PREGONES DE MALA > Índice
Buenas noches, querido público, amigos y amigas.
Nací el 11 de Octubre de 1931, un lunes de madrugada, mi madre estaba preparando para ir a Temisa a plantar papas y llegué yo tocando diana. Así, que la señora tuvo que quedarse tomando su taza de chocolate con huevos batidos y media gallina que era lo que daba en aquellos tiempos a las recién paridas.
Los niños no venían ni en el avión ni los traía la cigüeña, los traía la señora María Tavío en una cestita, porque recuerdo que así trajo a mi hermana.
Mi primea maestra fue doña Demetria, su marido se llamaba don Juan, era pariente de don Pedro de la Vega, el primer cura.
Era esa época íbamos a la escuela y a misa, teníamos unos juegos bonitos, pobres pero divertidos.
Venía una niña de D. Pancho Rivera que se llamaba Pimpita y también Juanito que servía de monaguillo, cosa que a nosotras nos hacía gracia.
Mi madre me decía que cuando yo tenía diez meses, en el 32, celebraron la verbena de Las Mercedes en la era del maestro D. Juan José Berriel que era primo suyo y que yo corría alrededor.
Todavía no estaba hecha la verbena del Casino Renacimiento. Por esa época estaba en la casa de la señora Anita Clavijo (hoy de Peña) tenía un hermoso salón con piso de madera donde se celebraban los bailes y un gabinete donde se leía el periódico (yo tengo uno con esa fecha) sobre una mesa redonda antigua y muy bonita y un organillo también, muy antiguo con el que nosotras, cuando teníamos 14 o 15 años lo pasábamos tan bien. A la salida de misa le dábamos a la manivela y bailábamos.
Recuerdo que mi abuelo José María, me decía la cartilla antes de acostarse, que lo hacia pronto después de santiguarse sentado en la cama y decía “Bendito sea Dios” y nosotros quedábamos jugando en una estera de palmas que era la alfombra de aquellos tiempos.
A casa llegaba una revista que se llamaba “Somatenes”, mi abuelo las leía y los demás de la casa.
Mi madre le decía a mi tío Salvador que estaba arenando en la Pequena “no trabajes tanto, que te llevan a la guerra…” pues fue a la guerra, volvió, se casó y tuvo hijos y nietos y murió de noventa y pico años.
(Cuando la guerra terminó vino acompañado de tantos amigos que las mujeres de la casa no tenían sitio para agasajarlos).
Habían pasado unos años y aquel a quien yo le tenía mucho cariño, cuando volvió le tenía respeto. Un día estaba comiendo gueldes en la sartén y me llamó, entonces comí con él y la vergüenza se me quitó. Cuando se casó me quedé con mucha pena porque no hubo banquete ya que se había muerto la madre de la madrastra de Antonia, y yo me quedaba sin boda.
Fui muy amiga de todos mis tíos y primos, los he acompañado en todo lo que he podido y lo seguiré haciendo en lo que pueda.
Cuando se anunciaba que la guerra llegaba aquí, mi madre asustada como las demás madres decía “yo cojo a las niñas, me las pongo en el cuadril y la cacharra del gofio en la cabeza y me voy para cueva Marta”.
Yo iba con mi
abuela Jacinta Placeres
Hernández, porque, don
Pedro el cura, llegó a
decir la misa con una
sola persona, la señora
Andrea. También venían de
la Cerca a misa, Dña.
Micaela y su nieto
Dominguito Manuel con
rosario y libro de misa.
Luego empezó lo
de la falange, las
señoritas del pueblo
marchaban carretera
abajo, carretera arriba
cantando el “Cara al
sol con la camisa nueva
que tu bordaste roja
ayer…”, dirigidas por
Antonio Betancort, el
cartero.
Luego la guerra, con mucho silencio, no se podía hablar alto ni gritar. Recuerdo ir con mi abuela al Llano del Perro, a poner unos cuervos, hechos de trapo, para espantar a los de verdad que se comían las piñas que estaban creciendo y encontrarnos con señora Andrea y otras madres que tenían hijos en el frente y hablaban de lo mismo.
En los meses de Mayo por las noches, las niñas decían versos en la iglesia, yo era bastante pequeña y parece que no quería participar y me escondía detrás de la virgen a la que tenía tanto cariño como si fuera mi madre, y cuando nadie se lo esperaba salí y dije mi poesía que hizo mucha gracia.
Al llegar a mi casa, mi padre que estaba acostado, me dio un papelón con unos boliches grandes, de colores y ¡¡¡más buenísimo!!! Como no los he vuelto a ver.
También recuerdo ir caminando con mi abuela a la Pequena de madrugada. Sería años después que en tiempos de labranza, me quedara por las noches con mis padres y hermanas en las cuevas de la Pequena, las recuerdo preciosas.
