PREGONES DE MALA > Índice
Sr. Alcalde del Excelentísimo Ayuntamiento de Haría, Sr., Concejal de Festejos, amigos y vecinos de Mala, y a todos los aquí presentes buenas noches.
Hace unos años, Dña. Chana Perera, me ofreció dar el pregón de la fiesta de Las Mercedes. Me fue imposible porque coincidía con la Asamblea Regional Canaria de la R.C.C., y yo era, en aquellos momentos, la Coordinadora por Lanzarote, y debía estar presente en dicha Asamblea. Ella me dijo entonces: “Pues otra vez será!, y parece que ha llegado el momento de pregonar en el pueblo que me vio nacer un 9 de Agosto de 1945, el mismo día que la ciudad japonesa de Magasaki era bombardeada. Les aseguro que no tuve nada que ver en ese triste suceso, aunque, sí debí caer como una bomba, en casa del cartero, mi padre, cuando vieron que nacía una niña, teniendo ya otras tres. Imagino esperarían un niño, pero cuando les preguntaba si quedaron apenados, me respondían que no, que se pusieron muy contentos con la esmirriada niña que había nacido. Y yo les creí siempre.
Me crié en el Morro. Mis vecinos más cercanos Sra. Juana y Sr. Patricio, Sra. Frasquita y Sr. Francisco, que nos traía tabaiba, que comíamos como chicle, cuando él iba a trabajar a las Quemadas; Leoncia, Jorge y Sr. Agustín, que bailaba con un palo en la verbena, y que fue mi martirio porque de pequeña me cortaba siempre el paso a donde quiera que fuera, teniendo que caminar sobre las paredes para apartarse; Sr. Eloy y Sr. Hermógenes, Sra. Aguedita, Adelaida, Sr. Juan Rodríguez y Sra. Nélida, Sulpicio, Pedro, Soledad, Constanza, Tía Candelaria, Tío Juan José, Angelito el pastor y Soledad Pacheco etc. etc. sp; etc.
Mi madre me ponía un traje largo de salpimienta, y yo caminaba muy absorta en mis reflexiones, con las manos detrás, lo que me valió que los viejillos reunidos en el cabildo de “El Morro” me llamaran cariñosamente, “la viejita” y aunque a mi no me hacia mucha gracia lo aceptaba porque los quería a todos.
Me gustaba mucho jugar: a las casitas, al teje, a los recortables, a lo muñecos de tuneras, al tejemano, al escondite, al corro, a la almendra…a hacer paredes, a encalar y enjalbegar,… Cierto día le enjalbeamos, entre Melio y yo, las macetas a mi madre; a él ya se le veía la inclinación por la construcción. Jugaba a la escuelita con mis primas Loli, Librada y Jacinta..(Marta y Herminia creo que aún no las consideraba en edad escolar). Por supuesto la maestra era yo que para eso era la mayor.
Íbamos a Mala Abajo a jugar a la almendra y a la lotería a casa de Tía Benigna. Cuando se me hacía tarde, repetía todo el camino: “Mi madre me va a pegar, mi madre me va a pegar por llegar tarde; Así, si me pegaba ya tenía el cuerpo preparado para la zapatilla, y si no me pegaba me llevaba un alegrón.
Me encantaba jugar en casa de Tía Candelaria, pues, aunque no había niños, ella era muy cariñosa y siempre tenía las golosinas de esos tiempos: Almendras, pasas, bizcochos, etc…. y tío Juan José, que aparentemente tenía mal genio, me dejaba entrar en su biblioteca y leer libros, y eso, para mí era la gloria. A Dolorcitas la quería mucho. Cuando ella se ponía los párpados vueltos y me decía que ya se murió, yo me asustaba y lloraba.
Otra cosa que me sabía a fiesta era cuando, siendo muy pequeña, mi madre iba a la casa de abajo, a la casa de mi tía Josefina a lavar cuando la ropa era mucha pues allí el aljibe era mayor y se podía hacer mejor el lavado. Ese día lo pasábamos completo en la casa. Con mis primos Domingo, Antonio, Marita, Hacíamos gavias aprovechando el agua que salía de la pila. Eso es algo que no pueden saborear los de la generación de las lavadoras.
