En relación con las incursiones referidas se escribe siempre que la población, procedente la mayoría de otros puntos de la isla, se refugió en la cueva de los Verdes, pero no hay una cita concreta sobre lo que hicieron los habitantes del valle, de si también acudieron a dicho refugio o se protegieron en las zonas altas próximas al pueblo. Consideramos posible que, por similitud de expresión y denominación con que se le ha conocido, acudieran a buscar refugio, sin perder de vista sus casas desde la lejanía, en los Castillos, desde el barrio de arriba directamente o través del lomo de la Cruz los de la zona baja. Nos referimos a la Montaña de los Castillos, con los promontorios que le da este nombre y seguramente respondan a esta consideración. Lugar desde donde podían continuar por toda la altura de Famara, Aganada, Gayo o Guatifay, en cuyo recorrido tenían a mano escondites en sus acantilados o acceso a la zona baja de los mismos.
Desde estos lugares podían observar en la distancia, o imaginarse por los signos externos del fuego y el humo, la evolución de la rapiña de que estaba siendo objeto la Ermita, sus casas, sus pajeros, donde solía guardarse el trigo, la cebada o el centeno, lo que llamaban estar empajerados (dentro de los pajeros con su coronilla de tierra).
No hay datos concretos de si en los valles de Haría y Máguez se apresaron algunas personas por los invasores, o alertados de su presencia, a través de la costa de Arrieta, tuvieron tiempo de acudir a sus refugios. Es posible que sí, pero lo que si consta es la colaboración económica en la redención de cautivos de la Isla.
Estas invasiones traen consigo grandes daños en la economía de la población, con la rapiña y destrucción de sus casas y graneros, robo de animales y la captura de algunas personas, por las que luego se solicita un rescate, donde generalmente centraban su objetivo o negocio. La captura no solamente se llevaba a cabo en la propia isla sino entre los barcos que venían de las Indias o en el tráfico interinsular.
Por lo que respecta a la redención de cautivos, Julio Sánchez Rodríguez, en su obra "La Merced en las Islas Canarias", recoge la referencia que el fraile mercedario Juan de Medinilla hace en su crónica a las donaciones que dieron los fieles con esa finalidad, que dice:
"Diez fanegas de trigo dieron de limosna los vecinos de Haría para San Román y se aplicó su importe para la Redención".
"De la Redención quedan en poder de Don Manuel Curbelo, catorce reales y cinco cuartos de dinero; cinco fanegas y siete almudes de cebada; cuatro fanegas y cinco almudes de trigo. A más de ésto se entregaron a Don Manuel Suárez Pola, Secretario del limo. Sr. Obispo Moran, ciento cinco pesos y medio, que trajimos de estas dos islas de Fuerteventura y Lanzarote".
A esta labor de rescate aportan sus ayudas tanto las autoridades insulares como el Cabildo Catedral. A ello responde la entrega por este último, en 1570, de 12 doblones a Salvador Bonilla, para el rescate de su mujer y cinco hijos y, en 1575, 20 doblones a María de Bethencourt para rescatar a su marido cautivo en Berbería.
Algunas personas, como narra Bruquetas de Castro y Lobo Cabrera, ponen sus bienes en venta con dicha finalidad. Tal es el caso de Teresa de Cabrera, quien vende a Argote de Molina un terreno para sembrar por cuarenta doblas, con objeto de pagar el rescate de su marido Bartolomé Perdomo, apresado por Morato Arráez.
Destacada fue también la petición de Francisca de Castro, de la que tuvo conocimiento el Cabildo en reunión de 27 de marzo de 1668. Dice que tiene a Gonzalo Francisco, su marido, cautivo en Tetuán habrá cosa de cuatro años, y que hoy se haya con cantidad de trigo hasta 1.400 fanegas, así en pajeros como en lonjas, y que tiene una de dichas lonjas con 400 fanegas de trigo de mala calidad y que se va dañando, y que necesita embarcarlas para el procedido embarco a España para dicho rescate.
Este comerciante, arrendador del estanco de tabaco de Haría, cautivo en un viaje a la Península en 1657, regresa a la isla en 1662 y vuelve a ser capturado por los berberiscos en 1665, permaneciendo en cautiverio hasta su fallecimiento.
Entre la relación de cautivos rescatados, según la Orden trinitaria, figura en 1627 Juana de Betancort, mujer del capitán Juan Perdomo.
Relacionados con estos hechos están también aquellos casos de algunas personas que en esas épocas emigraron a América, teniendo como objeto principal reunir el dinero necesario para pagar el rescate de algún familiar.
A. Berriel