Geografía/ Datos geográficos

 

FUENTE: Obra escogida: Lanzarote

 Sabido es que Lanzarote se alza verticalmente, por su cabecera, como divisoria de las islas menores del Archipiélago Canario. El punto más elevado de Maoh está en la zona de Famara, en las Peñas del Chache, 675 metros, aunque para la contemplación sea la Vista del Río un lugar de ensueños, desde donde se ve el mar abajo, como en abismo, guarneciendo playas, puntas e islitas. La balconada de Guatifay, que merece ser declarada sitio natural de interés nacional, causa especial sensación en quienes a ella se asoman, acaso, porque desde tan peregrino mirador se admira al océano en su auténtica plenitud, poblado por la más variada y maravillosa gama de colores irisados. Se ven playas blanquísimas, majestuo­samente solitarias, llenas de dulce intimismo, y rocas lapislázulis precediendo a los cráteres perfectos, coronas volcánicas de un mundo exótico y liliputiense apenas emergido sobre los hombros de Atlas. La vela latina, henchida al sol, relum­brante, deja entrever el tipismo de los barquillos rumbeando caprichosamente encima de la tersura azul de las aguas, tan tranquilas que parecen remanso de laguna.

lanzaroteLlegar al pie de Famara, procedente del Archipiélago menor, significa algo tan hermoso como recordar la contemplación de las isletas, pequeños mundos distintos, engarzadas al pandero azul, con sol y horizontes nítidos, para disponer al espíritu, ya ejercitado, a la visión perfecta de una gran mole piramidal, que no otra cosa es la famosa crestería de Guatifay. Antes de escalar este balcón na­tural, todavía hallará el viajero sorpresas como la de ver a varios hombres, dra­máticamente adheridos a los cantiles, o colgados de gruesa soga, cual riesgo circense, que con ágil maniobra de equilibrio y palanca hurgan las covachas para cazar pardelas, sin miedo al abismo que se les abre bramando bajo los pies ni a los sanguinarios alfaneques que merodean engodados por la pollería procelaria y llorona. Hacia los Fariones está la fuente de Aguza, donde siempre bebieron los caballeros pescadores, en torno a la cual han crecido las junqueras con que los hijos de La Graciosa confeccionan sus pintorescos «valallos», labor de cestería, de verdadero renombre en la artesanía insular:

«El niño trenzaba sogas,
la madre pone el puchero».

Supónese que sea de Famara la parte primera que emergió de las entrañas submarinas, hace varios milenios, a causa de las graves explosiones que originaron a la Isla de Los Volcanes, cuyo vestigio más importante está constituido por este semicráter que forma la dicha crestería. Este soberbio risco de Famara, con grande pronunciamiento y bravura, es todo basalto que desciende a pico sobre el mar desde una altura no inferior a los 400 metros.

El pie de Famara fue siempre un importante estacionamiento pastoril, y cons­tituyó un problema humano. El agua que se filtra risco abajo obligó a los primi­tivos pastores a la vida trashumante en torno a esas fuentes como la de las Palomas y de Aguza, espontáneas y únicas en la actualidad. Por eso, los «majos» de Lanzarote dejaron en las inmediaciones claras huellas, representadas por la gama de cerámicas de diversa época prehistórica, e incluso modelaciones más recientes, por lo que su clasificación exige cariño y cuidado. La existencia de agua, en una isla que no la conocía sino de lluvia', dio lugar al éxodo de los abo­rígenes hacia Famara, continuando la trashumancia hasta casi nuestros días, mien­tras se abrían pozos y más pozos junto al mar para abastecer, en todo tiempo, a las tardas caravanas de dromedarios vagantes por el paisaje llagoso y reseco, como lengua de desierto. Así, durante siglos, fue transportado el oro linfático a los más apartados rincones de Lanzarote. Con el devenir se hicieron perforacio­nes, importantes galerías, que manan en la actualidad suficiente remedio para las necesidades de la isla. Una de las galerías parte en dirección a la ermita de Las Nieves, y otra hacia la Peñas del Chache, en cuyo cruce se abrió un pozo de 70 metros de profundidad. La distancia de los yacimientos acuíferos, incipiente aún, ha dado lugar a una red distribuidora que, como una enorme tela de araña alcanza y enhebra a los pueblos sedientos. El 27 de junio de 1953 la isla de Lanza rote celebraba la Fiesta del Agua con actos emotivos que, si no fueron aparatosos, sí resultaron emocionantes para un pedazo de mundo sometido siempre, res pecto al agua, a restricciones infrahumanas'. Como testigo singular quede «Guito», pregonero:

«Hubo el sábado en el pueblo
una gran festividad
«pa» celebrar la llegada
del agua a la capital.
Desde por la mañanita
nos dio la Banda una diana
con cohetes, voladores,
y repique de campanas.
Después hubo una comida
—sin aspavientos ni lujo-
para premiar el trabajo
de los hombres de Corujo.
Comida también, servida,
para consuelo del mal,
a los enfermos y heridos
del Asilo y Hospital.
Y como remate digno
de estos festejos locales
hubo paseo en el muelle
con fuegos artificiales».