También me gustaba mucho ir a la tienda de mis tíos Pedro, Remigia y José María. Tío José María, cuando a mi perro Manata lo mató una guagua el día de San Juan, me dijo que su perro Florispán, llevaba luto por él, que por eso tenía la nariz negra. Me consoló bastante saber que al menos Florispán tenía tanta pena como yo.
Con mi abuela Librada, me sentaba muchas veces para abrir las hojas de palma que usaba para hacer esteras, o ceretos, y el palmito para las sombreras. Mi abuela tendría que vivir en estos tiempos, para participar en la Feria de Artesanía. Me gustaba, porque ella, además de darme una perra por cada manojo de hoja que abría, me hablaba de la gente y las costumbres de su tiempo de cómo en los bailes se cantaba entre hombres y mujeres, de cómo se ponía uno en la puerta del baile con un palo porque el número de hombres era mucho mayor y había que impedir que entraran más que el número de mujeres. Me hablaba de gente, familias de los que yo conocía, así llegue a relacionar a todo el pueblo y saber que parentesco les unía, y con gente que ya no estaba y que sólo conocía de nombre. Mi hermana Elena a veces se asombraba de la gente mayor que yo conocía cuando los nombraban, y yo le aclaraba que era porque siempre escuchaba a abuela Librada cuando contaba las batallitas.
Cuando tenía cinco años perdí una buena amiga; murió Mari Juli. No entendía mucho porque se moría tan pequeña como las Dulcitas de Soledad la del pastor que murieron pequeñitas. Cuando Mari Juli, me dijeron que fue por jugar con palos como jugábamos siempre. La verdad es que murió de peritonitis, pero yo quedé impresionada por lo del palo, y no volví a apoyar mi barriga en el palo d la escoba. Su muerte me dejo muy triste, pero la vida sigue y me tocó ir a la escuela. Quien primero me llevaba era Dolorcitas.
Tuve dos muy buenas maestras: Dña. Antonia Melián y Dña. Juanci Placeres. De Dña. Antonia recuerdo sobre todo las preciosas canciones que nos enseñaba, la fiesta de San Antonio, que era la fiesta religiosa del pueblo, el 13 de junio. Era el día de las primeras comuniones. La mía fue en 1952. El recordatorio que conservo era comunitario. Estamos todas las niñas en el mismo; terminaba así Carmen, Carmela, Carmenza y Carminita, pues al ser cuatro con el mismo nombre Carmen, la maestra las diferenciaba así.
Al irse Dña. Antonia, vino Dña. Juanci. Entonces yo ya era mayor. Tenía la importante edad de 9 años. Para ir a la escuela íbamos primero a buscarla a la casa; nos peleábamos por ir a su lado; cogíamos cada una un dedo, así podíamos ir 10 al mismo tiempo.
Ella me preparó para hacer el ingreso en el Instituto y también el primer curso. La verdad es que viví hasta tercero de las rentas de todo lo que me habían enseñado en la escuela. En lo que no pudo conmigo fue en las labores ¡Parece mentira que fuera yo hija de mi madre con lo hacendosa que ella era!. Pero, como diríamos ahora, todo fue por un trauma que sufrí. Le marcó a muchas niñas, ellas lo recordarán, unos manteles con tela sobrepuesta, unas flores, para bordar a festón. A mí, como algo especial, me puso unos motivos mejicanos preciosos: cactus, sombreros, un burro…. etc. para bordar a vainica ciega; pero yo quería flores con festón, por lo que “cabezota”, apenas avanzaba en la labor para desesperación de la maestra y de mi madre que veía con pena como su retoño le salía tronco en cuestiones de costura. Me fui al Instituto, y luego al magisterio a Las Palmas, y cada verano, mi madre me sacaba el mantelito de marras; así año tras año; no lo acabé nunca, pero eso sí ¡Le tengo un asco a la vainica ciega que ni les cuento!.
