tenemos: nuestro cuerpo. ¡Ahora sé que tenía toda la razón del mundo! Cómo le gustaba ir a comer potaje de lentejas a casa de Dª Inés. Después, me lo contaba como el que había comido un gran manjar. 

            Gracias a mi trabajo, tuve la oportunidad de conocer a grandes personalidades como los reyes D. Juan Carlos y Dª Sofía o el entonces príncipe, D. Felipe, a Hussein de Jordania, políticos como Helmut Kohl, Felipe González, Leopoldo Calvo Sotelo, o poder conversar con la actriz Nuria Espert o mis admirados Antonio Gala y José Saramago. 

            Fue una época muy bonita la vivida en los Centros. Al ser la única fémina, sentía cierta protección, pero hubo momentos en los que me tuve que imponer. 

            Entonces, éramos una gran familia, prácticamente nos conocíamos todos. Los centros del sur y los del norte. En los momentos en los que, como no había mucha afluencia de clientes, que en aquel entonces era frecuente, nos daba incluso tiempo de preparar algún sancocho para compartir. O alguna partidita a la baraja que echaban los compañeros. A mí, como no me gustaba, me tocaba vigilar por el ojo de buey que hay en la tienda, por si llegaba alguien. Sobre todo si era un Mini color rojo. El del jefe. 

            ¡Qué pena me da ver cómo están ahora los centros! Me duele. Han perdido su esencia: la filosofía que inspiró su creación.  

            Un recuerdo cariñoso para Cándido, y para los que estuvieron y ya no están: Jesús, Vicente, Benito y Mingo. 

            Una pieza fundamental en nuestras vidas, para las de mi generación y creo que para las de todas: La plaza. 

            Sin necesidad de teléfono o Whatsapp, ahí nos encontrábamos, ya solo fuera para jugar, charlar, hacerle perrerías a Pepita, en la dulcería, o para organizar las Fiestas de San Juan, Navidad o las que fueran. Nadie convocaba, pero los jóvenes sabíamos que cuando llegaban, había que organizarlas. En las de Navidad, si el año anterior te tocó de pastorcillo/a al siguiente, ya sabías que podías ir de paje o damita en burro y así sucesivamente hasta que llegabas a Rey, sabio o Herodes y las chicas, a damas en los camellos. ¡Y eso se respetaba!

 

            Hasta que un año nos dimos cuenta, justo cuando a mí me tocaba, que no quedaban camellos y casi ni burros. Nos vimos sin saber qué hacer. ¿Suspender? No, eso nunca. Y sobre la marcha se nos ocurrió utilizar un camioncito, sobre la caja amarrar las sillas cogidas de la Iglesia, decorarlas con lo que pudimos e improvisar los vestidos de los reyes. La cabalgata se tenía que hacer. No nos podíamos permitir lo contrario. 

            Hasta que se lo adjudicó el Ayuntamiento… y se perdió la magia. Ya no volvió a ser lo mismo. No digo ni mejor, ni peor. Solo diferente. 

            Después de la Cabalgata, hacíamos el otro recorrido: por las casas de los amigos. Llegábamos, incluso, hasta casa de Juanita Villalba, en Máguez, o de Juan Carlos… y nos tenían que invitar, finalizando el recorrido en casa de Chago… bueno, en aquel entonces era “Chaguín, el de Mari Juli”. Con la complicidad del abuelo nos íbamos a la parte de atrás de la casa.  Y Allí dábamos cuenta de lo recaudado en el camino, botellitas de anís o Marie Brizard. En una ocasión en la que yo estaba muy sensible por una pérdida, y sentada en el chaplón, me dio por llorar. Feluco y Luisa, que me vieron, fueron a consolarme. Terminamos los tres llorando. Aunque pensándolo bien, no sé si era sensibilidad o el anis. 

