PREGONES > Pregones de Yé
Es para mí un honor inmenso, ser pregonero de mi pueblo en la celebración de sus fiestas, las fiestas de San Francisco Javier, patrono de Yé.
Agradezco al Ilustrísimo Sr. Alcalde Don José Torres Stinga y a la Sra. Doña Luisa Lemes que me hayan ofrecido la ocasión de evocar y recordar juntos algunos aspectos de la vida y de la historia de este pequeño gran pueblo que es Yé, punta de lanza de Canarias con los pueblos de Europa.
Recuerdo mi niñez en medio de un pueblo tremendamente trabajador, casi atado a la tierra y a las Salinas de Bajo Risco, la mayoría en su condición de medianeros y una gran parte como salineros. Dos tipos duros de trabajos que han forjado una psicología fuerte, una personalidad resistente y una actitud de lucha ante las dificultades de la vida. Especialmente duras me parecían las situaciones de las mujeres, que además de atender en su mayoría a familias numerosas, tenían que acudir a las pocas fuentes que había en Bajo Risco a lavar la ropa y traer el agua y, en otros casos, acudir en busca de leña para la casa.
En medio de la actividad laboral transcurría serenamente la labor educativa, marcada por la presencia y el influjo social de los estupendos maestros con los que contó Yé y que constituían un referente para las familias y para los niños, porque se preocupaban no sólo de darnos conocimientos sino, sobre todo, de formarnos como personas. En aquellos tiempos, la educación no terminaba en la escuela sino que continuaba en la calle y se apoyaba en la familia. El maestro tenía autoridad, reconocimiento, e influencia en todos y en todo. Cómo no recordar con gratitud a Doña Carmen, a Don Arcadio, a Don Rafael, a Don Juan a los que todos los habitantes de Yé debemos mucho de lo que somos, fruto de esa constante preocupación para que los chicos y chicas de Yé pudieran estudiar, aprovechando el talento y los valores de nuestra gente.
Por otra parte, en el paisaje del pueblo me resulta familiar la imagen de Don Juan Arocha el cura y de Don Enrique, siempre presentes en la vida de nuestra gente, visitando los colegios, presentes en las casas, cercanos a los acontecimientos de la gente y, detectando a los chicos y chicas con posibilidades de estudiar para que no se conformaran simplemente con el horizonte del pueblo sino que salieron de él para aprender. La antigua escuela fue durante muchos años el templo de Yé, presidido, ya desde entonces, por la preciosa imagen de San Francisco Javier, que ha acompañado siempre la fe de este pueblo. Aquel pequeño recinto ha sido lugar de acontecimientos importantes, unos llenos de sufrimiento y otros de alegrías y, como no, testigo de tantas oraciones y de tantas ocasiones de compartir la fe y el anuncio del Evangelio en un pueblo que nunca ha perdido su dimensión religiosa. Hoy para nosotros es casi un lugar histórico por su valor testimonial y, evidentemente, no por su valor artístico. Ciertamente, las vivencias más profundas de un pueblo están siempre ligadas a lugares y espacios concretos. ncretos.
Recuerdo además, la vida social del pueblo, que transcurría entre el bar de Guillermo y la cantina de Domingo. En ambos lugares se reunían los hombres a jugar sus partidas de envite y truco, al tiempo que pasaban personas de otros sitios a tomarse una copa o un buen vaso de vino. Aún resuena en mis oídos la música de timples y guitarras de los bailes del Tefío, donde se daba cita el pueblo sábados y domingos y, en el que los padres, pero sobre todo las madres vigilaban a los jóvenes que empezaban la relación de noviazgo, mientras los chinijos corrían de un lugar a otro. Mención merece también el cine de Don Luciano que nos alegró tantas tardes del año. Desde que teníamos dos perras salíamos corriendo para el cine y si no las teníamos entrábamos lo mismo. ¡Qué bien se veían las películas en aquel ambiente, oliendo a pan caliente recién hecho, que muchas veces podíamos comer a bocados!. Pero la vida social, las relaciones con los vecinos se vivía cada día en las calles y, sobre todo, en las puertas de las casas, donde se reunían las familias y los vecinos de “cabildo”, y hablaban de todo, mientras las largas noches de verano invitaban a tumbarse en la arena, sobre un saco o un manta vieja, contemplando el infinito cielo estrellado de Yé, como uno de los espectáculos más impresionantes que se pueden ver. En pocos sitios hay un cielo tan iluminado y tan sereno como el de las noches de Yé, acompañado por ese fantástico ruido de fondo del mar que sube, por una parte, de Bajo Risco y, por otra, se oye acompasadamente con el rumor del mar que viene desde el Roque. Ciertamente, es una música sublime que en pocos sitios se tiene el privilegio de escuchar en la noche. En ese sentido vivir en Yé es un regalo que valoramos más, sobre todo, cuando estamos lejos. Será por eso que, a medida que pasan los años uno se siente más ligado al terruño y echa de menos todas las cosas de la infancia, como si dentro de cada uno tomase cuerpo la necesidad de volver a las raíces. Cuánto más se conoce el mundo, más añoranza tenemos de nuestro pueblo.
