PREGONES DE MALA  >  Índice

 

 

Sr. Alcalde del municipio de Haría.

Dignísimas autoridades.

Sres. Directivos de la Sociedad.

Amigos todos:

Desde que me propusieron ser pregonera de mi pueblo, me he preguntado una y mil veces, quien me mandaría meterme en semejante berenjenal.

No soy política, empresaria, profesora, doctora ni representante de ninguna institución; salvo ser la Directora General de Finanzas de mi casa, no encuentro mérito alguno, para la representación de tal evento.

Por ello, mi gratitud más sincera, a la Junta Directiva e intentaré (otra cosa es que lo consiga), hacer un papel medianamente digno, ya que soy parca en palabras y poco dada a hablar en público.

Sin más preámbulo, iré desgranando aquellos recuerdos de mi niñez, entrelazando nuestras costumbres con las vivencias de la celebración que nos ocupa: la fiesta de Nuestra Señoras de las Mercedes.

Corría malos tiempos; años de postguerra, cuando la población española sufría en sus carnes, las envestidas del hambre y las penurias de la época, vine al mundo un 15 de Diciembre del 48; en el seno de una familia humilde y trabajadora, carente de todo lo básico, luchando día a día por llenar los estómagos de la familia, como la gran mayoría de este pueblo. Nuestra comida era "muy variada": lentejas, papas y fideos; garbanzos, papas y fideos; chícharos, papas y fideos y "caldo de nada" ¡Ah! ¿Qué no saben lo que es, ese caldo? Yo se los explico: al no tener papas ni fideos que era a lo que yo estaba acostumbrada, el caldo de millo tan típico hoy, parecía no tener nada. Algún escaldón de papas con pescado, acompañado de una rica ensalada consistente en cerrajas, un casco de cebolla y algún que otro tomate chijón; gofio escaldado con chirrimiles (burgado pequeño y muy sabroso), o los sueros del queso que se hacía para vender (dicen hoy los entendidos que es en el suero donde está el "alimento"), algún plato de higos del Barichuelo o higos picones, y el puñito d gofio amasado con aceite y azúcar como merienda; en esto consistía nuestra dieta. Según mis padres (que en paz descansen) era época de escasez de toda clase de bienes, incluido los de primera necesidad: leche, arroz, aceite, azúcar,..etc., por lo que había que acudir, a las cartillas de racionamiento.

Los jóvenes presentes, no se pueden imaginar un día sin abrir la nevera ¿verdad? y poder escoger jamón, chóped o mantequilla; yogur o natillas; zumo o refrescos; en la década de los cincuenta, por no haber no había nevera,... ni luz para enchufarla; sólo quinqué de petróleo para alumbrarnos. Sus padres y abuelos han luchado como jabatos para conseguir el bienestar que hoy disfrutan.

A los seis años fui a la escuela sabiendo leer y los primeros trazos de escritura. Me los enseñó mi madre y cómo no había para libretas, aprovechaba los envoltorios de algún producto de la tienda.

Recuerdo la época de la escuela como muy feliz, me gustaba mucho estudiar y por nada del mundo quería faltar a ella. Una de las veces que me quedé al cuidado de mi hermano Carmelo, no lo pensé dos veces; vestí al niño y me lo llevé a clase. Dª Juansi la maestra, se rió al verme y asintió que me quedara. Tres horas estuve con el niño cogido, pero no falté a clase.

También recuerdo la fiesta de la Auxiliadora, las primeras comuniones, la chocolatada después de la misa, las carreras de burros por todo el pueblo y como no, los teatros en que interpretábamos diferentes papeles.

Mi sueño desde pequeña, era ser maestra. El desconsuelo por no poder estudiar era mayúsculo; quería ir al Instituto pero no había medios. Alguien me dijo que por la radio se podía estudiar (tipo Radio ECCA) y me empeñé en ello. D. Pedro Placeres traería la primera radio, pagada con rosetas que entró en casa, el 22 de noviembre del 63; la encendió y hablaba de un tal Kennedy que lo habían matado. D. Pedro, se echó manos a la cabeza horrorizado y me habló de ese Señor. En ese momento me di cuenta que ahí afuera, había otro mundo que yo desconocía y quería descubrir. Así fue el comienzo de mis estudios.

Fue Antoñita Espino, quién me preparó para hacer el Ingreso en el Instituto ya que en esa época ya no estaba en la escuela.

La frustración vino en 4º de bachillerato al enterarme que no me renovaron la beca. No lo podía creer; todas mis ilusiones se rompieron en pedazos. Y otra vez, al campo y a la cochinilla.

Aquellos años, fueron especialmente duros por la falta de lluvias; y como consecuencia de ello, la agricultura sufría los mismos efectos. Íbamos por agua para el consumo diario al Estanque, en la Presa; a un lugar llamado "la casita". También iba a lavar la ropa, al aljibe de Los Robaynas cerca del mar. Eran tiempos muy difíciles.

En esa época venían los buques-aljibes de la Armada, trayendo el agua de G. Canaria y de la Palma para mitigar la sed de la Isla.

Hurgando en la memoria hay un hecho que por repetido, no he podido olvidar: cuando soplaban los temporales del Sur, el Correíllo y pequeños barcos, al no poder atracar en el muelle Chico del Puerto, venían a refugiarse al Ajero, cerca de la Hondura, por Mala-Abajo. Lo que para los mayores era una tragedia, para la chiquillería se convertía en fiesta, íbamos corriendo a ver desembarcar gente en barquillas; calados hasta los huesos, cargados de maletas y cara de mucho cansancio. Visto a través de los ojos de 6 u 8 años era todo un espectáculo. Lo que no entiendo, 50 años más tarde, que el hecho se repita, con la diferencia de desembarcar en Fuerteventura.