Con ella, con Dña. Juanci, hacíamos muchos y bonitos teatros aquí en este Casino. Llegamos a ir a otros pueblos. Se hacía para obtener fondos y comprar los bancos de la iglesia, pues recordarán que sólo había sillas, que llevaba cada persona con su cojín para arrodillarse, con el consiguiente berrinche cuando alguien, que nunca iba a misa llegaba y usaba tu silla y tu cojín. Recuerdo hacer teatro con Angelita Ramírez, Aloinita, Amparito y Nievitas, Carmencito, Amada, Marisol Viera, Epifanía, Marisol González, Carmen Betancort, Fela, Carmen Berriel, etc., etc.,. también por mayo y Navidad nos ensayaba lindos versos y escenificaciones para la iglesia.
En esta época de la escuela, acompañaba siempre con Marisol, Amada y Carmen Betancort, hasta que ellas crecieron más que yo y me dejaron de lado. ¡Qué pena aquel domingo, que al salir de Misa, me dieron esquinazo,! ¡Qué traicionada me sentí! Me fui triste a mi casa, donde mi madre me explicó los motivos y me aconsejó acompañar con niñas de mi edad. Lo comprendí bien. Seguimos siendo amigas, pero tuve que ir con otra pandilla, Carmencito, Reyita, Carmelina… hasta que todas fuimos grandes y ya no hubo diferencias. Para mí luego, fue una ventaja, pues con Carmelina, Eloinita, Venancio, Sra. Felisa, Severina y Pilarito, íbamos mi hermana Elena y yo, las tardes del verano, a bañarnos al Charco El Gallo, hoy piscina nudista de los alemanes; nos llevaban porque mi madre, atareada con la costura no podía.
Con Dña. Juanci, aprendimos también a rezar el Rosario con la letanía en latín incluida. Cuando íbamos a enramar la Iglesia, corríamos alrededor sobre el muro, y como estaba el cajón de las ánimas, nos asustábamos unas a otras. Por semana Santa, nos llevaba a las celebraciones de Guatiza. Cuando venían los misioneros era una fiesta el ir todos los días a la Iglesia, el Rosario de la Aurora… Una vez que vinieron los Padres Carmelitas, bendecían rosas de Santa Teresita, y nos comíamos los pétalos, creo que algún día me alimenté solo de ellos. Supongo sería para hacerme más buena. En otra ocasión, era un Padre Capuchino, que nos llevó en procesión a encontrar la que venía de Guatiza y seguir todos hacía Guatiza. El Misionero Capuchino gritaba ¡Viva Mala! Y el otro gritaba ¡Viva Guatiza! Era lo único que nos faltaba a los dos pueblos para liarnos. Pero después de muchos vivas, a unos y a otros, volvíamos al anochecer para Mala. A mí aquello debió gustarme tanto, que un Sábado Santo que nadie iba, cogí a mi prima Lolí, y me la llevé a los oficios de Guatiza. Se nos hizo de noche para volver, y nos pusimos a rezar por el camino para no tener miedo. Casi llegando a Mala, antes de la curva, vimos venir de frente un bulto negro grande. Yo le dije a Lolí : “No te asustes que seguro es alguien de la familia que viene a buscarnos”. El bulto pasó de largo, pero no nos asustamos, pues estábamos seguras que era lo que imaginábamos. Efectivamente, eran Casilda y mi hermana Frasquita. Quisieron darnos un susto, no lo consiguieron, pero sí que no volviésemos a hacer lo mismo.
En la escuela nos daban queso de bola y leche en polvo. Mi hermana Pino me hizo una bolsita para llevar un vaso y una botella con achicoria para ponerle la leche. Al final terminábamos por comernos la leche en polvo tal cual, sin liquido cuando no nos veía la maestra, pero una vez nos vió y se enfadó mucho.