            Cualquier motivo era bueno para organizar un tenderete. En alguna ocasión, incluso se invitó a los que les habíamos cogido de prestado los conejos, piñas o gallinas. El Día de Corpus, cómo no, también participábamos en la elaboración de las alfombras de sal. Recuerdo en una ocasión, que se nos ocurrió coger de modelo, un mosaico que estaba en el Ayuntamiento y era tan elaborado, que estuvimos desde bien temprano, hasta media hora antes de que la Procesión saliera de la Iglesia. ¡Más nunca! Después de esa vez decidimos hacerlas sencillitas.  

            En las Fiestas de San Juan o las de Las Nieves, se organizaban las Comisiones de Fiestas de las que fui partícipe en muchas ocasiones. De la contratación de las orquestas y fuegos artificiales se encargaba el Ayuntamiento, pero del resto del programa se hacían cargo los miembros de La Comisión. Confeccionábamos un programa variado, en el que no faltaban pases de modelos, Elección de la Reina, conferencias, teatro, juegos infantiles, torneos etc. 

            Pedíamos colaboración a las casas comerciales que, a cambio, solo nos ponían como condición que aparecieran sus nombres en los programas. El resto de las necesidades, cintas, caramelos etc. las comprábamos en casa de D. Juan Pablo de León, mediante vale. Nunca tuvimos problemas. Las banderas para decorar, las cosíamos sentados, todos, chicos y chicas en La plaza. Lo importante era estar juntos y compartir tiempo y experiencias. 

            El día 23, víspera de San Juan: el pregón de San Juan y actuación musical. El escenario se preparaba al lado de la casa de Feliciano Betancort y el asadero de sardinas, en el barranco, donde hoy está el Taller de Artesanía. Se hacía la hoguera, en la que se quemaría a Facundo, personaje que preparábamos las chicas, en casa de Margarita Medina, aunque hay quien nos quiere negar este privilegio. Se hacía varios días antes y se le daba un paseo por el pueblo, tarea de la que se encargaban los chicos, para terminar sentado en la barbería de Ladislao, “El mudo”, en espera de llevarle a su destino. En el interior, le solíamos poner voladores. ¡Algún problemilla tuvimos a causa de esta costumbre! Ahora, las medidas de seguridad no lo permiten. 

            Los más valientes saltaban sobre la hoguera y luego se separaban las brasas en otras más pequeñas, para poder asar las sardinas. Posteriormente, nos íbamos a la verbena, llevando con nosotros el característico olorcillo de dicho pescado, sobre todo los más jóvenes, que, cuando llegábamos, se hacía un corrillo a nuestro alrededor. 

            El día de nuestro Patrón, de San Juan, se vivía intensamente. Por la mañana: a la Función con las mejores galas. Una vez terminados los actos religiosos: tiempo de comida familiar, ligero descanso y de nuevo, para La plaza a participar de los juegos infantiles, gincana, carreras de bicicleta, de cintas etc.  Y así, empatar con los actos de la noche, generalmente teatro y Verbena de Fin de Fiesta, con entrega de trofeos. ¡Entonces se vivía mucho más La plaza! 

            Parece que estoy hablando del siglo pasado… bueno, en realidad es así. ¡Pero es que no hace tantos años!...“El otro día”.  

            Los chinijos iban a jugar; los jóvenes, para lo ya descrito; las parejas de enamorados: plaza arriba, plaza abajo. Los mayores, sentados en aquellos bonitos bancos de madera, charlando a la salida de misa o en las fiestas. Hoy casi ni bancos ni espacio para pasear. 

            Tuve la suerte de formar parte de una generación muy participativa. Lo mismo formábamos comisiones de fiesta, como creábamos el Centro Socio-Cultural La Tegala, situado en la Calle Primo de Rivera, nº 11, hoy Calle la Cilla, frente al Parque Infantil.

 

            La directiva estaba formada por Juan D. Romero como Vicepresidente; Gregorio Lemes, tesorero; Félix de León, Rogelio Montero, Juanito Betancor Betancor, Rafael Brito, Tomás Armas y Teresa Pérez Dorta, como vocales; y Francisco Fontes Dorta y Milagros López como Presidente y secretaria respectivamente. Elaboramos los estatutos con ayuda de D. Gregorio Barreto, siendo estos modificados en Agosto de 2003 y  utilizados para lo que actualmente es este local. 