Mi entrada en el Seminario coincide con una cierta dispersión del pueblo Yé. Algunos de los habitantes emigraron a Venezuela y, la mayoría, durante años vivieron allí, sosteniendo a las familias con el trabajo duro y continuo, valorado por los nativos y, que les proporcionaba uno cuantos bolívares, que con el cambio de divisas, resultaba interesante para la economía. Años más tarde muchos volvieron y alguno quedó por allá. Pero también se produjo un movimiento migratorio hacia Arrecife. La mayor parte de las familias de Yé, familias numerosas, se vieron obligadas a trasladarse a Arrecife, dadas las dificultades del campo y las pocas posibilidades de trabajo, sobre todo, para los jóvenes. Los habitantes de Yé se asentaron en Altavista, casi como si una parte del pueblo se hubiese trasladado a la capital.
En Yé se habían quedado las familias más pudientes y las que no tenían posibilidades de salir del pueblo. Yé se quedó con muy poca gente y siguió dependiendo del cultivo de la tierra, tanto por los propietarios como por los medianeros. Curiosamente, la escasez de recursos y las pocas perspectivas de futuro para los hijos hizo que, por primera vez, muchos chicos y chicas del pueblo comenzaran a estudiar, naturalmente, en unas condiciones de precariedad absoluta. Gracias a la Academia de Don Enrique y a los enormes esfuerzos, tanto de los padres, como de los que íbamos caminando a Haría todos los días a clase, fue posible ese milagro.
La transformación agraria y turística de Canarias y, en particular de Lanzarote despobló considerablemente a Yé. No obstante, Yé ha conservado, y conserva todavía hoy, un cierto papel de referencia. Por una parte, la Parroquia de San Francisco Javier incluía, a los pueblos de la Graciosa y de Órzola y, por otra, dentro del municipio de Haría, Yé es siempre cita obligada para las elecciones, dándole un ambiente de cierta notoriedad.
Mientras la vida del pueblo iba adelante en la más absoluta normalidad, mis vueltas a Lanzarote y a Yé ocurrían en los veranos. Durante los mismos, podía observar los cambios profundos y la transformación continua que se estaba produciendo. En efecto, las fabricas de conservas, el turismo y la demanda de trabajadores en el sector servicios absorbió la mano de obra que se había desplazado en busca de trabajo.
La preocupación de la gente por hacerse su casa en Arrecife y la necesidad de trabajar para afrontar las nuevas exigencias de vida en la capital hizo que el pueblo de Yé, al que se acudía de tarde en tarde, quedara medio muerto, con muy poca vida. Mientras tanto, el turismo invadía poco a poco Lanzarote e influía tremendamente en los conejeros, sin que se pudieran sustraer a sus influencias y sin estar preparados para asumir esta realidad que les estaba cambiando la vida. Muchos valores, que hasta ahora habían sido constitutivos de la identidad y de la manera de ser de la gente de Lanzarote, empezaban a cambiar o a olvidarse porque el dinero y el trabajo aparecían como los nuevos dioses de Lanzarote.
Mis reencuentros con la isla me producían una sensación extraña, algo así como si uno volviera a un país extranjero, ya no se sentía uno en su casa ni entre su gente y, naturalmente, las cosas ya no eran como antes.
