PREGONES DE HARÍA  >  Índice

 

 

Señor alcalde, señoras y señores concejales de la nueva corporación, estimados vecinos del municipio de Haría y,  visitantes harianos o no, venidos de otros lugares para acompañarnos en estas fiestas patronales de San Juan.

Antiguamente corría  de boca en boca un estribillo que decía:

Santa Bárbara en Máguez
Santa Rosa en Haría
Las Nieves en la Montaña
Y en los Valles Catalina.

Como ven, con el tiempo han prevalecido Santa Bárbara, Las Nieves y Santa Catalina. A Santa Rosa la llevaron a Órzola  por mor de las fiestas veraniegas y por ser demasiadas celebraciones en un mismo pueblo ¡hasta cinco  tuvo Haría en el siglo pasado! aunque fuesen de distinto rango: el Cristo de la Sed -de él se conserva un pregón-, Santa Lucia, Nuestra Señora de la Encarnación la patrona, el compatrono San Juan, y Santa Rosa.

Mi primer recuerdo infantil de las fiestas lo tengo en la de Santa Rosa en un final de agosto: la plaza repleta de ventorrillos con su suelo de tierra mezclado de arena negra; al fondo, la fachada de la antigua iglesia que contemplaba en silencio los equilibrios inverosímiles del alambrista del Circo Toti.

Posteriormente, unas fiestas de San Juan aparecen en mi memoria, aquella cuando,   sin permiso de mis padres, me colé en uno de sus bailes en el Canuto y D. Andrés Betancort que, por entonces regentaba el local, me cogió de las orejas y me puso de patitas en la calle. Por cierto, el salón de baile “El Canuto” estaba donde hoy la sociedad tiene el  de teatro. Allí anteriormente había estado la tienda de D. Antonio López con su mostrador alargado dando a la calle, y en su interior, a la derecha,  la troja donde llevaba la administración. Más de una vez tuve que bajar desde La Cruz, hasta La Hoya para comprar un medio quilo de azúcar y un par de sobres de “reunidos” para endulzar el puño de gofio y  dar cierto  color al caldo de papas. Después dejaría de ser salón de baile, asumiría la de salón de actos y, con el resto del edificio, conformaría la Sociedad de Cultura y Recreo “Amigos de Haría”, en la actualidad Centro Cultural “La Tegala”.

Allí recuerdo ver en escena, por el año 1952, a Aquilino Rodríguez Bonilla, en una de las revistas de variedades ideada por Dña Encarnación Rodríguez. Aquilino, Quile, el hermano de Ladislao,  estaba sobre el escenario encaramado   en una escalera y tocaba un laúd mientras cantaba:

Dos y dos son cuatro,
cuatro y dos son seis,
seis y dos son ocho,
y ocho dieciséis.
Ya me sé la tabla
de multiplicar,
el año que viene
me podré casar.

 

El improvisado Romeo daba una serenata a su amada.

De ahí en adelante la Sociedad quedó vinculada en mi memoria a todas las fiestas del pueblo. De hecho, esta institución ha sido el epicentro de su vida cultural: Allí han tenido cobijo, bailes, representaciones teatrales, conferencias, festivales musicales  y toda clase de eventos de interés para la comunidad.

            Toda fiesta, como todo acto de la vida, tiene su cara y su cruz, su centro de algarabía y su periferia de tristeza. De la plaza parten sus calles que enlazan los rincones más alejados del caserío. Ir a la fiesta y volver de la fiesta, llevando la alegría y, a veces, trayendo la tristeza. Uno de los recuerdos que conservo en mi memoria, es también este aspecto melancólico que tiene un nombre y un rostro: el de Juan “el Diablito”.

Por la calle de San Juan
camina a trompicones
Juan, de apodo el diablito.
¡negro bulto, triste sombra!
Y desgraciado le dicen,
y él, levantando la mano
saluda al que lo saluda.
¡Solemne gesto de Juan!
¡mano en alto, rostro mudo!
Junto al cementerio va.
Y un ángel, pobre como él,
lo acompaña con orgullo.

Pero,  estamos en fiestas, procuremos espantar todas las penas, que S. Juan Bautista nos convoca. Para eso son las fiestas.  ¡Brindemos por todos los juanes y juanas! ¡Brindemos por todos nosotros!

