PREGONES > Pregones de Yé
Buenas noches:
En la vida hay muchas cosas que a un ser humano le pueden hacer realmente ilusión. Una de ellas es sin duda el extraño instante en el que a uno le nombran pregonero de las fiestas de su pueblo natal. No sé realmente qué he hecho para merecer tal distinción. Sea lo que sea, doy las gracias a la vida y doy las gracias a los que lo han entendido así. Y en especial a la Comisión de Fiestas de este pueblo.
No es sencillo describir cómo me sentí el día en el que me dijeron que iba a tener el honor que ahora cumplo. Los sentimientos fueron encontrados: emoción, alegría, orgullo, responsabilidad... Todo en uno. Las imágenes fueron pasando de forma desordenada por mi mente. Un torrente de recuerdos que sabía que debía poner en su sitio.
No es fácil ordenar con pocas palabras y con la obligación de no aburrir a la gente las cosas que uno quiere contar en un día como este. Por eso, y aunque sé que muchos me conocen, pensé que era más sencillo que hiciera un recorrido por mi vida, la del niño con sueños que fui y la del hombre con sueños que soy, ese que ha procurado pasar por este Valle de Lágrimas siempre con una sonrisa en la boca.
Cuando yo era niño Lanzarote no era lo que es hoy. De hecho, ser niño y llegar a grande no era tarea sencilla. La medicina que teníamos era la que la época y la distancia nos permitía. Cuántos no lo consiguieron, cuántos no llegaron a adultos. Para ellos, mi primer recuerdo. Era un Lanzarote de la necesidad constante, pero también era un Lanzarote de la lucha y de la permanente batalla con unas circunstancias que hoy tal vez no se recuerdan, pero que eran terriblemente duras.
Perdí a mi padre a los cinco años. Fue el primer golpe duro que recuerdo. Mi madre y mis hermanos tuvieron que pelear mucho y hacer muchos sacrificios para sacar a la familia adelante. Sé que no fuimos los únicos que lo tuvimos que hacer, pero sería injusto si no valorara lo que ellos hicieron entonces por mí. Son mi familia, y fueron el primer pilar en el que se sustentó mi vida.
La verdad es que tuve mucha suerte, fui un niño con suerte. Cuando nací me amamantaron dos mujeres: mi madre y María Luisa, la señora del bueno de Emeterio, que en paz descanse. Así, soy de los pocos que pueden presumir de sentirse doblemente hijo de Yé, porque me criaron dos madres de Yé. Es mi pueblo, como lo es Haría, y desde niño he sentido que aquí están mis raíces, y aquí quiero que permanezcan.
Echando la vista atrás tengo más recuerdos casi de los olores que de las imágenes de mi infancia. Olor a campo, olor a hierba, olor a mar, olor a trigo, olor a millo, olor a tabaco... Yé era en aquellos tiempos un pueblo cien por cien agrícola y ganadero, con hombres y mujeres sacrificados que se levantaban al alba y que se acostaban con la primera luna; no había otro modo de llevar el sustento a sus familias.
Los jóvenes de hoy en día tal vez no se imaginan lo que tuvieron que hacer sus padres, sus abuelos. Recuerdo a los jóvenes de Yé bajando por el Risco para ir a trabajar a las Salinas. Bajaban por el peligroso camino de madrugada y regresaban por ese mismo y peligroso camino por la tarde. En aquella época no hacían falta pruebas deportivas de máximo riesgo. El riesgo lo ponía la vida, la supervivencia. Qué cosas, ¿verdad?
Este pueblo tuvo dos escuelas unitarias, con grandes maestros. No me acordaré seguramente de todos, pero sí puedo nombrar a don Arcadio, a Doña Carmen, a don Rafael, a don Emeterio y a DON Juan González Fierro.... Hombres y mujeres que también lucharon mucho para educarnos y para formarnos, para hacer posible que a través del conocimiento tuviéramos un porvenir distinto al que nos marcaba la propia realidad geográfica del mundo en el que nos desenvolvíamos. Antes de la construcción de lo que hoy es el Centro Sociocultural, la escuela estaba en lo que anteriormente fue la iglesia, hasta que finalmente se pudo construir el centro que hoy todavía perdura.