Estando una noche durmiendo mi hermana y yo, sentimos las cabras rumiando, salimos despavoridas, asustadas corriendo por allí abajo. Mis padres y la otra hermana estaban arrancando porque había una luna tan clara que, parecía de día (se arrancaba de noche porque de día hacía mucho calor).
A media mañana llegó mi abuela Jacinta Placeres Hernández con una caldera de comida, (era una caldera que no la ponían al fuego) trigo guisado con leche que nos supo a gloria.
A nosotras, las pequeñas nos dejaban un trocito de terreno para arrancar, se le decía “un rabito” porque la ayuda de los más pequeños también hacía.
Y la leche mecida que se hacía en la casa. En un garrafón se ponía leche de cabra y cada día se le añadía un poco más, hasta los ocho días, luego se sentaban en el suelo y la mecían durante horas, las personas de la casa se iban turnando, hasta que la leche criara una nata como una especie de manteca, que con azúcar estaba buenísima para comerla con pan, o en una taza con gofio y cascos de cebolla que servían de cuchara y que también se comían.
Pero para lo mejor que se usaba era para ponerla en unas plantillas en los pies de los niños y también de los mayores para bajarles la fiebre.
Otra de las maestras que hubo y que también fue muy buena, me parecía que enseñaba, se llamaba doña Josefina, yo me sentaba en el pupitre que estaba más cerca de ella. Un buen día tuve la cuenta toda mal. Al día siguiente no tuve más que entrar en la escuela y llamarme la maestra, allí tenía la libreta con los números en rojo, ya se había dado cuenta de lo que pasó, ese día mi prima Eugenita no había ido a clase.
Yo me metía por debajo de los bancos, e iba acercándome a donde estaba ella, para que me las dijera.
No recuerdo lo que me dijo pero me pasé toda la tarde de rodillas, delante de un cuadro de la Purísima, gracias a eso aprendí las cuatro reglas, y creo que después le cogí más cariño, pues en mi casa nunca se hablaba mal de la maestra, mis padres siempre buscaban una razón, y yo he seguido con ella, gracias a Dios. Con Eugenita recuerdo además, de ir a Temisa cuando tenía 7 u 8 años a coger hierba, pues su padre estaba enfermo, por esa época vivían en “Mala Bajo”.
Ese famoso día pasé por la casa de tía Mercedes y estaban todos contentos porque habían tenido carta de Adón, mi primo, que estaba en el frente, luego me encontré a Frasquita que en la casa también habían tenido carta del tío Pedro, hoy mi marido.
De las Mercedes, recuerdo que en el año 40 las tres hermanas estrenamos vestidos, la mayor de señorita y las otras dos de niñas, ¡qué guapas estábamos!, recuerdo el color y la forma, la costurera era doña Paquita Clavijo.
Ese año pasó lo de las piedras que tiraron a la verbena. Recuerdo que saltaban en el palo de la verbena, pero la gente estaba tan animada que seguían bailando. De este incidente nunca más se supo y quedó para el recuerdo.
Entre gritos, algunos hombres se pusieron pañuelos de mano en la cabeza.
Mi padre me dijo que llamara a mi hermana Margarita que estaba bailando y ella no quería salir, nos fuimos corriendo para casa con mi padre.
Pasaron dos años y murió mi padre y mi abuelo José María, mi tío Bernardino Pérez, la niña de mi prima Tomacita el niño de mi tía Ana Luisa.
Días de pena, tristeza y lutos.
Pero la vida sigue y volvieron las fiestas de Las Mercedes y mi madre ya nos dejo salir, la modista Margarita nos hizo los vestidos de una bonita tela de crespón de medio luto, las sandalias las llevamos de charol negras y calcetines blancos, estábamos divinas.
Nos sacó una foto a la minuta Arturo, con la familia en mi casa. Ese día las demás niñas iban vestidas de blanco así que parecían palomas y nosotras tórtolas, paseando en la verbena.
En aquellos años duros, cuarenta y pico, habían pocos transportes. La gente iba caminando al Puerto, lo tiste era cuando tenían que llevar a personas enfermas y que algunas no llegaban.
Yo me acuerdo que estando en el campo pasaban unos padres con una niña, tenía “el cruz” y se oía el ruido del serrido, ¡qué pena! Se fue con Dios.
Por Muelemolinos había una cruz que era de un hijo de doña Prudencia que lo llevaron en una parihuela, caminando, era un buen luchador, el memorable Manuel de León, yo tenía una poesía que hicieron sobre él, esto me lo contaron después, fue antes de yo nacer.
Las familias de Las Palmas venían para pasar un tiempo con los suyos. Cuando se iban llevaban muchos regalitos, que alcanzaban, pero era un lío llevarlos para Arrecife en burros, luego quedarse por la noche, y al otro día, mandaban los burros para Mala, mientras ellas se iban en el barco.
