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Buenas noches a todos, grandes y pequeños, niños y adultos.
Es un honor para mí él que me hayan dado la oportunidad de compartir con Uds. Este rato en un tiempo tan significativo para todos nosotros y para el mundo entero y dejarme expresar los recuerdos y vivencias que tengo de este pueblo, el que elegí para nacer en la familia que me acogió.
Cuentan que al nacer, me recogieron las manos de la Señora María Luisa Castro en ausencia de mi abuela Dolores que se encontraba haciendo las tareas del campo y la cogí desprevenida, ambas se dedicaban, por aquellos años, a esos menesteres de ayudar en los partos a las madres cuando no hacía falta el médico.
Hablaré de tiempos pasados que fueron intensos y muy ricos en experiencias y sensaciones, que quedaron grabados en nuestros corazones, formando parte de la experiencia vivida y moldeando nuestra personalidad y carácter, los trataré, no desde la añoranza y la nostalgia, sino desde el reconocimiento.
Los recuerdos son eso, recuerdos, y sirven para seguir viviendo y disfrutando de la vida, del futuro. La vida está compuesta de pasado, que se fue, y al que no podemos volver aunque todo sea cíclico, pero ya no somos los mismos; de presente que se esfuma a cada instante y de futuro, siempre futuro, por eso hay que vivir a tope cada instante de la vida y disfrutar con cada inspiración, con cada cosa que hagamos por simple que nos parezca.
¡Ah, y otra cosa! No olvidemos la ley inexorable que hay en el universo, todo lo que hagamos nos rebota. Quiero decir, “Si queremos bien a nuestro prójimo él nos querrá, y si lo queremos mal, mal nos querrá, y eso repercute en nuestra salud.
Lo siento, pero me salen estos rejos, y es que, viéndome aquí arriba, casi en un púlpito, me dan ganas de predicar, y uds. Me dirán ¡con el ejemplo! Es que no quiero ponerme solemne ¿me entienden?
¡Estar aquí arriba da mucho pavor!
Bien, estamos celebrando la fiesta de nuestra Señora de Las Mercedes y, en la conciencia de que Ella está ahí, hablaremos de lo divino y lo humano, de la vida que he vivido aquí y de la de los que me rodearon, muchos se me escaparán, pero que sepan, que todos han tenido y tienen un papel muy importante que interpretar y vivir y que todos han sido y siguen siendo útiles y necesarios. Así que un beso a todos y espero que los que no están, celebren con nosotros, esta fiesta, pues los imagino mirándonos con cada par de ojos…
Para nombrar a Nuestra Señora de Las Mercedes, yo siempre oía “la Virgen,” eso denotaba la importancia y el cariño con que se trataba a la imagen. Recuerdo que hablaban de ella como si de una mujer, aunque especial, se tratara. Cuando iban a la iglesia para arreglarla antes de la fiesta, era todo un ceremonial, el cambio de traje, de manto y joyas, la ponía más bella aún sí cabía. La Virgen formaba parte de las conversaciones, y cuando mi abuela Dolores venía a Mala Arriba y contaba las novedades de las fiestas, las primeras noticias eran las relacionadas con la virgen, y en alguna ocasión la oí hablar de los cambios de expresión que en la cara de la imagen se producían, como si contestara a sus devotos. Otras cuestiones de la iglesia se podían poner en tela de juicio, pero lo tocante a la virgen de las Mercedes era cuestión sagrada.
La fiesta de Las Mercedes era una fiesta de los sentidos, se ponían en activo los cinco y algunos más. En las vísperas se pintaban las paredes con sus consabidos olores a cal, las puertas y ventanas oliendo a aceite de linaza y aguarrás, se lavaban las cortinas de batista, se expandían los olores del pescado y la carne en adobo. El trajín del ir y venir con los preparativos de los ventorrillos, la verbena y la Ermita. Además, llegaban algunos parientes y forasteros que volvían al pueblo por la fiesta y eran como una brisa fresca que llegaba sacándonos de la monotonía y el letargo de todo el año.
