PREGONES DE MALA > Índice
Sr. Alcalde de Haría.
Dignísimas Autoridades.
Sres. Directivos de la Sociedad de Mala.
Amigos todos.
En primer lugar tengo que agradecer sinceramente a la junta directiva de la Sociedad Renacimiento de Mala y en especial a su presidente Gregorio Betancort Espino por haberme invitado a hacer el pregón de las fiestas de Las Mercedes de 1998.
Lo que iré exponiendo a continuación se basa en mis recuerdos infantiles y juveniles, que fue la época en que viví aquí en Mala, aunque ahora no estoy muy lejos, pues mi vida transcurre entre Arrecife y Punta Mujeres.
Ya llega nuestra fiestas de Las Mercedes y como antaño muy esperada por todos; vecinos y no vecinos pero que hemos nacido aquí y somos de Mala, pues además de ser centro de reunión de los convecinos es motivo de unión familiar.
Nuestra fiesta es la última del verano en esta zona insular del norte de la isla y por ello acude toda la gente que finalizando sus vacaciones en Arrieta o Punta Mujeres pone broche final aquí en Mala. Nuestras verbenas eran muy nombradas en los pueblos del norte desde que yo recuerdo.
Y ya de recuerdos ¡qué ilusión que llegara septiembre! La escuela se abría y permanecía la puerta abierta esperando nuestra vuelta al cole, pero los niños no íbamos a clase hasta pasadas las fiestas.
La casas se blanqueaban, las puertas y las ventanas se pintaban de verde y de las chimeneas de cada uno de sus hornos salía una humareda que se unía en el horizonte, formando una nube gris blanquecina. En el ambiente flotaba un olor a pan recién salido del horno a bizcochos y a mimos. También se mataban los cochinos que para la prole infantil constituía un verdadero jolgorio. Ese día madrugábamos, nos poníamos junto al corral, mirábamos como los sacaban, lo mataban y mientras unos lo salaban otros preparaban la carne asada y las mujeres hacían el riquísimo “ajogao” con las vísceras pasas y demás condimentos.
Después del almuerzo se hacían las morcillas y chorizos. Todo esto constituía un verdadero evento familiar y festivo. Más próxima la fiesta en las vísperas, los caminos se engalanaban con palmeras y banderas por donde pasaba la virgen que era prácticamente por todo el pueblo Mala Arriba, el Jable, Mala Abajo hasta retornar a la ermita mientras la campana no dejaba de repiquetear.
Se ponían los ventorrillos rodeados de hojas de palmeras con sus mesillas, de los que salían unos olores a adobos y estofados, aromas que eran una delicia.
Venían los vendedores de helados que procedían de Arrecife, año tras año, hacían la alegría de los más pequeños, venía Paco y Acuña. Cada uno acusaba al otro de que sus helados no valían que eran peores que los suyos propios. Paco solía decir:
-No le compren helados a Acuña que tienen gusto a pezuña.
-No le compren helados a Paco que tienen gusto a tabaco.
Pero a nosotros ni gusto a pezuña ni a tabaco sino a gloria.
La virgen no sólo era venerada por su santo también en el mes de mayo se acudía al atardecer a rezar el Rosario.
Los peques saltábamos y brincábamos antes y después del Rosario alrededor de la ermita mientras prendíamos los “saltapericos” o “fósforos de ratón” que saltaban como nosotros y nos lo pasábamos por la cara, brazos y piernas que brillaban en la oscuridad asustándonos los unos a los otros.
En este mes de mayo el trono de la virgen se enramaba con flores silvestres, sobre todo margaritas que buscábamos por la Vega y también pedíamos flores por las casas del pueblo que cultivaban a tal fin como azucenas, nardos, rosas, claveles etc. todas valían para adornar el trono lleno de velas encendidas. Este aroma de las flores se ha gravado tanto en mi mente que el olor a las azucenas me recuerdan aquellos días.
También decíamos versos ¡cuánto nos costaba aprenderlos! Y cuántos nervios al expresarlos en público ante tanta gente pero ¡era bonito!.
A pesar de lo poco que teníamos, éramos felices y, nos considerábamos ricos cuando disfrazados (y no era carnavales) de chinos, negros o japoneses recorríamos el pueblo pidiendo dinero para mandárselo a los chinitos o negritos que estaban en peores condiciones que nosotros.
Una vez pasadas las fiestas, venía la época en que debía llover y como ya sabemos, la lluvia en Lanzarote es un artículo de lujo y cuando caía tan preciado líquido de forma torrencial corría el agua por el barranco de Tenegüime y caía la cascada en el estanque que era una belleza. Todo el pueblo comentaba ¡está corriendo el estanque!
