Historia / Referencias históricas


 

Fuente: Programa Fiesta San Juan 1999

A nadie de nuestros mayorcitos se nos escapa el hecho de que el GOFIO ha sido la materia prima número uno en la alimentación diaria, hasta los años 60, no sólo en nuestra isla sino que además en todo el archipiélago, si bien hay que tener en cuenta que las formas de elaboración tienen unas características especiales en cada isla, y así mientras en Lanzarote no se ponía sal al grano, sin embargo en otras islas como Tenerife, sí que le ponían sal, como otros ingredientes.

Puede decirse que ya en la segunda mitad de la década de los cincuenta empezó la decadencia del gofio en nuestra alimentación, siendo sustituido por el pan, con aparición de nuevas panaderías en auge en este propio Municipio, como Haría, Máguez y Mala. Puede considerarse que el gofio ha pasado a ser un producto que apenas se utiliza en nuestra alimentación cotidiana, y puede  considerarse ya como un artículo de lujo, en los escaparates de los comercios.

Las formas del empleo del gofio en nuestra alimentación se basaban principalmente en amasar el gofio con agua en una palangana, al que se engañaba con el "conduto", como eran los pescados salados y los jareados, así como todos los productos obtenidos del cochino. A veces se mezclaba el gofio con unas lascas de queso, aceite, pasas, chicharros y otros productos del cochino. También era muy peculiar la Rala de Gofio, a base de gofio y vino. Especialmente en el campo, se amasaba en el peculiar zurrón, (de la piel de cabrito), mediante el sobado.

Se sabe que nuestros antiguos utilizaban bastante los molinos de mano, evolucionando con la construcción de tahonas, de las que había un buen número en nuestro Municipio, la mayoría de ellas parece que en Máguez, donde se contabilizaron hasta unas siete. Estas tahonas estaban en casas particulares, pero para ello hacía falta un local grande donde montaban ordenadamente dos piedras de molino, labradas y sacadas del Malpais y tiradas por camellos o burros según el espacio, a cuyos animales se les tapaba los ojos porque estaban continuamente dando vueltas a la redonda y se ponían "tontos". Tuvieron vigencia o utilización hasta 1915 aproximadamente.

En este Municipio también hay una buena  referencia de los molinos de viento y así se sabe que habían dos a un tiempo a final del siglo pasado, en el filo de la montaña de la Atalaya, a donde se accede por El Callejón del Molino desde Máguez y por la Calle Molino desde Haría. Era una de D. Antonio Perdomo Rosa y otra de D. Manuel Rodríguez Luzardo. Aún quedan escasos restos de uno en dicho lugar.

También hubieron varios molinos de viento en la zona donde ahora se halla el Cuartel de la Policia Local, por detrás, y eran al menos de D. Antonio Perdomo Rosa, de D. José María González y de D. Laurencio Avero Leal. Este señor estuvo también en uno de los molinos del Filo de la Atalaya.

Además habían dos muy buenos molinos de viento, en el Jable de Mala, ya desaparecidos y eran de D. Francisco Cabrera Betancort y otro de D. Leandro de León Clavijo. Las gentes del Norte solían acudir a estos molinos e incluso a Guatiza.

El primero en traer lo que se empezó a llamar MOLINAS DE FUEGO fue D. Antonio Perdomo Rosa, ya citado anteriormente, parece que allá por el año 1910, pero la gente lo repudiaba porque el gofio sacaba algo de olor a petróleo, siendo muy rudimentaria, viniendo después la molina de D. Francisco Torres Umpiérrez, que luego tuvo el Sr. Augusto González, más tarde D. Fernando Betancort Martín, terminando en casa de D. Juan Pablo de   León Guerra, después de sufrir un incendio en 1947. Pero también llegó por los años 20, la molina de fuego de D. Gabino Hernández Cruz, que al tiempo daba luz alterna al pueblo de Haría. Eran sus molineros más característicos, D. Sebastián Dorta Rivera y D. Silvestre Hernández Núñez.

Pero además a principio de los años 50 aparecieron en Máguez, dos molinas de fuego, una de la mano de D. Ventura Acuña Quintero, y la otra de tres socios: D. Cristín Feo Barreto, D. Celestino Doreste Acosta y D. Heraclio Oliva Ramírez.

 

 

 


GREGORIO BARRETO VIÑOLY