PUEBLOS:   Punta  Mujeres

 

 


Pequeño pago de Haría, casi una barriada del poblado mayor de Arrieta, a cuyo N., a poca distancia, se halla.

Se encuentra enclavado en terrenos conquistados al mar hace unos pocos miles de años por riadas de lava expulsada por la boca de emisión de Las Peñas de Tao, abierta un Km. al E. del volcán de La Corona previa a la entrada de éste en erupción.

Nació este pequeño caserío costero a prin­cipios del siglo pasado con el establecimiento en aquel lugar de un par de familias que construyeron unas chocitas de piedra seca en qué cobijarse y se dedicaron a cultivar unas parcelas de tierra, atender unos hatos de cabras y pescar y mariscar ocasionalmente para incrementar en algo los medios de subsistencia.

Luego, en 1930, se construyeron las salinas, que entre cocederos y tajos ocuparon una superficie de 43.900 metros cuadrados, y cuya producción óptima alcanzaba las 840 Tn. de sal al año. Ello supuso la ocupación de un grupo de operarios para atenderlas que aumentó en cierto modo la población del lugar. Pero fue a partir de estas fechas cuando algunos vecinos de Haría y de Máguez le cogieron gusto a aquel sitio y comenzaron a construir casas en qué pasar temporadas, aumentando así el vecindario gradualmente hasta alcanzar el desarrollo que le vemos ahora.

No se sabe cuál pueda ser el origen de su curioso nombre. Algunos de sus residentes más antiguos me han contado que creen que le venga de unos peñascos erguidos a los que la fantasía de la gente les atribuye figura de mujer. Pero ésto no pasa de ser una simple entelequia popular. El nombre consta ya documentado desde los tiempos del ingeniero italiano Leonardo Torriani, quien lo consigna en el mapa de su conocida obra DESCRIPCIÓN E HISTORIA DEL REINO DE LAS ISLAS CANARIAS, compuesta por los años 80 del siglo XVI.

Yo he pensado que el nacimiento de este nombre debió producirse como consecuencia de un sonado suceso que tuvo lugar en 1537, por lo que parece en este lugar de la ribera lanzaroteña. Fueron éstos sus rasgos principales:

En tal año una ilota mercante española com­puesta por trece naos y una carabela, portando a bordo además un buen número de pasajeros, había zarpado de Sanlúcar de Barrameda el domingo 14 de enero. Seis días después de em­prendido el viaje un violento temporal dispersó a las naves. Ocho lograron mantenerse unidas, continuando así la ruta prevista, si bien con la comprensible inquietud al ignorar la suerte de sus otras compañeras.

Un par de días más tarde, o sea el 22, cuando navegaban próximos a Lanzarote, divisaron en el horizonte otras naves. Llenos de alegría pensando que fueran algunas de sus compa­triotas descarriadas por el vendaval, se encaminaron, presurosos a su encuentro. Pero sólo cuando se encontraban cerca de ellas cayeron en la cuenta de que se trataba de unos navíos de guerra franceses, los cuales, al hallarse entonces España y Francia en plenas hostilidades bélicas, tenían por misión asaltar los barcos españoles que hacían la carrera de Indias.

Integraban la flotilla francesa un galeón, dos naos y una carabela, y al frente de ella iba como comandante un tal "monsieur Bnabó", según transcripción del nombre que figura en los do­cumentos españoles que registran el episodio.

La reacción inmediata de los atacados al advertir el error fue huir a la desbandada. Sin embargo, tres de los barcos, la carabela, llamada "El Espíritu Santo", a cuyo mando iba el maestre Nicolao de Nápoles, y dos de las naos, de nombre desconocido, pilotadas por Mateo de Vides y Blas Gallego, fueron rendidas por los corsarios galos. Los restantes lograron eludir la persecución amparándose en la oscuridad de la noche que acababa de caer. Otro de los galeones, el gobernado por Juan Gallego, que había sido tocado en la refriega, se vio obligado a refugiarse en nuestro Puerto del Arrecife.

Mientras tanto los franceses habían reteni­do para sí las dos naos apresadas, pero al ser demasiada la gente que iba en ellas pasaron a un cierto número de pasajeros a la carabela y la abandonaron a su suerte en medio del océano, los cuales se las arreglaron como pudieron para regresar a España.

Después de esto los franceses se mantu­vieron varios días merodeando por aguas del archipiélago. Pero enterados de que en el puerto de Santa Cruz de la Palma se encontraban ancladas unas embarcaciones españolas cargadas de mercancías se dirigieron hacia aquella isla con ánimo de apoderarse de ellas. Sin embargo tuvieron que desistir del empeño ante la cerrada defensa que se les hizo en aquella ciudad.

En vista de este fracaso resolvieron volver a Lanzarote, donde lograran capturar la nao de Juan Gallego anteriormente refugiada en el Puerto del Arrecife.

Y fue entonces, a continuación de estos hechos, cuando se produjo el curioso incidente que a mi entender debió ser el causante de dejar en este lugar de Punta Mujeres que nos ocupa la impronta de su nombre: los franceses, obedeciendo a impulsos no muy fáciles de justificar, se dirigieron hacia el extremo norte de la isla y en un paraje desierto de su costa echaron en tierra, totalmente demudas, a la mayor parte de las mujeres que habían apresado días antes, pues sólo dejaron a bordo dos doncellas que se reservaron y unas cuantas religiosas

Es fácil imaginar la conmoción que este suceso produciría en la isla, por lo que dada esa enorme repercusión social, todo apunta en la dirección de suponerlo el origen del nombre que nos ocupa. Una cincuentena de años más tarde Torriani lo registra, colocándolo por ese paraje norteño de la isla, con el nombre de Punta de Mujeres. Es de suponer que en un principio el nombre íntegro sería el de La Punta de las Mu­jeres, pero que luego iría perdiendo esas partículas menores hasta quedar reducido a sólo Punta Mujeres como se le conoce hoy.

Aunque lo que sigue no tenga nada que ver con el tema central del topónimo en cuestión voy a completar la novelesca historia que dio lugar al nacimiento del nombre diciendo que se sabe que, después de este atropello a la dignidad de nuestras compatriotas, los franceses desvalijaron otra embarcación que encontraron en La Graciosa, y que no contentos con lo hecho decidieron probar suerte de nuevo en La Palma. Pero al estar avisadas las autoridades navales del archipiélago de sus andanzas mandaron a aquella isla unos buques de guerra que acorralaron a los franceses en aquella bahía, rindiendo incluso a la nave capitana con su enigmático comandante Bnabó, siendo liberadas tanto las dos mancilladas doncellas como otros cuarenta pasajeros más y varios religiosos de ambos sexos.