Al poco de andar por esta garganta de Famara, tan marina y prodigiosa, donde no es rara alguna planta nueva para las ciencias, observa uno que sobre La Punta, tras la cual están los salivares de Santa Coloma, hay la silueta de un indivi­duo agitando una vara de «bobo», en cuyo extremo flamea sendo pañuelo blan­co. Está transmitiendo una noticia, probablemente para que venga un barquillo con la familia de tal cual enfermo, anteriormente transportado al Hospital Insu­lar de Arrecife, porque la cosa es grave. Estas señales son, en extremo curiosas, porque sea en noche negra, o en día soleado, llegan a su destino con claridad meridiana. Para comunicar con la isla Graciosa, si es de noche, se enciende una fogata, caso de ser leve el contenido de la nota, más un mensaje urgente será co­municado mediante dos grandes hogueras, y con tres si lo que se quiere decir tie­ne visos de fatalidad. En este último caso toda la isla Graciosa se pone en pie, y no queda varón que no acuda con su barquillo para ofrecer sus desinteresados servicios a los dolidos.

Para escalar el risco de Famara hay un camino que llaman «del Obispo», porque hubo uno decidido y valiente que bajó y trepó por la escarpadura con la facilidad de una cabra. Pasma ver a las mujeres cómo suben sin agobio, haciendo mil equilibrios con las cestas que portan rebosantes de meros, sarnas y viejas, que van a vender a los pueblos más inmediatos. Al fin se llega a Las Rosi­tas desde donde puede uno ver el cementerio de los camellos, cuyos esqueletos quedan adoptando la pose varia y difícil de sus postrimeros esfuerzos por sobrevivir. Tal cementerio consiste en una explanada de cara al abismo, con acceso dificultoso, pero de imposible retorno. Allí conducen los campesinos a sus viejos dromedarios, haciéndoles bajar, para que se mueran llegado su tiempo. Bordea uno la Vega Chica, a la vista de Ye, y se encamina hacia la balconada de Guatifay, o vulgarmente La Batería, ésta construida en 1898, cuando el vidrioso asunto del «Maine», que determinó al Gobierno Español a reforzar la costa de Lanzarote, enviando desde la Península cuatro cañones de carro, que llegaron a La Batería remolcados por yuntas desde el Puerto del Arrecife. Se colocaron sobre una rús­tica balaustrada con las bocas enfiladas sobre El Río, y a 20 metros se fabricó un sótano para almacenar las municiones y dos viejos morteros. No cabe duda que, aparte de su belleza natural, la Vista del Río tuvo siempre marcado interés castrense, pues durante la segunda mitad del pasado siglo y principios del presente prestigiosas personalidades de la política y de la estrategia hicieron hincapié respecto al interés militar de una Base Naval en El Río, incluso la Junta Técnica del Ministerio de la Guerra lo asignó en 1902 como «seguro refugio de nuestra Flota en el Atlántico». El 16 de abril de 1903 el Ayudante de Marina, don Francisco Aragón, hace pública réplica a un suelto que afirmaba la nulidad de El Río como Base naval, y don Aquilino Fernández, trece años después, eleva un largo informe al Capitán General de Canarias, para que prestara atención a la impor­tancia militar de dicho lugar. Por si fuera poco, el 7 de agosto del mismo año todos los alcaldes de Lanzarote envían respetuosa instancia común al señor Presidente del Consejo en súplica de la construcción de una Base Naval en El Río, habida cuenta el amplio informe que don Gabriel E. Ferrer remitiera al Primer Ministro, por mediación del señor Mauresa, residente en Madrid. Y ahí quedó la cosa.

El célebre P. Quirós comenta que Juan de Bethencourt «hizo nueva navegación a las islas, y aviendo ganado la de Lanzarote, hizo su morada en ella, de donde comenzó a conquistar las islas de Fuerteventura, Gomera y Hierro, por ser menos gente y más fáciles de conquistar. En esta jornada trajo el dicho caballero Juan de Bethencourt algunos religiosos de vida ejemplar y santa, de la Orden de nuestro Seráfico padre San Francisco, para convertir a los idólatras a la fe de Jesucristo, y predicar el santo Evangelio, confesar y animar a los del ejérci­to». Parece ser que aquellos misioneros, que cita el P. Quirós, buscaron un lugar muy pobre, apartado una legua del fuerte militar, «llamado de Famara —dice el cronista—, donde con favor del dicho caballero Betancur edificaron un pobre Oratorio, para celebrar los oficios divinos y darle el tiempo desocupado a la santa oración. De Famara (como dice el elocuentísimo Crissóstomo de los Macabeos) salían como leoncillos generosos de sus escondrijos y cuevas, buscando a los sa­nos, que es a lo que habían recibido la fe, para predicársela y curarles de sus enfermedades, y reducirles al estado de gracia...». Acaso Quirós se refiera, bien por error, o porque cambió las fechas, a las misiones llegadas hacia 1416, en que se fabrica en Famara una ermita bajo la advocación de N. S. de las Mercedes, y que a partir de dicho año disfrutaron los franciscanos Pedro de Pernia, Juan de Baeza y otros, que no fueron, por descuido, identificados". Todavía hoy se ve el lugar donde estuviera la ermita, señalado por una cruz que lleva la siguiente inscripción: «Respetad este lugar por su tradición religiosa».

«de años cientos
templo antiguo ya ruinoso
cercado de matorrales
tiene asiento».

Cuando desde esta mole alzada se mira sobre el mar, sobre las minúsculas superficies del Archipiélago menor, y se piensa que son testimonio histórico, concentraciones de virtudes, sin apenas trascendencia, áreas de tranquilidad encima de las olas, siente uno como si de esos altares atlánticos se elevaran preces inmortales. Abajo la azulada lengua del mar inmóvil antoja un lienzo caído del cielo. El sol deslumbra nítida atmósfera...