            En un fin de año organizado en dicho centro, tuvimos la mala suerte de que uno de los voladores fue a parar a la palmera que está en el jardín de la casa de María Suarez, lo que supuso que el resto de la noche nos entretuvimos en intentar apagar el fuego, cosa que se consiguió alrededor de las 8 de la mañana.  Y a todas estas, María Suarez y su marido José, durmiendo y sin  enterarse. 

            En esa época, también  fue constituida la Asociación Familiar “Faria”. Muchos de los proyectos e ideas que presentamos se llevaron a cabo por el Ayuntamiento. Desde esta Asociación hacíamos de todo: desde ayudar a los vecinos a levantar un muro, trabajar en el Parque Infantil, hasta recaudar fondos para ayudar a un vecino que necesitaba que le realizaran una operación difícil y costosa.           

            Y Como no, el Grupo de Teatro Guatifay, que se convirtió en Asociación Cultural Guatifay.  

            No voy a hablar del grupo como tal, ya que mi buen amigo y anterior pregonero, Tomás Armas, ya lo hizo ampliamente en su intervención. Pero sí que quiero señalar, la importancia que tuvo para las componentes femeninas del grupo. Aunque ya estábamos en una etapa de apertura política y social, no era fácil todavía para las chicas participar en asociaciones, ya que el hacerlo, suponía  tener que compartir ensayos, salidas, viajes con los chicos… Muchos padres ponían reparos, ya que podía más el qué dirán, que realmente la labor que hacíamos. 

            Pero conseguimos, además de los cambios de estilo en nuestras representaciones, abrir puertas y posibilidades, demostrando que lo hacíamos con seriedad y respeto. Luchábamos por conseguir libertad e igualdad, en todos los sentidos. Recibíamos muchas críticas. No fue fácil, pero creo que algo conseguimos.

            Esos años en el grupo fueron de aprendizaje, no solo teatral, también de convivencia. Nos sentíamos iguales y se fomentaba la amistad, el compromiso, el diálogo, la creatividad, la expresión corporal y oral, que nos sirvió, creo no equivocarme, a todos, para aplicar en nuestra vida laboral y social. Fue un espacio de trabajo y estudio, pero también lugar para la diversión y el encuentro. 

            Hay una anécdota, que ya se ha contado, en relación a un viaje que se hizo a Fuerteventura. Se ha relatado la parte que quedó en Lanzarote intentando encontrar un barco que los llevara a la isla.  Pero el resto de los componentes llegamos a Fuerteventura y empezamos a preparar la parte técnica, de la que se encargaban Tomás Armas y Ángel Barreto, y también de los decorados, de los que nos encargamos el resto. Pasaban las horas… y no llegaban. La televisión preparándose para grabar… ¡y ellos sin llegar! 

            Quedaba ya muy poco para el comienzo y se nos ocurrió repartirnos los personajes entre las que estábamos allí: Carmen Bailón, Teresa Pérez, Juana Pérez, Tita Machín, Elena Montero y yo. La función tenía que empezar. De pronto, vimos llegar un taxi. “¡Por fin eran ellos!” -pensamos… o lo que de ellos quedaba. Daban pena, pero pudimos actuar. ¡Estábamos preparadas para todo! 

            Llegados a este punto, me es imposible no hablar de una mujer que fue un referente para nosotras, transmitiéndonos entre otros, los valores artísticos, el respeto y el amor que sentía por el teatro.

 

            De Dª Encarnación Rodríguez, se ha hablado largo y tendido. Yo solo quiero comentar un detalle que creo deja patente la profundidad de lo que sentía hacía el teatro: Estando ya mayor y enferma y al cuidado y mimos de sus hijas, a escondidas, para que estas no se preocuparan, me llamaba para que me acercara a su casa y disimuladamente metía su mano en el bolsillo y sacaba alguna obra de teatro o papel donde había hecho anotaciones, y me decía, “léela y dime si podemos hacer algo.”. 