La primera vez que yo recuerdo de ir a Arrecife, allá por el año 39, fue con mi tía Mercedes y mi hermana Aurora, para ver a mi madre que se había operado de pólipos en la nariz, ella estaba bien.
Su habitación era una que daba al mar, tenía una vista bonita, cuando paso por allí miro al edificio con mucho cariño y pienso que no lo deberían de quitar. Hoy está Caritas.
También vimos a don José María Robayna que se estaba curando de una caída que tuvo.
Cuando nos veníamos, pasamos por la panadería de D. Aquilino y compramos panitos de “mamí”.
Sobre los años cuarenta empezaron a llegar a Lanzarote los soldados, hacían trincheras en la Batería del Río, en Arrieta, también un cuartel que no llegaron a terminar, refugios en Órzola y por las orillas del mar.
Venían a buscar agua en los carros tirados por mulas, a los aljibes del cortijo que eran de doña Felisa Robayna y a los de doña Margarita Placeres y otros.
Compraban toda clase de comida, de granos, cebollas, tomates. Por entonces, todo el que tenía horno en el pueblo, empezó a amasar y el que no lo tenía iba a venderlo a Arrieta, mi madre se lo llevaba a señora Filomena para que ella se lo vendiera.
Los había delicados y si tenían dinero iban a comer a Guatiza en casa de señora Rafaela.
Llegaron a quedarse en Cueva Paloma y en los almacenes de tío Valentín. Una vez en la tahona de mi abuela que estaba llenita de pájaros, los cogieron por la noche y al otro día se los comieron asados.
Creo que en aquella época los soldados fueron una salvación porque ayudaron a la economía del pueblo.
Los soldados paseaban con las jóvenes del pueblo por la carretera, se echaban sus novias, y algunos se casaron con jóvenes del pueblo.
Recuerdo que a casa de mi abuela iba una señora que buenamente se le conocía por la señora Marica, hacía los quehaceres de la cocina, tostar el millo y la cebada y arreglaba las cosas para el gofio que lo llevaban al molino los hombres en el burro.
Yo le tenía pena porque me parecía tan viejita y arrugada. Un día me pidió que le llevara un vaso de agua, se lo llevé y me dijo:
“Dale una agüita porque la pobreza se pega” yo no comprendía, pero mirándome a los ojos me dijo “No te fíes de los hombres aunque los veas llorar, que con las lágrimas te dicen el pago que te han de dar”.
Desde muy niña aprendí que las personas mayores daban consejos, esa señora con todo lo que la vida le hizo pasar y sufrir, si hoy levantara la cabeza, vería a sus nietos y bisnietos y a toda su familia como son respetados.
Por el año cuarenta vino una maestra que se llamaba doña Juana Miranda y su marido don Miguel, tenían tres hijos: Miguelito, José Humberto y Laureita que era de mi edad.
Se quedó hasta marzo del 45.
Yo tengo el catecismo 3º al que, su Miguelito le puso mi nombre y la fecha. Era una señora muy buena, una familia ejemplar, ese verano no se iban para Las Palmas y los hijos nos enseñaron una película de dibujos animados, hecha por ellos mismos, y a través de un rayo de sol que entraba por la ventana, podíamos ver las imágenes en la pared.
Luego vino la señorita Nieves Páez, una joven con su carrera recién terminada, cantaba muy bien y animaba mucho, el mismo día que llegó fue por todas las casas cantando con las niñas.
Puso los uniformes blancos.
Hizo fiesta en la primera comunión, a mí me vistieron de blanco y con la bandera española.
El desayuno era en el Casino. Ella era muy amiga de una maestra que estaba en Guatiza, Pepita Bailó, entonces íbamos a Guatiza y las niñas de allá venían para acá, una amistad muy grande.
Cuando las comuniones, una vez llevamos el desayuno y no nos lo dejaron comer, nos invitaron a sus casas a desayunar.
Luego empezaron a hacerse los altares de Corpus Cristo, eran preciosos, el más bonito, en casa de doña Narcisa y don Juan Fernández que con mucho cariño nos cedían su casa.
Las cosas se llevaban a Guatiza en el carro de don Juan José de León que también prestaba su casa para preparar el cielo y otras cosas.
Esta maestra hacía teatros preciosos con todas las niñas. También entusiasmo mucho a las niñas para que estudiaran, así salieron unas cuantas maestras. Ella fue la última maestra que yo tuve.
A continuación vino otra maestra, Doña Pino con su hermana estuvo poco tiempo.
Luego vino otra que se llamaba Victoria, su marido le decía Merche, ya la escuela la habían pasado a un salón donde vivía la maestra y allí daban la clase porque ya estaban haciendo la escuela.
Como se había comprado una Imagen de la Virgen de la Purísima, que le hicieron un arreglo en Guatiza en casa del señor Gabriel Caraballo pues la traían para Mala el día 13 de Junio y prepararon una fiesta, era el día de la banderita.