La gente se acercaba para verlo lo más cerca posible, cuyo ruido aun resuena en mis oídos como una bella melodía. Si no corría el estanque la lluvia no había sido gran cosa, es decir, no había tenido importancia.
Cuando el barranco corría las gavias de la Vega se llenaban de agua y había que ir con palas y azadas abriendo o cerrando acogidas, bien fuera de día o de noche. En este caso se llevaban unos farolillos con una vela o faroles de petróleo (allí estábamos nosotros estorbando más que ayudando) pero al fin y al cabo poniendo nuestro granito de arena.
Las gavias permanecían llenas de agua varios días. Éstas parecían grandes espejos que brillaban tanto a la luz del sol como de la luna. A nosotros nos parecía tan maravilloso que más de una vez ignorando el peligro nos metíamos en las gavias alcanzando por ello algún que otro disgustillo.
Nuestra gente siempre ha luchado por algo que merecía la pena y la educación ha sido y es objetivo prioritario. Así en los años cincuenta y sesenta estábamos en cabeza a nivel insular en cuanto a estudiantes de enseñanza media o superior pues prácticamente casi toda la juventud estudiaba.
Años atrás las clases se daban en casas particulares y estando Dña. Antonia Melián, como maestra del pueblo, se hacía necesaria la construcción de una escuela digna en todo el amplio sentido de la palabra y no una casa habilitada como hasta entonces.
Dicha construcción se llevó a cabo y se inauguró en el año 1955 y estaba formada por dos casas de maestros y dos aulas; una para niños y otra para niñas.
Entre los maestros que han impartido sus clases en ellas debo hacer mención en especial a Doña Juansi Placeres que fue casi exclusivamente mi maestra y a la que recuerdo con mucho cariño pues fue ella la que me impulsó a estudiar.
Hoy día en mi escuela, actuó en muchas ocasiones como lo hacía ella, pues yo también soy maestra de escuela unitaria. Para mí realmente ha sido y es mi ejemplo, pues no hay día en que no la recuerde y aquí públicamente le hago mi pequeño homenaje para que sepa cuanto para mí ha significado y significa.
Una pequeña anécdota que me ocurrió siendo su alumna de pocos años fue que estando dibujando un coche en la libreta al borrar hice un agujero exactamente donde debía estar la ventana y yo muy asustada le enseñe mi dibujo y en vez de enfadarse comenzó a reír ante mi asombro. Aún hoy que han pasado tantos años, cuando nos encontramos me lo recuerda.
No debemos olvidar a personas que han servido a sus vecinos como por ejemplo a Sra. María Luisa Castro que ayudó a venir al mundo a muchos de los de mi generación incluida yo en una época en la que no habían matronas.
Cuando teníamos unos días o semanas nos llevaban a cristianar a Guatiza y de esto se encargaba señora Remigia González que caminando junto con los padrinos nos llevaba entre sus brazos como el más preciado regalo.
Si nos hacían mal de ojo, común en la época, nos llevaban a casa de Sra. Eugenia que con sus rezos y santiguaciones nos lo curaba y quedábamos como nuevos.
Una vez mayorcitos cuando corríamos y saltábamos más de una vez estábamos en el suelo con una pierna o brazo roto y era entonces cuando se encargaba de arreglarlo Sra. Nazaria de León o Don Rafael Díaz pues ambos sabían arreglar torceduras; con unos restregones, un parche, una venda ya estábamos curados hasta la próxima rotura.
Ya de mayores cuando decidíamos casarnos, Sra. Guadalupe se encargaba de repartir las participaciones de boda por todo el pueblo.
Otra persona que debemos recordar es a Sr. Gregorio Betancor que con su cesto en el brazo recorría el pueblo vendiendo pescado salado.
No debemos de olvidar a Sr. Antonio Betancor Berriel (Antonio el Cartero) que a la vez que repartía las cartas vendía fruta: plátanos, naranjas y pescado salado y compraba otros artículos que llevaba para Arrecife. Cuando estábamos enfermos y debían ponernos inyecciones se llamaba a Antonio el cartero que a cualquier hora del día o de la noche estaba dispuesto y actuaba como un verdadero practicante.
La Sra. Guillermina Avero era la que se encargaba de hacer los mandados, recados y compras a quienes lo necesitaban y la mandaban.
Como ya creo que me han aguantado suficiente no tengo más que decirles, que pasen buenas y felices fiestas, que las disfruten y hasta otro año si Dios quiere.
Muchas gracias.