Empezaré hablando de los las primeros recuerdos de mi tierna infancia; Un viaje con mi padre en bicicleta (me llevaba en una especie de silla que él mismo había hecho) a Arrieta para ver a mis primos que estaban en un campamento, la caja de fotos y los cuentos. La enfermedad tenía en aquella época su lado gratificante, pues era cuando mi madre nos dejaba la caja donde guardaba las fotos familiares y, siendo un poco más granditas el manuscrito que mi padre tenía guardado como un tesoro y en el que contaba, día a día, su vida desde que lo mandaron a filas con sólo dieciséis años hasta que volvió. Recuerdo los primeros días en la escuela, los cartones de caligrafía, el olor de los lápices, la pluma y el tintero. Las prisas por llegar puntuales a la escuela y a Misa. A las cinco hermanas, una detrás de la otra; las trenzas, los uniformes blancos, los bombachos azules y las pajaritas blancas en la cabeza para hacer la exhibición gimnástica. El chicle que sacábamos de las tabaibas. Los recreos y los juegos con la soga, de aquel tiro mi pañuelo al agua… El olor de los libros, el sabor de la leche a media mañana que hacíamos en la escuela y mezclábamos con el café y gofio que llevábamos de casa, el queso por la tarde. Y aquellas tardes soporíferas bordando, ¡mira que éramos hacendosas! A la fuerza pero muy hacendosas. Las exposiciones de final de curso con todas las labores que hacíamos, casi como un ajuar de novia.
La sensación de libertad cuando, a la cuatro de la tarde, llegaba a mi casa y me quitaba los zapatos de goma que me tenían los pies asados de calor y salía corriendo por los alrededores de la casa… Los madrugones el día que me tocaba llevar las cabras al ganado, los picos de las tuneras que se cortaban para secar y vender. Aún recuerdo el olor del plástico de las primeras esclavas que tuve, compradas con el dinero que saqué de las tuneras. Los baldes de agua que cargábamos desde el aljibe al tanque del baño para poder tener agua corriente, nada comparable con el esfuerzo de épocas anteriores, pues muchas veces mi madre nos recordaba cuando ella y sus contemporáneos, en épocas de sequía, tenían que traer el agua del barranco del Estanque.
Recuerdo los días en que los Correíllos no podían atracar en el muelle de los Mármoles y venían a las costas de Mala para desembarcar a los pasajeros por ahí.
Algún año, cuando llovía, y se llenaba la Vega era algo especial y si nos dejaban ir a verla y meternos en el agua, dicha completa.
Los barrancos corriendo, y cómo se teñía el mar con la tierra que arrastraba el agua.
Los caracoles en las tuneras después de la lluvia y las experiencias culinarias.
El descubrimiento de la radio, aquello sí que era “magia potagia”. Y hablando de magia:
El circo, que se instalaba en la era de Luis Espino, hacía que nos palpitara el corazón.
Las despedidas de mis primos y primas cuando tenían que irse a estudiar fuera.
Me acuerdo de los teatros, de los nervios, ¡levanta más la voz niña! Y yo que el miedo me acogotaba. De aquella vez que llevamos velas a la iglesia para bendecirlas en espera de algún suceso importante y misterioso.
Las primeras comuniones, los preparativos, desde los días anteriores; el suplicio de los tirabuzones en el pelo que nos hacían con hojas de palma, para estar guapas. A mí me tocó mi año, pero es que la ceremonia se repetía año tras año, hasta que las cuatro hermanas hicieron también la primera comunión, tan seguidas y no pudimos hacerlo, de dos en dos, así que el mismo traje sirvió para todas. Por cierto, era muy bonito, y hecho en el taller de tía Margarita y Pino, taller de alta costura que nada tendría que envidiar a los de ahora, época de mucho diseño y moda, en el que yo oí, por primera vez, las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer, leídas por Alejandro, que se convertía en juglar en este y otros lugares para amenizarnos el trabajo.
Entramos ahora en el capítulo de los mayores, de los viejos con su sabiduría. Recuerdo a mi abuelo Ambrosio con el burro cargado, de hierba verde recién cogida, pasando por la carretera que venía del Valle y como salimos a su encuentro para pedirle la bendición. A mi abuela Librada, con sus empleitas, cómo escogía los palmitos según fueran para sombreras o esteras y con qué rigor, esmero y cariño hacía las sombreras. Las esteras, que luego servirían para secar los higos y las algarrobas. El sabor de la cuajada y del velete, cuando hacía el queso. El queso secándose en el quesero.