La virgen la traían en procesión y la Virgen de las Mercedes, con la gente del pueblo esperaban en la verbena de tuneras, entre Guatiza y Mala y luego vinimos en procesión todos juntos con las dos imágenes por todo el pueblo y nosotras las señoritas poniendo banderitas a las personas y con la hucha recogiendo las monedas.
Fue una fiesta con programa y todo.
Por la tarde estábamos todas vestidas de blanco con una banda roja, todavía la conservo y el vestido también, porque después se le puso unas cintitas azules y parecía de marinero y lo llevaba al baile.
Delante de la casa de Rafael Díaz se pusieron bancos unos encima de otros y nosotras sentadas. Una señorita iba vestida de rojo.
Entonces los jóvenes montados en bicicletas pasaban corriendo metiendo y cogiendo una cinta de un aro. Después hubo carrera de burros sin premio.
Mi burro corrió que daba gusto, todavía me dura la alegría de esa carrera, de los aplausos.
Por la noche fuimos a Guatiza que había teatro en la IMPARCIAL me parece que los actores eran de Maguez.
En casa de mi abuela como en casa de todos los labradores se guardaban las cosas del campo, plantones, escardillos, tanganillas, triíllos y otros.
Había un sitio donde se mataban los cochinos cada año, que además, servía para ver, subida a su pared, si la bandera estaba puesta, entonces había baile aquella noche. También se subía la bandera los Domingos y a media asta cuando se moría alguien muy importante como el Obispo o el Papa.
Cuando no había baile en el casino, y habían venido los hijos de Señora Margarita de León, de la montaña, organizaban el baile en su casa y nos reuníamos todas las chicas allí.
También me gocé bailes en casa de Señora Hermógenes, en casa de Señora Felisa Robayna celebrando el bautismo de una niña de una amiga, Severina fue la madrina.
También en casa del Señor Luis Espino se bautizó su hija Reyitas y fue la madrina Sionita amiga nuestra.
Nosotras siempre con nuestras madres a los bailes ¡es que no se perdía ripio!, también juegos de almendras, la cosa era pasarlo bien, el juego a las siete y media era muy divertido, yo me lo gocé en varios sitios distintos.
También se acostumbraba ir a mariscar, entonces se ponía un trapito en la puerta del corral de las gallinas de mi abuela para que desde la casa de la tía Mercedes lo viera si abría el postigo.
¡Y para el mar, Dolores y la sobrina Tomacita!
También nos dábamos los baños en el mar, eran tres o nueve, nones.
Por la tardecita de merienda, se llevaba lo que se podía, una pella de gofio con aceite y azúcar y queso.
En las noches de luna y calma de Semana Santa, las personas mayores, iban a mariscar y llevaban a las personas chicas como yo y a todos los de la familia como Perico para que les cuidáramos los burros.
Cuando llovía y se ablandaba la tierra, íbamos a la montaña, a coger toda clase de leña y traerlos para casa para cocinar.
Con mis primos Perico y hermanos, como estábamos tan cerquita de la iglesia y de las montañas, a pesar del trabajo y el cansancio lo pasábamos bien.
Perdí a mi padre con nueve años, fui una niña de la posguerra. Con todas las dificultades de aquellos tiempos, trabajé en todas las cosas del campo, hasta tiré de la tanganilla cuando el burro se cansaba, pero asistí a la escuela, salvo algún día que perdía, cuando se presentaba algún amasijo y no quedaba leña y había que ir a por más, (y eso que mi madre compraba cargas de aulagas).
Cuando más pena me daba perder la clase era cuando tocaba dictado.
El catecismo lo dábamos en la Iglesia con el Señor cura.
A la salida de la escuela jugábamos al teje y a otros juegos, pero, el más divertido era el de las estampitas que venían con el condimento que se compraba para las comidas de las muertes de cochino.
Jugábamos al pique en cualquier pared que tuviera una piedrita saliente, después cuando estaba el tenderete de estampas se formaba el jaleo, ¡qué divertido!
Y así fuimos creciendo hasta que dejaron vestirse de máscara, pues estuvo prohibido.
Mi madre nos ayudaba, porque a ella le gustaba y quería que después de trabajar tanto, nos divirtiésemos.
Ella nunca se disfrazó, en aquellos años las mujeres viudas vivían para sus hijos y nada más.
Las procesiones eran por la mañana, luego el puchero, con bastante carnita de cochino fresquito al medio día, luego descansábamos y por la tarde al paseo, más tarde al asalto y para casa a cenar, no mucho, y para el baile otra vez, hasta la madrugada, se comía una cosita ligera y a dormir hasta media mañana.
La comida del día siguiente solía ser pescado en mojo hervido, pan y uvas y roscas dulces, no había ningún miedo a que se engordara, porque después se empezaba con la dieta, a comer las tortas de afrecho y vasitos de suero de Señora María Luisa Castro.