Me siento orgullosa de haber nacido en Mala; un pueblo que siempre ha tenido afán de superación, que fue el primero de la isla en recibir el periódico; un pueblo que ha dado muchos y buenos profesionales en todas las rama. Me siento orgullosa. De pequeña tenía pena por el nombre: Mala; pensaba que si se llamaba así es que debíamos ser malos. Esta duda me la disipó Don Justo Cabrera, el de Teseguite, viniendo yo un día del Instituto en la guagua. Me aclaró que Mala significa posta, correo, debe ser algo así como los “a mails” de ahora, y que se debía a que la primera correspondencia llegaba a la isla por aquí, en los barcos que arribaban por las Bajas. Me quitó un gran peso de encima.
Hoy Mala celebra sus fiestas patronales en honor de la Virgen de las Mercedes. Esta devoción tuvo su comienzo en Lanzarote, en Famara, remontándose al inicio de la evangelización en el siglo XV. Quemada la ermita de Famara por la incursión de los piratas, la imagen fue trasladada a la Villa de Teguise, donde se le dedicó una capilla en la iglesia. De ahí paso a venerarse en la ermita de Mala construida a comienzos del siglo XIX. Esta ermita, inaugurada en 1808 fue levantada por los mismos vecinos en El Cortijo, en terrenos de los marqueses de la Quinta Roja. Se cuenta que al ser Nuestra Señora de las Mercedes la patrona de los Cautivos, si alguno se escapaba y alcanzaba a entrar en los límites de estos terrenos, quedaba libre. No sé lo que hay de cierto, como lo oí lo cuento.
Hoy Mala está de fiesta. Una vez más, los vecinos del pueblo y los devotos de Nuestra Señora de las Mercedes, nos reunimos para honrarla. Mala se adorna. Engalana su verbena con banderas, se tiran voladores, que Elena,… luego con Carmelina, Reyitas, Loli…pasé parte de mi vida contando.
Las vísperas había que enjalbegar las casas, barrer los alrededores, el camino; esto se hacía con un baleo pues no había escoba que lo resistiese. El pueblo olía a fiesta, a carne compuesta, a pescado en mojo hervido, a bizcochos dulces, mantecados, magdalenas; olía a pan….. Mucho tiempo antes se había escogido el trigo que se llevaba al molino del Señor Francisco o del Señor Leonardo. (Es una pena no estuviesen ya los del medio ambiente que te caen arriba si pintas una casa de otro color o le das diez centímetros más de altura, y hubiesen evitado que se quitaran los molinos y se destrozara el jable).
En mi casa se imponía el estrés aunque esa palabra aún no estaba inventada, mi madre cosiendo locamente hasta las tantas de la madrugada para tener a punto los vestidos de casi todo el pueblo. Metida entre hilvanes, rehilos y pespuntes, yo estaba exenta de la escuela por unos días, pues la maestra sabía la prisa con que andaba mi madre, y que me necesitaba para los mandados. Por supuesto, yo hubiese preferido estar en la escuela, que me lo pasaba mucho mejor que haciendo lo que me mandaban en casa.
La cuestión de los vestidos era muy seria. Nadie, excepto la dueña debía saber la tela, el color, el modelo…. era secreto de estado. Mi madre nos tenía advertidas sobre el particular y nosotras guardábamos bien el secreto. Siempre estaba la típica listilla que cogía la muestra del suelo para preguntar o adivinar quien era la dueña; pero mi madre nos tenía tan enseñadas que hubiésemos preferido morir mártires antes que revelar el secreto. El día de la fiesta, sobre medía mañana, ya se descansaba un poco; se había entregado la costura. Ya tocaba planchar nuestras enaguas almidonadas.
