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Fue en mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan, cuando... cuando recibí la llamada de una amiga entrañable, una maestra a la que Quino y yo profesamos un amor y un respeto rayano en lo mágico, en lo sublime.

-"Jaime, te comunico que Quino, el nuestro, ha sido galardonado con la medalla de Viera y Clavijo".

Yo no recuerdo con exactitud el elogio con el que di respuesta a Candelaria, pero por muy acertado que fuera, seguro que no encontré el adjetivo adecuado porque, perdónenme la hipérbole, para describir la grandeza de nuestro Quino no hay epíteto.

Quino era aquel chico de aspecto informal, joven, alegre, amable y siempre correcto que derrochaba profesionalidad y que en todo momento nos hacía partícipes de su deseo de integración de un alumnado especial. Su ímpetu ponía alas a unas sillitas de rueda que quedaban en una nube blanca, aparcadas por un momento, para que sus niños y niñas jugaran con el resto de niños y niñas de Lanzarote porque en aquellas reuniones de directores y directoras estaba representada toda la isla, incluida la comunidad escolar de La Graciosa. Sí, tanta convicción ponía en sus planteamientos, tan contundentes eran sus argumentos que todos, sin excepción, apoyábamos sus reivindicaciones por justas y valientes. Y lo hizo en San Bartolomé, en Tías, en Yaiza, en Tinajo, en El Golfo, donde una gaviota que nos sobrevoló mientras comíamos un caldo de mero, sintiendo envidia de nuestra profesión, quiso ser maestra interina, y hasta nos dejó unas décimas reivindicando su plaza virtual que nunca podrá ocupar.

Han transcurrido más de veinte años en los que maestros y maestras, con responsabilidad en los equipos directivos, inspectores e inspectoras hemos compartido tantas jornadas de trabajo que es imposible resumirlo en un escrito, pero permítanme que llegado a este punto, y en representación de todos, y del trabajo desarrollado, tenga este recuerdo hacia Gorgonio Martín que, sin duda, hoy nos sonreiría feliz compartiendo la merecida alegría de Quino.

Dice la Orden de la Consejería de Educación de 31 de octubre del año 2000 por la que se crea la distinción Viera y Clavijo que la medalla se otorga a los docentes por los méritos contraídos en su labor y que hayan destacado por la consecución de los objetivos de participación y calidad en el sistema educativo de Canarias. Leído así tal parece que la distinción haya sido concebida, ex profeso, para destacar el perfil humano y profesional de Quino. ¡Qué medalla más merecida! ¡Qué acierto de las personas e instituciones que promovieron su designación! Con Quino se premia la tarea docente que afecta a toda una isla porque, como he dicho anteriormente, sus niños y niñas pertenecen a todos nuestros pueblos y en cada rincón, en cada plaza, en el mostrador de cada tienda, y hasta en los testes que limitan los arenados gravita un recuerdo de agradecimiento para el maestro infatigable que día a día siembra las semillas más hermosas, esas que hacen germinar los valores más preciados de las personas.

Para finalizar esta intervención traigo un pequeño poema que me ha sido dictado por todos los compañeros y compañeras que compartimos con Quino este merecido reconocimiento.
 

Me surgió un primer verso improvisado
y con el ansia de honrar tu figura
trajo a mi boca, urgente, con premura,
la amistad con la que tú me has premiado.

Nació luego otro verso, ahora pausado,
que elogia tu entereza y tu cordura
pues eres, Quino, ejemplo de mesura,
vocacional maestro y abnegado.

Sabiamente elegiste el duro reto
de conjugar ternura y enseñanza
y así fue como tu espíritu inquieto

ha inundado de gozo y esperanza
a un pueblo que te admira y, con respeto,
ha puesto en ti, maestro, su confianza.
Arrecife, 14 de junio de 2012,
para el amigo Isidro Joaquín, Quino,
con afecto

Jaime Quesada