Los afrechos que salían del pan fino que se hacía para la fiesta y los potajes con tallarines, así nadie era capaz de engordar, además de ensaladas de cerrajas, si llovía, y lo que se pescaba y gofio molido en los molinos de viento del Señor Francisco y Señor Leandro.
En aquellos tiempos habían las cartillas de racionamiento y había mucha escasez algunas cosas se conseguían de estraperlo.
Si no había jabón, lavábamos con barrilla, llegué a zurcir con pita el traje del ferrenche, ¿Vds. se acuerdan?
Pues un día estando Eugenita y yo en la Iglesia, arreglándola, sentimos unos gritos y salimos despavoridas, por la carretera para arriba venía un coche y un hombre anunciando la venta que traía y la gente corría detrás hasta el portillo de tío Pepe, allí ofrecía todo, telas, peines, y no sé que más cosas.
Hipnotizó al público y luego después de que la gente compró él se reía diciendo ¡Vayan ustedes, ahora, a sus maridos y vean el berrinche que les espera!
Mi madre fue una de esas y yo me preguntaba ¿para qué querrá mi madre esas telas que eran de hombre?
Me hizo un traje ella misma, que no duró nada, lo zurcí con pita, creo que tuvimos escarmiento hasta la fecha.
En las épocas de sequía, que se repetían cada año, íbamos a buscar agua a la casita del estanque, el primero que llegaba y tenía suerte encontraba agua.
Una madrugada, que poco se veía, iba con mi madre y nos encontramos a un padre con su hija que se nos habían adelantado y dimos el viaje en balde, a la vuelta le compramos el agua a Rosendo.
También se hacían en el Charco de la Laja unos pocitos por los que salía el agua pero no servía para amasar.
La Casita del Agua es una pena que esté tan abandonada porque las piedras que han caído creo que la tiene medio tapada, es bueno conservarla para que los niños la vean y sepan como y por qué se hizo, yo siempre supe que fue hecha con leche de cabra.
También hacíamos excursiones a la playa del Lajero ¡qué divertidas! y hogueras por San Juan y San Pedro.
Por San Juan se hacían unos panitos en forma de reventón, luego se ponían cuatro nombres, el de los chicos que a uno más le gustaba, con marcas secretas, sin que los demás los supieran y se metían con todo el pan en el horno y el que se reventaba ese era la suerte, a mi siempre me tocaba el nombre de Pedro.
También se decía que si uno salía corriendo el día de San Juan por la mañana y sentía el grito de una persona era el nombre de la persona de tu suerte.
Yo salí corriendo de la papelina del patio hasta la tahona cuando sentí a Sara la de Francisco dando un grito por ¡¡¡Periquillo!!! luego pensé, a ver a la otra amiga Sulpicio lo que oyó, y nos tocó a las dos, ¡qué suerte!
Una noche de Santa Rosa, 30 de Agosto, fuimos con otra pareja, mis primos Severina y Adón a Tabayesco, nos reímos tanto que todavía me río de lo bien que lo pasamos. Nos gozamos tres bailes, uno en casa de la Señora Sención, otro en casa de Señora Calista y otro en la era de Señor Manuel Ramírez, fuimos caminando y vinimos corriendo.
En el año 47- 48 fuimos un grupo de chicas a la cruz, mi madre estaba amasando y yo tenía que estar atenta a cuando el horno echaba humo, porque era el último caldeo que se le daba, para luego echar el pan y tenía que estar yo.
Nosotras jugando y saltando divertidas, se nos escapó una amiga del rebaño y cuando la vimos corriendo montaña abajo y que no dominaba el viento nos asustamos mucho, entonces salimos corriendo, la cogimos y la llevamos a un sitio plano donde habían higueras.
¿Cómo le curábamos el chinchón y el aruño que se hizo en la cabeza?
No teníamos nada, ni agua, sólo tenía yo un pañuelito, que había bordado un encaje, a una de nosotras se le ocurrió aprovechar los orines con el pañuelito empapado y ponérselo en la herida y ¡santo remedio!
La señorita quedó como una manzana y, asustadas regresamos. Ella siguió muy bien su vida, se casó, tuvo hijos, nietos y puede que bisnietos, y estará viéndome, gracias a Dios.
A las gente de este pueblo siempre les ha gustado saber más.
Conservo unas cartas de doña Carmita Fuentes, donde le pedía a mi padre el casino para hacer teatro y para doña María Socorro que tocaba el piano y quería brindarle un baile a la juventud de Mala.
Parece que mi padre era presidente por los años 30, yo de eso no me acuerdo.
Por los años 40 venían al casino, haciendo pruebas y cosas de ilusionistas o magia.
También venía uno de aquí, llamado Andrés Perdomo Alpuín, hacía que se moviera un esqueleto y otras cosas más.
La gente decía que el suegro le tenía miedo porque se levantaba por las noches a hacer prácticas.
