HISTORIA  / Aproximación Hª Haría

 

 

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Solía oír los cuentos de unos niños que, entre juego y juego, se reunían al atardecer al abrigo de la brisa junto a la casa de la Sra. E, de quien Piñón recibía sus atenciones. Sus hermanos estaban instalados en lugares próximos a lugar donde le habían colocado a él. Al socaire de esta casa aquellos minifutbolistas pasaban parte de sus horas libres, oyendo algún cuento, incluso de la Sra. E, especialmente en épocas de vacaciones, y junto a un improvisado campo de fútbol en plena carretera, con dos piedras como portería. Fue testigo del enfado de la Sra. E. cuando una pelota volando sobre la casa calló en su patio y le rompió el lebrillo que tenía en un pequeño muto junto al parral. Su carácter bonachón hizo que el enfado no durara mucho, aparte de que "garaguito", como así le llamaban a su hijo, estuviera metido en aquella batalla futbolística.

 

Eran los tiempos en que relataba lo acontecido en el Barrio de abajo, por la trasera de la calle San Juan y en dirección a la Atalaya, al pie de la Vista de la Vega. Lo cierto es que según contaba, con la vista fija de la chiquillería en la narradora y oídos alerta, un matrimonio de edad avanzada, sin hijos, que vivían solos, pero con una posición acomodada que le permitía contar con los cuidados de una persona. Esta era la Sra. E., dada a los cuentos o relatos propios de una época, donde hechos naturales se estimaban sin más inexplicables. Así ocurre que aquella mujer, para entretener al matrimonio, ya anciano, que cuidaba, al finalizar su tarea diaria iniciaba una sesión de relatos, más o menos interesantes, extraños y entretenidos, antes de regresar a su casa.

 

Comentaba ella misma que tras una de aquellas sesiones, dejando al matrimonio atendido y descansando, regresa de noche a la vivienda de estas personas y por una abertura redonda existente en la puerta, la característica "gatera", que permitía la entrada y salida libre del gato, introducía una vela encendida sujeta a extremo de una vara, que pasándola por el referido agujero la movía de un lado a otro en la oscuridad de la habitación. Con ello completaba el relato de esa misma tarde y llenaba de un cierto sobresalto a aquel matrimonio. En otras ocasiones, decía, en la penumbra del atardecer se metía bajo una silla y gateaba con ella como si tuviese vida propia.

 

De esta manera pasó algún tiempo hasta que sus amos (personas a quien servía) se percataron de la razón de aquel suceso, pero no tomaron represalia alguna, sino que le perdonaron viendo que aquello no era más que una simple broma.

 

Piñón tenía en su recuerdo los miedos que había pasado desde que llegara al pueblo de Haría. En una ocasión un pesado camión le rozaba y casi le arrolla, pero también recordaba la bruma que cubría la cima de Aganada, la Montaña y lo Castillos, que le proporcionaba un agradable frescor.

 

Venía a su memoria, debería también tenerla de alguna manera, las veces que pasaba pos su lado un borrico pequeño, pardo, muy cantarín, que transporta dos barriles de agua desde el Chafariz a una vivienda de la calle San Juan, y con su alegre trotar lanzaba alguna que otra pequeña piedra (ripio) hacía Piñón.

 

Otro momento fue aquel que tuvo lugar por el año 1949, cuando una inmensa nube de langostas invadió el Valle, en número tal que apenas se veía el sol.

 

Aquellos seres alados tropezaban con él y revoloteando a su alrededor tiraban de su traje verde, para comérselo de un bocado.

 

Quizás por el peligro que corría, cada vez mayor, dada su situación, un buen día la familia de la Sra. Eloísa decidió llevarse a Piñón a otra zona del pueblo, donde viviría sin sobresaltos, a la cima de Faja.

 

El que era símbolo de una zona permanece olvidado y ha sufrido los efectos de la tormenta tropical Delta, que le destroza, sin que nadie se haya percatado de ello.

 

Durante esta última Semana Santa han vuelto a ascender a sus dominios varios senderistas con sus mochilas al hombro, pasan a su lado ajeno a quien en otra época era observado desde distintos puntos del Valle.

 

Esta es una historia simple, pero real, de un pequeño ser verde, que un día llegó al pueblo de Haría, con varios más, y se convirtió en todo un referente de la Montaña de Faja, él es el árbol de la Sra. Eloísa, el único de la zona, el solitario y olvidado de Faja.

 

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ANTONIO BERRIEL PERDOMO