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Buenas noches vecinos y visitantes de Máguez,
Como ustedes se pueden imaginar, es para mí un gran honor estar aquí con todos ustedes, agradezco la invitación para ser la pregonera de nuestras fiestas de Santa Bárbara.
Estos días he disfrutado de momentos muy gratificantes junto a la familia y a mis amigas de Máguez recordando nuestras vivencias, momentos compartidos con la mayoría de ustedes, por eso lo que les voy a relatar no es nada nuevo y me van a disculpar por nombrar a vecinos que se nos han quedado en el camino, pero han sido importantes porque han participado en la vida del pueblo y los menciono incluso con el apodo, siempre con mucho respeto pero es que los nombretes forman parte de la idiosincrasia de nuestro pueblo, porque si yo les digo Francisco Betancort o mi padrino no saben quién es pero sin embargo a "Perro Viejo" todos lo conocíamos.
¡Qué suerte tuve de crecer rodeada de cariño!
Me tocó vivir con gente maravillosa, con unos vecinos estupendos y por eso siempre he sentido a todos los del pueblo como familiares: desde Las Casillas hasta La Cancela y desde Las Breñitas hasta Tahoyo y Los Cascajos.
En los años 60 cuando fuimos dejando de usar los faroles y palmatorias, al llegar el alumbrado eléctrico hasta las doce de la noche que nos cortaban la luz, Máguez era un pueblo de agricultores que algunos además eran artesanos o ganaderos.
¡Cuánto recuerdo el tintineo de las cabras de mi tío Angelito!
La vida en el pueblo giraba en torno a la familia e incluso en las labores agrícolas, como aquellos días que íbamos a cortar alfalfa con mi tío José o mi tío Domingo y los hijos, o aquel atardecer que nos fuimos reuniendo en La Cancela a recibir a mi tío Pablo que venía desde El Aiún, mi abuelo estaba con sus hijos y los yernos en el lagar para estrenar el vino nuevo. Mi abuela en la banca haciendo rosetas y las hijas entretenidas pelando los balayos de papas menudas, las de mi tía Lola eran más chicas que los boliches. A nosotros nos mandaban a jugar en el patio para no oír las conversaciones de los mayores y no sabíamos por qué los vecinos al pasar nos saludaban diciendo: ¡Anden vivitos!
De los trabajos del campo, poco les puede contar porque mi madre me dejaba en casa para recoger y estudiar mientras cuidada a mi hermano, pero a lo que sí nos llevaban era a coger papas, siendo lo mejor al mediodía cuando mi padre asaba las papas y las jareas mientras nos sentábamos todos alrededor con el queso y los higos porretos como los que todavía prepara Isabel Peraza.
Los vecinos se ayudaban unos a otros, se prestaban los burros para trillar, para hacer "La Cobra" con varios burros amarrados iban pisando encima de la sementera y recuerdo como mi primo Juan Pedro y yo mirábamos atónitos aquel espectáculo viendo a los hombres correr rápido con una escupidera de pisa vieja para que el burro al hacer sus necesidades no cayeran en la cosecha.
No menos importante eran las matanzas de cochino, para mí era una gran fiesta en casa de Aquiles, de Tomasa Rivera y también las de mi tía María en el Mojón, allí se hacían chorizos, las morcillas, aquella carne asada tan sabrosa y unos días después el olor a los chicharros cuando veníamos de la escuela.
Cuanto más recuerdo los años de mi niñez, más adoro a nuestro pueblo, el canto de los gallos era la alegría de cada mañana, nos despertaba el trote de los burros camino al campo. Hasta mediodía el olorcito a pan en el Cangrejo y por las tardes el olor a gofio en la Molina de Ventura que siempre la asocio con la tienda de Quina donde mi madre me compraba media pasta de chocolate y me pisaba el pie para que no le pidiera nada más, pero mi hermano insistía con las galletas rosadas y al rato decía: ¿mamá por qué me pellizcas si no he hecho nada?