            Y lo hicimos. Disuelta Guatifay, porque el tiempo cambia las cosas, la edad llega cargada de responsabilidades y no siempre puedes cuadrar agendas y prioridades, los que nos quedamos en el pueblo, seguimos con la afición y hacemos  representaciones siempre que podemos. Si es necesario recaudar dinero para algo, allí estábamos y estamos, o simplemente, para contribuir con las fiestas. 

            Los ensayos de los pastorcitos para la escenificación del Belén viviente, en Navidad, ha sido lo más gratificante para mí. La alegría que trasmitían, sus juegos, sus exigencias porque querían llevar animalitos o todo lo contrario porque les daban miedo. Era una lucha. Pero por el compañerismo y la responsabilidad que se creaba entre y en ellos, valía la pena. Y las caritas de satisfacción cuando terminaban y el regocijo de sus padres… eso no tiene precio. Me duele mucho que estas tradiciones se terminen. La mayoría de las veces por no sacrificarse un poco, solo un poco.  

            De la historia de Haría no les voy a descubrir nada nuevo, pero quiero leerles, si me permiten, un fragmento de un escrito que me parece muy interesante y les explicaré luego el porqué. 

"En el año 1.625, Manuel de Acuña de Figueredo, vecino del lugar de Haría, pidió al Visitador General de la Isla, Pérez Criado, “la Iglesia Vieja" que hubo en este lugar a fin de "Reedificarla", dotarla  y ponerla bajo la advocación de san Juan Bautista; cosa que se le concedió, alegando en su petición que por haber sido trasladada a otro lugar Nuestra Sra de la Encarnación, y estar descubierta la "vieja Iglesia", desmantelada y con el fin de evitar que en ella entren animales, por devoción y por haber sido construida por su suegro Luis Rodríguez, quien la edificó a su costa, ya difunto y por estar enterrados en ella los que habían muerto durante el tiempo en que se celebró en ella los oficios religiosos, hacía dicha solicitud. 

Concedida esta petición, se le dio el carácter de "Patronato", encargándose de reedificar la Ermita, para lo cual destinó siete fanegas de tierra, a fin de emplear sus rentas en la referida obra, obligándose a otorgar la escritura de dotación, con lo que el Santo pasaba a ser el titular de las fincas. De esta forma fue el "Fundador del Patronato" y " Primer Mayordomo" de la Ermita. 

Manuel de Acuña otorgó testamento el 10 de mayo de 1.655 y codicilio (disposición que el testador añade a su testamento con posterioridad a ser otorgado) en 1657, conteniendo en ellos una clausula en favor de la Ermita, dejándole unas veinte fanegas de terreno en los Castillos y en las proximidades de la propia obra, con la misma finalidad de destinar sus frutos y rentas a la reedificación que había empezado." 

            Este es el inicio de un recorrido que quiero hacer con ustedes: 

            Bajando por el Camino Real de Malpaso nos encontramos con una casa del siglo XVIII, que mantiene casi toda su estructura original. Fue propietario D. Rosendo Paz Currás. Cuando falleció, heredaron sus hijos Eloisa, Josefa y Francisco Paz. Cuando estos faltaron, la casa se dividió en tres partes, pasando a ser propietarios los hermanos Félix, Juan y Josefa Encarnación, conocida esta última como Ciona Pérez. Los varones vendieron su parte a Manuel Jordán y Agustín Jordán, el cual vendió su parte a Guadalupe Curbelo Viñoly.  Ciona siguió conservando su parte, heredándola su hija Francisca Umpiérrez Pérez. Actualmente dos partes pertenecen a Francisca y una a Teófilo Betancor Curbelo. 

            Destacar que D. Rosendo, primer propietario, era una persona influyente en la sociedad del momento, que según se cuenta, tenía escudo, que se puede ver en una pintura de un retrato familiar, por lo que su casa fue visitada por El Rey Alfonso XIII, en su viaje a Lanzarote. Esta visita tuvo lugar el 6 de Abril de 1906. Según datos consultados, en dicha casa había un reclinatorio del oratorio en el que estuvo postrado el Rey. La casa conserva todavía objetos y mobiliario de la época. 