Parece mentira pero cuando yo era niño Yé era un pueblo que tenía unos seiscientos habitantes, todos conocidos y todos remando en la misma dirección. No todo eran penurias. También había tiempo para la alegría. De hecho, en un pueblo tan chico teníamos tres cantinas, la de Guillermo Dorta, la de Domingo Perdomo y la de Luciano, y dos tiendas, la de Ginés y la de Guadalupe. Lo tengo muy fresco en la memoria, como muchas personas de mi generación. Junto al bar de Domingo Perdomo en el Tefío había un salón en el que se celebraban singulares bailes de timple y guitarra todos los fines de semana. También nos gustaba ir de asadero, que no se crean los jóvenes de ahora que lo han inventado ellos. Ahora, nuestros asaderos, como a los que acudíamos en el camión de Emilio, eran muy distintos a los de ahora. Aunque les apuesto lo que quieran a que la carne y el pescado eran mejores. Parrandas entrañables y películas de don Luciano, y el pan que nos traía Claudio Figueroa. ¡Qué recuerdos, qué tiempos tan bonitos!
Yé siempre fue un pueblo de gente emprendedora. Teníamos buenos comerciantes: Guillermo Dorta, Vicente Perdomo, Antonio Perdomo, Tomas Niz, Domingo Perdomo, Santiago Montero, Claudio Figueroa....De estos comerciantes partían numerosas ideas y proyectos, partían además muchos productos que se vendían fuera, principalmente en Las Palmas. Entre ellos, uno de los cultivos importantes del pueblo, el tabaco. Lo recuerdo como si fuera hoy, el olor de las plantaciones, una hoja de enorme calidad, que en su mayor parte se vendía a Pablo Betancort, conocido como el Botador.
Cuando gente todavía joven como yo me considero contamos a los más jóvenes de edad que en nuestros tiempos no había ni televisión, ni vídeos y mucho menos Internet, se parten de risa. Pero cuando les cuento que no teníamos ni luz eléctrica, se creen que éramos trogloditas. Y no lo éramos, éramos una sociedad atrasada en lo tecnológico que buscaba el progreso como cualquier otra de su época. Recuerdo que para estudiar utilizábamos en casa faroles, quinqueles y velas, hasta que Javier Reyes puso en la cocina un farolillo de gas. La primera tele, en blanco y negro, por supuesto. Una televisión de batería que mi cuñado Manolo tenía que ir a buscar a Haría, a la molina de Juan Pablo. ¡Qué tiempos tan duros, qué tiempos tan felices! Los recuerdo y no puedo retirar la sonrisa del rostro.
Empecé mis estudios en una de esas escuelas de entonces, la escuela unitaria de Yé, en la época de don Arcadio. Era una buena escuela, en la que la disciplina fue fundamental para forjar a mi generación. No había debates sobre si religión sí o religión no, porque todos acudíamos a misa los domingos sin faltar. Nuestras madres nos corrían a cogotazos si se nos ocurría pensar en no hacerlo. Pero no siempre era aquello de la letra con sangre entra. También hubo mucho cariño en esas aulas.
De Yé pasé a Haría, con don Félix Robayna y con don Rafael Perdomo, conocido por Cabrilla. También pasé por la academia que tenía Juan Santana y su hermano Jorge. Luego, de Haría a Arrecife a la academia de don Agustín Acosta, para volver a Haría al colegio libre adaptado, cuya directora era María Luisa Perdomo. Terminé el bachiller elemental y de nuevo rumbo al Puerto, al Instituto Blas Cabrera Felipe, donde hice el bachiller superior y el curso de orientación universitaria.
Cuento esto y alguno de los presentes verá al típico abuelo cebolleta y a sus típicas batallas, pero es la pura verdad, y no hablo del periodo jurásico. La gente de Haría íbamos a otros puntos de la Isla caminando. Cuando había algo de suerte, en burro o en camello, que eran pocas veces, porque a los pobres animalitos los teníamos dedicados a las labores del campo, y no estaban para hacer de chóferes.