Algunos días los burros no salían al campo, ¿quién se habría muerto? Puesto que veíamos pasar a los hombres con su corbata negra que iban al entierro llevando el féretro a hombros y todos caminando subían la cuesta de Los Cascajos hasta el cementerio de Haría. Llegué a ver los ataúdes guardados en un almacencito junto a la casa de Plácido y al parecer allí los elegían según el precio.
El amor y sobretodo la fe de los magueros hacia la Virgen de Santa Bárbara siempre ha sido una manifestación constante en la historia de nuestro pueblo, en las enfermedades o cuando la erupción del Volcán del Teneguía que mi abuela al ver el peligro rezaba amarga por su hijo Juan Manuel que estaba en La Palma, también nosotras le rezábamos antes de los exámenes para que nos espantara las calabazas.
¡Qué divertidos eran los domingos! Por las mañanas, nuestras madres se iban al campo y nos dejaban preparada la ropa y la colonia de los domingos para ir a misa de las 10:30 h. en la ermita antigua. Yo esperaba en casa de mi vecina Carmen Arrocha y nos íbamos juntas desde que tocaban la primera y en la sacristía ya estaban los hijos de Frasquita que eran los monaguillos. Todas las niñas mirábamos asustadas al techo con temor a que se desprendiera una viga. Allí todos nosotras hicimos la Primera Comunión siendo Mati y Juani de las últimas. Nos daba catequesis Fefita, la hija de Dorina y el párroco D. José Lavandera. Recuerdo con qué ilusión subía por la calle Las Flores a probarme el traje de la comunión a casa de Frasquita. Ese era un gran día, al salir de misa repartíamos las estampitas a los vecinos para después ir a hacernos la foto a casa de Javier Reyes en Haría.
¡Cuánto han cambiado las cosas con el tiempo!
Las tardes de los domingos eran excepcionales, primero acompañada de mi vecina Mary Trini comprábamos las támaras en casa de Crisóstomo, las vendía Lola en el patio hasta que se le vaciara el balayo. Después íbamos a comprar las entradas para el cine de Don Luciano que era aquí en esta sociedad que nos vio crecer y donde aprendimos a bailar con las canciones de la rocola, sobretodo nuestro entrañable Julio con su "Valls de las Mariposas".
El resto de las tardes, cuando salíamos de la escuela, jugábamos en la calle al quemao, a la piola, saltábamos al elástico y a la soga y los chicos jugaban a la tángara y al boliche. No teníamos reloj pero todos sabíamos que al ponerse el sol ya teníamos que estar en casa.
En caso de enfermedades, también teníamos vecinos que ponían sus habilidades a nuestro servicio: si se trataba de torceduras nos curaban Gonzalo o Guadalupe, si era de estómago Sra. Candelaria y también mi abuelo Pedro nos curaba del pomo, pero si era necesario poner inyecciones llamábamos a mi vecina Efigenia y ella acudía puntual aunque estuviese lloviendo.
Años después, en la huerta plantada de alfalfa se edificó la nueva ermita. Siempre tendré el grato recuerdo de ver a mi padre labrar la pared frontal, la del santísimo siguiendo el dibujo que le trazó Cesar Manrique.
La inauguración de la iglesia no se nos olvidará a ninguna, vino el obispo y le invitaron al suculento banquete que se preparó en la verbena, pero sólo entraban los mayores, a los niños no nos dejaron pasar y eso que cumplíamos con ir a misa todos los domingos.
La iglesia fue importante siempre para nosotras. Limpiábamos la ermita los sábados y el cura nos recordaba el domingo a que calle le tocaba limpiar al siguiente sábado. Mi vecino José María se preocupaba de mantener escrupulosamente limpio el parque y los alrededores de la ermita. Hacíamos los ramos de flores con mis vecinas Mª Elena, Fela e lta Mary. Aunque en los eventos especiales era Juan Pedro Brito el que nos decoraba todo con esmero y siempre le quedaba precioso.
Nuestro párroco siempre estuvo involucrado en nuestras costumbres. Don Germán fue muy colaborador, nos ayudaba en nuestras fiestas.