La fiesta era de verbenas pues con el Obispo Pildain, habían que elegir entre fiesta religiosa con función y procesión o fiesta de baile. Mala se inclinó por esta última. Eran unos días de verbenas, las mejores de la isla. Se los aseguro; famosas y esperadas, eran las últimas del verano. Todo el norte venía: Haría, Máguez, Tabayesco, Arrieta, Guatiza. Ya nos conocíamos todos. Los alrededores de la verbena, se llenaban de ventorrillos, llegando el olorcillo de la carne adobada, creo que hasta el valle Palomo, el Lomo de la Cruz y el Molino de Juan Espino. Las orillas de la carretera y las eras de los alrededores, se convertían en aparcamiento. El éxito de la fiesta se medía por el número de coches; hay que tener en cuenta que éstos llegaban rebosando de gente, y no como ahora, que cada uno va con su coche. También venía mucha gente en guagua, y de los pueblos más cercanos, como Tabayesco y Guatiza se venía caminando. Así llegó mi marido el día que le conocí, hace hoy exactamente 42 años. Lo vi pasar por la tarde, sin sospechar todos los años que seguiría viéndole (y que Dios me permita verlo otros tantos).
El baile empezaba por la tarde, el asalto de 7 a 10 más o menos. Luego un espacio de tiempo suficiente para ir a cenar a casa, y vuelta al baile. A los pequeños nos dejaban un rato, pero luego nos echaban fuera, aunque muchas veces nos escaqueábamos o entrábamos por las hojas de palma, y nos quedábamos entre los mayores, donde con tanta gente pasábamos desapercibidos. A mí eso me costó un pisotón de un tacón tacha, que me dejó coja una semana, teniendo que curarme el Sr. Rafael Díaz.
Por la mañana del día 24 siempre había un grupo de personas, que se acercaban a la ermita para adornar con flores a la Virgen y para rezar. Así se recordaba que la fiesta, era en su honor, aunque su imagen no pudiese ser sacada a la calle.
Por la tarde había lucha. Venían buenos equipos de la isla, y los hombres se entusiasmaban con las pardeleras, burras, cangos, traspiés, encaderada, y otras bonitas luchadas. Para los pequeños estaba la ruleta de Cazorla; ponías una perra esperabas que diera la vuelta y podías ganar algo. Luego estaban los carritos de golosinas, pirulines, chicles bazoka, caramelo de la Cabra, piñas de almendra, y los helados de Paco y de Acuña, los cuales no voceaban lo buena que era su mercancía, sino lo mala que era la competencia. Así Paco decía “No compren helados de Acuña que tienen gusto a pezuña” y Acuña a su vez gritaba. “No compren helados de Paco que tienen gusto a tabaco” con lo cual se comprábamos a los dos, sobre todo para saber a que sabían las pezuñas y el tabaco.
Acababa la fiesta había tema de conversación hasta la siguiente: la cantidad de coches, la cantidad de forasteros, las canciones nuevas que la orquesta había traído, los vestidos que se habían estrenado, los pretendientes que salían de esa fiesta, alguna que otra ruptura y, como no, algún pleito. Eso era generalmente, la salsa del último día. Alguna vez me tocó de cerca, pues a mi padre también le gustaba animar la fiesta.
Al día siguiente de la fiesta íbamos a pasarlo al mar: playa del Sifio, Cueva Paloma, Piedra Alta, … esos eran los destinos. Había que recuperarse del estrés.
Luego Mala recobraba la tranquilidad, eran días normales, la gente se levantaba temprano para irse al campo; se oían los canturreos de los que araban o arrancaban en las orillas, los que quedaban, muchas veces los pequeños, teníamos que llevar las cabras al ganado, después que las hubiesen ordeñado. En Mala Arriba, se llevaban al ganado de Ángelito y luego al de Rafael. Por la tarde las cabras sabían volver sola, pero había que estar pendiente de que no se metiesen en las tuneras de ningún vecino, tenerle preparada su ración de grano, su manada de paja, su balde de agua, y amarrarlas. Las cabras eran también el reloj. Cuando los domingos íbamos para abajo sabíamos que la hora correcta de volver a casa era la hora de las cabras.
En los tiempos de la trilla se oía el canto en las eras. También a los pequeños nos tocaba dirigir la cobra.