Un día, lo recuerdo también como si fuera hoy, quise permitirme uno de los caprichos de la época, ¡Qué cosas! Quería comerme una naranja. Deseaba por encima de todas las cosas comerme una naranja de ombligo. Fui y se la compré a Estela, la de Juan Rafael, el Zapatero. Como no tenía dinero, le dije que se lo apuntara a mi hermana Susa. Me fui más ancho que largo, y disfruté como no había disfrutado antes de aquella naranja, hasta que mi madre se enteró y la reprimenda por aquel fiado descompensó el gusto del sabor único de la fruta de mi pueblo.
Confieso hoy aquí que no nos oyen en el Puerto que a mí Arrecife no me gustaba nada. Prefería pasar el mayor tiempo posible en el norte, en mi norte. Pero había que ir. Y cuando no iba con Gregorio el marido de Susa en su camión me llevaba mi hermano en la moto Emeuve o en la Montesa. Me solía dejar en la zona del Lomo, y de allí yo me iba a las Cuatro Esquinas, donde me encontraba con Calixto y Perico el de San Bartolomé. No voy a contar las cosas que hacíamos en aquella época. También encontrábamos la forma de divertirnos.
Pero era muy importante ir a Arrecife. A mí me asustaba, como a muchos niños de mi generación, que nos sentíamos mucho más confortables en nuestro entorno natural. Sin embargo, reconozco que fue muy instructivo, muy didáctico, que hicieron bien nuestros mayores en hacer que visitáramos y que conociéramos la capital de Lanzarote.
Después de estar en Arrecife tuve la oportunidad y la suerte de ir a La Laguna a estudiar Derecho. La Laguna está muy bien, y por el clima a veces me recordaba a Haría. Pero mi Yé era mi Yé, y mi Haría era mi Haría, y los echaba de menos. Sobre todo echaba en falta esos olores de los que les hablaba al principio. Estaba tremendamente orgulloso de mis orígenes. De hecho, cuando algún compañero me preguntaba que de dónde era, hinchaba el pecho como un gallo cantarín (no el de Pepe Benavente, el otro) y contestaba que de YE. Me faltaba añadir, porque lo pensaba, que a mucha honra.
Cuando terminé mis estudios llegó una de las partes más importantes de mi vida, la que me ha dado muchas alegrías pero también muchos disgustos: la política.
Siendo muy joven me invitaron a participar en política. Al principio me resistí, no me veía en el papel. Luego descubrí poco a poco que había algo en mi interior que me empujaba a estar en lo que por aquel entonces era un acto voluntario de representación de tus vecinos, de traslado de unos ideales a las administraciones públicas que acabábamos de crear entre todos y que caminaban en pañales. Todo muy distinto a la política de hoy en día, la del siglo XXL
Un grupo de amigos me convencieron de que tenía que estar con ellos, y que debía hacerlo en las filas del Partido Socialista, que por aquel entonces tenía una importancia tremenda en toda la Isla y en especial en Haría. Y fui con ellos, fui con el amigo Agustín Torres, con Luis Fajardo, con Segundo Rodríguez, con Enrique Pérez Parrilla y con el resto de amigos de la familia socialista que por entonces fuimos capaces de crear.
Mi deseo de ayudar a mi municipio estaba por encima de las siglas y de cualquier ambición personal. Poco a poco me fui convenciendo de que estaba acertando en mi decisión, que aspirar a ser alcalde de Haría era lo mejor que podía hacer para cumplir el objetivo marcado. ¿Qué mayor orgullo puede haber para cualquier vecino que ser el alcalde de su pueblo? Tal vez en estos tiempos no se entienda, pero en aquella época, cuando se iba a la política a servir y no a servirse, era así, un verdadero orgullo.