A los doce años cuando empezamos a dar catequesis, al principio teníamos un grupo de niños entre Evangelina y yo, nosotras asistíamos a las reuniones de catequistas en Haría, también nos desplazábamos junto con Juanita Casanova a cursos de preparación en Arrecife, además seguíamos en la catequesis para nuestra confirmación, lo que nos unió mucho con los jóvenes de los demás pueblos del municipio.
A estos grupitos de niños, les dejaba escrito unos versos de Navidad para que vestidos de pastorcitos los recitasen en el Nacimiento, puesto que yo siempre pasaba la Nochebuena en La Villa. Así continué con grupos de jóvenes, hasta que ya con mi hija pequeñita tuve que dejarlo.
A principios de los años setenta llegó al pueblo alguna tele. Mi abuela estaba contenta porque ella decía que la de ella era en color y nosotras sorprendidas, hasta que nos dimos cuenta que sólo cambiaba de color cuando mi abuela ponía otro papel de celofán delante de la pantalla.
Veníamos a la sociedad las tardes de los sábados a ver los payasos y después jugábamos a la baraja, hasta leíamos el periódico que siempre era del día anterior, los primos del callejón Chanito y Mario nos contaban chistes muy graciosos de Pepe Monagas.
En esos años nuestros padres fueron relegando las labores del campo para los fines de semana y se incorporaban a trabajar en empresas dedicadas a la construcción o en el Cabildo como lo hizo mi padre. Debido a que la llegada del turismo a la isla iba en aumento, había que construir hoteles y por suerte para nosotros como César Manrique era un enamorado de la naturaleza y de su tierra se prepararon los centros turísticos creando puestos de trabajo.
En aquella apoca los maestros del pueblo eran nuestros ídolos y nuestros padres los consideraban autoridades. El primer día de la escuela, con que ilusión comprábamos la cartilla en la librería de Frasquita.
Dª. Amparo fue mi primera maestra y todas queríamos ser como ella, nos solía llevar en su coche de excursión a La Garita. Un día nos mandó traerle una regla de la carpintería de Manuel Sicilia, mi primo Juan Pedro eligió la más gorda y resultó que nosotros la estrenamos los primeros.
D. Jesús fue un maestro muy querido, recuerdo como le brillaban los ojos verdes cuando Juan Villalba, el cartero, le traía las cartas de su novia, pero no había manera de despistarlo para leerlas.
Con Dª. Quina terminamos nuestros estudios en Máguez, ella fue la que nos enseñó a todas a hacer ganchillo y recuerdo que los viernes por la tarde nos llevaba a su casa a ver la jaula que tenía con ratones blancos.
Ya cuando empezamos sexto de E.G.B. en Haría, D. Juan Santana fue para nosotros un referente importante, era de nuestro pueblo, nos daba clases de inglés y a la vez era el alcalde. Con él aprendí muchas cosas, pero sobretodo que "Cuando se quiere se puede". Él nos animaba a hacer las alfombras de Corpus, ese día de madrugada nos estaba esperando en el parque, organizaba las carretillas que llevábamos y marcaba los dibujos con las tizas y así todos los años lográbamos terminar las alfombras a las doce para después ir todos a misa aunque con las manos pintadas.
¡Qué años tan maravillosos cuando estudiábamos en Haría!
Teníamos nuevos amigos que venían de otros pueblos y aquellos jóvenes de otros colegios que conocíamos cuando nos llevaban a Arrecife para participar en los concursos de redacción y de dibujo en el Castillo de San José.
Por las tardes, al salir del instituto veníamos caminando heladas de frío, nos reconfortaba el cálido saludo del mudo de Haría y los consejos de Laureano para cambiar las tapas de los zapatos.
Aquellas tardes que esperábamos la guagua y nuestro querido Nicolás, pacífico, no salía hasta que no terminara la novela de "Lucecita" o la de "Simplemente María".
Nosotras con doce años ya íbamos solas a Arrecife a comprar los libros. Con tanto ir y venir en la guagua conocí al músico que tocaba el órgano en la orquesta Los Guatatiboa y acabó siendo mi marido.
