HISTORIA  / Aproximación Hª Haría

 

 

René Verneau  (1)

 

En su obra Cinco años de Estancia en las islas Canarias, considerado clave para la reconstrucción de la vida cotidiana en el momento que realiza su recorrido por cada uno de los pueblos, en misión científico-cultural de estudiar la población, describiendo su gente, sus costumbres, la pobreza existente, la falta de lluvia, como ocurre en los años 1871 a 1879, la soledad que sentía en Lanzarote y Fuerteventura, la emigración a América con el consiguiente abandono de las casas, que caen en situación de ruina, la actividad de la población, su vestimenta, sus juegos, etc. En definitiva una serie datos interesantes que recrean el devenir de una época determinada.

 

Aproximándose al valle de Haría dice "al dejar la Ermita de las Nieves seguimos, durante unas dos horas, las crestas de las montañas de Famara". Describe su recorrido por lo que parece eran Las Peñas de Chaches, tratando de encontrar alguna cueva que hubiese servido de vivienda o sepultura a los primitivos habitantes. Se lamenta de que nadie podría informarle, "pues desde que había salido de Teguise la soledad era siempre la misma, y fue llegando a Haría cuando vimos al primer hombre, un pastor".

 

Si Olivia Stone parte de Haría y pasa por la Ermita de las Nieves, René Verneau hace lo contrario pasa por la Ermita y se dirige al valle de Haría. Aquella se encuentra en las inmediaciones de Mala con un agricultor arando con un camello, vieja estampa campesina. R.Verneau se cruza con un pastor, otro viejo reflejo de una actividad que ha sido fundamental en todos los tiempos, máxime en épocas pasadas, para la economía de los pueblos.

 

Al referirse a Haría dice:

 

"Haría es un verdadero oasis perdido en medio de estas montañas. Situado al fondo de un valle profundo, rodeado de alturas al Este, Sur y Oeste, está abrigado de casi todos los vientos. Además, su situación le permite hacer una abundante provisión del agua que desciende de todas las montañas de los alrededores. Allí se pueden cultivar árboles sin tener que enterrarlos en el fondo de un agujero. La naturaleza del terreno permite cultivo variados, y en los años buenos, quiero decir cuando llueve, se hacen cosechas abundantes. También esta localidad, de la que depende el caserío de Máguez, se ha convertido en la más importante de la isla, después de Arrecife, a pesar de las dificultades que se tienen para llegar hasta allí".

 

A estas dificultades para llegar a Haría en aquellos tiempos hace mención más delante, al narrar como le costó más de una hora para llegar, después de avistar el pueblo desde la altura de la montaña, serpenteando sus flancos y dando varios rodeos.

 

Una vez en el pueblo, parece que cambia su impresión, la que había percibido a lo lejos y desde una panorámica general, diciendo que "no contiene sino calles tortuosas, sin pavimentar y con numerosos montículos formados por toda clase de desperdicios".

 

Lo que no imaginaba R. Verneau era que las calles seguirían sin pavimentar hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX. En cuanto a los montículos de desperdicios parece responder a la costumbre de amontonar junto a las casas todos los restos que luego constituirían los estercoleros, que posteriormente irían a reciclarse bajo una capa de arena en las fincas de cultivo. También era corriente ver los cerdos sueltos por las calles, lo que daría origen a los mencionados montículos de toda clase de desperdicios.

 

Esta realidad viene a entroncar unos años después, junto a otras costumbres, con las quejas de la mayoría de los vecinos, que llevarán al Ayuntamiento a aprobar un proyecto de Ordenanzas el 17 de octubre de 1904 (aprobadas por el Gobierno Civil de la provincia de Canarias el 26 de noviembre de 1904, en Santa Cruz de Tenerife).

 

En dichas Ordenanzas, con objeto de corregir la situación que años antes comentaba R. Verneau, se dedica algunos artículos en relación con las basuras, estiércoles y animales muertos (Capítulo V- Higiene) o a la libre circulación de cerdos por el pueblo (Capítulo 3.-Policía Urbana).

 

En el artículo 25 se establece la prohibición, bajo la multa de dos pesetas, de arrojar aguas sucias a las calles y caminos.

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