Antes de seguir con este pregón festivo me van a permitir dar las gracias a todos los componentes de la anterior corporación municipal y, en especial, a aquellas personas que han insistido, una y otra vez, en que sea yo el pregonero de estas fiestas de San Juan. Siempre es grato sentirse acompañado y acogido en su propio pueblo,  y más aún después de “una larga juventud acumulada”, como dice  mi compañera María del Carmen Tejera López. Gracias de nuevo.

Como la mayoría de ustedes saben nací, crecí y vivo aún en La Cruz. Desde la altura se abarca todo el valle. Desde allí me acostumbré desde niño a reconocer todos sus rincones.

Me van a permitir que los recorra en la memoria y evoque algunos recuerdos y vivencias como forma de compartir con ustedes el común cariño por nuestro valle.

A mi derecha el perfil de la montaña de D. Gabino, al atardecer, señalaba la frontera siempre misteriosa entre la noche y el día.  Allí, junto a la casita que está en la cima, un grupo de amigos, después de la caída del sol, contemplábamos cómo se iban encendiendo las débiles luces del alumbrado eléctrico de la molina de D. Gabino, mientras la oscuridad se iba apoderando del valle. Se alargó la tertulia hasta que, entrada la noche, las luces “hicieron señas” ―los tres concebidos apagones con lo que Chano indicaba que definitivamente había llegado la hora de apagarlas― Fue entonces cuando el resplandor de la luna llena se extendió por todo el valle, y, les puedo asegurar que en aquella claridad todo objeto era visible y hasta las palmeras alargaban sus sombras.

El Rincón de Aganada, me llevaba hasta el precipicio de Famara hacía el misterioso mar del norte presentido, aunque no visto, y que en ciertas noches se oía roncar como un monstruo dormido que anunciaba tormentas que se avecinaban. Más allá el barranco de Elvira Sánchez evocaba frescuras de manantiales que, curso abajo, atravesaban el pueblo hasta alimentar las vegas.

Mirando hacia el sur, el camino Real de Malpaso se adivinaba trepando hacia la Montaña. Podía reconstruir en mi mente el pavimento empedrado y oír los cascos de las monturas que cargadas de papas o cubiertas de forraje bajaban de los campos. Este camino fue siempre el cordón umbilical que conectaba al pueblo con El Puerto  ―que así se llamaba a Arrecife― Por allí subían las caravanas de camellos y burros cargados de los productos agrícolas y artesanales en busca de los mercados de la capital o de los muelles del puerto; de allí llegaban los bienes ultramarinos que nutrían las tiendas del pueblo. La cruz de Doña María, en lo alto, ofrecía al emígrate la visión postrera del pueblo que, quizá, ya no volvería a ver. El mismo camino, los primeros días de cada agosto se rejuvenecía con la algarabía de peregrinos que ya antes del alba subían a la ermita  de la montaña, a festejar a la Virgen de las Nieves.

En frente, hacia el sur, el corte entre la cresta de Filocuchillo y la montaña de Faja, abría una abertura, La Boca de Temisa, que daba acceso a un valle ensimismado en su soledad. El valle de Temisa conservaba uno de los tesoros más preciados del pueblo, el manantial de El Chafaril. En los terribles años de sequía, cuando ya los aljibes se agotaban y los pozos bajaban su nivel, el chorro del Chafaril representaba el único hilo de la vida para aquellos que no podía o no querían huir a las Américas o a otras islas más benignas para sobrevivir.

Por el este, el valle se abre, cada día en mi memoria, a la luz del amanecer que asciende lentamente desde la mar de Arrieta a medida que se va poniendo en pie el pueblo predispuesto a recomenzar la labor diaria. Irrumpe la claridad por el barranco de Tenesía que abre un tajo entre la calle de S. Juan y la de la vista de La Vega  que se apega rodeándola a la montaña de la Atalaya.  La calle de S. Juan se asoma desde Los Molinos hacia la anchura de un mar en calma. En aquella época,  si llegaba en el día oportuno a las tierras de mis abuelos, podrías, desde la altura, divisar en la rada de Arrieta el movimiento oscilante de los mástiles del barco El Bartolo  fondeado a la espera de descargar y recoger su mercancía que traía y llevaba a los  puertos del resto de las islas.