En el 60, llegaría la 3ª boca a la familia, cuando la situación, se había suavizado algo. Por cierto, ¡qué ruinito me salió...! No había travesura que no fuera el protagonista; tendría anécdotas para escribir un libro y me faltarían hojas; siempre se las ingeniaba para salir airoso de cualquier situación embarazosa. Es el más inteligente de los tres; lástima que dejó pasar el tren de la oportunidad. Hoy un poco más rellenito, es un hombre pacífico, con un corazón generoso que no le cabe en el pecho; padre de sus hijos y amante de su mujer. No le hacen falta grandes cosas para sentirse feliz en el seno de su familia.

Mala siempre ha sido un pueblo luchador, a pesar de tener una agricultura de subsistencia y otras dificultades, los convecinos siempre se han esforzado porque sus hijos consigan la formación que los padres no tuvieron. Así, de un pueblo de unos 350 habitantes aproximadamente, han salido toda clase de profesiones: maestros, abogados, arquitectos, médicos,... etc. Quién sabe si de los niños aquí presentes no habrá un futuro presidente de Cabildo, un ministro o cualquier otra profesión.

Y como pueblo, también ha tenido su evolución para mejor. Se han hecho nuevas y vistosas casas; había taller y tienda de artesanía, hoy desaparecida; se ha construido la Presa, el primer parque infantil con accesorios móviles de Lanzarote, el Centro de Salud, Farmacia, Dentista, Cooperativa y centro de interpretación de la cochinilla. Hoy siento que se ha quedado un poco aislada por el trazado de la carretera general.

Para nuestros convecinos, llegar septiembre, era motivo de ilusión, alegría y trabajo extra por que llegaban las tan esperadas fiestas de Las Mercedes. Íbamos a la Calera a por cal para albear las casas, se pintaba las puertas- generalmente- de verde; se lavaban los colchones y se les renovaba el interior, normalmente de paja de trigo o con camisa de la piña del millo; (todavía no se había inventado los colchones Flex). Se recogían los restos de la cosecha de las eras, tenía que quedar los alrededores como un palmito de limpio. Así como el millo se tostaba durante todo el año, el trigo se llevaba al molino para hacer la harina con que amasar los ricos panes y dulces que se llevaba a la mesa. Los que no teníamos horno, encargábamos el pan y algún que otro bizcochón y panitos de mamí, a la panadería de Sra. Faustina. ¡Madre mía!, el festival de olores que nos llegaba nada mas acercarnos. ¡Qué aromas! ¡Qué delicias salían de ese horno!; no sé si era el hambre que llevaba o verdaderamente era tan rico; sólo sé que ese olor y la sonrisa que siempre se reflejaba en su cara, amén de algún que otro rosquillo, que nos daba para el camino, se ha quedado grabado en mi memoria.

También venía desde Haría, Marcial el marchante, a vender carne de cochino, que se utilizaría para el puchero del día de la fiesta y los exquisitos adobos que se exponían en los diferentes ventorrillos.

Las parrandas de timples que se formaban ante un vasito de vino de la tierra, cantando hasta el amanecer en alguna esquina, formaban la idiosincrasia de la fiesta.

El bullicio, la alegría y el jolgorio que se respiraba en ésa fecha, hacía que estuviéramos inquietos, hasta su celebración.

La Sociedad "Renacimiento de Mala", también se engalanaba para tal evento. Se adornaba con banderitas de papel y palmeras. ¿Y qué me dicen de los helados que traían Paco y Acuña? Eran tipo sándwich con sabor a vainilla ¡riquísimos! Hacíamos cola para conseguir uno; medio derretidos por la falta de hielo; pocos segundos después, la cara y el vestido daba buena cuenta de ello.

Toda fiesta que se precie no faltará nunca, la música. En Mala, las verbenas de la época eran apoteósicas; recuerdo las orquestas de los Aches, Dª Luz, Castellano... etc. hacían las delicias de la juventud.

Ese día, estrenábamos de los pies a la cabeza; vestido y zapatos que durarían todo el año. En mi caso, me hacía el traje Margarita, conocida por la del cartero y su hija Pino. Había que ver qué primores salían de esas manos; si hubieran estado situadas en la calle Serrano de Madrid, seguro que hubiese sido unas modistas de renombre.

Y así estrenando como palmitos de limpio, nos dirigíamos a la Iglesia. Las campanas anunciando la misa, las señoras pudientes luciendo la mantilla canaria y un entrañable Don Santiago- el cura- dándonos un larguísimo sermón con los ojos cerrados.

Terminada la homilía, repique de campanas por Fidel, entre cánticos y rezos y al estruendo de voladores, por Antonio el cartero, recorríamos el pueblo. Salíamos por detrás de las escuelas, llegábamos a la Sociedad, luego la calle de Tomasita, Dª Paca y Rafaela hasta el Barranco; dando la vuelta por Mala-Abajo-y volviendo de nuevo a la Iglesia. A partir de aquí, comenzaba verdaderamente la fiesta.

Para terminar, agradecer a Fefo, Fidel, Guillermo Perdomo, Mario, Antonio Vicente, Jacinto y Nina, Aurea, Idaira, Ana y Giovanni por ayudarme a recordar historias vividas en tiempos pasados. Y por último, el más sentido y profundo de los agradecimientos a mi marido que ha sabido ser: amigo, esposo, confidente, padre de mi hija y abuelo de mi nieta. Gracias por ser como eres.

Buenas noches. Muchas gracias y a disfrutar de las fiestas.