Como saben, fui alcalde de Haría durante muchos años. Logré el objetivo que me marqué siendo joven de la mano de aquellos amigos. Imagino que será la Historia la que tendrá que juzgar si lo hice bien o si lo hice mal, si fui un buen o un mal alcalde. Mientras llega ese juicio, el de la Historia, el mío lo tengo muy claro. Sé que cometí muchos errores, errores que fueron fruto principalmente de las ganas de hacer cosas y de las ganas de trabajar para que el Haría que conocíamos fuera un Haría mucho mejor. Quería que el Haría que heredaran mis hijos no tuviera las enormes dificultades del Haría en el que tuvieron que vivir mis padres. Por eso, y no por otra cosa, el balance que yo hago de mi paso por la política no puede ser más que positivo. Di todo lo que tenía, y traté de hacerlo lo mejor posible, afrontando cada día como un reto bonito en la defensa de los intereses de los míos, de los ciudadanos a los que con tanto orgullo representaba.
Detesto la falsa modestia. Es algo que no va conmigo. Por eso, con la oportunidad que me han brindado de ser el pregonero de mi pueblo, me he puesto a echar cuentas de mi paso por la política, y las cuentas me salen. En dieciséis años de servicio público llegué a ser miembro de la extinta Junta de Canarias, en representación del Cabildo de Lanzarote. Allí tuve el honor de participar junto al añorado Rafael Stinga en la elaboración del Estatuto de Autonomía. El equilibrio entre islas, la triple paridad de la que tanto se habla estos días, salió de aquellos debates, y fue un tremendo acierto.
Fui senador por la isla de Lanzarote, y sé, me consta, que logré desatascar no pocos asuntos y sacar adelante otros muchos nuevos que mejoraron el mundo en el que tenemos la suerte de vivir. También fui diputado en el Parlamento de Canarias, donde trabajé en la misma línea, en la defensa de mi isla y de mi municipio. Fui vicepresidente del Cabildo de Lanzarote y consejero de Hacienda. No voy a decir que barriera siempre para casa como lo hacía el bueno de Antonio Castro en La Palma, pero sí tuve muy presente a mis vecinos. En aquella época fui también vicepresidente del Consorcio del Agua, junto a Guillermo León Russo, y ambos podemos sentirnos contentos al hablar de que dejamos la empresa del agua en números azules, no en los rojos que vinieron después.
Me nombraron consejero de la Caja insular de Ahorros de Canarias, bajo la dirección del actual dueño del rotativo Canarias 7, Juan Francisco García. Fui además director general de Trabajo del Gobierno de Canarias en el Gobierno de Román Rodríguez...
Y otras cosas más que no cuento para no cansarles. Muchos años dedicados a la política, al servicio público, siempre además contando con el respaldo y el apoyo de mis vecinos. El balance, como les digo, lleno de cosas buenas y de cosas malas que guardo en el zurrón de los recuerdos. Las buenas, la entrega a la causa justa de traer a Haría todo lo que merecía. Fueron tiempos en los que instalamos la red de agua que hoy conocemos, la luz, los postes y las cabinas de teléfono, el teléfono en las casas, la televisión... Fueron tiempos en los que creamos la iglesia actual, el Centro Sociocultural, el adecentamiento y embellecimiento del pueblo, el asfaltado de todos los rincones del municipio, el arreglo de los caminos agrícolas... ¡Y cómo estaban aquellos caminos! Muchos de ellos totalmente destrozados, en ocasiones por la lluvia y casi siempre por la falta de mantenimiento. Algunos se acordarán de que llevábamos zapatillas para pasar por ellos y los zapatos viajaban con nosotros en una bolsa cuando llovía. ¡Qué tiempos, ¿verdad?!
Me gustaría aprovechar este día para sincerarme una vez más con todos mis vecinos. La mayoría lo sabe, pero no está de más recordarlo. Jamás utilicé la política en beneficio propio, jamás utilicé la política para nada que no fuera la búsqueda del bien común. Siempre traté de ser honesto, de ser justo, aunque, como dije antes, cometiendo errores que en algunos casos pagué muy caros. En la trayectoria política de cualquiera siempre aparecen piedras en el camino. En mi caso, ya fuera del Ayuntamiento, esas piedras se transformaron en auténticos riscos. Aunque es para mí un tiempo de alegría, no sería justo semblar mi trayectoria sin reconocer que tuve que afrontar una situación tremendamente dura, que no se la deseo ni al peor de mis enemigos, que alguno he tenido. Pero queridos vecinos, en esta vida todo se supera si uno tiene fe y la conciencia tranquila, y por suerte el tiempo va poniendo a cada uno en su sitio, en el sitio que cada uno merece.