A los 18 años, nos fuimos del pueblo para continuar los estudios en Las Palmas, allí coincidí con Mª Eugenia, Mary Inalbis, Edi, Juani y otros chicas del pueblo, además me arropaba el fraternal cariño de mi tía Agustina. El primer año lo pasé bastante mal, añoraba todo, a la familia, a mi novio, hasta el silencio del pueblo interrumpido por los camiones de Marcelino en Tahoyo, especialmente cuando llegó el mes de mayo, extrañaba el olor de las azucenas y los nardos que perfumaban todos las calles y el taconeo de nuestras mujeres acercándose a pasar el rosario. Estudiaba con alguna lágrima de compañera, pero me daba fortaleza la obligación de mantener la beca por el tremendo sacrificio que estaban haciendo mis padres, también me ayudaba el ánimo que ellos me daban, incluso mi hermano, cuando me llamaba desde la cabina pública del parque. Aún así logré terminar mis estudios y con ello se cumplía el sueño que siempre tuve de ser maestra.
La etapa de cambios en nuestro desarrollo adolescente quedó marcada por la rondalla Malpaís de la Corona. Todas nosotras sentíamos a Máguez como un lujo escondido entre montanas y es que vivíamos en el campo sin aburrirnos.
Los emprendedores de la rondalla fueron Luz Mary y Susín, aunque los primeros días colaboraron Calixtito, José Luis y Juan Pedro que nos enseñaban a bailar con cariño y mucha paciencia.
Luz María con la tenacidad que la caracteriza, se empeñó y logró que bailásemos por primera vez en las fiestas de Santa Bárbara, con atuendos variados, según lo que nos prestaron. A pesar de la torpeza de nuestros pasos, nos resultó fácil seguir el baile gracias a la seguridad y la energía que nos transmitía Susín.
Fue inolvidable aquel viaje tan alegre a La Palma y a La Gomera donde Quini nos hacía fotos con su cámara y el chófer de la guagua desesperado, impertinente con nosotras porque quería irse.
Recuerdo aquel encanto que emanaban las figuras de las malagueñas que llegué a bailar con Susín y también con Benito. ¡Qué divertidos eran nuestros cantares en la guagua! Cuando bailábamos en Los Jameos o los domingos en el Hotel San Antonio, los miércoles a Los Cocoteros ya llevábamos los libros para ir estudiando.
Siempre he valorado con cariño el sacrificio que hacen todos los componentes de la rondalla por continuar, especialmente aquellos que eran solteros y hoy, después de 31 alias son padres y madres de familia.
Nuestras fiestas de Santa Bárbara ¡qué divertidas, qué nombradas eran!
Una semana antes ya teníamos el traje y los zapatos nuevos preparados o en prueba en cualquiera de las cinco modistas del pueblo o con Pepe el sastre. Por la fiesta de Sta. Bárbara y San Pedro eran las únicas dos veces que estrenábamos y nos comprábamos ropa en las tiendas del pueblo. En Máguez teníamos seis tiendas que despachaban de casi todo: comestibles, cemento, telas, petróleo con el surtidor de manivela en el mostrador, en Navidades tenían la exposición en una liña con los juguetes cogidos con pinzas, por supuesto, semanas antes de la fiesta la ropa estaba expuesta para su venta y se podía pagar a plazos y nosotras también recuerdo de comprar el regalo del día de las madres y nos dejaban pagarlo de dos veces.
Todas nuestras tiendas tenían un rincón del mostrador que solo lo usaban los hombres y algunos terminaban cantando "La ovejita lucera" y "El porón pompero".
Recuerdo de pequeña, el día de la función, a la virgen la llevaban por La Cancela. Después de la misa teníamos el almuerzo especial con la familia, que mi madre todavía mantiene esa costumbre. Por la tarde, antes de los juegos infantiles, iba a casa de mi tía Antonia, que siempre tenía un bizcochón que hacía ella misma, en la cocinilla en un caldero redondo, después, en la plaza, eran los juegos infantiles en los que todos los niños del pueblo nos pegábamos a Juanito el de Narciso: él preparaba un palo negro tiznado, la cucaña, la carrera de sacos, el juego de la silla, la piñata y al final aparecía con una gran caldera de chocolate.
Mary Carmen Santacruz era la que organizaba el concurso de mises y el playback.