Preside el valle por el norte la Peña de María Herrera, nombre de mujer y apellido ilustre; rocosa huella de una historia de conquistadores y conquistados; lugar privilegiado para contemplar en su conjunto el caserío de Haría, sus casitas blancas, el palmeral que yergue orgulloso su verdor al viento, las humildes higueras y viñas que se apegan al suelo para extraer el dulzor de su fruta. Y en el centro, el campanario. Desde lo alto se condensa el verdor de los laureles de indias en la ancha plaza, cobijo de todos los pájaros que al anochecer renuevan con estrépito su disputa para hacerse con un sitio entre sus frondosas ramas. Permanece en pie el reloj, el mismo que ha medido el tiempo del campesino, minuto a minuto, durante todo el siglo XX. ¡Y las campanas! Con su sonido, las campanas, convocaban a fiesta, o a arrebato en las desgracias como el fuego, o doblaban acompañando cada lágrima, a la hora de la despedida. Su voz ha sobrevivido en el tiempo, a la vieja torre que una vez las sostuvo. Se hundió la vieja iglesia por la inclemencia del tiempo y la desidia del hombre. Me van a permitir evocarla en esta elegía compuesta el día de su derrumbe:   

La van a enterrar.
Los cirios ya están encendidos
de lumbre de sol
que prestó la tarde generosa.
¡Cirios de palmeras,
alumbrarla bien!
que la buena abuela
al fin sucumbió,
y del tiempo llevó el secreto,
los cuentos de hogar
de sus nietos.
La pobre de vieja se fue.
¡Cirios de palmeras
Alumbrarla bien!
Miren que a ustedes
se la deja el pueblo,
que de hijos y nietos
madre era, y abuela.
La van a enterrar.
Fúnebre cortejo
avanza en el tiempo,
despacio,
muy quedo.
¡Cirios de palmeras,
Alumbrarla bien!

 

De las casas del centro del pueblo, quisiera recordar una que por su función estuvo ligada a mi tarea y a mis ilusiones.

Hay lugares y casas que, como algunas personas, parecen ya predestinadas a una función especial. Si la casa es blanca, con puertas verdes, se encuentra  flanqueada de vetustas palmeras y está en un recoleto valle de Lanzarote, a donde no han llegado las prisas desenfrenadas ni los ruidos ensordecedores de esta que mal llamamos civilización, entonces diríamos, sin duda, que allí nos querríamos encontrar.

Esa casa existe en la antigua Calle Nueva, hoy Encarnación Rodríguez Lasso. La adquirió el ayuntamiento en su momento. Después de muchas transformaciones y usos su vocación de servicio se hizo más explícita cuando se convierte en sede del Instituto Libre Adoptado de Haría, segunda metamorfosis de lo que empezó siendo la Academia, creada e impulsada por D. Enrique Dorta y que terminaría siendo el actual Instituto de Haría. Con el traslado de éste a un edificio propio, nuestra casa albergó diversos grupos y actividades culturales: fue sede del grupo de teatro Guatifay, del Club de Futbol de Haría, de la Agrupación Folclórica Malpaís de la Corona, pero donde la casa encontró su obstinada vocación de servicio fue con su conversión en residencia escolar de Haría, en esa calidad acogió y sigue acogiendo a numerosos grupos de todas las islas.

Esa casa nos podría contar muchas cosas, porque sabe mucho, y sus paredes han  escuchado mucho  y ella misma ha soñado alguna vez, estoy seguro, con agrandarse hasta alcanzar los límites extremos de nuestro archipiélago, y desplegar la mesa donde reunir, como a la hora de comer y de la fiesta, a todos los hijos de esta tierra.

Esta casa y el nombre actual, con que fue rebautizada su calle: Encarnación Rodríguez. Me hacen recordar, en estos precisos momentos,  la actividad teatral que durante un tiempo reunió e ilusionó a un nutrido grupo de jóvenes.

Transcurría el año 1976, y por la plaza de Haría, un nutrido grupo de jóvenes paseaba “plaza arriba, plaza abajo” al atardecer  después de los ensayos de una  obra de teatro.  El calor del verano llenaba nuestras venas de esplendida juventud. El cielo, sobre el valle de Haría, era de un intenso azul que dejaba ver con nitidez las siluetas de sus montañas, y, para colmo,  ¡era la época de luna llena!  Y digo época de luna llena porque la misma se mantuvo desde 1976 a 1984 con nueve obras, y más de 100 representaciones a lo largo de las islas de Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote, entre ellas las realizadas en el Almacén con la presencia de Cesar Manrique,  teatro Pérez Galdós, Cueva de Los Verdes, auditorio de los Jameos del Agua, en la Escuela de Ingeniería de Las Palmas de Gran Canaria con ocasión de la I Muestra de Teatro Canario, y entre otras, en la Universidad Politécnica de Las Palmas de Gran Canaria con motivo de los cursos de verano del Sindicato de Enseñantes de Canarias.