            Siguiendo el mismo Camino Real, pero por el Islote, en la calle Ángel Guerra, nos encontramos con la casa, de Dª Isabel Luzardo, esposa de D. José Curbelo González. Era una mujer muy pudiente y apreciada en el pueblo por su caridad. Considerada como “Matrona de los pobres” por la ayuda que prestaba a los necesitados. En el aljibe y los pozos de su propiedad podían sacar agua todas las personas del pueblo. Tramos del Camino Real estaban empedrados, supuestamente para facilitar el tránsito a su marido que padecía de una cojera. Se cree que fue inaugurado por Alfonso XIII en su visita Haría. Era camarera de la Virgen del Rosario, por lo que los productos que se cultivan en la huerta de alrededor de la casa, eran para la Iglesia, por lo que la finca es conocida como “Huerta de la Virgen”. Se decía de ella que era tan fea como buena. La casa, la heredó su sobrina Catalina Curbelo, muriendo en el año 1936. 

            El Rey Alfonso XIII, además de orar en la casa de D. Rosendo, entró a comer y descansar en la casa-mansión de Dª Bernarda Rocha Cabrera, llegando acompañado del Ministro de Fomento Álvaro de Figueroa, Conde de Romanones. Llegaron en camello. La silla de montar de este camello estuvo expuesta en el patio de la casa, conocida como Villa Perdomo, hasta que fue vendido dicho inmueble a D. Francisco Pérez Fernández, llevándose consigo Dª María Luisa Beguria como una reliquia, la indicada silla. La cual, recuerdo perfectamente, porque en más de una ocasión jugué en ella. 

            Frente a esta casa está la conocida como “Casa’l Cura” o la de María Suarez, que fue inicialmente propiedad de D. Santiago Noda García, nacido en 1826 en Tenerife y fallecido en 1895. D. Santiago Noda García de 67 años, se casó en segundas nupcias con Dª Eloísa Betancor Cabrera, soltera, jornalera de 20 años. Les casó el día 17-08-1893 D. José Peraza Barrios con la autorización del Cura Cortés Spinola. Al fallecer D. Santiago, la casa quedó en manos de sus hijos, quienes venden a D. Eduardo Fernández Calviño. Posteriormente la adquiere D. Juan Arrocha Ayala, con el fruto del premio de Lotería Nacional Extra de junio de 1940. Vivió en ella hasta su traslado a Gran Canaria. Vendida la vivienda a Dª María Suárez y su marido.

 

            En la Calle Rincón de Aganada nos encontramos con la casa de Dª Natalia Curbelo, hoy conocida como la de “Los Naranjos”. Una casa que todos conocemos sobradamente y que en relación a ella les quiero leer una cita que aparece en el libro de Agustín Millares Cantero, El Cacique Fajardo Asesinado, que dice:

 

[…] nos habló de una biblioteca de miles de volúmenes, definiéndola como un esfuerzo de dinero y de paciencia. Imaginamos que en un sexenio no pudo ser capaz el sobrino, retoño de José María Curbelo y de Matilde Luzardo, de incrementar en demasía los depósitos de su tío, a quien hay que adjudicar las alabanzas. Así describe Morote el contenido de la librería que tanto le entusiasmó: “y allí hay obras antiguas y modernas, la de Galdós completas, las de los más afamados historiadores, desde César Cantú al Padre Mariano, novelas de Dickens, Dumas, Balzac, Daudet etc. Tratados de filosofía, sociología, medicina, periódicos antiguos y modernos. Una colección preciosa de documentos históricos de las islas.” Morote ya en 1910 dice: “Enrique Curbelo, verdadero patricio de esta localidad, organizaba veladas literarias en Haría; la de 1905 se inauguró con la representación del drama Designios de Dios, de Isidro Brito, a cargo del teatrito del Casino local”. Esto aparece en “La Provincia. La mañana de las Palmas el 20 de febrero de 1905.”” 