Aquellos esperados diplomas que nos entregaba D. Rafael Curbelo en los concursos de redacción y de pintura. Longa, Juan Carlos y Dolorci nos iniciaron en los teatros infantiles. Esas tardes se impregnaban los alrededores de la sociedad del olorcito a la carne en adobo que preparaba señó José el Bonito.
A los bailes de asalto yo venía con mi abuela Dominga y mi tía Siala y todas nos poníamos de pie para aplaudir a los músicos cuando entraban.
Por la noche venían en la guagua mi tía María con Petrita para ir al baile. Los domingos por la mañana íbamos a la plaza a recibir a mi tía Efigenia con los niños que venían desde La Villa en la guagua, que era de los pocos medios de transporte y fue muy importante para el encuentro de nuestras familias.
En los años ochenta, como nosotras queríamos seguir con las tradiciones festivas nos inventábamos los teatros, improvisando en el escenario: Evangelina llevaba la iniciativa con desparpajo gracioso, Mª Esther calladita ponía su toque desencadenando la carcajada de todos, con Ambrosito Viñoly siempre podíamos contar, Quini, Juani y Mati eran las cantantes de la época, y todas fuimos azafatas del 1, 2, 3 en los concursos que preparábamos y que muchos de ustedes participaron.
Una semana antes vendíamos los números por todas las calles y es de agradecer que todos colaboraban. En los intermedios se rifaba el lechón o la lavadora minijata.
Los jóvenes de Máguez organizábamos excursiones para ir caminando a Tabayesco el día de La Candelaria, también salíamos caminando a las fiestas de Guinate.
Nosotras teníamos tiempo para todo, estábamos integradas en el Junior, un movimiento juvenil con el que hacíamos convivencias y salidas.
Nos recorríamos todas las calles del pueblo pidiendo donativos para el Domund y para la Cruz Roja. Un día a la semana íbamos con José María y el Sr. Corchero a plantar y cuidar los semilleros de claveles. También celebrábamos los cumpleaños en nuestras casas invitando a los novios.
Una fiesta que siempre me ha entusiasmado es la de Carnaval. Desde pequeña me disfrazaba dos días, uno con mi primo Juan Pedro y otro día con las chicos, revolvíamos toda la casa buscando ropa de nuestros mayores, pero no podía faltar el bolso porque tocábamos de casa en casa y nos daban torrijas, polvorones, galletas y todo lo guardábamos en el bolso.
Unos años más tarde ya podíamos ir a los bailes de nuestras fiestas y a los de piñata en carnavales, pero siempre acompañadas de nuestras madres, en aquellos tiempos venían muchos chicos de otros pueblos.
En verano disfrutábamos en Punta Mujeres, bañándonos en playa Hedionda, quitando y poniendo los parales cuando venían los barquitos de la pesca. Por las tardes paseábamos hasta las salinas pero si estaba la moto de Gregorio no tocábamos la sal por si acaso se enfadase. Otro paseo que me encantaba era llegar a Arrieta caminando hasta la casa de mi tía Tomasa, y también cuando iba con mis amigas para ver a los chicos pero con la excusa de ir a misa.
Los fines de semana nos recorríamos todas las verbenas gracias a que mi tío Simón nos llevaba y cuando terminaba el baile nos iba a buscar.
También tengo el recuerdo de Punta Mujeres, cuando partíamos el año en casa de Palenke, él organizaba una gran fiesta y desde pequeña siempre fui porque invitaba a nuestra familia, pero a partir del año que nació mi hija solo les íbamos a saludar porque empezamos a venir a esta sociedad a la cena de Fin de Año.
Tendría dos horas de contarles más anécdotas muy entrañables de vecinos que no he nombrado, pero solo quiero aprovechar la oportunidad que me da este pregón para dar las gracias al pueblo por el cariño que siempre me han dado y en ESPECIAL a este ramillete de amigas que he tenido desde niña. A la vez que agradecer a nuestros mayores y a todos los que todavía colaboran en la vida de nuestro pueblo para inculcarles a nuestros hijos que continúen ellos con la misma trayectoria.
¡Qué disfruten de nuestras Fiestas de Santa Bárbara!