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Fuente: La casa que me habita
LA CASA ABANDONADA
La casa, allá,
abandonada en el
volcán, calculando la distancia en tiempo que nos separa. Aquí, en la isla, lejos de la casa abandonada, escribo, tendido sobre el mar, empeñando los dedos en la sangre. Aquí en la isla, cubro de trazos voraces el papel y la memoria, siembro trigales de oro sobre el mar con cada línea de voz que incrusto en el papel, rehago tu historia en cada surco de pluma que hiendo en las hojas inmaculadas de mi cuaderno de bitácora. Por ejemplo, las calles nocturnas oliendo a mar, el malecón del puerto, las manos de oro circundando tu dedo anular, el revoloteo de palabras intimidando la noche que soñó ser eterna, las luces de la isla a lo lejos, el beso imperceptible -el primero-, el barco que desanda el camino dejando una estela blanca de lágrimas...
Aquí, lejos de la isla, en la casa que yace tendida en el volcán, transformo piedras en castillos, construyo muros infranqueables, acantilados, fuertes, murallas de marfil blanco para que, si alguna vez vuelves a mi cuerpo, no extrañes ni la cama en la que tiendo, a veces, los pies cansados del camino, ni la mesa de nogal en la que hemos compartido el pan y las palabras.
Aquí, lejos de la isla, pongo a florecer los naranjos, el rosal, las adelfas, y la higuera de la huerta para que, si alguna vez regresas a mis besos, no falte, en las tardes tranquilas de pájaros y hojas, la fragancia íntima de tu cuerpo, el olor amarillo de naranjas, la miel espesa de los higos maduros ni el aire perfumado de tu talle.
Ordeno de esta forma el tiempo que se me ha dado para esta vida en la que apenas he podido aprender tu nombre, los cuatro puntos cardinales, tus dedos resbalando por mis ojos, la blancura sin fondo de tu voz y, quizá, la palabra amor de haberla oído, alguna vez, de tu boca.
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