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FUENTE: DE LANZAROTE ÍNSULA

 

Para mi, que intento rastrear por los campos de la poesía, tiene Haría un encanto especial; no sólo su poblado principal, el casco, sino sus pagos y aldeas, sus poblados de tierra adentro, sus poblados que besan a la mar.

Yo, aquí, permanecí durante unas vacaciones; conocí a su gente, su manera de pensar, sus inquietudes; conocí a muchos campesinos y a su gente de mar; mi amigo Panchito de Armas Barreto, vecino de Haría, me hablaba de un gigantesco coral que existía en las proximidades del puerto de Arrieta y que, a veces, atrapaba a las redes de los pescadores; el mito me caía encima como una lluvia inesperada; por aquí pasó Ulises o tal vez Homero; las naves del entrañable griego quedaron apresadas por gigantescos corales marinos...y luego los delfines se transformaron en sirenas encantadoras; y mi imaginación se abría caminos y localizaba leyendas; la isla  de las sirenas quedó para siempre petrificada en lavas volcánicas como monumento caprichoso que dio lugar al nacimiento de " Punta Mujeres". Si, la leyenda, tradicional o imaginada, o recreada, vale como transmisión de mensajes aunque estos se apoyen en la delgadez de un hilo de la fantasía; ¿Acaso no puede ser cierto lo que afirman muchos escritores, de que el Mar de la Odisea, no es un mar Mediterráneo, sino un mar Atlántico? ¿No encaja bien la Cueva de los Verdes, con las descripciones que hace Homero de la Gruta de Polifemo donde quedó aprisionado Ulises, rey de Ataca?. Y no sólo en la Odisea, sino en la octava en que Don Luis de Góngora describe la morada del enorme gigante enamorado de la ninfa Galatea; y creo que se debe esculpir y colocar a la entrada para que el mito cuaje y se haga realidad, porque allí, el mito y la realidad espantosa se dan la mano; el mito y el barroco de Don Luis cogen forma porque la naturaleza así lo quiso hacer; y no sólo la gruta sino los aparentes troncos dormidos y arrojados en el suelo de la cueva, como si fuesen fósiles de  una literatura en piedra que arranca desde el siglo VII antes de Cristo; la descripción de la caverna, de la octava número 5 de Góngora, dice así, en la magnífica versión que de ella hace el poeta y crítico de la Fábula, Don Dámaso Alonso, también viajero por estas tierras, por los años setenta:

"Unos troncos robustos sirven de defensa y tosca guarnición a este recio peñasco. A la greda o maraña intrincada de los árboles debe la caverna profunda aún menos luz del DIA y menos puro a la peña que la cubre (pues si mucha luz y aire quita piedra, más quitan aún los árboles que están delante). Y que el seno oscuro de la cueva es lecho tenebroso  de la noche más sombría nos lo indica una infame turba de aves nocturnas que allí gimen con tristeza y vuelan pesadamente".

Claro está que hay que imaginar la cueva, si no con árboles, con arbustos y con los peñascos que cubrían su boca antes de estar adaptada al turismo; y ya hemos visto cómo D. Manuel Lavar identificaba al encuestado de Órzola con el cíclope Polifemo, como una reencarnación en el siglo XX.

Pero dense cuenta que estoy intentando recrear mitos y que por primera vez los escribo para hacer una misteriosa gavilla con mi inframundo, con mi mundo interior, con los ensueños de unas realidades vividas en el término municipal de Haría y que no he querido otra cosa sino dar cuerpo a la abertura de tantas irrealidades como nos sugiere nuestro pueblo; por eso buceo en mi interior, rompiendo muchas veces la rigidez de una realidad que nace del subjetivismo.

Agustín Espinosa describía a la isla de Lanzarote con mucho cariño y de forma magistral; pero no logro entender lo que dice en el Lancelot cuando afirma a la entrada del mismo libro que "Lanzarote ha sido, de manera anecdótica, inafectiva; esto ha significado - dice- libros como Tierras sedientas de Francisco González, o Costumbres canarias de Isaac Viera"; yo creo que cuando se pinta o se describe algo siempre hay un hálito de afecto; pero sí tiene razón cuando escribe: "La música que salve a un pueblo, a un astro o a una isla ha de ser música integral con la creación de una mitología, con un clima poético donde cada pedazo de un pueblo,  astro, o isla pueda sentarse a repasar heroicidades"; y manifiesta en su magnífica obra "lo que yo he buscado realizar, sobre todo, ha sido esto: un mundo poético; una mitología conductora. Mi intento es el de crear un Lanzarote nuevo. Un Lanzarote inventado por mí".

Fue una pena que el gran escritor no parase en Haría; o tal vez sí cuando hace el "Elogio de la palmera con viento", de forma general; porque de Haría yo siempre oí decir: "El valle de las mil palmeras". Y en el capítulo "San Lancelot" afirma contundentemente: "Cuando la Sociedad Pro- Turismo de Lanzarote se dé cuenta de este imperativo turístico, edificará el sarcófago de Lancelot que señalará con mayúsculas las nuevas guías. En esas guías ya no habrá castillos de Carlos III, ni Cueva de los Verdes, ni montañas de Fuego". Se equivocaba, se equivocaba, como la paloma de Alberti; a no ser que el sarcófago de Lancelot, a quien él se refiere, sea el sepulcro de César Manrique, "a quién señalarán con mayúsculas las nuevas guías".

Pasemos, ahora, a la visión de Famara, pero desde el archipiélago Chinijo; o mejor, desde la isla de La Graciosa, desde abajo. Las descripciones son parcas y cortas, abundantes en realidades orográficas pero siempre tamizadas por las sutilezas de la poesía; no aparece el nombre de Haría; Pero no hace falta. Se trata de la novela de Ignacio Aldecoa Parte de una historia; la trama novelesca es real; la estancia de Ignacio en la isla es real; los objetivos que aparecen en la obra son reales; todo ello lo pude comprobar en su día con D. Jorge Toledo, alcalde de La Graciosa; los nombres de los personajes están cambiados, pero las personas existieron; Aldecora, artista de la palabra, siempre observa el "inmenso acantilado de lava volcánica" y es como un leve estribillo en la novela, o mejor, como una especie de leitmotiv o telón de fondo donde se mueven en un continuo trajín sus personajes:

"Ayer a la caída de la tarde, cuando el gran acantilado es de cinabrio, he vuelto a la isla. Hay luna llena y escucho el son del mar: un mugido lejano y tormentoso en el gran acantilado de la Isla Mayor; los fariones son dos nubarrones al fondo en la entrada este del río de mar; por las bajeras harán espumas; el gran acantilado media el río de sombra y en la altura iluminada hay como demasiada soledad. Es la misma soledad de la mar intimidadora, ajena".