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Fuente: La casa que me habita

 

 

REGRESO

                            

Navego el barco que me acerca

a los montes grises de mi infancia,

para borrar este tiempo en soledad

que me atenaza

y ordenar alfabéticamente

las palabras que pensaba sembrar en tus oídos.

Para buscar al atardecer,

cuando el sol se olvida de la luz,

la estrella en la que escribí tu nombre

con la fina arista de mi voz.

Pero el barco, artesano de espumas marinas,

me devuelve a la playa

con la indiferencia cruel

de quien jamás aprendió amores.

 

Nada pude encontrar detrás del Océano,

sólo una inmensa llanura de olas y peces,

algún velero distante y solitario,

las gaviotas, la rosa de los vientos

y la frialdad lejana de tu voz

a eso del mediodía.

Regreso. Solo. Ya ves.

Con los ojos vacíos, las manos vacías,

la boca amarga de sales,

la voz áspera de tanto repetir tu nombre.

Los pies heridos.

El alma herida.

La voz herida.

Herida la garganta, los brazos,

el reloj -las doce

en punto de septiembre-,

los pies..., el alma..., la voz...

Y yo, solo,

desando el camino de agua,

despacio, errático, dolorido,

arrastrando, dócil, la derrota por el mar.

Pues, como ves, tengo heridos

los pies,

el alma,

la voz

y la garganta.

 

 

 

 

 

 

 

 
NAZARIO DE LEÓN ROBAYNA

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