En mi caso, como en el de la mayoría, de las desgracias y de los malos momentos también he sabido sacar cosas positivas. Uno aprende mucho, y sale reforzado. Eso si además cuentas con el apoyo de una gran familia como la que presumo de tener. Todo queda en simple anécdota, salvo en la conciencia o en el corazón de los que siempre buscan el mal ajeno, por razones que sólo ellos conocen. Como dice mi hija María, que por cierto fue bautizada en este pueblo, "para otras no hay que mirar ni siquiera para coger arrancadilla".
Yé se ha ido transformando con los años. Poco a poco se fue quedando sin habitantes, porque la gente se tuvo que marchar a la capital a trabajar en las conserveras, en la pesca, en empresas de todo tipo, tanto públicas como privadas. Hasta que llegó el turismo. Curiosamente, los nuestros, los de Yé, se asentaron en su mayor parte en el barrio de Altavista. Lo que no cambió fueron los momentos entrañables, aquellos en los que te podías echar un vaso de vino en las cantinas del pueblo con los amigos, los cabildos, las tertulias que se formaban y duraban hasta las tantas en las puertas de las casas.
Ahora, muchos años después, los hijos y los nietos de aquellos "emigrantes" están regresando al pueblo, o bien haciéndose sus propias casas u ocupando las de sus familias.
Yé está recuperando su identidad y la posición que merece. Como no puede ser de otro modo. Tenemos un pueblo hermoso, enclavado en el Monumento Natural del Volcán de la Corona, con un paisaje y un clima único, con unas vistas al Archipiélago Chinijo que con todo cariño les digo que quisieran el resto de pueblos de Canarias.
Me gustaría que mi pueblo conservara ese entorno, que mantuviera sus tradiciones vivas, su hospitalidad, su ausencia de especulación. Me gustaría que mi pueblo siga siendo por los siglos de los siglos ese lugar en el que parece que el tiempo se detiene, en el que se respira paz, tranquilidad, sosiego.
Antes de terminar, querría leer un poemita, como él los llamaba, escrito por don Sebastián Sosa Barroso, que fue pregonero de las Fiestas de San Juan de Haría en 1992. Fue director del Instituto Agustín Espinosa y profesor mío:
YE
Ye, breve, escondido
que no quiere ver la
mar.
Ye, breve caserío,
que se aguareció en
volcán.
Ye, higo pico en tuneras;
Ye, higo de leche en
higueras.
Ye, pardela mansa en
altura
que se posó a descansar
cansada de tanto viento
y de rumores de mar.
Ye no quiere ver islotes
navegando a la deriva
envueltos en temporal.
Prefiere sembrar los
granos
y ofrecerlos en altar.
Ye no quiere ver los
barcos
ni las caricias del mar
prefiere quedarse sola
soñando su soledad.
Termino este pregón que tanta alegría me ha dado hacer y que espero que les haya gustado siendo bien nacido, dando las gracias a la Comisión de Fiestas, al Ayuntamiento de Haría, a mi pueblo y en especial a la persona que no había mencionado hasta ahora, y que guardaba para el final, a mi esposa, porque sin su apoyo constante en los tiempos difíciles que nos ha tocado vivir habría sido imposible que hoy estuviera aquí con esta sonrisa y con esta emoción que siento; sin ella, no habría podido salir adelante, no habría estado hoy aquí con mi pueblo y con mi gente. Sabe que la quiero con todo el corazón y que no habrá vidas suficientes para poder compensar lo mucho que me ha dado.
Ahora es tiempo para divertirse, para disfrutar del jolgorio.
¡Felices Fiestas a todos!
¡Viva San Francisco Javier!
¡Viva Yé, mi pueblo!
Y muchas gracias a todos, de corazón