Vivía la experiencia del desarraigo, con la conciencia de que se había entrado en una fase de retroceso, propia de la confusión y de la falta de protección. De alguna manera, todos nos habíamos convertido en turistas y esto se notaba en la formas de vida, en la economía, en las costumbres y hasta en una incapacidad de adaptación, que pagaron especialmente los jóvenes. Por una parte, la especulación y el dinero fácil han vendido la isla de Lanzarote y, por otra, la corrupción ha pervertido la buena imagen de la isla. No se puede decir que se haya dado una prioridad por la cultura, aprovechando la etapa de prosperidad de estos últimos años. Por el contrario, parece que el ocio y las fiestas hayan ocupado la atención de los políticos, olvidando que el futuro de un pueblo depende de la siembra de la cultura, es decir de los valores y de las formas de vida capaces de edificar una convivencia justa, unas relaciones fraternas y de educar personas libres y liberadoras.
El paso de los años, una vez muchos de sus hijos han conseguido la estabilidad, ha devuelto a Yé su propia fisonomía. Los últimos años han servido para que los habitantes del pueblo hayan recuperado sus raíces y hayan recalado de nuevo en Yé, unos restaurando la casa paterna, otros construyendo nuevas edificaciones y algunos haciendo productivo el “cachito” de tierra abandonada durante años. Ciertamente, Yé es todavía una reserva natural, un espacio que debemos proteger y cuidar, un lugar privilegiado para vivir en contactos con la naturaleza, un antídoto contra el estrés, un paraíso para el descanso. De hecho, aprovechando las estupendas condiciones del pueblo, Yé posee hermosos parques, una espléndida Iglesia, un bar, un buen restaurante y tenemos hasta un hotel rural, que prestigia también al pueblo y le da una proyección nacional e internacional.
Además, hay que reconocer que el Centro Socio Cultural de Yé ha jugado un papel importante en la vida social y cultural del mismo. Cada día se abre como un lugar de encuentro para hombres y mujeres tanto para el juego de la bola, de las cartas o del dominó o del bingo. Pero lo más importante es que rescata a la mayoría de los adultos y mayores del pueblo de la soledad y posibilita la comunicación y el intercambio, garantía de una vida social sana. La potenciación de las fiestas ha propiciado que en los vecinos del pueblo se haya despertado una generación de artistas que animan y protagonizan los actos culturales y recreativos de Yé, de tal manera que cada año superan un reto artístico con notable éxito. La fiesta la hacemos entre todos y a su vez sirve para que todos nos sintamos partícipes de la misma.
Quiero destacar el realce que han ido adquiriendo las fiestas de Yé como una cita obligada de todos los vecinos que, año tras año, se esfuerzan por ofrecer a los habitantes del pueblo y a los visitantes el modo de como se pueden hacer unas fiestas divertidas y entretenidas con pocos medios pero con muchísima voluntad y, sobre todo, con un enorme cariño. Les animo a seguir con ese talante sencillo de quien quiere alegrar la vida de los demás dando lo mejor de sí mismos.
Ciertamente, el presente de Yé está cargado de posibilidades para garantizar una calidad de vida extraordinaria. En efecto, siendo pocos los habitantes es posible vivir unas relaciones de familia, donde la comunicación y el trato frecuente permiten hacer crecer los lazos ya existentes. De hecho, la preocupación y la disponibilidad de unos para con otros es una expresión de esta sensibilidad familiar. Hago desde aquí una llamada a la unidad y a la reconciliación en orden a asegurar un futuro más digno y más próspero porque, sin duda, la unión es el patrimonio más rico de un pueblo.
Por otra parte, la oferta del ocio y del descanso para los mayores se presenta como un desafío, evitando así el que se encierren en sus casas. El encuentro, el juego, el deporte son elementos fundamentales para que nuestros mayores sigan conservándose jóvenes y sanos y, al mismo tiempo, es un estímulo para los niños y los jóvenes que viene detrás. Por eso, es importante seguir cuidando las condiciones de vida de nuestros mayores, prestándoles atención en todo lo que necesiten, en orden a hacer posible que la última etapa de sus vidas pueda ser verdaderamente feliz.
