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El diccionario la define como “Crianza, enseñanza y doctrina que se da a los niños y a los jóvenes. Instrucción por medio de la acción docente”.
Es un vocablo bastante ambiguo y de difícil delimitación aunque con mucha frecuencia se utiliza con el significado de “enseñanza”: “Informe PISA: la educación española retrocede” (Tribuna, diciembre 2007.) Frente a titulares como “El informe PISA: El problema de la enseñanza en España”. (El País, enero de 2007).
Pero lo habitual es que se refiera a conceptos más complejos e, incluso, haya distintas escuelas cuya concepción de la educación es completamente diferente. Por ejemplo los que piensan que el hombre es como una máquina que puede ser moldeada desde fuera (mecanicistas) o los que lo consideran como un organismo que se desarrolla por sí mismo en un ambiente propicio y adecuado (organicistas) o los cognitivistas que se basan en la iniciativa y en el afán de aprender de las personas.
Dejando a un lado estas discusiones y sin pretender profundizar en el tema, sí conviene señalar algunas de las definiciones más comunes de la educación: “un proceso mediante el cual se transmite conocimientos, valores, costumbres y formas de actuar”, “un hecho que está presente en todas nuestras acciones, sentimientos y actitudes”, “proceso de socialización formal de los individuos de una sociedad”, “la educación se comparte entre las personas por medio de nuestras ideas, cultura, conocimientos, etc.” o “El hombre es un ser humano por naturaleza educable y su educación involucra todos los aspectos morales, éticos, religiosos y de valores y principios.”.
La educación, pues, está relacionada de manera directa con la enseñanza -no voy a entrar en el siempre complejo debate sobre si la educación se puede dar en ausencia de la enseñanza- y que ambas, aunque están directamente relacionadas, son cosas distintas. Por otra parte el enseñar de manera adecuada no implica, necesariamente, que se tenga que educar cuando, por ejemplo, se esté enseñando a conducir o a hacer una raíz cuadrada.
Esta larga introducción me ha parecido necesaria para que al hablar de educación y de enseñanza no pensemos que estamos hablando, como ocurre con frecuencia, de lo mismo. No tengo nada que objetar, por supuesto, con el hecho de que a los antiguos centros de enseñanza ahora se les llame “Centros de Educación Secundaria” y “Colegios de Educación Infantil y Primaria”, pero con bastante frecuencia me he encontrado con personas que defienden la extraña idea de que es solo a los centros de educación a quien incumbe la tarea de educar –porque son centros de educación, claro- y por ello exigen a los docentes la tarea de educar a sus hijos.
Es cierto que la ampliación de la enseñanza obligatoria hasta los 16 años, la transformación de la estructura familiar y social y los cambios que han experimentado los propios alumnos han provocado un replanteamiento del papel que desempeña el docente en sus centros de trabajo. Hay un cambio de identidad al que los enseñantes han tenido que adaptarse modificando las estrategias docentes que han empleado hasta el momento y llevan años haciendo una profunda reflexión sobre los métodos pedagógicos que emplean en la docencia. En España, a diferencia de otros países europeos como Alemania u Holanda, no existe un instituto superior de formación de profesores.
Es cierto que el docente debe favorecer el proceso de maduración de los jóvenes, estimular los hábitos de integración social, de convivencia, de solidaridad y de cooperación. Debe ayudar y orientar al alumno hacia una sociedad más libre, más justa y más solidaria, pero el docente es sólo una parte del proceso educativo. El papel de los alumnos es muy importante porque él es una de las piezas más significativas de ese proceso educativo. Es indispensable su intención e interés en adquirir los conocimientos y habilidades, debe haber necesariamente un compromiso de su parte. Si el alumno no asume la responsabilidad y el deber de atender y entender no habrá ni educación ni enseñanza. No olvidemos que la tarea primera (no única) de los centros es la de enseñar: “El informe PISA”, por ejemplo, se basa en el análisis de la capacidad de los estudiantes de poder entender y resolver problemas concretos a partir de la aplicación de los conocimientos de cada una de las tres áreas, evalúa la preparación de los alumnos en matemáticas, ciencias o lectura. “El estado de la educación en España”. Llevado a cabo por la fundación Jaume Bofill, hace referencia al estado de la enseñanza, al porcentaje de alumnos que se gradúan, al porcentaje de fracaso escolar o a la tasa de graduación por comunidades.
Aun cuando la ley educativa es responsable de la gran transformación que ha experimentado en los últimos años la enseñanza en España, el mayor cambio viene, sin duda, de la familia, de la sociedad y de los propios alumnos. La familia se ha transformado y con ella los valores sociales. Como subraya J.M. Aunión. (Madrid 05-12 07): “En España, ahora, los niños llegan a los centros sin la socialización primaria. Esto es, los padres ya no ejercen su rol de educadores, sino ahora se definen como “amigos de sus hijos” y los niños se educan con la televisión, con internet, y otros medios de comunicación”
La familia es, pues, uno de los componentes más importantes en la educación de sus hijos. De ahí la imperiosa necesidad de colaboración entre los centros y la familia. Hablo de colaboración recíproca. Son los docentes quienes deben servir de ayuda, de puente a los padres a la hora de educar a sus hijos. La separación del binomio padres-profesores es sumamente peligroso, en especial cuando, por ejemplo, los padres reprueban a los profesores delante de sus hijos, porque en el alumno se genera un conflicto de autoridad. No está seguro a quien debe respetar: ¿a su padre o a su profesor?
La educación hoy exige, sobre todo, que los padres trabajen conjuntamente con los profesores de sus hijos para acordar elementos de acción a ejecutar tanto en el aula como fuera de ella.
Sería un error culpar del fracaso en la educación de los hijos únicamente a los profesores pues, éstos son solo, otra parte más del proceso educativo.
Mayo 2011
Nazario de León Robayna