Se fue a la Argentina que por aquellos tiempos se estaba mejor que aquí.
Recuerdo que mi abuela ponía trigo de remojo para hacer almidón y con él, arreglar los manteles de la Iglesia y los encajes de la Virgen para que el día de las Mercedes estuviera guapa y con aquellos ramos de terciopelo que le trajo la señora Segunda de Las Palmas. Mi abuela los guardaba en el cofre para las fiestas.
Vinieron unos misioneros que Sulpicio y yo no salíamos de la Iglesia, arreglándola, llenando de agua el bernegal y luego escuchando las charlas que daban. Iba mucha gente.
Cuando hicieron la carretera hasta el Lomito, mi abuela y tía Vicenta, se pusieron los pañuelos al cuello y salieron a dar un paseo las dos de brazo.
También terminaron la carretera de Temisa. Los hombres se turnaban por quincenas para trabajar y así todos podían ganar un jornal para poder comer.
Fue a finales de los años 48 o 49 cuando vino doña Antonia Melián, de maestra y se encontró con doña Victoria, que ya se conocían porque eran de Fuerteventura.
Las fiestas del pueblo siguieron igual, el día 13 era el día de la maestra y como todavía no había llegado el turismo, los hombres seguían participando en ellas, aunque no fuera domingo.
La procesión seguía por todo el pueblo y en casa de señor Segundino se ponía la gente que no iba a la Iglesia para ver a la virgen.
El regreso se hacía por la Esmeralda.
Luego el desayuno, que era atendido por las señoritas. Yo conservo unas fotografías de ese año.
Los bailes de la vela, se ponía un lazo a mitad de una vela, y mientras se consumía, durante la primera mitad, hasta llegar al lazo, invitaban los chicos a las chicas y durante la segunda mitad, del lazo para abajo, era al revés, las chicas invitaban a los chicos.
En los bailes de turno, se bailaban tres piezas y salían para entrar otros, así se iban turnando.
La música de todas estas fiestas la hacían los hombres que tocaban el timple y la guitarra.
Por esas mismas fechas, llegó el Padre, Antonio María Claret, lo trajeron desde Tinajo, al menos venía el cura don Tomás, nuestro cura era don Santiago Díaz Peñate.
Fuimos caminando, todo el pueblo de Mala y de Guatiza al encuentro, que era en la Vega. Después de los saludos, don Tomás despavorido nos separó a hombres de mujeres, y nos colocó en dos filas.
Así en procesión hasta la iglesia de Mala, con la Imagen y el Santo.
Nos mojamos, pero seguimos caminando, yo iba con Rosita María, una sobrina de doña Antonia.
Nosotras contentas, llenas de gozo por tener a este santo en casa. Nuestras abuelas decían que a ellas, sus abuelas, les contaban que recordaban cuando el MISIONERO pasó por aquí.
Trajeron unos misales que tenían una lectura muy buena y los vendían. Yo conservo uno que compré con los regalitos de mi boda, pues ya estaba amonestada.
Me casé el 28 de mayo de 1949, era sábado.
Fuimos al rosario por la noche con la familia que me acompañaba, pero no fuimos a misa al día siguiente.
Entonces el cura, don Santiago Díaz Peñate pensó, que sería mejor dejar los casorios para el domingo, así no perdían la misa.
Para casarme no me hicieron el examen que se usaba, porque yo preparaba a unos niños, les daba el catecismo.
Recuerdo que eran, Amaro García, Agustín Betancort y otros.
Ese mismo año, vino a Guatiza un circo, se llamaba Cuate. Los de Mala Arriba íbamos cada noche caminando.
Tenía muchas actuaciones y muy bonitas, en una de ellas, los actores cantaban, pero la señora Soledad Delgado decía que aquellas voces no salían de los actores. Los demás no entendíamos, ¡claro era lo que hoy se llama playbak!
Las mujeres trabajábamos por el día, haciendo manojitos con las hojas de tabaco, se ponían con unos atillos que iban desde el techo al suelo del almacén y por la noche íbamos ¡a la fiesta!
En mi vida de casada seguí participando en ellas. A los bailes de Guatiza iba en bicicleta con mi marido.
A la fiesta de Santa Bárbara en Máguez, fuimos con mis primos en un camión y allí Javier Reyes y Señora nos brindaron en un ventorrillo. Nos divertimos mucho.
En las fiestas de Navidad y Reyes, doña Antonia lo preparaba todo muy bonito.
Llegó el año 50 y ya empecé a tener descendencia, pero por eso no dejaba de salir siempre que podía.
Llevaba a las niñas a misa por la mañana y por la tarde iba a casa de mi madre que allí se reunía la familia.
Mi marido llevaba a la más pequeña en la bicicleta y luego se iba a su hobby que, era ir a mariscar cuando el mar estaba tranquilo.