También la abuela Librada nos dejó una gran enseñanza, era muy conservadora con los nietos. Nos decía “El saber no ocupa puesto” así que todo lo que puedan aprender, mejor para Uds. Y uno de sus nietos decía reflexionando, ¡sí que ocupa un lugar!.
La abuela Dolores era muy guerrera e independiente. Cuando se quedaba con nosotras, y hablo en femenino, pues mis hermanos los varones, aun no habían llegado a esta familia de mujeres. ¡Cinco chicas! Ya había incertidumbre en la familia por este tema y, precisamente, mi abuela Dolores, al llegar la cuarta, dijo que ya estaba bien, y que no vendría más a casa sí seguían en la misma línea. Aún tuvo que esperar unos cuantos años más, pero, aun así, aguantó para recibir a todos los que llegaron después, tres.
Bien, pues cuando, por alguna razón, mi madre se ausentaba de casa y le tocaba a ella encargarse de toda la prole, lo recuerdo casi como una fiesta pues era muy probable que en algún momento mí abuela desapareciera para luego aparecer con alguna sábana o manta por encima, haciendo de “monstruo” para “asustarnos”.
Lo mismo sucedía en la playa, a ella le gustaba tanto el mar, ir a mariscar, o cuando íbamos al Ajero, se embadurnaba con arena como si de una mascarilla de belleza se tratara.
Las historias de sus familiares, abuelo Guillermo, madre Margarita, padre Placeres, abuela Jacinta, Tío Estanislado que se quedó en Cuba…
Ir a su casa a la plaza era todo una experiencia; el aljibe tapado con troncos, hojas de palma, y sebas del mar, por donde se veía el agua cubierta con hojitas verdes; la pila grande donde bebían los animales; la tahona, el patio de callados, el especiero, que era todo un símbolo de la casa, y acogía las tertulias; el sobrado de Salvador, con la escalera y su papelina siempre en flor, los olores a comida de la cocina de Antonia y las comidas frugales de mi abuela, pescado asado, cebollas y gofio. Claro que mi abuela hacía de comer, pero las que más me gustaban eran esas. Recuerdo los viajes a Temisa con mi abuela en burro, y pasar por Tabayesco y saludar a sus gentes.
Mi tía Remigia, y sus hobbies, como diríamos ahora, una de sus inquietudes fueron las plantas y las hierbas medicinales, ella sabía mucho de eso, no en vano, uno de sus hijos ha seguido investigando por ese camino. Yo recuerdo nombres de plantas asociadas a ella, Heliotropo, Savila, Salvia, Malva, Ruda, Hinojo, Marrubio, Llantén Zarzaparrilla.
La sabiduría y los consejos de las vecinas del Morro. Del anciano que contaba sus años, cuando ya eran muchos los que tenía.
En el año había fechas memorables, una de ellas era el mes de Mayo, el de las novenas. Ya antes empezaban a florecer las azucenas y se llevaban a la Ermita que se quedaba perfumada. Cada día de la semana le tocaba a una niña rezar el rosario, por lo cual teníamos que sabernos los misterios de gozo, de gloria y de color… además de la letanía en latín, que era como una manta y como a la luz de las velas, poco se veía, había que sabérselos de memoria, más de una equivocación recuerdo. Ahora, lo divertido era el camino y sobre todo la vuelta por la noche, cuando conseguíamos fósforos de ratón para pintarnos la cara con líneas fosforescentes. En aquella época en el pueblo no había luz eléctrica.
Los días de San Juan, primero las vísperas preparando lo hoguera, la recogida de las cosas que se iban a quemar, el paseo del muñeco y por último la hoguera El fuego, como crecía y lo consumía todo. El calor, el baile alrededor de la hoguera.
Al día siguiente los preparativos de la playa, a mí madre nerviosa dando ordenes para que nada se quedara detrás. Primero íbamos a saludar a Doña Juanci, la maestra, y luego íbamos todos a la playa, ¡Ah! La libertad esta es una sensación de las más placenteras que recuerdo el agua, no veía la hora de llegar y meterme en ella.
La Navidad, con su portal viviente, todas hemos hecho de San José, de la Virgen, de Ángeles, de pastores y hasta de diablos. Para hacer el portal de Belén en casa se plantaba trigo, lentejas y cebada en cajitas de madera, se organizaba una excursión para ir a la búsqueda y captura de piedras con líquenes, veroles y musgo a la montaña del Rostro. Yo recuerdo el rancho de Pascua de Guatiza ¡qué bien sonaba!.
