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Pregones
de Yé
Buenas noches a todos. Un año más el pueblo de Yé se viste de gala, con sus banderas, con sus vecinos, con su gente, y a todos aquellos que vengan a visitarnos sean muy bien recibidos.
Este año me ha tocado a mí dar el pregón, pues yo, qué tengo que decir, que el pueblo de Yé es pequeño pero al mismo tiempo muy acogedor, con la Montaña de la Corona presenciando todos los pasos de sus conciudadanos. Que yo recuerde, habitaba en el pueblo diez familias, es decir, diez apellidos: los Socas, los Delgados; los Perdomo, los Morales, los Figueroa, los Monteros, los García, los Hernández, los Cedrés y los Dorta. Espero que no se me haya quedado ninguno detrás.
Con el tiempo cada uno fue buscando su destino, ya que ello es ley de vida. Yo me fui para La Graciosa quedando en Yé mis padres y mi hermano. Me casé con un habitante de esa pequeña isla, quien mostró y ha seguido mostrando, hoy día, el cariño hacia mi persona. Al poco tiempo de casada, mis padres se vinieron a vivir conmigo a La Graciosa por motivos de enfermedad. Allí estuve viviendo once años. Luego me fui para Arrecife y finalmente he vuelto de nuevo a mi pueblo natal, donde me encuentro muy bien. Eso sí, de vez en cuando alterno, bien por un motivo o por otro, mi estancia con Arrecife.
Esto mismo que me ha pasado a mí, creo que le ocurre también a otros muchos, que por diversas circunstancias viven en la capital de la isla, y esperan con ansia que llegue el fin de semana para venir a respirar el aire puro de este pueblo de Yé.
En cuanto a las fiestas, todos sabemos que a pesar de ser un pueblo pequeño, nos conformábamos con lo que había. Antiguamente sólo teníamos los bailes, que se hacían en el Casino los sábados. Allí Juan Manuel repicaba el timple porque era buen tocador, otros tocaban la guitarra y a veces venían los de La Graciosa y tocaban el laúd.
Actualmente, la fiesta ha ido mejorando, por ejemplo hace doce años que se están representando pequeñas obras de teatro a cargo de los vecinos del pueblo. Yo, personalmente estuve siete años sin participar en ellas por las circunstancias de la vida, pero ahí han estado mis compañeros al pie del cañón año tras año. Este año he vuelto de nuevo, y con la misma ilusión con la que empecé la primera vez. Creo que este pueblo se lo merece.
A modo de anécdota, cuando llegaban las fiestas de Santa Bárbara y San Juan todo el mundo nos poníamos contentos, ello significaba que íbamos a ir caminando al baile de Máguez y de Haría y, que volveríamos de la misma forma. Todo era una diversión. Sin embargo hoy todos tenemos coche, y le damos gracias a Dios porque el cambio ha sido bueno para todos.
No quisiera olvidarme de cómo celebrábamos las fiestas de Carnavales. Los novios se ponían los trajes de las novias, nosotras nos hacíamos los disfraces con sábanas que luego adornábamos con lo que buenamente podíamos. Después visitábamos las casas de los vecinos, quienes nos ofrecían mistela y torrijas. La verdad que nos lo pasábamos muy bien con las cosas de pueblo.
Y ya que salió el tema de los novios, se me viene a la memoria aquella época de noviazgo. Cuando venían los novios a hablar con nosotras, preparábamos dos sillas en una habitación, pero éstas tenían que estar bien separadas, nuestras madres no nos dejaban unirlas bajo ningún concepto. Cuando eran las seis o siete de la tarde, estaban fijas pasando por delante de la puerta porque querían que ya ellos se fueran. Ellas nos cuidaban mucho.
Otra anécdota muy significativa que me contó Luisa, dice que cuando iban a Haría, a tostar y moler gofio, ella y otra, como no tenían muchos zapatos llevaba un par; empezaban el camino descalzas pero cuando llegaban a La Cruz cada una se ponía uno. En el otro pie, se amarraban un trapo en uno de los dedos para hacer ver a la gente que lo tenían enfermo.
Quiero terminar diciendo que hoy día Yé es un pueblo no sólo admirado por nosotros como vecinos, sino también por muchas de las personas que lo visitan, ya que yo, soy testigo. Cuando pasan por delante de mi casa, para subir hacía la Montaña de la Corona, se les ve ilusionados por llegar a la cima, pero cuando ya vienen de vuelta, en sus caras se refleja la gran admiración por lo que han visto. Muchas veces les pregunto si les ha gustado el volcán, y ellos me contestan que efectivamente sí que les ha gustado, pero que es la sensación que se vive arriba, el ver a un pueblecito con sus pequeñas casas blancas rodeado de ese paraje tan particular. Desde allí, aunque el día sea caluroso siempre el frescor propio de Yé es palpable.
Como han podido escuchar nuestra vida en el pueblo era bastante tranquila, donde el sosiego y la paz brillaban día a día. Yo me acuerdo de aquellas noches de luna, que nos sentábamos en la calle todos los vecinos a hablar, todos en armonía, dialogando, porque en ese tiempo no había televisión ni ninguna otra diversión, pero nosotros lo pasábamos bien.
Bueno, ya me despido, no sin antes agradecer a la Comisión de Fiestas lo que are por el pueblo y al mismo tiempo los felicito porque gracias a ellos estamos todos nosotros aquí.
Les deseo felices fiestas a todos. Gracias. Buenas noches.