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Vecinos y vecinas de Máguez, estimado Presidente, señor Alcalde: Buenas Noche.
Ha tenido la fiesta de nuestra Patrona Santa Bárbara excelentes pregoneras y pregoneros que describieron acertadamente a Máguez. Otros escribieron sobre su historia, y los hubo que cantaron su belleza. Yo hablaré de mis recuerdos de infancia y juventud. De un Máguez un poco lejano, y lo haré, no desde la nostalgia, ni para rememorar el dicho de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Es indudable y constatable que hoy, afortunadamente, se goza de un mayor bienestar y prosperidad. Lo haré como un ejercicio de memoria, e invito a los presentes, a que me acompañen en este corto recorrido por el espacio y por el tiempo, de este Máguez tan nuestro.
Por ello, quiero agradecer al Presidente del Centro Democrático de Máguez, Juan Acuña y a toda su Junta Directiva, el haber pensado en mí, para pregonar las fiestas de Nuestra Patrona Santa Bárbara. Al Señor Alcalde, su presencia y presentación de este acto.
Permanece indeleble en mi mente, la imagen de un pueblo, que mucho antes de que se hicieran presentes los primeros claros del día, iban apareciendo por doquier, unos diminutos puntos de luz, provenientes de algún farol o quinqué, para que al poco rato, se oyeran por las tranquilas calles del pueblo, el trajinar de los laboriosos agricultores, mezclado con ladridos de perros y algún rebuzno de los burros que ya se dirigían al campo mucho antes de que saliera el sol, y permanecer en las tierras, en algunas ocasiones, hasta que los últimos rayos del sol lo permitían. Y así, un día y otro día, plantar, escardar, arrancar… hasta completar los días del año. Siempre había algo que hacer. Es la dura agricultura de Lanzarote, y de eso los hombres y mujeres de Máguez saben mucho. Gofio, pejines, jareas, pescado frito, el zurrón, vino, agua. Eran estos los alimentos que la mayoría de las veces se servían de almuerzo.
Al atardecer, se regresaba a las casas, desde las que salía una leve columna de humo de sus chimeneas, señal inequívoca, de que las hacendosas esposas, habían encendido los teniques, con tiempo suficiente, para tener un buen potaje, la mayoría de las veces, con abundante carne y tocino, para que el esposo e hijos, después de haber arreglado los animales, se sentaran a la mesa y repusieran fuerzas.
La incertidumbre, de forma permanente, ocupaba con el trabajo, los días del agricultor: estaba constantemente con la vista fija en el cielo, a ver si llegaban las ansiadas lluvias, no caía ninguna plaga, venía un calor excesivo o un viento devastador. Recuerdo una frase de José Francisco Olivero, cuando mi abuela Antonia le preguntó: “Qué, ¿Cómo van las cosas, José Francisco?”. Y él, con ese tono, entre mezcla de resignación y tranquilidad le contestó: “Pues, seña Antonia: Siempre mirando pal cielo, a ver si llueve, que no venga escarcha, o que llegue el viento y lo deje todo a palo seco”.
Para los más jóvenes, puede servirle de ejemplo, las palabras de José Francisco, el desolador espectáculo que produjo la tormenta tropical en nuestro Municipio. Los daños de bastante consideración en el campo, casas, parques y jardines. Ejemplo claro, lo tenemos a pocos metros de esta sala. Ante ello, sólo tenemos que dar gracias por no haber ocurrido desgracias humanas. Y desear que “El Delta” u otro similar, no aparezca jamás por estas islas.
Siguiendo con mis recuerdos, me parece oír, el rebuznar de algún burro alborotado, al que desde muy temprano, traían junto a algún otro, que de nada conocía, y a los que alguien, después de haberlos recogido de entre los vecinos, los guiaba hacia la era, para “formar la cobra” y trillar las cosechas.
Era éste, uno de los muchos ejemplos de solidaridad entre los vecinos, el de prestarse los animales para trillar. La trilla de trigo y la cebada, era una de las diversiones que tenían los chiquillos de la época, pues los mayores, les permitían montarse en los trillos, que eran tirados por camellos.
Máguez, pueblo agrícola y ganadero por excelencia, contaba entre sus habitantes, con personas dedicadas al comercio con “El Puerto”, que daban salida a algunos productos del campo, principalmente: papas, granos, alfalfa, queso…Y así recuerdo a algunos vecinos y vecinas a los que aparte de por su nombre, se les conocía como “estraperlistas”, y a mi mente acuden los nombre de: José Francisco, Andrea, Bárbara, Celestino… que transportaban la mercancía en los camiones de: Juan González, Pepe Hernández o Pedro Martín. También había un camión, que pasaba recogiendo la leche.
Contaba el Máguez de mi época, con varios comercios o tiendas: Francisca, Emilia, Salvador Borges; Celestino, Juan Rafael, El Cangrejo, posteriormente Manuel Lasso y ya por último Juan Villalba y Cejudo. Pero de una manera especial recuerdo, por la mercancía que vendía; golosinas, fósforos, reunidos, velas y alguna otra cosilla, muy poco, la tienda de Mercedes, que estaba por encima de mi casa.