El tiempo del descamisado del millo, era muy entretenido, generalmente se hacía en noches de luna llena, o bien con faroles. Recuerdo descamisar en la cueva del Tío Juan José con faroles. Este trabajo siempre era amenizado, por alguien que hoy llamaríamos, “cuenta cuentos”. Se contaba sobre todo, cuentos de brujas, de aparecidos … cuentos de miedo. Cuando se volvía a las casas íbamos pegadas al traje de la madre por si aparecía alguno del cuento. Esto de los cuentos, también se hacía en el enmanillado; ya no eran solo de miedo sino de todo. Eran famosos, los que contaba Lola la Cubana, que debió aprenderlos en Cuba; sabía muchos y eran muy entretenidos.
Cuando el cultivo del tabaco se puso de moda, recuerdo como se arrancaron las tuneras, para plantar tabaco. Años después se hizo la operación inversa: se transformó el terrero de tabaco en huerta de tuneras, porque la cochinilla tomo más valor.
En esta tranquilidad del pueblo, el menor cambio era muy notado; así el venir personas que estaban fuera de la isla era, al menos para mí, todo un acontecimiento. Vino Eduardo Placeres de Cuba. Vestía de blanco. Yo nunca había visto un hombre que vistiera así. Venían de Las Palmas, Carmita de León y su familia, mis tíos Lola y Manuel, y mi prima Margari, señora Dolores Ignacio, la familia de Tío Zenón hijas y nietos, la de tía Mariquita Berriel…… Para mí era una fiesta cuando mi hermana Frasquita venía de Las Palmas, que siempre me traía alguna chuchería: un librito de cuentos, una barajita,…algo.
Llegó Jafa, el moro, con su lote de camellos para vender. Eso sí fue algo grande. Vestía de una forma que sólo habíamos visto en la enciclopedia cuando estudiábamos a Abderamán, Almanzor etc. Se quedaba en los pajeros o cuartos de la paja. Nos llamaba la atención su forma de rezar inclinándose hacia la salida del sol (luego hemos sabido que miraba hacía la Meca).
Llegaron Cristobita y Rosita, los títeres con su arroz con papas ¡Qué cosa más bonita aquellos muñecos sobre un telón hablando! Y no digamos nada de la llegada del cine de Luciano, aquello fue todo un boom. Yo nunca había ido al cine y creo que había muchos como yo; algunas habían ido a Arrecife; Carmen Betancort me contó que ella vió la película del Descubrimiento de América y que se veía el mar grande y lindo. A mí no me cabía en la cabeza que fuera cierto lo que me contaba. La primera película que trajo Luciano, no sabría decir cual fue, pues sólo se veían monos, se oía por trozos, otras partes eran mudas; la cinta se partía unas cuatro o cinco veces. Cavilando al pasar los años llegué a la conclusión de que nos proyectó una película de Tarzán. La segunda ya se entendió un poco más, al menos se vió un partido de fútbol. Así y todo estábamos deseosos de que llegara Luciano con su cine.
Lo que faltaba al cine lo suplían los libros, había en la escuela algo así como una biblioteca ambulante. Llegaban libros que podíamos tomar prestamos, leerlos y devolverlos para retirar uno nuevo. También fue el tiempo de las novelas por entregas que fue la antesala de los culebrones sólo que sin imágenes, pero eran igual de interesantes.
No acabaría de contar los recuerdos que tengo, pero sí acabaría con la paciencia de ustedes.
Así que para terminar me gustaría decir a los más jóvenes que ya que han tenido la suerte de nacer y vivir en una época con más medios y más comodidad que los de la mía, sepan aprovecharlo para formarse integralmente, que busquen siempre el saber no por tener sino por ser, que trabajen por el pueblo dejando muy alto su pabellón, sean personas honradas y solidarias, persona íntegras. Que no se dejen llevar por lo fácil, sino que se esfuercen, ya que sólo en el esfuerzo y la integridad encontrarán la verdadera felicidad, pues la que por otros medios se les ofrece es falsa y sólo les deparará amargura.
Que todos vivamos con
alegría estos días de
fiesta en honor de
Nuestra Señora de
Mercedes y que ella
bendiga a nuestro pueblo.
¡¡¡¡¡¡¡VIVA LA VIRGEN DE LAS MERCEDES!!!!
¡¡¡¡¡¡¡VIVA EL PUEBLO DE MALA!!!!!!!