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Julia Betancort Fernández nace en Arrieta, el 25 de abril de 1924 y a pesar de vivir toda su vida en el mismo lugar, el primer traslado de su vida se consuma al ser bautizada en Haría.
Vive en el seno de una familia numerosa de seis hermanos, cuatro varones y dos hembras, sufriendo el azote de las penurias y calamidades de la Guerra Civil Española, vivencias que marcan definitivamente su vida.
Ante la escasez de eventos en el pueblo costero donde residía se traslada junto con jóvenes al vecino pago de Mala para disfrutar de las fiestas de Nuestra Señora de las Mercedes. Allí recibe, no sin cierta certidumbre de una joven de su edad, los primeros devaneos de quien luego pasaría a ser su compañero y esposo de vida D. Rafael Cabrera.
Fruto de esa unión nacen tres hijos: D. José Carlos, María del Pilar y Rafael Cabrera.
El aislamiento de la zona y la necesidad hacen de ella una autodidacta. Una de las anécdotas datan de que al solicitar los servicios del practicante de la zona y al encontrarse indispuesto y dada la urgencia del caso, toma la decisión de convertirse en practicante por un día. Para ello dividió mentalmente el glúteo en cuatro partes y clavó la aguja no sin dolor, cuenta su hija.
Aquella, que era una eventualidad, se convirtió en generosidad, humanidad y buen hacer durante 42 años y de una manera altruista a cualquier hora, día, circunstancia y lugar.
Julia siempre estaba dispuesta a ayudar a los vecinos que requieran su atención. En su afán de ayudar a nuestros semejantes, todavía hoy como hace medio siglo es solicitada para ayudar y bañar a los recién nacidos. En algunos de los casos han pasado por sus manos tres generaciones de la misma familia. Era tal el estado de necesidad de la buena Julia, en alguna ocasión tuvo que hacer de veterinaria y, así, inyecta en animales fármacos curadores.
Los viejos del lugar recuerdan a Julia peregrinar por los pagos de Mala, Tabayesco, Punta Mujeres, El Canto e incluso, Guatiza, para poner las inyecciones.
Una de las acciones más arriesgadas, según nos cuenta, fue a una niña, que ante la poca efectividad de los métodos de la época y entendimiento que se le había salido parte del intestino, con un algodón y aceite, esto último para no hacerle daño, fue empujándolos suavemente hasta depositarlos en el lugar.
Según manifiesta no es partidaria de ir a los curanderos si no a los médicos, ya que son los que conocen el cuerpo humano.
Considerando la labor humanitaria desplegada durante todos estos años, irradiando generosidad y buen hacer y con el fin de reconocer esa labor, es por lo que se propone se declara galardonada HARÍA, 2000, por su labor humanitaria a Doña Julia Betancort Fernández.