            El Archivo parroquial se debe potenciar y dotar de las herramientas necesarias para que continúe existiendo y no perdamos la memoria escrita de nuestra historia. Gracias a ese archivo podemos saber que en 1741 había esclavos en Haría; o saber de una dispensa, en diciembre de 1780, a una pareja que eran parientes en 4º grado para poder casarse ya que “tuvieron cópula carnal, llevados por la fragilidad humana de la cual resultó tener una criatura. Como penitencia le impusieron el ir al Convento Franciscano de la Villa y de rodillas y con los brazos en cruz, rezar varios credos, padrenuestros y rosarios y con la advertencia de que no cohabiten en la misma casa, ni se comuniquen hasta no cumplir la penitencia, caso de 2 meses de cárcel irremisible.” O que, el conocido por todos, D. Andrés Lorenzo Curbelo, era cura Rector de esta Parroquia y vicario de la isla, además de comisario de los Tribunales de la Inquisición en los años comprendidos entre 1748 y 1765. Son datos que no podemos perder. 

            Y cómo olvidar el Museo de Arte Sacro. Debemos detenernos y pensar en su situación actual, que por lo que he podido ver, se está actuando sin respeto alguno a todas esas personas que trabajamos con toda la ilusión del mundo para su reapertura, porque conserva y mantiene los sentimientos de varias generaciones de nuestro pueblo, ya que considerábamos que su historia y esculturas tienen valor y arte suficientes para ser mostradas a todos. 

            Con estas referencias intento, únicamente, recordar, tener presente y concienciar de las extraordinarias joyas que tenemos en nuestro pueblo. Unas joyas que si no ponemos remedio las vamos a perder, igual que ya perdimos otra con anterioridad y que continuamente estamos nombrando y llorando. Me refiero a la antigua Iglesia de la Encarnación. No dejemos que pase lo mismo con la Ermita de San Juan ni con estos inmuebles que nos dicen mucho de nuestra vida y que, junto con el palmeral, es lo que hace diferente y da personalidad a nuestro pueblo. 

            Se ha hablado mucho de la Ruta Manriqueña. Bien, para aplaudir, pero porque no pensar también en crear una Ruta Histórica por el pueblo. Tenemos elementos suficientes para ello, ¿no creen? 

            Seamos conscientes y pongamos remedio antes de que sea tarde. Todos, tanto las instituciones civiles como las eclesiásticas y  nosotros, como pueblo, tenemos una gran responsabilidad en ese sentido. 

            Son valores importantes que debemos mimar y potenciar. Tesoros arquitectónicos, históricos y etnográficos que debemos proteger y cuidar para dar a conocer a las generaciones futuras y a nuestros visitantes. 

            La identidad de un pueblo la construyen sus lugares, sus costumbres, sus recuerdos, sus gentes, sus tradiciones, que debemos respetar nosotros y los que vienen a conocernos. Sin quedarnos anclados en el pasado pero sin olvidarnos de él para aprender y no cometer errores. 

            Me gustaría que fuéramos capaces de saber armonizar la evolución con la tradición. Apoyar la iniciativa de los más jóvenes, para que no se vayan de nuestro pueblo. Para que puedan vivir y disfrutar como lo hemos hecho nosotros, de nuestras calles, de nuestra plaza y puedan seguir construyendo nuestra historia. Dijo en su momento  D. Enrique Dorta: 

            “Haría seguirá, estoy seguro de que Haría continuará siempre”.

 

            Estoy convencida de que así será si todos trabajamos juntos. A eso les invito. 

            Señoras, señores: Sé que tengo fama de mandona, así que les ordeno y mando, a cada uno de ustedes, que sean felices, que disfruten de cada uno de estos días y de cada uno de los días de sus vidas, con alegría, con amor, con armonía y que no nos falte nunca una sonrisa para compartir.

  

¡VIVA HARÍA!

 

¡VIVA SAN JUAN!

 

 

 


MILAGROS LÓPEZ BETANCORT

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