Asimismo, Máguez tuvo algunas industrias: Panadería, Molina de gofio, Machacadora de pencas para hacer pienso. Había tres zapaterías, carpinterías, taller mecánico, herrería, lo que nos da idea, de la actividad que desarrollaba el pueblo.
Era muy característico de la época, el comunicarse todos los acontecimientos: Bodas, nacimientos, muertes y al no existir los medios, con los que contamos hoy, se transmitían por vía oral y casa por casa. Y de ello se encargaban: Frasca, Pilar, Seña Leonor y Seña Emilia. Cuando alguien fallecía, también se hacía puerta por puerta, generalmente de noche o de madrugada y junto al ladrido de los perros, se oía el golpear del garrote en la puerta o ventana, dado no con poca fuerza por el sepulturero.
Llega Noviembre, se empieza a probar los vinos, los higos pasados ya están en su punto, y se preparan los que se han de repartir el Día de difuntos, cumpliendo así con la tradición.
Las casas se empiezan a enjalbegar y pintar. Es el momento de matar el cochino que se ha criado, para poder hacer el adobo, los chorizos, las morcillas, y tener carne y tocino, pues las fiestas se aproximan, llega el día de la patrona, llega Santa Bárbara.
Con tiempo suficiente, las madres acompañadas de sus hijas mozas, cogen la guagua de Nicolás y se desplazan hasta Arrecife, a comprar “los lujos” para toda la familia, en los tradicionales comercios de Arencibia, Prats o Lasso. También venía de Las Palmas, Carmen Betancort, la hija de Seña Maximina, que traía por encargo, cortes de vestidos muy bonitos, y todos diferentes, porque las chicas en su coquetería querían que su vestido fuera exclusivo.
Aparecía por la misma época, un personaje muy singular, que con “su paño” al hombro y metro rígido de madera, corría todo el pueblo, vendiendo: cortes de traje, ternos y otros géneros. Me refiero a D. Miguel Legary. Posteriormente, desempeñó la misma función Jorgito “El árabe”.
Para la cosa de las joyas venía, D. Francisco, conocido “El Prendista gordo”, que lo mismo nos vendía una pulsera, un anillo o un collar, o que a las personas mayores, les graduaba la vista y les vendía unas gafas.
En el aspecto deportivo, Máguez contaba con un buen equipo de lucha canaria y dos equipos de fútbol: El Unión Deportivo Máguez y El Cometa. Varios equipos infantiles: El San Pedro, El San Pablo y el Santa Bárbara. Recuerdo, la gran afición que había para ambos deportes, con llenazos, tanto en el terreno de lucha, que había detrás de la antigua ermita, como en el campo de Fútbol de la Vega de Máguez. Y la eterna y sana rivalidad con los equipos de Haría.
En lo cultural, tenía dos grupos de teatro, uno infantil, dirigido por Eloisita y otro de adultos bajo la dirección de Amelia.
En lo religioso, se hacían en mayo las novenas a la Virgen de Fátima y los niños decían sus versos. En noviembre se pasaba el rosario y responsos a los difuntos.
En las tardes de verano, estaba de moda entre los jóvenes, ir a Tahoyo, a la mora y con esa disculpa, se veían a los pretendientes, y hasta se hacían nuevos noviazgos.
Los domingos por la tarde, se proyectaba cine en el salón de la Sociedad, y más de una nos quedábamos a la mitad de película, porque el motor unas veces, y otras la máquina, se estropeaba.
Por las fiestas de Santa Bárbara, de aquellos tiempos, se celebraban magníficos bailes, amenizados algunas veces, por orquestas traídas de Las Palmas o Tenerife, que venían acompañadas de sus vocalistas. Recuerdo el revuelo que se formaba entre los hombres, siguiendo los movimientos sexys de Solita Ojeda o Tere Robayna, con Doña Luz al piano. Tampoco le iban a la zaga los bailes celebrados con Pancho “El Cubano”, Juan Cejudo y Fermín Borges.
Llega el día de Santa Bárbara, el día grande. El día de la celebración de la función religiosa en la vieja y preciosa ermita, que custodiada por San Pedro y Santa Bárbara, luce sus mejores galas, junto a sus barquitos colgados del techo, y los exvotos, hechos de cera, colgados de sus blancas paredes, como ofrendas de algún favor solicitado y otorgado por la intercesión de la Santa. A continuación, se hacía la procesión por distintas calles del pueblo, que previamente desde muy temprano, baleo en mano, las vecinas habían barrido, para que al paso de la Patrona, todo estuviera reluciente. Finalizada la procesión, paseo en la plaza y alguna que otra “tapa” en el bar de Juan Villalba, Seño José “El Bonito”, Pedro Borges o en los ventorrillos, acompañada de vino o cerveza.
Estos, son mis recuerdos de las fiestas de Santa Bárbara.
No quiero terminar, sin hacer una mención especial para todas aquellas personas que contribuyeron a mi formación: Margarita y Mercedes, hijas de Juan González, que me enseñaron a leer. Eloisa Barreto, Doña Pepa, mi tío Domingo y Don Enrique Dorta, de todos ellos guardo un grato recuerdo.
El sancocho nos espera, y como pregonera les invito a la participación y al disfrute de cada uno de los actos programados en honor de Santa Bárbara.
¡Gracias a todos!