Doña Antonia seguía con sus clases, animando a las niñas a estudiar. Cantaba muy bien.
Doña Antonia hizo una obra de caridad, recoger a una niña de una familia humilde.
Le preparó la primera Comunión y la tenía con ella, se hizo una mujercita de bien.
Al irse de aquí, se la llevó y cuando venía de visita se la traía. Yo la seguí viendo.
Luego se casó y tuvo hijos y a su hija Dulce Nombre cuando viene la veo, le tengo mucho cariño.
Se terminaron las escuelas. Ya estaba don Santiago Godoy Herrera que las bendijo en la inauguración. Conservo una fotografía que me hice con mis niñas.
En el año 50 vino el Caudillo, Francisco Franco, inauguró el Hospital Insular.
Todo el que pudo fue a Arrecife. Yo no pude ir, pues estaba criando a la niña Loli que tenía tres meses, me trajeron una fotografía que aún conservo, de Franco bajando las escaleras del Hospital.
El único maestro de esta época, que yo recuerdo, fue don Juan José Berriel Placeres, luego le siguió don José Robayna Betancort y creo que don Ángel después.
Mi primera hija estuvo unos días con Doña Antonia que dio paso a doña Juanci Placeres Clavijo que fue la única maestra que tuvieron mis hijas.
Recuerdo que estando embrazada de mi primera hija, tío Anastasio me dijo que con los maestros había que hablar siempre.
Por los mismos años empezó de maestro don José Placeres Clavijo.
Doña Juanci comienza a hacer teatros en el casino Renacimiento que ya estaba hecho.
Tenía un salón con un escenario, decorado con ventanas y tres puertas de verdad para los actores, estaba muy bien para la época, además de cuarto de baño para señoras y un aljibe en la verbena, aún no había llegado el agua corriente.
Cantina y biblioteca para pasar el rato todo el que quería leer los periódicos que venían.
La madera de las puertas y ventanas eran de tea que la donaron del aljibe de los Placeres, que era una herencia de padre Placeres, todo el pueblo de Mala tenía un Placeres.
Dona Juanci le hizo un telón al escenario, con el escudo de aquellos tiempos bordados, precioso.
Las niñas mayorcitas hicieron una representación del significado de cada una de las partes del escudo que parecían artistas de verdad (en la mano llevaban la parte del escudo que representaban).
Carmita Perdomo, Carmen Betancort Placeres, Angelita Ramírez Betancort, Carmen Berriel Espino, las que se me olvidan que me perdonen. Pero Carmen Guillen a la que le tocó la granada estuvo divina.
El dinero que se sacaba de los teatros era para la Iglesia.
Doña Juanci es que sacaba tiempo para todo y las niñas eran muy buenas. En algunas comidas también salía Don José el maestro.
Las niñas se hacían grandes se iban y entraban otras y ya se hacían comidas con los niños también.
Por los años sesenta vino el Señor Obispo Infantes Florido y dijo un sermón muy bonito subido en el pulpito de la Iglesia. Dio la enhorabuena por lo bien que se estaba portando la juventud.
Unos años más tarde volvió el mismo Obispo y esta vez la reunión fue en el colegio.
Asistieron muchas personas, mayores y jóvenes. Claro los mayores ya no están y habló de la cochinilla y otras cosas, a mi madre, a mi tía, a Señora Margarita de León, a Señora Felisa Pino, a Señora Liborita, y a otras les gustó mucho que hablara de la cochinilla.
Por esa época Doña Juancí compró la imagen de la Virgen de la Auxiliadora para que le hiciera compañía a la de las Mercedes.
Se hizo una fiesta por todo lo alto, las comuniones, la procesión con el bautizo de la Auxiliadora con sus respectivos padrinos.
Como hubo varios días de fiesta se hicieron varios juegos. El del saco, nos metíamos dentro saltando, yo pensé que me asfixiaba, Nieves Robayna y otras no llegamos a la meta. El premio se lo gano Severina.
También los niños y niñas tenían sus juegos.
Vinieron los maestros de Haría, como Doña Melitona y de Guatiza a la fiesta, que se quedaron tan extrañados por las cosas que hacían las niñas, la gimnasia, y la exposición de labores en el colegio, además de que en Mala tuviéramos siempre periódico.
Don Enrique Dorta cura de Haría venía a acompañar a Don Santiago.
Había varias misas, íbamos a todas, cansadas pero íbamos.
Se hicieron carrozas, una con un molino y moliendo a mano, otra haciendo churros, otras representando a Don Quijote y Sancho Panza por Severina y Dolorcitos y el Señor maestro. Cinita y yo también participamos.
Al día siguiente a la fiesta íbamos a la playa y hasta otro año.
Doña Juanci se fue y vino doña Chana.
