Saúl García  19/01/2014
 
Eloíno Perdomo comenzó su colección de cactus con una semilla de ‘Hertrichocereus benekei’. Su amigo Estanislao García le empujó a esta afición que ha desembocado, cuarenta años después, en que más de dos mil especies distintas, entre cactáceas y plantas crasas, hayan echado raíces en su casa de Mala. “Esto no es un jardín, es una colección -advierte-, aquí solo están las plantas, con sus miserias y sus encantos. A los cactus, o los quieres, o los odias”.

A Eloíno le quisieron comprar la colección para abrir el Jardín de cactus, y se lo pensó porque le ofrecieron mucho dinero, pero no aceptó. “Hasta César Manrique me dijo que no la vendiera”, asegura. Eso sí, cedió y sigue cediendo muchas semillas o cactus para ese Jardín. “El valor de la colección -dice su hijo Jesús Manuel- es el tiempo”. Es el tiempo, y el cuidado, el que permite contemplar ejemplares de gran tamaño. Y eso que Jesús Manuel piensa que Lanzarote no es un buen lugar para los cactus, por las plagas y el viento, a pesar de que crecen más y a mayor velocidad que en el desierto.

El caso es que entre las ‘mammillarias’, ‘ágaves’, ‘euphorbias’, ‘pilosocereus’ o ‘litos’ ocupan 10.000 metros, con invernadero incluido para que las semillas se asomen a la vida. Los hay de todos los tamaños, colores y aspectos, pero todos, excepto las plantas crasas, vienen, en origen, de América, aunque algunos lleguen ahora hasta de Japón.

Los cactus están juntos pero no revueltos, porque Eloíno tiene su orden. A cada palmo de terreno le corresponde un número, escrito en un callao, y cada ejemplar tiene otro número que se anota, junto con su nombre y características, en una libreta de lomo azul (que tiene los mismos años que los cactus) con una letra que es más de médico que de botánico. Casi todas las semillas vienen por carta desde un banco de semillas alemán, con el que Eloíno hace un trueque dese hace años sin saber una palabra de ese idioma. En una ocasión, les envió semillas con la palabra “obsequio” y el banco le envió la factura de su pedido con la palabra “pagado”. Y así ha seguido su relación.

“Amor con amor se paga”, dice el coleccionista mientras pasea. Y aplica esa máxima a su relación con ingleses o alemanes interesados en ver los cactus. Él se los muestra y les pide a cambio que le traduzcan pasajes de los libros sobre cactus, que están escritos principalmente en esos idiomas. También envía semillas al Jardín Botánico Juan CarIos I, de Alcalá de Henares.

Sobre su colección se ha hecho una tesis doctoral, reseñas en libros, reportajes y hasta calendarios, y por ella se han interesado y han visitado expertos, aficionados como él o personajes conocidos. Eloíno enseña la colección con mucho gusto pero con una reserva, porque advierte que tiene otras cosas que hacer y no puede estar todo el día enseñando los cactus a todos los curiosos que se acerquen por su casa.

-¿Y cuál es la satisfacción que da esta afición?, señor Eloíno.

-Pues observar la armonía de la Naturaleza y estar en contacto con ella.

“La gente dedica poco tiempo a pensar”

Eloíno Perdomo tiene 83 años. Estudio Derecho en Santiago de Compostela y fue profesor de legislación marítima en la Escuela de Pesca, además de ejercer como juez comarcal, o sustituto, durante cinco o seis meses al año durante una gran temporada. Cuando se jubiló se fue a vivir a Mala, a la casa donde nació, y donde ya tenía la colección de cactus. Para caminar se apoya en un bastón y para hablar en una sonrisa.

Habla del equilibrio de la Naturaleza, de su armonía, que está en crisis o en desequilibrio en el mundo, de la pérdida de valores, de la ambición y el egoísmo, de la destrucción medioambiental, del ascenso imparable de China, cita a Aristóteles y se queja de que apenas se publican obras de divulgación, no sólo sobre los cactus sino sobre cualquier tema: “Unas son tan elementales que no sirven para nada y otras tan técnicas que no hay quien las entienda”. Y tiene una explicación: antes había sabios y hoy hay especialistas. “Un filósofo, un científico y un matemático, con la superespecialización que hay, como no hablen de fútbol, no sé de qué van a hablar hoy”. Asegura que la gente dedica poco tiempo a pensar y que cuando él era profesor, pedía a sus alumnos que leyeran una hora y pensaran media.