Yé reúne unas características particulares que lo hacen único. Enclavado a los pies de la Corona favorece el montañismo y permite contemplar el maravilloso espectáculo del “archipiélago chinito”; colocado sobre los acantilados del Risco invita a disfrutar de las incomparables playas de Bajo Risco; vigilado por la Torrecilla propicia el acercarse a las formidables playas de Arrieta y de Órzola y aprovechando la orografía y las carreteras del norte propicia un buen paseo en bicicleta hasta Mala, pasando por lugares emblemáticos como los Almacenes y los Lajares. Todo ello en un entorno ecológico que hemos de cuidar y administrar con inteligencia y visión de futuro, sustrayéndonos a la tentación de venderlo todo, si pensar en el mañana.
Sin embargo, muchas de estas posibilidades quedan truncadas por la incomunicación. Aún no se ha resuelto el problemas del transporte en Yé. No resolverlo sería condenar al pueblo al aislamiento. Y menos aún se comprende que en el siglo XXI no exista una red de transporte que una a todos los pueblos de la isla. Naturalmente, solucionarlo comporta asumir que el bien común está por encima de la rentabilidad económica. Ciertamente, hay que pensar, en primer lugar, en los habitantes del pueblo, pero también, en los visitantes que se ven privados de poder acercarse a disfrutar del paisaje y de la vida de Yé.
La distancia de Lanzarote, sobre todo en mis últimos años viviendo en Roma me han hecho soñar muchas veces en el pueblo que uno desearía para el futuro. Precisamente viviendo en una ciudad cosmopolita y universal como es la ciudad eterna es cuando se echa de menos lo particular, lo concreto, lo pequeño, la tierra que te vio nacer, hasta tal punto, que se convierte en una regencia que te da seguridad y te devuelve tu identidad más profunda. El paso de los años despierta la nostalgia hasta la emoción y hace necesario remontarse hasta la infancia para saber de donde vienes y de donde eres, sin perderte en medio de la masa y de las grandes ciudades, en definitiva para seguir siendo uno mismo.
Sueño con un pueblo que siga siendo trabajador, pero que no haga del trabajo la única razón de su vida, sino que se abra a los valores de la familia, la amistad, la acogida y la apertura.
Sueño con un pueblo tranquilo, alegre, sereno, optimista en el que todos colaboraran, participaran y se sintieran responsables de mejorar las condiciones de la vida de todos, especialmente de los mayores, que constituyen el patrimonio humano más preciado de un pueblo.
Sueño con un pueblo capaz de relacionarse con otros y de enriquecerse y enriquecer a los demás, que sale de sí mismo, que convive con otras gentes, que es capaz de acoger y de integrar a los emigrantes y sabe compartir con ellos, sin hacer distinciones y sin vivir en la desconfianza.
Sueño con un pueblo que sepa conservar sus raíces, sus tradiciones, sus costumbres, su religiosidad, sea capaz de trasmitirlas a las generaciones que vienen, como su mejor tesoro y como su mejor herencia.
Sueño con un pueblo que cuide el entorno, que no entre el la dinámica de la especulación y de venderlo todo sin pensar en las consecuencias del futuro.
Finalmente, sueño con un pueblo lleno de vida, solidario, abierto y unido en el que la bondad de los habitantes de Yé sea conocida y donde todos los que pasen por el pueblo se puedan encontrar como en su propia casa.
Termino, invitando a todos a participar en la fiesta, a disfrutar de estos días de encuentro y de amistad, a que sean ustedes los verdaderos protagonistas de los momentos de diversión y de alegría, a que acojan y hagan participar a todos los que vengan a compartir la fiesta con nosotros. Que todos puedan recordar estos días como días bonitos, días de familia, días de amistad, días de convivencia y que este grato recuerdo les impulse y les anime a caminar hacia el futuro con esperanza y con ilusión.
Que nuestro patrono San Francisco Javier nos traiga siempre la bendición de Dios, que él acompañe siempre a todos y cada uno de los habitantes de Yé y de cuantos nos visitan, que proteja y bendiga los sueños y proyectos que hagan posible una vida mejor para todos y que nos ayude a sembrar los valores de la vida y del Evangelio por los que el vivió y supo dar la vida. Que San Francisco Javier nos bendiga a todos.
¡Viva San Francisco Javier! ¡Viva San Francisco Javier! ¡Viva Yé! ¡Viva Yé! ¡Vivan los habitantes de Yé!
Agradezco especialmente a la comisión de fiestas su entusiasmo y su esfuerzo para hacer posible unas fiestas dignas y participadas, que cada año se van superando.
Muchas gracias a todos.