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Fuente: La casa que me habita

 

 

VIGILIA

                            

 

 

Te estoy hablando, mujer,

desde la parte acá de la calle,

desde este otro lado

de la vida: desde aquí.

Mira que tengo

dos silencios profundos

en mis manos y me duelen

tanto

que a veces he pensado

lanzarme, desesperado,

hasta esa otra orilla del mundo,

pero la tristeza me anega el salto

y vuelvo, indiferente,

a mi puesto de vigilia.

Pronto me haré viejo. Más aún.

Y        es que los días se me vienen

sobre mí sin que logre detenerlos.

Me hago viejo sobre todo

en las tardes vacías de otoño

mientras recupero tu historia.

Y        la mía

-una sombra, apenas, en la pared

blanca de ni mente-.

Velo el recuerdo de tu carne

violenta de espejos, perfecta. Espero.

Sólo pienso en el regreso,

en el encuentro matinal

de nuestros brazos,

en el perfil exquisito de tu rostro,

en las palabras de tu voz.

Trabajo sobre un papel indefinido,

organizando alfabéticamente

las letras de mi vida:

amado,

amanecer,

amar,

amante,

amargo,

amigo,

amor,

amadoamargo...

tal vez amargoamor.

Corazón de sangre, tal vez.

Tal vez...

mi voz en tu voz,

mis brazos en tus brazos,

mi recuerdo en tu memoria.

Espero mientras escucho

el áspero sonido

de mis manos cuando trazo

tu nombre en las paredes sin fin de la calle,

o en la casa deshabitada de mi piel.

Me hago viento en tu ausencia

y volteo la locura de mi vida

arrasando los trigales rojos

de mi sangre: como la lava

surco los barrancos cubriendo de fuego

la garganta sin la voz de tu nombre,

como el semen hago florecer árboles

en tu vientre de nácar

y como el sol te lleno de luz

el pulso de la vida.

Y ahí muero.

 

 

 

 

 

 

 

 
NAZARIO DE LEÓN ROBAYNA

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