Si nos atenemos a los  números fueron más de una obra por año, y una media de  una  representación por mes durante los 8 años de su existencia. Eso fue posible e irrepetible por que  coincidimos chicas y chicos de edades similares, aunque  también hubo sus excepciones, pero éramos coincidentes en juventud y vivencias.  Entre los más veteranos estaban Tomás Armas Sicilia  y este pregonero.

Creo que es bueno y saludable, de vez en cuando, reconocerse en unas fotos y recordar las caras y nombres de otros tantos compañeros con los que compartimos historia. Una historia, no de enciclopedias, sino de vidas.

       (Vídeo Pregón. Parte 1.)

 

 

Muchos de ellos habían convivido en el pueblo con el sacerdote D. José Lavandera López, que fue párroco de Haría hasta el otoño de 1975. Se habían formado en el Instituto Libre Adoptado de Haría siendo su directora Dña María Luisa Perdomo y uno de sus profesores,  el médico D. José Antonio Molino de inolvidables recuerdos para todos y, en especial, para  sus alumnos.

            Durante esos paseos, “plaza arriba plaza abajo”, hablábamos de los ensayos de las obras,  de los nuevos tiempos que corrían,  de los asaderos que habíamos planeado, de  variadas anécdotas y, sobre todo,  estaba presente la visión fugaz de zaguanes entreabiertos que nos llevaba, a todos, a emprender grandes cosas.

       (Vídeo Pregón. Parte 2)

 

 

            En los inicios del grupo está Doña Encarnación Rodríguez Lasso cuando a principios de Julio nos invita a ensayar la obra  “La ciudad no es para mí”  que se estrena, en Haría, el 24 de septiembre de 1976.

En la obra  actuaron:

Carmen Bailón Medina
Inmaculada Bailón Casanova
Matilde Machín Machín,
Longa González Rodríguez,
Dulce Nombre Robayna Fernández,
Juana María Pérez Gonzales,
Juan Carlos Barreto Pacheco,
Rafael Betancor Torres,
Luis Enrique Hernández Méndez,
Pepe Hernández Méndez,
Chano Rivera Pérez,
Ángel Barreto Betancort,
Mamelo Perdomo Perdomo.
Directora: Encarnación Rodríguez Lasso.
Ayudante de Dirección: Eduardo Barreto Betancort
Escenografía: Juana Mª Navarrro Fernández
Maquilladora: Milagros López Betancort
Apuntador: Tomás Armas Sicilia. 

 

Esta obra tuvo mucho éxito y, a raíz de ello, se escenificó en Guatiza y en el salón  de la Sociedad Torrelavega de Arrecife con una acogida  sin precedentes. El salón estaba lleno. Nunca el Torrelavega se había visto con tanto público. La prensa  escrita así lo recogió. En especial, Aureliano Montero Gabarrón, el 7 de octubre de 1976 en el desaparecido periódico “El Eco de Canarias”

Su Presidente nos invitó a firmar en el libro de Honor de la Sociedad Torrelavega a Dña. Encarnación y a mí.

 

También es bueno y saludable, volver a ver algunas de las imágenes de una  obra  merecedora de los mejores premios de teatro.

(Vídeo Pregón. Parte 3 

 

 

Hay que reconocer que las cosas hechas con honestidad, humildad y en grupo, tienen un valor añadido. No en vano, el grupo de Teatro Guatifay, del Municipio de Haría, obtiene, por esa época, el Tercer Premio Nacional de Teatro Aficionado ¡Precisamente por esa labor grupal!

39 años han pasado como si fuese un ayer, y hoy me encuentro aquí, junto  a ustedes,  pregonando  las Fiestas de San Juan 2015.

Las fiestas tienen el gran poder de convocarnos y renovar nuestro sentir como comunidad. La alegría y los recuerdos compartidos nos mantienen como pueblo. ¡Como pueblo que quiere seguir siéndolo! 

Felices fiestas. ¡A disfrutar de ellas con la música, junto a la hoguera y los diablillos de San Juan!

                                 En el pueblo de Haría a 23 de junio de 2015

                                                    Eduardo Barreto Betancort  

 

 

 

 


EDUARDO BARRETO  BETANCORT

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