CULTURA:  --  Rincón literario

 

 

 

 

EN BUSCA   DЕ   LA   PUERTA   PERDIDA

 

 Voy a contarles a ustedes la hazaña que llevaron a cabo dos mujeres valientes y soñadoras: IR AL MÉDICO.

Ir al médico conlleva todo un rito matutino que madre e hija cumplieron a rajatabla: dejar preparada la ropa que habrían de ponerse en ese día tan señalado, levantarse tempranito, a eso de las siete (no importa que tuviesen la hora a las doce del mediodía, la puntualidad ante to­do), desayunar y, por fin, meterse en el coche para...

…para coger todos los atascos habidos y por haber, para encontrarse con un sinfín de obras y caminos corta­dos, para respirar el aire "agradable "de los tubos de escape de los demás, para...

-Se nos va a hacer tarde, Carmen.

La mujer desvió los ojos de la carretera por un momento y volteó la cabeza hacia su acompañante. Los ojos marro­nes se entrecerraron detrás de los cristales de las ga­fas y una arruguita le cruzó el entrecejo., —Todavía es pronto, madre. La anciana contestó con un lacónico:

-Mnnmm.

Carmen siguió atenta a la carretera.

Al rato llegó al hospital.

Ahora, la gran aventura comenzaba: encontrar un aparca­miento.

-No lo pongas muy lejos de la puerta. Sabes que no pue­do caminar mucho.

La hija abrió la boca para contestar, pero, ¡vaya¡,¡qué suerte!. Un Toyota rojo salía en ese momento.

-¡Ahí mismo!-sé dijo- ¡Esta es la mía!.

Aparcó A LA PRIMERA. Para los que piensan que las muje­res al volante somos un peligro y no sabemos aparcar (Fue­ra sonrisitas irónicas). 

HOSPITAL 

Una del brazo de la otra, agarraditas las dos, apoyándo­se la una en la otra, como si el hospital fuese otro mundo y necesitasen infundirse valor la una a la otra, codo con codo,

-¡Qué!.. ¿Entramos ya en el hospital o no?.

-¿Perdón?.- Pregunto yo.

-Que si entramos en el hospital o no. ¿No ves que a mi madre le duelen las piernas?, y tú estás ahí escribe que te escribe,  "escritora" de pacotilla. Sigue con el relato y menos, cháchara.

-Ejem, así es Carmen, tiene su carácter.

Bueno, pues, Carmen y su madre entraron en el hospital.

-Gracias.- Me dijo Carmen.

-De nada.-Le contesté.

El cartel de "consultas externas" les indica donde esta­ba su especialista de traumatología: en el segundo piso. Subieron las escaleras una del brazo de la otra (risa contenida)

-Suba, madre, agárrese a mí, pero dese prisa.

-Ya, hija, ya...- Logró decir la anciana entre jadeos.

Un laaarrrgggoo pasillo se extendió ante sus ojos.

¿Adivinan dónde estaba el traumatólogo?.

Un 99% ha dicho: al final del pasillo y un 1% ha pensado: al principio del pasillo(pobre ingenuo).

Al final del pasillo.

Pasito a pasito avanzaron. Carmen tiraba de su madre.

-Ay Dios, ay Dios!.-Balbuceaba la anciana.

"Seña" Mercedes hacía lo que podía, pero ya podía más bien poco.

No se sabe si tardaron una hora, cinco minutos o toda una eternidad. Llegaron.

-¡Buenos días!.-Saludó Carmen.

-Buenas.- Respondieron algunos.

Se sentaron.

Miradas de aburrimiento, de cansancio, de gente tempra­nera (igual que ellas), de hombres y mujeres cansados a la espera de que se abriese aquella puerta.

10 minutos,...20,...media hora,...

¡Por fin!. Una enfermera altota, gruesa y sonriente lla­mó a un paciente y...no era Mercedes.

Carmen se levantó.

-¿Mi madre está en la lista?/ .Mercedes Rodríguez.

La altota miró y remiró. Movió la cabeza de un lado a otro.

-No, aquí no está. Va a ser el traumatólogo de arriba.

Suba al tercer piso, la primera puerta al lado de la es­calera.

Carmen fue a sacar su carácter, mas se contuvo. Agarró a su madre y tiró de ella escaleras arriba.

A lo tonto a lo tonto se iba haciendo la hora de la con­sulta.

Pero, mira por donde, cuando subían escalón a escalón, bajaba un enfermero guapísimo, morenazo, con unos ojos verdes enormes y una sonrisa enmarcada por unos dientes blanquísimos, picarón le dijo a Carmen:

-Hoy por fin ha salido el sol porque una hermosura como tú...

-"Escritora",… "escritora”,...- Me interrumpe Carmen.

-¿Qué pasa?- Pregunto.

-Te doy las gracias, pero no fue así.-Me dijo.

-No era un morenazo, ni tenía los ojos verdes, ni me habló. Era un enfermero bajito, rechoncho, de cara somnolienta y seria que apenas nos dio los buenos días cuando nos cruzamos en la escalera.

-Lo siento, Carmen. Yo era por ponerle un poco de ale­gría a tu día tan desastroso.

-Ah, no te preocupes, ya estoy acostumbrada.

Tercer piso.

Traumatólogo.

Ya, ni los buenos días dio.

Esta vez la enfermera era morenita, bajita y con un hilillo de voz dijo muy suavecito:

-¿Mercedes Rodríguez?

-¡AQUÍ!- Gritó la viejilla aún faltándole el aliento, para hablar.

-Vamos, madre. La pobre está cansada de tanto subir escaleras.

-¿Y por qué no cogieron el ascensor?- Preguntó inocente­mente la morenita.

¡A MI NADIE ME DIJO QUE HABÍA ASCENSOR!.-Afirmó contundentemente Carmen.

La enfermera pequeñita se apartó y las dejó pasar. Le dio la impresión de que aquella mujer podía tirársele a la garganta de un momento a otro.

Carmen me mira y sonríe porque, a pesar de todo, siem­pre tiene la sonrisa en la boca. Con sorna y suspirando aliviada me dice:

—¡Lo conseguimos, "escritora”,  lo conseguimos!.

-Me alegro.-Le contesto.

 

Y la puerta se cerró tras ellas.

 

 

 

FIN