Como los hombres se iban el día de los padres, a los Jameos del Agua a celebrarlo y allí hacían sus comilonas. Las madres nos inventamos reuniones y hacíamos una merienda, cada tarde de los domingos en una casa diferente de las madres de las niñas que habían hecho la primera Comunión, que por aquellos años eran muchas.
Así fueron pasando los años y los niños y niñas se iban a estudiar fuera.
Llegó la película “Hace un millón de años” que fue rodada en Lanzarote.
Como una señora de la familia que tenía muchas ganas de verla y por motivos de salud no podía ir, fui yo y se la conté. Era de guanches… y cuando aquel pajarraco coge a la artista Raquel Well y se la lleva… bueno yo se la conté y ella me miraba con los ojos del alma y le gustó mucho.
A la gente de este pueblo siempre le han gustado las cosas divertidas.
Llegó Manolo Escobar y sus hermanos, actuaron en el patio del Instituto Viejo.
Fuimos con el furgón lleno de viudas porque para ellas era el mejor cantante, Tomacita Cabrera, Remigia Placeres, Pilar Castro, Dolores Clavijo Placeres mi madre.
También tenían en el trabajo una foto con su Señora.
Por los años setenta vinieron los príncipes, y al pasar por aquí los recibimos con banderas pequeñas, que las chicas hicieron en mi casa, y algunas aprendieron a cocer, recuerdo que estaban Teresita, Inmaculada y otras y Pino pespuntaba.
Todo el pueblo salió a la orilla de la carretera para saludarles cuando pasaban en los coches.
Yo ya tenía los siete hijos.
Y se empezaron las obras de la presa del estanque.
Por los años ochenta vino el Obispo actual y dio una charla en el Casino, en el salón de arriba una tarde. Para niños y mayores, habló con ellos y les hizo preguntas, y un niño llamado Francisco González Morales me acuerdo que le dijo que las niñas hacían la primera Comunión más guapas que los niños y le hizo gracia.
Doña Chana fue la que animó a las mujeres al juego en el Casino, los tiempos habían cambiado, el turismo ya estaba por toda la Isla y las mujeres iban teniendo más libertad.
Se reunían para plantar árboles en las alcogidas de los Clavijos, donde hoy esta el Centro de Salud y el Campo de Deporte.
También fue la promotora de los Cruceros, que fueron dos, uno en el noventa y otro en el noventa y uno, por Semana Santa. Yo no pensé jamás en vivir algo así pues sólo conocía en los cuentos.
El barco tenía de todo médico, cura (que decía la misa y si el barco se movía, íbamos agarrados a tomar la comunión), también tenía cine, bar, peluquería…
Por la noche había actuaciones y fiestas de disfraces. Todo era precioso jamás se podrá olvidar.
Cuando me dijeron que se podían llevar disfraces, ni me lo pensé dos veces y me acordé de la segadora que siendo niña hizo en un teatro la maestra Doña Nievitas con las niñas, Eloina Silva y otras.
Me salió muy bien el playbac, gocé que no lo puedo contar.
Qué sorpresa me llevé cuando fui a la sala de ensayos y una Señora me preguntó ¿Cómo dice que se llama usted? Le digo Casilda, pues yo soy Carmita la hermana de Nievitas, me contestó. Fue todo divino.
Estos cruceros son muy culturales y deberíamos repetirlos. Lanzarote lo agradecería mucho, porque a todas las personas que fueron les sentó muy bien. Esto debe de hacerlo alguna mujer política que sea comprensiva con el pueblo.
¡Qué diferencia de los ruidos! De cuando yo era chica a los de ahora.
El personal bajando el Lomo Cumplido cuando venían de las “Nieves”.
El ganado de cabras de todo el pueblo, al pasar por la Iglesia, con sus cencerros.
La playa de Famara o de las Nieves cuando se ponía brava.
Los bufiaderos de la orilla del mar que le daban a uno un susto si estábamos cerca, los grandes los fueron taponando las gentes de Mala Abajo porque no los dejaban dormir.
El ruido del agua cayendo del cañalizo, a la madre del agua, y recuerdo al joven Alberto Pérez Clavijo que allí cayó y se fue tan joven. Ahora no se escucha porque está la Presa y tampoco llueve.
Por la noche las estrellas se veían tan claritas, ahora con tantos coches y aviones ya no se ven tan claras.
Todos son inventos, ¡de la naturaleza no queda nada!
Ahora es un placer echar fuego con leña o tuneras, lo hacen no en los teniques como antes, sino en la barbacoa.
Todo ha cambiado para mejor, hasta la Virgen de las Mercedes que antes solo tenía dos trajes, ahora tiene unos cuantos.
Dios quiera que todo siga bien, las fiestas de las Mercedes, el pueblo siempre a disposición de unos y de otros, que es lo mejor que yo pido, desde aquí y que halla paz en todo el mundo.
Felices fiestas a todos. Viva la Virgen de las Mercedes y viva el pueblo de Mala.
Gracias por haber venido.