Algunas noches de Pascua y de Año Nuevo nos dejaban ir con las chicas y chicos mayores de serenata por el pueblo con panderos y latas de hojalata llenas de arena.
Y las noches de Reyes, esas sí que eran verdaderamente mágicas, se movilizaba toda la familia y la vivíamos con gran expectación, tanto revuelo nos agitaba. Bautizábamos hasta las muñecas que nos dejaban los Reyes, pues la imaginación infantil ya se sabe. Organizábamos comitivas por las huertas, en medio de las filas de tuneras, hasta llegar a las gallanías de abuelo Ambrosio que era el lugar elegido para las ceremonias que se oficiaban en latín.
La Semana Santa era la más solemne de las celebraciones por lo que representaba. El Domingo de Ramos con los palmitos, que luego, se ponían durante el año sobre la cabecera de la cama. Los Santos tapados con crespones púrpura. Las procesiones, encabezadas por el sacerdote Don Santiago Godoy, con su gran prestancia y serenidad. Salíamos desde Mala con el Cristo y al encuentro con la Dolorosa, que venía desde Guatiza. En ellas se daban cita, bajo un sol de justicia, medio pueblo de Mala y de Guatiza; la llegada a la Iglesia del Cristo y la ceremonia del Jueves Santos con el olor a incienso que embriagaba.
De las fiestas paganas, el Carnaval se llevaba la palma. Muchos mayores se disfrazaban y salían de parranda por las casas, recuerdo a Máximo Betancort con su “caballo”.
Las excursiones en el día de la Cruz al lomo que lleva su nombre, con las amigas. Algún viaje a las Nieves caminando, y los días de los difuntos, cuando íbamos caminando a Santa Margarita y nos entreteníamos toda la mañana entre responso y responso.
Hay otras sensaciones y experiencias que recuerdo con un cariño especial, pues me dicen de la calidad y calidez humanas. El privilegio de tener a una cuentacuentos de excepción que entre manilla y manilla al olor del tabaco, o saltando sobre los fardos, nos hacía vivir un mundo de fantasía con sus cuentos maravillosos. Personas muy significativas de las que recuerdo sobre todo el tesón y la entereza de la joven viuda y madre por sacar a sus hijos adelante, y la ilusión de la novia con las cartas del amado, que vivía fuera, en otra isla.
Las gentes de este pueblo han tenido y tienen entretenimientos interesantes como la lectura, o la recopilación en un árbol genealógico de gran parte de las familias de este pueblo y también otras han cultivado una estupenda colección de cactus a la que todos podemos admirar.
Hay a quienes les daba por llevar un índice de todos los natalicios acontecidos en el pueblo, o crear una escuela de adultos por amor a la cultura, donde algunos de nuestros mayores aprendieron a leer.
Esta historia es una pequeña muestra de lo que ha ocurrido en un pasado muy cercano y de lo que ha dado de sí este pequeño pueblo, donde sus gentes han apostado siempre con su esfuerzo por una sociedad preparada culturalmente y dispuesta para ser competitiva mas allá de sus limites geográficos. Y estos son algunos de mis recuerdos, no todos son maravillosos, también los hay con reveses, como la vida, pero tenemos una gran capacidad para olvidarlos.
Mirando al futuro, hay que darles un voto de confianza a los jóvenes, animándoles a que completen su formación, para el mundo del trabajo y como ser humano integral, esto les hará más libres. Tienen que ser creativos e imaginativos para afrontar el futuro con optimismo, claro que es trabajoso pero nada se consigue sin trabajo, ni siquiera ahora cuando parece que nos lo dan todo hecho. Hay muchas cosas en el pueblo por hacer y otras que no se pueden dejar perder.
A los mayores y con mucho cariño, un bonito mensaje “una vida de sabiduría debe ser una vida de contemplación combinada con acción” o lo que es lo mismo, “a Dios rogando y con el mazo dando”.
El futuro está ahí, respetemos lo antiguo pero avancemos con los tiempos, viviendo la armonía de la naturaleza y disfrutando con las cosas bien hechas. Ese el mejor homenaje que se le puede hacer a nuestra Señora de las Mercedes. Que así sea. Muchas gracias. Os quiero a todos.